Texto: Gustavo Grazioli / Fotos: Guido Piotrkowski
No está Diosito, ni Colombia, ni los de la Sub 21. Tampoco es la cárcel de San Onofre y el que sale a abrir la puerta no es Mario Borges. En el barrio de Boedo, el que abre la puerta es Claudio Rissi. En el ascensor una señora lo reconoce: “Felicitaciones por todo lo que está haciendo”, le dice. Si bien su cara puede ser recordada por muchas de las actuaciones televisivas que lo hicieron resaltar (el fletero de Okupas; Galván, el artista plástico a punto de perder el matrimonio, en Los Simuladores; Ibáñez en Poliladron o el Comisario Filpi en El puntero, entre tantos otros), es indudable que hoy su perfil actoral está asociado a su antológico papel de Borges en la serie carcelaria El Marginal, cuya tercera temporada ya está en plena producción.
Rissi pone la pava para los mates, camina de acá para allá dentro de su departamento. Va hasta al baño, se lava la cara y parece listo para la charla. En la mesa que se ubica, además de papeles desordenados y algunas facturas de gas y luz, hay un anillado bastante grueso que dice HBO. “Me tengo que estudiar todo esto para una serie que estoy grabando”, muestra las partes señaladas. Por momentos, su mirada crispante parece no poder dejar de convivir con “Marito” -así lo llama su hermano Diosito (Nicolas Furtado) en El Marginal-, aunque después él aclare que se trata de mirada natural, altamente entrenada. “Que la gente me diga Mario Borges me importa un carajo, no me interesa. Es un personaje poderoso porque ha cobrado dimensiones el producto en general, pero soy algo más que Mario Borges”, afirma.
Hoy Rissi goza de una visibilidad mayor, que bien podría estar asociada a El Marginal, pero sería un error quedarse solo con eso. El actor que se crió en el barrio que hizo posible los primeros versos del tango Sur de Homero Manzi (“San Juan y Boedo antigua, y todo el cielo/ Pompeya y más allá la inundación”), también se hizo cargo de otros personajes de alto vuelo, entre los que se podría destacar a Tatita, en la obra Terrenal de Mauricio Kartun o el Taqueño de Kilómetro limbo: un lumpen travestido, una especie de Robin Hood marginal que ayudaba a los vecinos de la cuadra. La versatilidad actoral de Rissi no tiene límites y eso ha quedado demostrado a lo largo de su extensa carrera, que tuvo que mechar con diversos oficios para subsistir.
-¿En qué momento de tu vida tomaste la decisión de ser actor?
-No fue una decisión. Creo que fue un sueño. A los diez años quise ser actor pero no había ningún tipo de influencias en mi casa ni en mi entorno, salvo un vecino de un tío mío en Ciudadela que era Héctor Fuentes (actor de cine, televisión y teatro, reconocido por participar de varias películas de Enrique Carreras). A mí me gustaba jugar y jugaba todo el tiempo. A pesar de que mis viejos me decían que ya estaba grande y que era ridículo lo que hacía, lo seguía haciendo. Inventaba personajes imaginarios y demás. A los diez años me subí al escenario en el colegio para un acto y no quise bajarme más. Ni mi familia ni mis amigos confiaban en que pudiese llegar a ser alguien siendo actor. Estaba el mito que para ser actor había que ser vaya a saber qué… marciano o venusino. Pero insistí en el tema a pesar de mi viejo y me hice actor clandestino para que no se enterara. Una cosa totalmente ridícula. Es como ser un cóndor con vértigo o un actor invisible.
-¿Por qué crees que tu papá se oponía a esa elección?
-Qué sé yo, pregúntale a él. Para él las actrices eran putas o los actores putos o se iban a morir de hambre. No tuve tanto diálogo con mi viejo como para enterarme por qué se oponía tanto a eso. Se murió sin querer verme, a partir de ahí no hay ninguna posibilidad de nada. Él se lo perdió. Podría haber tenido algo grato de su hijo, haciendo algo para lo que había nacido.
“En general estoy muy conforme con mi vida. Llevé mis sueños adelante, fui amado, amé, vivo de lo que me gusta. Hago el ridículo y me garpan: ¿Qué más quiero?”
