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Texto: Edu Benítez | Fotos: Estrella Herrera

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Bailar, perder la cara, pensar con el culo. Diálogo con Marie Bardet

Existen instancias en que la filosofía no es una mera práctica que divorcia la mente del cuerpo. Existen espacios donde bailar no es únicamente activar lo sensible. ¿Cómo se conjugan filosofía y danza sin fagocitarse una con otra? Algunas respuestas ensaya la filósofa y bailarina Marie Bardet quien -apoyada en la experiencia con el método Feldenkrais y en su trayectoria como doctora en filosofía (París 8)- busca indagar sobre nuestros propios gestos (apenas gestos dirá) y repensar el vínculo entre movimiento y pensamiento. De esa forma, se busca impulsar la tensión entre el pensar y el mover para explorarlos como avenidas de nuestra afectividad y como instancias de producción de conocimiento.

 

Nacida en Francia y radicada en Buenos Aires hace años, Bardet habita en el cruce entre filosofía y danza, diálogo en el que ambas disciplinas se potencian e interpelan de manera constante y creativa, a tal punto de dar origen al bello libro titulado Pensar con mover (Editorial Cactus). A partir de ese encuentro entre prácticas, la filósofa propone reeditar los gestos ya sea convocando el pensamiento del ingeniero agrónomo André Haudricourt desde una perspectiva ecosomática, o interrogando la correspondencia entre Descartes y Elizabeth de Bohemia para postular una idea expandida de las artes del movimiento eludiendo la captura de toda matriz binaria. Se tratará entonces de “desviar el hábito musculoconceptual que tenemos de pensar en términos de binarismos”, y en ese sentido la invitación a descentrarse es clave. De ese modo, la primacía que la visión ejerce sobre nuestros sentidos y nuestra percepción corporal, será un territorio a cuestionar. Por eso en este diálogo se hace alusión a Perder la cara, proyecto en el que Bardet -junto a Amparo Gonzalez- investigó sobre diversas formas de dejarnos afectar por otros sentidos desarticulando todo oculocentrismo. Tal vez en ese descentramiento se inaugure un momento de plenitud donde estética y política se potencien en la danza. Es de esta manera que pueden reformularse (y cultivarse) esos mínimos movimientos que pueblan tanto nuestra cotidianeidad como las poéticas del caminar que surgen en las movilizaciones masivas en la calle, y así “anudar de otra manera algunos gestos para volver la vida más respirable.”

 

Esta entrevista se desarrolló en un ida y vuelta de varios meses a través de mensajes de texto, extensos audios de whatsapp, intercambios de mails. Un transitar sinuoso de la palabra entre formatos y soportes de los más diversos, una manera singular de acompasar y desacompasar el ritmo dialogal hilvana la conversación que sigue.

 

-En tu libro Pensar con mover hablás de “una inquietud por lo concreto”: cómo los conceptos sobre danza entran en fricción con la práctica e imponen una escena de narraciones, discusiones, de un “pensar con”. Me pregunto si ese “pensar con” habilita una vivencia particular de la amistad…

-Si…esa inquietud por lo concreto guió mi primera investigación. Me parece interesante este “pensar con” a partir de esta idea ensanchada de la amistad que proponés, porque creo que puede haber amistad con elementos, árboles, paisajes, animales. Solemos hablar mucho del contacto…sin embargo, me parece importante recordar que hay maneras de tocarnos sin que sea de cerca. Tal vez lo más difícil en este momento, y a la vez lo más importante, para pensar con es respirar juntes. En esa amistad, en ese hacer juntes lo que se pone en conexión son nuestras respiraciones y hoy lo que más extrañamos es eso. Pensar con habilita un respirar que también es un conspirar.


“¿Con qué se piensa cuándo no hay entusiasmo? Se piensa con lo que se quema, con lo que se pudre.”


-¿Qué formas tuvo en el tiempo más detenido de la pandemia ese pensar con?

