Fueron necesarios dos encuentros para empezar a conocer a Antolín. En su casa, primero, y en el café La Orquídea una semana después. Ambas entrevistas fueron en el barrio de Almagro y en los dos lugares que el músico y dibujante Andrés Olgiatti considera sus “fuertes” en la gran ciudad.
Heredero de la cultura indie platense y de la tradición poética salteña, la prolífica cosecha de Antolín incluye discos con nombres como Cajas de cereales abiertas sin premio, El susurro de las estrellas, En vivo desde la casa del árbol y Jóvenes y eternos; y los cómics Vagabundos de la nieve, Amigo de los mutantes y Algo de todo esto durará para siempre, donde reflexiona sobre cómo las pasiones y las relaciones humanas son atravesadas por un sentimiento de fracaso y vacío existencial.
Lleva un buzo arremangado hasta los codos, un tatuaje de montañas en el antebrazo y un pantalón chupín. Se desenvuelve con misterio y melancolía y durante la charla dice “no sé” unas veintisiete veces. Su voz es fina, nasal, pausada. Sus ojos entrecerrados se entornan mientras habla, como ensoñados. Solo una parte de su esencia se conecta con la realidad. Antolín es etéreo y uno quiere quererlo inmediatamente. Habla hacia adentro y despacio, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
-Te definen como un artista nostálgico, ¿te sentís cómodo con esta denominación?
-No sé. No me gusta que me relacionen con un grande que nunca dejó de ser niño. Prefiero que entiendan que es una reflexión que va más allá de eso. Nunca decidí ser nostálgico, me considero alguien que piensa mucho en el futuro. Quizás de ahí viene la idea de nostalgia. Juego mucho con eso, la nostalgia por el futuro o la pasión del pasado.
-Bueno, la nostalgia por el futuro está en uno de tus temas. Es interesante cómo explorás la idea de extrañar algo que nunca tuviste. ¿Cómo describirías esta sensación?
-Soy de planificar mucho, de tener ideas, objetivos para el futuro, y a la vez, de tanto pensar en eso me aterra que haya cosas que no van a pasar. El paso del tiempo me preocupa, en general, que las cosas pasen, se gasten. La juventud perdida. Lo menciono en una canción. Todo lo que no vendrá. Eso me asusta, creo.
-¿Cómo definirías la nostalgia?
-Como algo que no solo vive en el pasado sino que es la posibilidad de que algo no suceda, o el miedo a que suceda. No lo veo como un recuerdo de la infancia o algo así. Creo que es más como una reflexión del tiempo, en general.
El seudónimo Antolín nació hace más de diez años, en época de Fotologs. “Yo era muy fan de Internet de la primera época. Le daba mucha bola a mi Fotolog, al MySpace, todo lo primero que salió me pareció muy bello”, recuerda. Fue a través de MySpace como su música, casi por casualidad, se empezó a difundir.
-¿Cómo empezaste a grabar?
-Me grabó un amigo porque yo me había hecho un MySpace, que en esa época, había de dos tipos: subir tu música o compartir de los demás, y yo me había equivocado y abrí el primero. Y como yo tenía algunas canciones, le pedí a un amigo que me grabara. En una noche grabamos seis temas muy rápido, con micrófonos de computadora. Al otro día los mezcló rápido, me los envió y yo los subí. Y así empecé. Después aprendí algunas cosas de grabación y de sonido y los próximos discos los grabé yo en mi casa. Y ahí encontré algo que se pierde en un estudio porque estás como en un estado de privacidad que te genera mucha más creatividad. Incluso en las grabaciones compuse temas. Por ahí, a veces grababa una música, improvisaba una melodía, una voz y va saliendo así. Si yo hubiera estado solo componiendo las canciones, llevándolas a un estudio no sería igual. A veces necesitás de esa urgencia o esa privacidad.
“No me gusta que me relacionen con un grande que nunca dejó de ser niño. Nunca decidí ser nostálgico, me considero alguien que piensa mucho en el futuro”.
