Texto: Diego Bersusky / Fotos: Natalia Marcantoni
Entra corriendo, como apurada, saluda y se mete de un tirón en su oficina en el microcentro porteño, dentro del Rectorado de la Universidad de Buenos Aires. Abre las ventanas, y mientras se ilumina el lugar, con una sonrisa mira y respira: “Ya estoy, ¿cómo están?”. En ese momento arrancará una hora de entrevista con Marta Laferriere, fundadora y directora del programa UBA XXII, el primero de educación universitaria en las cárceles, no sólo en Argentina sino en el mundo. Allí se dictan carreras de grado y cursos presenciales en los diferentes establecimientos del Servicio Penitenciario Federal. “Tiene por finalidad garantizar el acceso a la formación universitaria curricular y extra curricular de personas que se encuentran privadas de su libertad ambulatoria”, dice la página web del programa.
Muchos años atrás, en 1975, Marta había salido de su Córdoba natal camino a Venezuela escapando de la situación política previa a la última dictadura militar. Luego de un período intenso, viviendo y trabajando allí, entrada la democracia aterriza en Buenos Aires, ciudad en la que actualmente vive y en la que decidió desarrollar su profesión.
La génesis de llevar la universidad a la cárcel se remonta al año 1985, cuando Laferrier estaba armando el CBC (Ciclo Básico Común) de la Universidad de Buenos Aires y se cruzó en las escalinatas del rectorado con una señora que le dijo que quería que su hijo, detenido en Devoto, estudiara en la universidad. “En ese marco extraordinario, que fue la recuperación de la democracia, que sentíamos que todo era posible, yo garantizo que sí, que se podía estudiar y que era un derecho”, asegura, rememorando más de 30 años de historia Argentina y del programa.
Entonces se propuso un objetivo ambicioso y a prueba de prejuicios: llevar la universidad a la cárcel. Gracias a la decisión política del rector normalizador de ese entonces, Francisco Delich, quien había sido designado por el ex presidente Raúl Alfonsín en 1983, pudieron darle forma al primer proyecto. “La idea principal era ganar una institución más para la democracia y fundamentalmente hacer cumplir derechos. Las personas están privadas de su libertad ambulatoria, no de otra”, relató.
Así, un día cualquiera de aquella primavera democrática, luego de traspasar papeles, pasillos, rejas y años oscuros, se abrió una puerta de entrada para la UBA, para Marta y para tantos docentes. También se abrió una puerta de salida para muchos internos, aunque ella jamás usó ese término: “Para mí jamás fueron internos, presos… siempre fueron estudiantes”.
La conjunción entre dos instituciones tan disímiles genera cientos de preguntas y algunas respuestas. El estudio en un contexto de encierro usado como un salvavidas, como una ventana o un haz de luz hacia el afuera, hacia ese mundo tan hostil para todos, pero mucho más para aquellas personas que pisan nuevamente las veredas luego de meses o años de prisión, de caminar en patios y celdas durante horas interminables. Esas subjetividades arrasadas por un mundo que seguramente los dejó librados al azar, abandonados. El estudio y la adquisición de herramientas para poder pensar y pensarse se transforma en un camino hacia un mundo más posible de ser vivido. “El estudio los aleja de todo eso, los aleja de la locura”, dirá Laferriere a lo largo de la entrevista con Almagro.
-¿Qué pasó el primer día que entraron al Complejo Penitenciario Federal de la CABA, más conocida como la cárcel de Devoto?
-Fuimos, llegamos, conocimos. A partir de ahí no fue un interno, eran cuatro. La mamá de este chico había dicho que esto iba a pasar, entonces nos estaban esperando. Estábamos junto a un profesor que también venía del exilio, Héctor Leis, y nos dieron un lugarcito… un cuartito en Devoto. Ahí hablamos con los alumnos, les contamos la propuesta y que les podíamos garantizar el CBC. Veníamos a eso, a garantizarles un derecho. Si bien se fueron incorporando de a poco, hoy son 7 unidades académicas: CBC y las carreras de Abogacía, Letras, Contador Público, Administración de Empresas, Psicología, Sociología y Filosofía. Después hay cursos y talleres como el de informática al que asisten sobre todo gente de más edad. Luego hicimos un documento por el cual decíamos a lo que nos comprometíamos las partes. Pero lo que estábamos planteando era: “Acá queremos construir estudiantes universitarios”. Y en esa construcción, en generar estos espacios ellos iban a encontrar herramientas para pensarse y adquirir palabras. Porque lo más importante es la construcción de estudiantes universitarios. UBA XXII es para darles un espacio, pudiéndose pensar, pensar qué pasó. También para entender que hay una multiplicidad de factores que los determinan. La construcción social de la realidad, dirían Peter Berger y Thomas Luckmann.