El primer momento del confinamiento fue una suerte de protopensamiento imposible de desarrollar justamente por falta de ese contacto con otres, que era un respirar con otres. No necesariamente armonioso, una respiración al unísono, pero sí escuchar la respiración del.a otrx. Por otro lado, fue ocasión de empezar a pensar con lo poco que crece, con las plantas de un balcón, con el compost que se pudre o las masas madres que leudan y poblaron las cocinas. Me llamó mucho la atención la cantidad de personas conocidas -las que teníamos casa dónde poder confinarnos y condiciones económicas para comprar y cocinar- que empezaron a tener masa madre, kéfir y todo tipo de pudriciones…Entonces tal vez nos pusimos a pensar mucho con la pudrición, como dice María Landeta: “salir a pudrirla toda”. Así como también la gente de Córdoba, Jujuy, Entre Ríos, la Patagonia tal vez estuvo forzada a pensar durante meses con aquello que se quema. Para mí es una gran pregunta: ¿con qué se piensa cuándo no hay entusiasmo? Se piensa con lo que se quema, con lo que se pudre. Después de la constatación de que nos faltaba el afuera, la circulación y el contacto; fue ocasión de pensar con el Colectivo Yo no fui que trabaja con personas que están privadas de su libertad, y sacaron en el mes de agosto del 2020 el libro Hacer vivir, hacer morir. Pliegues de un encierro que se extiende. Eso nos recuerda que el encierro empezó antes que la pandemia. Por otro lado, el colectivo de Córdoba Foro de Corporalidades Políticas que armó el ciclo Torceduras y Bifurcaciones, interrogando nuestra sociedad capacitista, recordándonos que la dificultad para circular no comenzó tampoco con la pandemia. Me tocó en este encierro pensar con esas interpelaciones para hacer una pequeña diferencia entre lo que es moverse menos y lo que es prestar atención al menor gesto

-En tu texto Hacer mundos con gestos proponés un cruce entre prácticas del cuerpo, feminismos, ecologismos. En esa invitación a reinventar los gestos ¿cómo hacer que este parate pandémico no sea sólo un paréntesis que luego nos sitúe ante a los mismos gestos automatizados? ¿Ese cultivo de los gestos pensado a partir de lo que se pudre qué tipo de sensibilidad construye?

-Me gusta pensar que fue apareciendo una nueva sensibilidad de manera subterránea. Esa lectura de continuidad entre la perspectiva ecosomática y la obra de André Haudricourt -ese ingeniero agrónomo francés formado en la Unión Soviética- es una ocasión de cruce entre prácticas del cuerpo, transfeminismos y ecologismos que se hace en torno a la cuestión de la producción, y especialmente de los alimentos. Ahí hubo un momento de cimbronazo sobre cómo estamos produciendo, circulando y consumiendo lo que es necesario como alimentación. Y en ese sentido tenemos a la UTT que está manejando el Mercado Central y por otro lado el proyecto de implementar usinas gigantescas para criar cerdos. Y sabemos que algo del virus viene del sistema de producción: es una gran paradoja de este momento. Creo que hay una perspectiva de continuidad de un materialismo de los gestos que exige pensar conjuntamente una dimensión sensible de nuestros gestos como ecología con el entorno, a la vez la cuestión de los transfeminismos por la valoración de lo que se llama “improductividad” y una reciprocidad ecológica del humano con otras especies vivientes. Haudricourt da una disputa -que fue muy disruptiva en los 50 y 60 en el contexto de un marxismo francés bastante ortodoxo- cuestionando la idea de primera necesidad y segunda necesidad. Y eso viene muy al calor de este momento de preguntarse si las cuestiones feministas son de segunda necesidad: “primero tenemos que solucionar las cosas importantes y después veremos”. Estoy exagerando, pero es algo que escuchamos durante mucho tiempo y que seguimos escuchando en algunos espacios: “sus problemas de mujeres los trataremos después de la revolución social y económica”. Y es lo mismo con la ecología, como si fuera un segundo paso, segunda etapa. Esto está cambiando. Hoy claramente lo que es necesario o primera necesidad está en disputa. Y es una disputa que dan los feminismos de diferentes maneras. La cuestión de la producción, de lo productivo y lo improductivo, es algo que Carla Lonzi, feminista italiana, interpeló en su libro Escupamos sobre Hegel en los años setenta. Decía que el rol de las mujeres y del feminismo en la historia es interrogar los momentos llamados “improductivos” de la vida. Para nosotrxs, si ya se venía dando un agotamiento de las lógicas neoliberales del exitismo, el winer y del emprendedurismo de sí, con esta pandemia saltó más a la vista. Lo que hoy llamamos “tareas de cuidado” nunca entró en el racconto de la productividad, de la misma manera que la caza de brujas no fue contada en la acumulación originaria. Hoy está todo el tiempo en tensión a qué cosa llamamos o no productividad en nuestras vidas.