-Las letras de tus canciones parecen reivindicar a la gente de perfil bajo. Cuando decís, por ejemplo, Calla, calla, cerebro, ahora tengo amigos. ¿Sentís que la sociedad expulsa a la gente tímida o introvertida?
-Tuve esa sensación, sobre todo, al formar parte de algunas instituciones como la escuela. Sufría mucho que a las personas les molesten los tímidos. Creo que es porque no se sabe lo que están pensando, y reciben muchos ataques por eso mismo. Creo que es la misma inseguridad de los demás. Pero con el tiempo me fui relacionando con mucha gente como yo, que creí que no había tanta. Y rodeándome con esa gente… no tan efusiva, me fui sintiendo más cómodo. Encontré mi lugar. Todavía me cuesta mucho relacionarme con la gente, ya me armé como un mundo pero no tengo muchos amigos. Aprendí a relacionarme con la gente siempre con algún proyecto artístico, como organizar una muestra por ejemplo.
-Claro, el arte es tu forma de conectarte con los demás. ¿Y no promovían el arte en el colegio?
-Dentro del ámbito escolar, como que el arte no existía. Nadie se interesaba por esas cosas. Tampoco teníamos una materia de arte, salvo una profesora de filosofía que me ayudó mucho. Ella nos inició a los que estábamos más interesados. Nos tiraba algunos nombres, lecturas y como que de alguna manera me alentaba a escribir. Decía que yo era un diamante en bruto, que por dentro tenía un volcán, aunque no lo aparentaba por fuera. Y decía que en algún momento iba a sacarlo todo. Creo que fue la única que me miró de otra manera.
-Si bien te considerás introvertido tenés un arte público, de alguna manera lo que pensás o lo que sentís lo das a conocer a través de tu obra.
-Sí, es un modo de comunicarlo. Es una contradicción porque a la vez que soy muy tímido y no me gusta exponerme, a mi arte sí. Salir a tocar siendo tan tímido me genera una contradicción, por eso me estoy enfocando más en el dibujo ahora.
-¿Empezaste escribiendo o dibujando?
-Empecé dibujando. Bueno, cuando era chico, a los nueve años hacía dibujos sueltos. Cuando aprendí a escribir empecé a hacer cómics o dibujos con globitos, tenía personajes. Les armaba la tapa y los abrochaba como si fueran revistas. Y sí, fui muy influenciado con el cómic de esa época, con el que yo podía acceder. Mi papá era muy fanático de Patoruzú, creo que era lo único que leía. Todas las noches leía eso, y un poco heredé eso de él. Después, obviamente, empecé a consumir otras cosas. Me influenciaron otro tipo de cómics y de películas, los dibujos animados.
“Siento que el artista empieza a desmejorar con los años. Las cosas que decís a los 20 tienen una fuerza que después se pierde. Uno se va tranquilizando, eso me da miedo”
-¿Qué tipo de películas?
-Como Indiana Jones, Volver al Futuro, Beetlejuice… Yo creo que más que dibujitos ya de chiquito empezaba a ver esas películas. A los 13 años ya me sabía de memoria los diálogos de Beetlejuice. Además íbamos al cine todas las semanas y a alquilar películas todos los sábados. Me encantaba ir al videoclub.
-¿Cuáles son tus principales disparadores para comenzar a escribir?
-Yo tengo un cuaderno con un montón de frases. Eso desde los 17 que lo implementé. Son solo frases sueltas. No es que decido sentarme a escribir pero las reviso todos los días y empiezo a encontrar cosas en común y empiezo a formar algo, un texto, un poema. Como si fuera una masa madre que todo el tiempo la estoy usando para las canciones. Sirve para todo. Ahora no estoy haciendo poemas pero estoy escribiendo muchos guiones de cómics que son como poemas. De ahí saco todo. Y a la vez lo voy nutriendo todo el tiempo.