-Al principio de tu carrera, leí por ahí, pasaste por algo de eso que pensaba tu padre: hambre, frío y sueño.
-Llegué a dormir en el colectivo 60. Pagaba un boleto y hacía el recorrido ida y vuelta. Desde Congreso hasta el Tigre. O algunas veces dormí en el colectivo del papá de un amigo. También pasé hambre pero era joven, no pasaba nada. Esto no es para hacer alarde.
-¿No lo ves como un acto heroico para alcanzar el sueño de ser lo que uno quiere?
-No, en absoluto. Proeza es la gente que tiene mantener una familia en la circunstancia que estamos viviendo hoy. Lo que hice yo tenía que ver, más que nada, con la voluntad de querer hacer lo que me gusta. Y sí, el precio es alto. No hay dudas. Hoy comés, mañana no. Pero no es un acto heroico. Además, a pesar mío, mis amigos me han cuidado, mis mujeres me han bancado, mi vieja, mi hermana, mi primera mujer, mis amigas. He sido un tipo afortunado que pudo disfrutar del amor de mucha gente que me cuidó.
-En tus trabajos se percibe que pudiste captar ese barro profundo de la vida. Estás como despojado de guiños solemnes y de una formación académica tradicional ¿Qué hay de eso?
-No tengo una profusa formación académica. Estudié un año muy intenso en la escuela de artes dramáticos, hice seminarios. Pero en general me dediqué a hacer mucho teatro y a investigar mucho. Todavía lo hago. Investigo mucho conmigo. Por ahí estoy cocinando y me pongo a hacer un rengo o hablo en un idioma que no sé cuál es. Invento boludeces. Sigo jugando como cuando era un pibe. Un día empecé a entrenar con una perra que tenía. Cuando hacía alguna cagada la mandaba a la cucha y me daba bola, hasta que un día decidí no emitir sonido ni hacer un gesto. Solo la miré con la intensidad que necesitaba para que se vaya sola a la cucha. Logré que se encierre varias horas en la cucha sin decir nada. A partir de ahí me dediqué a entrenar eso y logré que mi mirada se parezca a un puñal. Si ahora con la mirada te mato es porque lo entrené con Matelda (su perra). Eso tiene que ver con la autoformación y estar todo el tiempo observando. Ahora que no estoy viajando tanto en transporte público, por ahí no estoy tan cerca de la gente para seguir observando determinados detalles que tienen que ver con lo comunicacional. Eso a veces me asusta porque tengo miedo de ponerme viejo y quedar actuando con fórmulas.
-¿Te sentiste en piloto automático?
-Sí, claro. Eso tiene que ver con el anquilosamiento y creer que uno ya le tocó los huevos a Dios. Error. Esto es de una evolución constante. Acá no hay posibilidades de dormir. Cuando haces la plancha te vas a repetir innecesariamente. Uno habitualmente recurre a lo que ya conoce cuando entra en pánico y no quiere probar con la página en blanco.
“A los diez años me subí al escenario en el colegio para un acto y no quise bajarme más. Ni mi familia ni mis amigos confiaban en que pudiese llegar a ser alguien siendo actor. Estaba el mito que para ser actor había que ser vaya a saber qué… marciano o venusino. Pero insistí en el tema a pesar de mi viejo y me hice actor clandestino para que no se enterara. Una cosa totalmente ridícula. Es como ser un cóndor con vértigo o un actor invisible”
-Pero entonces ya le tocaste los huevos a Dios…
-No sé si tanto, pero empecé a sentir comodidad y ahí vienen los riesgos de estancamiento. Como si fueras un bailarín de tres pasos. Te aprendiste la coreografía y ya sos Fred Astaire. No, boludo. Fred Astaire se sangraba los pies para hacer lo que hacía, para sentir que volaba. Le quedaban los pies a la miseria porque pasaba horas y horas y horas y días enteros bailando. El tipo hacía eso para que lo vieras como si no le costara nada y le costó un laburo del carajo del cual no tenes por qué enterarte. El trabajo de un artista es así. La vocación es así. Si no es solamente una cuestión cuasi masturbatoria donde uno considera que hace esto para que digan: uy, qué lindo que sos. Y me parece que ese no fue el motor mío.