“Las prácticas somáticas abren un espacio donde el bailar es poder conectarse con el menor gesto, cultivando cierta atención con el entorno y les otres y cierta capacidad de volverse sensible a los umbrales de cambio.”


-Tal vez podemos retomar lo de la improductividad para pensar otra cosa. A veces a la danza como institución se le imponen funciones resultadistas: el virtuosismo en la danza clásica, lo ritual en lo folclórico, etcétera ¿En qué medida caminar iría por el lado de una danza de lo improductivo, de lo no resultadista?

- Se suele pensar un momento de la vanguardia de Estados Unidos que impregnó muchas de las prácticas que atraviesan la danza contemporánea. Allí -dice la historia “oficial” de la danza, euro y norte americano centrada- se dio la inclusión del movimiento cotidiano, el pedestrian movement que refiere al caminar. Muchas veces eso se narra como la instancia en que todo se volvió “posible” en la danza… everything is posible, pero ese es un modo de contar la historia extremadamente universalizante.  Por un lado, en muchos espacios la danza puede seguir siendo una gran apología del virtuosismo. Por otro lado, sigue habiendo muchos imposibles en la danza, muchos gestos en los márgenes que no se consideran. Entonces hay una tarea de ir registrando estas pujas por hacer entrar “cualquier” movimiento en la danza sin que sea necesariamente desde lugares privilegiados de un “todo es posible”.  Frente a eso también hay otras alianzas desde las cuales bailar se vuelve un llamado a que cualquier lugar, cualquier cuerpo pueda ser bailable. Que no es lo mismo que todo el mundo puede bailar: “todo el mundo” no es lo mismo que “cualquiera”, esa es una de las lecciones que aprendí con Rancière en política. Entonces hay un caminar, como ejercicio sensible del cualquiera, que no quiere decir que todo el mundo camina igual o que sea una igualdad por homogeneización. Sino que es un gesto de igualdad radical, y heterogénea, que es distinto que una declaración de posibilidad universal y absoluta. Son, diría Rancière, dos versiones muy distintas de la idea de “democracia”. Me encuentro en la situación de ir rastreando e intentando favorecer ocasiones para un ensanchamiento de la danza que viene a tocar “apenas gestos”. Vengo practicando Feldenkrais hace un montón de tiempo y creo que las prácticas somáticas -cuando no están cooptadas por la industria del bienestar neoliberal como técnicas de management, ni adaptadas a modos de vida invivibles de emprendedurismo exitoso- abren espacios donde el bailar es poder conectarse con el menor gesto, cultivando cierta atención con el entorno y les otres y cierta capacidad de volverse sensible a los umbrales de cambio. En el caminar se abre esa posibilidad tanto al nivel de la historia de la danza como en la experiencia, en todo lo que puede haber, por ejemplo, en la relación con la gravedad pero también con las singularidades de las “démarches” que es una palabra en francés que pliega entre sus letras tanto el modo de caminar, como el procedimiento con el que se hace algo. Un apenas gesto que también es la singularidad: y así cuando escuchás el paso de alguien o de un animal, lo reconocés.

 

-¿Hay una poética del movimiento en las manifestaciones?