-A partir de tantas horas de estudio, de buscar, de comprender y entender esto que vos planteás acerca de la multiplicidad de factores que determinan esas subjetividades, ¿cómo ves ese proceso en los estudiantes?
-Hay un reposicionamiento en su gran mayoría. Ellos te lo dicen, es una posibilidad de pensar por primera vez desde otra perspectiva. Y al pensarse y pensar el mundo de una forma diferente se piensan a sí mismos, entonces pueden hacer una reconstrucción de esa subjetividad que en la mayoría de las veces está muy dañada. Por otro lado, hay un eje que tuvimos muy en claro de entrada. Acá no hay asistencialismo, no hay que “ay profesora yo necesito eso…”. No, acá no me hagas que te trate como un preso, acá te voy a tratar como un estudiante y si no estudiás vas a tener que volver a hacerlo. Y si te cuesta vamos a ver qué hacemos. Queríamos que esto sea una herramienta transformadora y no asistencialista.
«Hay una cosa que es brutal y es el momento en el que salís. Porque ahí tu cabeza cambió luego de haber estudiado y te puede esperar la banda (del barrio) pero no te interesa más la banda. Entonces en ese proceso hay una construcción muy grande de la identidad. Vos ves sujetos que se despliegan y… despliegan, lo digo literal. Ves el ser que te habla cabizbajo y luego el mismo tipo te habla mirándote a los ojos y moviendo las manos. Entonces uno ve cosas, ve lenguajes, ve actitudes, posicionamientos. Para nosotros el centro universitario es un construcción sagrada»
-En la actualidad, las unidades penitenciarias en las que funciona el programa son: el centro Universitario Devoto, el Centro Universitario Ezeiza 1 (varones), Centro Universitario Ezeiza 4 (de mujeres), Unidad 31 (de mujeres con niñxs) y en la Unidad 19 (varones). Más allá de la particularidad de cada unidad, ¿cómo es el espacio, cómo se organizan, qué significa para los estudiantes?
-Tenemos todo este conjunto de carreras en los distintos espacios donde la bibliografía la damos absolutamente en forma gratuita. El mantenimiento de cada centro universitario está a cargo de ellos. Vimos de entrada que había una necesidad de generar espacios de auto disciplina y auto gestión. De la reja para adentro está la cárcel, sus reglas y sus normas, pero acá impera una lógica académica. Entendiendo que somos dos instituciones muy diferentes con lógicas muy disímiles pero que estamos conviviendo tratamos que esté claro para todos los actores cómo tenía que funcionar: servicio penitenciario, universidad, docentes, autoridades, estudiantes.
-¿Qué les pasó a los estudiantes de las unidades penitenciarias con las normas, con una construcción de un espacio tan diferente al de la cárcel donde no impera la violencia sino el respeto por el otro?
-Lo que me pueden decir a mí es que la vida les cambió. Me ha llegado a decir una mujer: “Yo no sé que voy a hacer el día que salga de acá porque me siento sumamente protegida y afuera no tengo a nadie”. Porque también acá lo que pasa con las mujeres y con los hombres es diferente. Hay una lógica de género que también se observa al interior de la prisión. La mujer muchas veces es sustento de hogar y al caer presa es doblemente estigmatizada porque una mujer debe ser madre, buena, etcétera, etcétera. Y también adentro hay mucha diferencia entre una cárcel de hombres y una de mujeres, esto puede verse en el trato entre ellas y el trato entre ellos. Además, el hombre tiene a la mujer que hace la cola para ingresar, le lleva a los chicos, le saca los piojos a los chicos, les da de comer. En cambio, en la cárcel de mujeres, es triste decirlo pero es así, hay muy pocas visitas. En general quedan en un estado de abandono absoluto.
-Hay una serie de factores que no favorecen en nada un programa como este. Los pocos recursos, la poca importancia que se les da a los presos y presas y también en muchos sectores de la sociedad y de las dirigencias la poca importancia que se le da a la educación. ¿Cómo vivís esto en el sentido de tener muchas veces que trabajar con poca gente o pocos recursos?
