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Arte, Artículos destacados, Política

Publicado por Javier

Daniel Santoro: “El monstruo neoliberal se va a tragar el mundo”

 

Una puerta de chapa verde despintada sobre la calle Luis Saénz Peña, ahí nomás de la Plaza de los Dos Congresos, es el pase mágico al mundo interior de Daniel Santoro, el artista nac & pop por excelencia, el hombre que ha trazado un surco más en la iconografía ligada al peronismo.

 

El caos creativo en la buhardilla Santoro se abre paso entre pinturas, papeles desparramados, libros, colores superpuestos, cuadros a medio terminar, muñequitos de figuras históricas (anda por ahí el viejo Stalin), amplificadores, guitarras y micrófonos. El estudio está iluminado con luz artificial, no hay ventanas, ni un rayito de sol que atraviese el búnker que lo separa del espeso calor de enero que inunda las calles de un barrio de Buenos Aires en el que todavía resuenan los corchazos de un diciembre caliente.

 

Desde esta cueva en la que giran sus universos, Santoro ha sabido interpretar la vida de las masas, del pueblo que acompañó a un movimiento que hoy está, otra vez, acechado por las divisiones, las internas y las dudas sobre su continuidad. Además de pintar y escribir, es un pensador que acumula experiencias para traducirlas con claridad en frases contundentes, y es capaz de relacionar su preocupación por la influencia que tiene la tecnología en esta vida posmoderna con la preminencia de un gobierno que, asegura, nos llevará al “abismo”.

 

“Estoy aferrado a este telefonito”, dice y saca de su bolsillo un pequeño aparato negro con bordes rojos, en el que sobrevive un teclado a la (ya) vieja usanza. “Me gustan las teclitas, se meten para adentro, hay una libido del aparato todavía”, explica.

 

-¿Qué pensamiento te disparan esas teclas?

-Estoy haciendo un trabajo sobre ese tema, sobre la placa digital: no hay acceso al interior. Se perdió la interioridad. La placa tiene una existencia superficial y autónoma, no se sabe lo que hay adentro, tenés que violarla para saber. El dispositivo es así: sin acceso a la interioridad. Lo último que quedaba era esto (señala su telefonito), que tiene un espacio y en el que un objeto penetra a otro. Entonces hay un espacio que es fantasmal, ese milímetro quiere decir que hay algo vacío todavía. Ahí incluso podría haber vida, qué se yo, microbios. Todavía hay un adentro posible. Ese acceso se pierde con la pantalla táctil.

 

-¿Qué analogía hacés con eso?

-Que quedás afuera, el emplazamiento tecnológico es total. Una vez que tenés la placa, sólo podés acariciarla por afuera. La placa tiene su propia lógica y te determina plenamente. Antes, aunque fuera simbólica, tenías influencia. Ahora perdiste todo acceso. Lo único que te queda por hacer es entrenarte, hacer un curso, algo para poder llegar y dar la talla para poder tener el aparato. Antes, cuando había aparatos como la baquelita o los teléfonos grandes, vos tenías mucho espacio adentro. En el teléfono de mi casa, que estaba en la cocina, había cucarachas adentro. Había un espacio, ahí donde se crea la mecánica popular. Todos los aparatos eran cajas con ingenios, la radio, todo. Vos podías cambiarles la lógica, agregarle y sacarle piezas. Podías hacer un Frankenstein. Hoy en día ya no se puede hacer eso: el aparato tiene una sola lógica.

 

-Y te subís o no te subís.

-Estás para deslizarte. Si no, estás afuera. No existe más la mecánica popular. La técnica se puso al mando, el hombre no puede manipularla. Ahora es una placa para todo, que se revela como un fantasma, el fantasma de la tecnología.

 

-¿Por qué lo caracterizás como un fantasma?

-Es Black Mirror, es una cosa para asustar. ¿Qué es lo que va a pasar con toda esta información? Estamos totalmente en el horno. Va a haber aparatos que van a pensar por vos, que van a ser más inteligentes que vos, que te van a decir lo que tenés que hacer. Todos esos fantasmas son reales. O hay un límite, esa es la lucha política.

 

-¿Hay un límite?

-Yo creo que sí. El tema es la pulsión de muerte, siempre. Hay una pulsión por llevar las cosas a un límite, que siempre es un precipicio. Entonces ahí, cuando ven ese precipicio, la gente se asusta y dice: “Bueno, hasta acá llegamos, qué estamos haciendo”. Es como cuando sucedió lo de las bombas nucleares, se mataron 500 mil tipos y se dijo, bueno, fue mucho, y se retrocedió un poco. Hay que llegar a un límite para saberlo.

 

-A priori, ¿te imaginás cuál puede ser ese límite?