-Tal vez lo que más se extrañaba de las marchas no era tanto el contacto físico, sino el respirar juntes, ese acompasarnos que no es un unísono, donde siempre hay microdiferencias. En una marcha se puede desplegar un caminar que ensaya un “pensar con”, que no quiere decir que haya una gran reflexión, sino ciertas atenciones, cierta capacidad de hilar de otra manera los problemas vitales y anudar de otra manera algunos gestos para volver la vida más respirable. Porque muchas veces en las marchas circula un pensamiento que no es necesariamente el gran diagnóstico del momento pero que puede atravesarnos y volverse un “pensar con” o “conspirar”. Y con ese caminar conspirando volvemos al inicio de nuestra conversación en torno a la conspiración y al ensanchamiento de lo que se llama “pensar”. Recordé un artículo de Vero Gago sobre Silvia Rivera Cusicanqui que se llama “Contra el colonialismo interno”. Te lo leo…Silvia ahí dice: “cuando escriban, respiren profundo. Es una artesanía, es un gesto de trabajadora. Y cuando lean lo que escribieron, vuelvan a respirar hasta sentir que hay un ritmo. Los textos tienen que aprender a bailar”. De nuevo, se trata de una cuestión de ritmo: “Se trata de conocer con el chuyma, que incluye pulmón, corazón e hígado. Conocer es respirar y latir. Y supone un metabolismo y un ritmo con el cosmos”. Así conocer es una práctica política: “La práctica de la huelga de hambre y la caminata durante días en una marcha multitudinaria tiene el valor del silencio y la generación de un ritmo y una respiración colectiva que actúan como verdadera performance”. Hay algo que me gustaría introducir ahí…y es que cuando decimos “marcha” y “caminar”, también hay un rumiar que puede ser una base para pensar las artesanías de la escritura o de tomar la palabra. Me gusta relacionar esa circulación de la autorización a moverse y a bailar desde el “apenas gesto” del caminar, con las autorizaciones a modos de escucha como modos de tomar la palabra y la escritura.


“En la experiencia de improvisación apareció un terreno para pensar el mover, o pensar con mover… fuera del último binarismo que organiza nuestras vidas que es el de activo/pasivo, donde volvemos a encontrar un ordenador de los valores de subjetivación entre winner y loser.”


-¿Qué importancia tiene para la danza darle un uppercut al dualismo, romper los binarismos? ¿Qué estamos dejando evidenciado cuando decimos que gozamos más de un baile, si ponemos en suspenso nuestra cabeza?

Esa referencia a ese momento de bailar y dejar la cabeza de lado me parece importante registrarla como una interrogación por la imagen que tenemos del “pensar”. ¿Cuando decimos que “dejamos la cabeza de lado”, es que “no pensamos”? O ¿es que inauguramos otros ritmos, otras dinámicas, otras relaciones que también podríamos llamar “pensar”? De ahí escribir a veces pe(n)sar, para recordar la etimología física, sensible, y la disputa intempestiva, que siempre vuelve, por cuáles son los modos de pensar legitimados, y de allí las voces autorizadas.  Me interesa ensanchar lo que se entiende por pensar… en esos bailes. En un marco dualista, binario, heredado de Descartes puede parecer que sólo está el cuerpo sin la cabeza. Pero eso no impide que haya un pensar. La necesidad de volver a dar un uppercut al dualismo junto a Elizabeth de Bohemia que lo acorrala a Descartes en su correspondencia, de habitar esa hendidura en el edificio cartesiano, y seguir rajando por ahí, también es provocar una re repartición en una serie de binarismos como mente/cuerpo, pero también desde la materialidad / inmaterialidad. Los pensamientos que se hacen desde las prácticas corporales, en el mejor de los casos, son pensamientos paradojales, incómodos e incomodantes para las reparticiones de legitimidades y autorizaciones en curso, más que una inversión del dualismo como sería una gran apología del cuerpo, haciendo del cuerpo un objeto de veneración. A mí me interesa rastrear cuándo esos binarismos hacen agua, sin establecer una nueva teoría “del cuerpo” como objeto, y sus sistemas de valores, diciendo qué sería “mejor”, más “auténtico”, más “puro” que la mente. Cualquier teoría que tendrá al cuerpo como “objeto” de pensamiento, aunque sea para super valorarlo, para llegar a una mejor definición del cuerpo, seguirá manteniendo el pensamiento “intacto” a las experiencias sensibles, somáticas etc. Se trata más bien de cambiar la relación misma, y desviar el hábito musculoconceptual que tenemos de pensar en términos de binarismos como oposiciones que garantizan definiciones estables.

 

-¿Qué tipo de producción corporal se da a raíz del oculocentrismo (la preponderancia de las características hegemónicas de la mirada: frontalidad, focalidad, centralidad) y por qué es necesario desactivarlo?