En la educación emocional de Antolín, su padre tiene un lugar central. Es el hombre sensible y cariñoso que leía Patoruzú, y también el antihéroe que perdía el trabajo en circunstancias confusas. Cuando Antolín tenía 21 años, su padre falleció en un accidente automovilístico. “Cuando mi mamá se enteró no lo podía creer. Fue al baño y se metió debajo de la ducha con ropa”.
-¿De qué manera sentís que lo que sucedió con tu papá influyó en tu obra?
-Quizás siento que algunos temas se podrían haber generado por ese hecho. Que me preocupa que las cosas dejen de existir, el nunca más… Es una locura eso de que desapareciera de un día para el otro. Y nunca lo terminé de asimilar. Me dejó con desconfianza. Quizás la gente no se lo plantea y piensa que sus seres queridos siempre van a estar ahí. Si bien pienso mucho en el futuro no tengo confianza en que las cosas duren. El concepto de eternidad me parece negativo y positivo. Si perdés algo lo perdés para siempre. Eso es muy fuerte. Desde que pasó eso yo tomo la vida de otra manera. Me ayudó mucho a valorar a mi mamá. Ahora siento que ella está y puede no estar mañana.
La infancia de Antolín transcurrió en Neuquén, en los efervescentes años 80. Él la recuerda como muy rica a nivel cultural, con muchas revistas y visitas al videoclub. “Era como estar en Nueva York. Fue una infancia feliz”. Después, la vida lo llevó a Salta, a La Plata y, finalmente, buscando oportunidades laborales en el campo de la ilustración, llegó a la ciudad de Buenos Aires. “Cuando vine a Capital no tenía muchos amigos y lo único que hacía era ver departamentos todos los días, todo el día. Esa soledad de estar en la calle me disparó la idea de escribir esos poemas que dieron origen al libro Amigo de los mutantes. Y sobre una carta que le escribe la tortuga Ninja a su maestro: le escribe desde la ciudad y le cuenta lo duro que es”, recuerda.
-Hay bastante conversación sobre el movimiento indie de cómics y a menudo incluyen a tus obras en esa corriente. ¿Qué características reúne un cómic indie?
-Para mí se remonta más al 2000 ese movimiento. Se refiere a un amor por lo viejo, de no avergonzarse de ser sensibles o un poco cursis, sin perder esta referencia al pasado. Y veo que está surgiendo algo ahora pero yo no me siento identificado. Siento que por ahí hablan todos de la pizza, la cerveza, del faso, de cosas que a mí no me interesan mucho. Y me da lástima que se queden ahí. No encuentro una pertenencia ahí.
-Muchos ilustradores últimamente tocan temas más atados a la coyuntura, como con las movilizaciones de Ni Una Menos. ¿Vos tomaste la decisión de encontrarte más distante a la agenda social y política?
-No es algo que decida sino que me sale. No sé si es bueno o malo porque siento que nunca me comprometo con nada pero sí estoy al tanto de todo lo que pasa. Siento que mi obra es intocable y va por otro camino. Las preocupaciones que me interesa plantear son más generales, más de tipo existencial. Pero entiendo que otros ilustradores sientan que son comunicadores sociales, está bueno que se sientan así. Tampoco tengo opiniones muy fijas. Como que no confío en nada, ni en mí, no estoy tan seguro de algo como para manifestar una opinión al respecto. Lo que planteo son más bien dudas.
-¿Crees que el dibujo es o debería ser político?
-No sé, la verdad.
-En varios de tus textos hablás mucho de desperdiciar la juventud, ¿a qué viene esa preocupación?
-Siempre la valoré desde el lado romántico y quizás porque mis héroes siempre fueron jóvenes que murieron trágicamente e hicieron cosas tan grandes. Siento que el artista empieza a desmejorar con los años. Las cosas que decís a los 20 tienen una fuerza que después se pierde. Uno se va tranquilizando, eso me da miedo. Siento que eso pasa mucho con los músicos más grandes y no quería caer en eso. Mis bandas y músicos favoritos siguen sacando discos que ya no están buenos. Me gusta conservar lo inicial como salió y no opacarlo con cosas que son forzadas. Tal vez ese es otro de los motivos por los que ya no hago música.