-Siempre es una catástrofe. Siempre la realidad está mediada por fantasmas, si viésemos la realidad real, estaríamos en problemas graves. Constantemente estaríamos diciendo “me voy a morir, me voy a morir” porque lo único real es el miedo a la muerte. Quiero coger y me voy a morir, quiero coger y me voy a morir, jaja. Es lo básico, lo real. Entonces ponemos fantasmas, biombos, inventamos cosas, aquél es el malo, aquél el bueno: te hacés una novela para poder vivir, para no perecer en lo real.

 

-¿Ese es el famoso relato?

-Exacto. Lo real de la tecnología es que ellos están al mando, que la codicia humana es la que manda. Y eso es lo que no se quiere ver. Y la codicia es una pulsión de muerte, ¿dónde termina el codicioso? ¿Dónde termina su locura? Donde no haya más nada que codiciar, la muerte. Estamos en manos de eso.

 

-¿Y es inagotable esa fuente de codicia?

-Sí, porque el motor es el deseo. Y el deseo es el deseo de otro deseo. No es un “deseo esto y ya está”. Lo peor que le puede pasar a alguien es no tener deseos. Hay que garantizar entonces los deseos. Y ese es el enganche del capitalismo, que te promete siempre otro deseo más. Lo nuevo y lo inalcanzable. Un nuevo Porsche o Mercedes Benz. Imaginate que digan: “Este es el nuevo Porsche y es el único que vamos a hacer de acá en adelante”. Listo, se terminó Porsche. Nadie va a querer eso que no te promete otro deseo. Ese es el problema, porque detrás de eso está la codicia. El tema es que antes estaba más velada y hoy es muy brutal. Cada vez los millonarios son más millonarios, tienen más cosas, hay un mundo para millonarios. Antes no había dos mundos separados: había millonarios en el mundo.

 

-Y que eran los malos.

-¡Claro! Ahora han creado una cosa heroica del ser millonario y son los salvadores del mundo. Generan ONG con las que te enseñan a vivir, hay una pedagogía de los millonarios. Es el gobierno este, básicamente. Es un gobierno de millonarios que te quieren enseñar cómo vivir como ellos. Es gente codiciosa que te explica que sos un infeliz porque no tenés el entrenamiento necesario ni sos lo suficientemente emprendedor para dar la talla como dieron ellos. Es una cosa loca, pero funciona. La gente los vota y todos piensan que pueden ser como ellos.


“La realidad está mediada por fantasmas, si viésemos la realidad real, estaríamos en problemas graves. Constantemente estaríamos diciendo “me voy a morir, me voy a morir” porque lo único real es el miedo a la muerte”


-Hay una suerte de contradicción en el planteo híper racionalista del neoliberalismo, que mide la realidad a través del costo-beneficio, y la pulsión irracional del deseo que mantiene vivo al sistema capitalista. ¿Cómo conviven esas tensiones?

-Estoy haciendo el manual del niño neoliberal y una de las cosas que surgieron fue la aparición de los CEO. Es muy interesante. Es el plus de esta etapa del capitalismo, como prender el turbo. El CEO es el tipo que está a cargo, es la figura mediadora. Toda institución que se establece, por ejemplo la religión, necesita una figura mediadora: separar la idea de Dios, el dueño, el mandamás, del pueblo, del común. Esa función la puede cumplir sólo el CEO, la Virgen María, Cristo, los santos. Todo para no tener un contacto con Dios, que sería de alguna manera tener contacto con lo real. Dios define la vida y la muerte, viste, es un tipo terrible.

 

-Mejor no encontrárselo nunca.

-Jaja, claro, imagínate… entonces tenés a estos mediadores, que funcionan como una cortina. Vos fíjate que no se habla más de los dueños, volviendo a las empresas. Se habla del CEO. Antes estaba el dueño y los obreros, que lo agarraban a la salida, lo podían cagar a piñas. Hoy está el CEO, que no se sabe bien qué es, qué hace, pero está a cargo. El dueño, quizá, ya ni siquiera es una figura humana, es un flujo financiero. A la mañana eran unos jubilados suizos y a la tarde lo compra un club de golf norteamericano. El CEO tiene que garantizar que la cosa funcione y que la codicia esté a full. La razón de ser del CEO es que busca el máximo beneficio siempre, no puede aflojar. Por eso están tan ligados a los aditivos químicos, a los cursos de autoayuda, todo para aguantar la presión. ¿Cómo sabe el CEO lo que quiere el dueño? Lo único que le han dicho fue: “Estás a cargo, lo único que quiero es ganar lo máximo que pueda, tengo confianza en vos”. El resto le chupa un huevo. El pobre CEO tiene que estar a full, el dueño por ahí no era tan codicioso y cuando se la manda, le dice: “Che, loco, no era necesario matar tanta gente. Arrasaste con aldeas aborígenes, alcanzaba con la mitad. Sos un hijo de puta, se te fue la mano”. Eso le diría el dueño para justificar su vida, el hijo de puta es el CEO. Stalin hacía eso: los comisarios del partido mataban a todos, pero aparecía en el juicio y perdonaba gente. Stalin quedaba como el bueno. Los CEO tienen que matar y matar porque pueden perder su trabajo.