-A partir de mi trabajo como docente, de la práctica de improvisación colectiva y de Feldenkrais, se me empezaron a cruzar muchas preguntas en torno al sentido visual. Muchas veces en la danza se escucha que la visión prima sobre los otros sentidos. El oculocentrismo designa, en este caso, un modo peculiar de ejercicio de la visión que es focal, frontal y central, no toda la vista. Esto también me generó preguntas que tienen que ver con una crítica al dualismo y al ideal de claridad y distinción como único modo de conocimiento legítimo, que nos fabricó un cuerpo que mira a distancia, observa para definir un objeto y donde la mirada tendría que estar totalmente higienizada del tacto para garantizar una observación de modo tal de no “dejarse afectar”. A partir de eso me interesé por cuestiones muy sensibles del modo de organización del cuerpo frontal, de cómo se organiza la arquitectura de un aula, un teatro, una ciudad en torno al cuerpo. Hay unas formas del cuello, la columna, de hablar, de respirar que son efectos y a la vez condición de nuestra relación oculocéntrica con el mundo. En un proyecto que se llamó Perder la cara -con una gran cómplice que es Amparo González- me interesé en rastrear esas otras maneras de hacer mundo y hacer cuerpo que consiste en prestar atención a todas las veces que la mirada está contagiada por el tacto, y cuáles son los efectos, incluso, en la producción de conocimiento o los modos de pensar y organizarnos.  No se trata de hacer una apología del dorso o de la espalda en contra de la frontalidad, sino más bien de ver todas las veces que se migra, que se contagia y todas las veces que podemos entrar con las costillas, perder la cara, y pensar también con el culo.


“Hay una cantidad de prácticas que implican el cuerpo -desde bailar, coger, llorar- por fuera de la valoración de la oposición entre activo y pasivo...ahí se vuelve a cruzar la idea de pensar el mundo desde el culo (y el culo del mundo).” 


-En Pensar con mover se lee que el encuentro entre filosofía y danza supone cierta experiencia de la gravedad. ¿Qué cuestiones permite desarmar esa experiencia de la gravedad?

-Esa experiencia de la gravedad tiene que ver con el inicio de mi recorrido con un bailarín que fue un maestro para mi práctica de improvisación: Julyen Hamilton. Muy metida en mi formación con él, mientras estudiaba filosofía, se me aparecieron esas cuestiones gravitatorias como organizadoras de una serie de binarismos de valorización de los pensamientos y las vidas donde, en particular, se opone lo liviano a lo pesado. Hay paradojas vitales que escapan a esta oposición en la experiencia de bailar no en contra de la gravedad, sino con ella. No buscar una idea, imagen o inspiración que nos pone a mover “arrancándonos” del peso aplastante, sino estar a la escucha de todo lo que ya se está moviendo y tener una práctica como modulación de esos potenciales del movimiento y una atención que se estira en esas tendencias a movernos, en una “tensión” que es más una variación de tonos que una tensionante. Ahí hay algo que no es ni una aceptación pasiva de lo que hay, ni una gran voluntad activa del “yo quiero” del libre albedrío que se arranca a las condiciones del estar. Concretamente en la experiencia de improvisación apareció un terreno para pensar el mover, o pensar con mover más bien, rajando del gran determinismo sometido a las fuerzas de lo que se llamó naturaleza o cultura. Hay otros modos de tomar decisiones e ir con-moviéndonos conjuntamente, donde estar en una situación tiene muchos matices que o sometida a unas determinaciones feroces, o absolutamente libre de todo. Moverse, pensar, fuera del último binarismo que organiza nuestras vidas -que es el de activo/pasivo, donde volvemos a encontrar un ordenador de los valores de subjetivación entre winner y loser. Hay otro imaginario, figuraciones y tropismos de un hacer conjunto, en relación con otrxs seres vivientes, con un entorno vital. Hay una cantidad de prácticas que implican el cuerpo -desde bailar, coger, llorar- por fuera de la valoración de la oposición entre activo y pasivo...ahí se vuelve a cruzar la idea de pensar el mundo desde el culo (y el culo del mundo).  

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24/04/2024