-Yo lo vivo con mucha convicción, si no no estaría acá hace tantos años. No hay que barrer las cosas debajo de la alfombra, las cosas hay que asumirlas y estas personas que están privadas de su libertad son parte de la sociedad. Esto es un deber que tenemos. Y esa convicción es la que me permitió no ir hacia lo asistencial, y el “ay pobrecito que la sociedad le ha hecho esto”. Hay mucha gente pobre que no delinque. Pero también es cierto que la mayoría de las personas que están presas han estado alejadas de agentes socializadores desde muy temprana edad. Hay una cosa que es brutal y es el momento en el que salís. Porque ahí tu cabeza cambió luego de haber estudiado y te puede esperar la banda (del barrio) pero no te interesa más la banda. Entonces en ese proceso hay una construcción muy grande de la identidad. Vos ves sujetos que se despliegan y… despliegan, lo digo literal. Ves el ser que te habla cabizbajo y luego el mismo tipo te habla mirándote a los ojos y moviendo las manos. Entonces uno ve cosas, ve lenguajes, ve actitudes, posicionamientos. Para nosotros el centro universitario es un construcción sagrada. Es el cruce de profesores, es el cruce de estudiantes, es la biblioteca.
-Entre el adentro y el afuera, el espacio físico que representa el centro universitario, ¿qué significa para los estudiantes?
-Verás cómo lo defienden ellos y te darás cuenta lo que significa. Lo limpian, lo pintan, lo protegen, nos protegen. Es un espacio de libertad. Siempre les digo que no importa por qué vienen. Supongo que debe haber múltiples motivos, desde querer hacer un carrera, salir de los pabellones, querer ver chicas, ver otra gente, porque también van chicas y chicos de los centros de estudiantes. Y también querer escapar de la locura que supone estar todo el día en un pabellón o una celda. El tiempo y el espacio son totalmente diferentes. Las paredes del centro se vuelven porosas en la medida en que viene gente, hablan, que hay profesores y que además esos profesores llevan gente para que dé clases o alguno usa un elemento didáctico como una película. Generás otro lugar, no te digo que borrás la cárcel pero sí la hacés porosa. Y en esos poros pasa el conocimiento, la palabra, el poder ver al otro, el poder verte, el saber que hay otro, que hay normas, reglas. Y ahí se va construyendo otro sujeto.
«Esto a los estudiantes los aleja de la locura, los conecta con el mundo, consigo mismo, les da una herramienta para ser mejores personas. Es eso, una herramienta que les permite entender por qué están ahí, qué conjunto de cosas, es decir qué construcciones les permiten mejores o peores despliegues en la vida. Lo que más valoro de todo esto no es otorgar un título, sino otorgar herramientas para ser mejores personas»
-¿Cuántos alumnos se recibieron en las unidades penitenciarias?
-A ver… recibir se recibieron no sé, quizás 300, pero muchos salen, siguen estudiando y terminan afuera. Si bien no tenemos las estadísticas todavía, en tantos años han pasado miles de estudiantes. Y miles, o por lo menos cientos, han terminado y tantos otros que por querer estar en el centro han terminado la primaria y la secundaria. Porque como dicen ellos “la UBA es todo”. Para ellos es como una gran mamá. La relación de ellos con la universidad es muy muy fuerte.
-¿Cuál es el balance que hacés del programa UBA XXII?
-Es una experiencia que a mí me sorprende porque es muy particular, es muy artesanal. Es una obligación en el sentido de que alguien se tiene que hacer cargo. Siento que la UBA ha hecho una cosa que debía hacer y que sigue haciendo. Y yo estoy contenta con eso. Es un lugar que a la sociedad le importa poco y me enorgullece que la Universidad de Buenos Aires, y yo siendo parte de ella junto a un grupo de docentes, tengamos esa mirada y esa preocupación. La preocupación porque ese espacio no caiga, porque crezca y se multiplique. Esto a los estudiantes los aleja de la locura, los conecta con el mundo, consigo mismo, les da una herramienta para ser mejores personas. Es eso, una herramienta que les permite entender por qué están ahí, qué conjunto de cosas, es decir qué construcciones les permiten mejores o peores despliegues en la vida. Lo que más valoro de todo esto no es otorgar un título, sino otorgar herramientas para ser mejores personas.