“Siento que nunca me comprometo con nada pero sí estoy al tanto de todo lo que pasa. Siento que mi obra es intocable y va por otro camino. Las preocupaciones que me interesa plantear son más generales, más de tipo existencial”
-¿Qué crees que podrías perder de estos años?
-Eso es algo que me pregunto todo el tiempo, la juventud como un poder, pero a su vez no tiene sentido. Es una reflexión que hago todo el tiempo. Qué es ser joven y cómo hago para aprovechar esa juventud. Yo siento que la desperdicio todo el tiempo. Quizás porque tengo una idea de la juventud como con viajes o aventuras, en general. No sé cómo llegar a esa aventura pero me la paso encerrado en mi casa, escribiendo, dibujando, creando, preguntándome eso en lugar de salir a buscarlo. Siempre tengo esa sensación de que me estoy perdiendo de algo. Quizás por miedo, por timidez.
-En tu página definís a tu música como “canciones de autoayuda, planes para toda la vida y romanticismo para principiantes”, ¿por qué?
-Es como un chiste, pero en realidad escribo a lo que quiero llegar. Es como un juego. Siempre tuve un interés literario por los libros de autoayuda, y porque noto que son un poco pesimistas las canciones o tienen cierta melancolía. Jugaba un poco con esa oposición entre que son muy depresivas pero a la vez las defino como autoayuda. Planes para toda la vida es otro concepto que vengo desarrollando desde siempre. De hecho, ahora estoy desarrollándolo más para un libro que estoy haciendo de cómic porque siempre me interesó el género del diario íntimo, de la planificación, siempre planifiqué mucho mi vida de chico. Tenía miles de anotaciones y yo ya sabía lo que iba a hacer los próximos cincuenta años más o menos.
-¿Qué planificabas en tu adolescencia?
-Planificaba cómo ser famoso, o cosas muy adolescentes. No sé, pensaba cómo a los 27 iba a desaparecer o me iba a suicidar. De ahí viene el concepto del romanticismo, como me encantaba eso de los poetas malditos, que estaban rodeados por ese halo de misterio y tragedia… Leía Rimbaud, Lautréamont y Artaud. Me encantaban, sobre todo porque eran autores que se separaron mucho de los movimientos artísticos del momento, eran como marginales. Obviamente que ahora ya no pienso así pero pensaba que me iba a suicidar.
-¿La añoranza de un futuro ideal nos impide vivir plenamente?
-Sí, seguro. No podemos vivir sin esas ideas. Pero mientras menos se tengan creo que es mejor. El presente es el mejor lugar. Es algo que planteo en algunas canciones porque a mí me pasa que todo el tiempo estoy pensando o en el pasado o en el futuro, y sé que eso me impide ver lo que tengo ahora o valorarlo. Cuando dejo de pensar en eso la paso mejor. Tiene que ver con planificar todo en base al pasado. Pero el presente no existe, de cualquier manera, todo es pasado. Al menos eso es lo que dice la ciencia.
Diamante loco – Antolín (Del libro Amigo de los mutantes, editorial Desde un tacho, 2015)
Todas mis maestras estuvieron en mi contra desde el principio se pusieron de acuerdo para mandarme a la clase de Aprendizaje Lento en donde siempre fui el último para todo decían: “su iniciativa va en descenso”. cuando salíamos al recreo, tomados de las manos, cantando el abecedario por toda la escuela, yo iba pensando: “me gustaría ser un Diamante Loco, un chispazo, un destello, un resplandor ganarme el cielo por un poema escrito con crayones. después trabajar toda mi vida cavando fosas en el cementerio o alimentando a los tigres del zoológico, vivir siempre en la casa de mi mamá, perdido, fuera de juego, con arañas en el pelo”.