“Che, este no sabe tomar mate. Señores, el periodista dejó el mate a medio chupar. Es un ordinario. Merece una puteada. Vamos a coro: pe lo tu do. ¿Cómo es posible que tome mate así este muchacho? No te doy más un mate”, se queja Rissi. Sigamos.
-De todas maneras, tus pies parecen bastante sangrados. En las temporadas del Marginal, los diálogos con Gerardo Romano surgen desde una naturalidad envidiable para cualquier actor. No hay nada forzado ahí.
-Tengo un par de tipos que admiro desde hace muchos años. Miguel Solá, Fanego, Luppi, Soriano, Brandoni y Gerardo. Son actores del carajo, tipos que saben mucho. Gerardo me tiró una onda muy buena cuando hice un personaje en televisión que tuvo más de dos días de laburo y él era protagonista. Estaba haciendo Zona de riesgo y me tocó hacer un bolo. Un taxista. Fuimos a grabar al aire libre. Era como un gran monólogo mío, de un taxista que se quiere pelear con un tipo que después descubre que es candidato a diputado. Dije tanta mala palabra, tanta. En un momento le dije: me haces reír el culo. Cuando escuchó eso casi se muere y me pidió que por favor lo diga. Tenía la generosidad de no competir, entonces lo divertido cuando nos encontramos en escena es faltarnos el respeto todo el tiempo y jugamos a ver quién es más hijo de puta de los dos. Eso quizás forma parte de los personajes, pero en el fondo somos nosotros dos cagándonos en el otro con una admiración y un respeto extraordinario. En El Marginal han surgido vínculos extraordinarios. Las cosas que hacemos con Nicolás Furtado son increíbles también. Mis escenas con ellos son como antológicas, tienen otra vida. Aparece una conexión muy fuerte. Están totalmente locos y por suerte los puedo acompañar. Lo que hace Nicolás con Diosito es de un riesgo maravilloso. Me parece encantador que un actor joven tome ese riesgo. Es un pibe que tiene futuro promisorio en todo el planeta. Creo que tranquilamente puede ser un Banderas sin ninguna duda.
-¿Te da temor quedar atrapado en Mario Borges?
-Ni en pedo. Mucho menos a esta altura de mi vida después de 45 años de teatro. Que la gente me diga Mario Borges me importa un carajo, no me interesa. Es un personaje poderoso porque ha cobrado dimensiones el producto en general, pero soy algo más que Mario Borges. Tengo un background encima que lo excede. Aparece Mario Borges porque está todo lo otro. Después de haber hecho Terrenal, Kilómetro limbo, Borges es un personaje temporal. No es Hamlet.
-¿Antes de poder vivir de la actuación que tuviste que hacer mientras tanto?
-Soy tornero mecánico oficial. Trabajé en la Municipalidad. No hace mucho, intentando tomar un taxi por el centro, un taxista me llama por mi nombre verdadero. Vos quién sos le digo. Resulta que era un compañero de aquella época en la Municipalidad. Era fresador y yo tornero. Obvio me tomé el taxi y hablamos del laburo aquel, de nuestros compañeros y él decía: me acuerdo cuando venías con todos esos libros. Este pibe está loco. No sé si estaba loco, era mi deseo. La cuestión es que viví de tornero mecánico, un laburo que no me gustó. Después empecé a hacer teatro y tuve que buscarme otros laburos. Ensobré correspondencia para una empresa, hice encuestas, fui cobrador del cable en San Justo.
-Si tuvieras la oportunidad de modificar algunas cosas de tu vida: ¿dónde te centrarías?
-Me hubiera impuesto más ante mi viejo. Tendría que haber sido más rebelde y no haberle permitido que me generara tantas inseguridades. También hubiese viajado más. Hubiese conocido el mundo más temprano. En general estoy muy conforme con mi vida. Llevé mis sueños adelante, fui amado, amé, vivo de lo que me gusta. Hago el ridículo y me garpan ¿Qué más quiero?