 

-A este Gobierno se lo ha caracterizado como el Gobierno de los CEO, ¿estás de acuerdo?

-Sin duda. Siguen la misma lógica: el máximo beneficio siempre. Lo ponés a Aranguren y en seguida te aumentan las naftas. A él lo están mirando, Aranguren es un CEO al que están mirando todas las petroleras. Actúa para los dueños, no para el pobre pelotudo que compra nafta…

-No hay contradicción.

-En ese aspecto, no.

 

-No es Cristina, por ejemplo, vetando la ley de Glaciares.

-Claro. Estos van a hacer lo posible para habilitar grandes negocios, van a bajar los impuestos. A la gente le van a dar cursos de autoayuda. Ellos piensan que el mundo está lleno de emprendedores y los que no lo son, están afuera. Vamos hacia eso, el neoliberalismo hace una criba en la que miles de tipos van para abajo y chau. Caíste y cagaste, el mundo no es para vos. Esa es la catástrofe del mundo. El Papa está peleando contra eso y el peronismo es una repuesta mundial. Lo creo realmente, es la única respuesta. Eso de poner al capital al servicio del hombre es invertir esta fórmula: primero está el hombre. Hay que garantizar el bienestar, el laburo, y después el capital crecerá. Por supuesto, crecerá muchísimo menos. No llega a abastecer la codicia de los CEO. El peronismo es el terror de esta gente porque no niega al capitalismo. No hay nada por afuera del capitalismo, se inventan afueras que son punitivos: Venezuela, Corea del Norte. El peronismo es un virus que invierte los términos, no cree en la meritocracia, es prebendario, es cortoplacista, no cree en los grandes planes, que son un invento de estos tipos para esquilmarnos. Los grandes planes se hacen para que fracasen: las crisis periódicas, los tiran abajo. Mientras, te empoman toda la vida. El peronismo es “dame lo que hay que lo reparto ya”, es como meterle un freno de mano al capitalismo, se sienten interpelados, es obsceno, es Moreno, una figura del peronismo oscuro, amenazante, no dejaba entrar unas computadoras… viste.

 

-Es como interrumpir el progreso.

-Claro, es el peor de los pecados, donde el capitalismo se afina más. Por eso la idea de felicidad del peronismo es una idea prebendaria, sin meritocracia, es un derecho básico. ¿Vamos a progresar? Y, vamos a ver muchachos, no hace falta entrenadores, simplemente vivir. Rodolfo Kusch insólitamente cobra vigencia, el mero estar de América, los pueblos indígenas que no progresan, ese estar con la naturaleza, los dioses…

 

-¿Hay una sobrevaloración del beneficio del progreso?

-Es un concepto que va caer cuando aparezca el abismo, hasta dónde se aceleran las cosas. Y los CEO son un gran factor de aceleración. Están impulsando esto y bueno, van a chocar el mundo. El peronismo va a terminar siendo una respuesta, un bálsamo: loco, aflojen un toque, saquen la garompa. El peronismo ofrece eso, una felicidad.

 

-Es un poco la conceptualización que hace el Papa Francisco, cuando habla de la adoración del dios dinero.

-Y por eso lo quieren matar. Es paradójico, pero el Papa se convirtió en una suerte de enemigo de este mundo. Aparece de repente poniendo una traba, un freno, algo que nadie quiere ver porque la aceleración del CEO es geométrica, siempre más. No puede haber menos. Nadie puede decir: “Con este telefonito podemos tirar cuatro años”. ¡Sería la catástrofe! Día por medio sale uno nuevo, en diez años imprimiremos nuestros teléfonos en nuestras casas. Ellos funcionan con la racionalidad, los números. El peronismo se caga en los números: nunca tiene que hacer números porque nunca van a cerrar y nuestra salvación está ahí. Lo que nosotros ofrecemos como bálsamo es que los números no cierran, que las cosas hay que hacerlas de otra manera. Digo peronismo, pero puede tener otro nombre, bajo esta filosofía. Va a andar por ahí.


“No se habla más de los dueños, sino del CEO. Antes estaba el dueño y los obreros, que lo agarraban a la salida, lo podían cagar a piñas. Hoy está el CEO, que no se sabe bien qué es, qué hace, pero está a cargo. El dueño, quizá, ya ni siquiera es una figura humana, es un flujo financiero. A la mañana eran unos jubilados suizos y a la tarde lo compra un club de golf norteamericano. El CEO tiene que garantizar que la cosa funcione y que la codicia esté a full”


-¿En momentos como estos se revaloriza el concepto de resistencia? Por ejemplo, ¿no tener la última tecnología en tu caso?

-Eso es para que no me ubique la SIDE, jaja. Me parece que esos aparatitos te quitan tiempo porque te enganchan y te alejan de ciertas epifanías, caminar y pensar, escuchar música, ir al bar y agarrar el cuaderno. Es una elección, pero no tiene que ver con la política.

 

-Y en términos políticos, sociales y culturales, ¿qué es hoy la resistencia?

-Insisto: es inevitable la catástrofe. El otro día pensaba en Versalles, donde estaban todos los ricos, mientras el pueblo se cagaba de hambre. Si ibas ahí un año antes de la revolución y les decías “dentro de un año ninguno de ustedes va a tener la cabeza sobre los hombros”, se hubieran cagado de risa. Yo creo que van a pasar cosas terribles porque no estamos a salvo, ya han pasado y seguirán pasando. Versalles de hoy existe, es el mundo de ricos, con una corbata de un rico un pobre vive toda la vida. Es una locura que no para, todo el negocio está ahí. Todos trabajan para los ricos, es un epifenómeno. Es un mundo que funciona así, pero yo me pregunto si va a sostenerse una fábrica de cadáveres de ese tamaño, si la cloaca humana la va a dejar pasar o no. ¿Hay una oportunidad de que pase algo?

 

-Incluso puede haber una reacción ligada a la barbarie.

-Pero claro. No van a decir: “Queremos justicia”. Van a decir: “Dame la puerta de tu casa”. Lo mejor sería organizar un poco eso. Yo critiqué la campaña de Cristina porque decía que no podés ir a la rada del puerto de Liverpool, donde está el Titanic recién barnizado, con las chimeneas humeantes, a decirle a la gente que no se suba porque se va a hundir. Te van a cagar a piñas, no bajaste ni a uno. La gente se sube al Titanic porque es precioso. Cuando chocó, todos se querían bajar, pero antes no, estaba bárbaro. Ahora están todos contentos en el Titanic. ¿Va a chocar? Bueno, veremos… seguramente. Pero no se bajó nadie. No podés hacer campaña bajando a la gente del Titanic, es una pelotudez. Y ahí aparece otra vez el deseo, todos quieren ser como ellos, unos chicos bárbaros con onda…. La compraron. Qué vamos a hacer.

-¿Pensás que cambió un poco la estrategia del kirchnerismo en su relación con el peronismo después de la derrota de octubre de 2017?

-Están cagados en las patas, pero todavía está todo muy crudo para ir hacia una unidad real. Hay mucho resentimiento, pases de factura. Pasó poco tiempo después de la derrota, lo que se necesita es una unidad real y la aparición de figuras nuevas porque la presencia de Cristina es paradojal, es la que te salva y te hunde al mismo tiempo. Es una cosa rara. Ella sabe eso y creo que quiere correrse un poco.

 

-¿Se abandonó del todo la idea de crear un partido puro del kirchnerismo?

-Bueno, sí, eso es algo que está bien. Está mucho más dúctil el panorama, más accesible. Ven que no hay salida, que no alcanza.

 

-En esa unidad, ¿hay algún límite? ¿Las casas se construyen con bosta, como decía Perón?

-Hay límites, pero son marginales. Bossio, qué se yo, si está o no, no me importa. Incluso Pichetto, que perdió en su tierra. Pichetto quiere ser juez de la Corte, ese es su partido. La cosa son los intendentes, los gobernadores. Ahí hay quilombo, pero se puede conversar. Estos tipos van a terminar haciendo desastre, por el mismo motor de la codicia. Ya la están viendo, los gremialistas se hacían los boludos y ahora reaccionaron, plantaron todas las alarmas.

 

-Justamente con el sindicalismo se fue construyendo una especie de relato que gira en torno a la asociación del dirigente sindical-peronista-chorro. Más allá de que haya una relación directa entre esta construcción y la pretensión de votar una reforma laboral, hay casos que lastiman en el mismo corazón de las banderas nacionales y populares porque no se puede ser defensor de los trabajadores y al mismo tiempo quedarte con la guita del sindicato. ¿Cuánto daño creés que le hace esto al sector con el que te identificás?

-Más allá de los actores, de lo corruptos que puedan ser, el problema es lo que están defendiendo. Lo que plantea la reforma laboral es agredir a toda una estructura de leyes de trabajo construida durante muchos años, en los que el sindicalismo es un actor más, por más corrupto que sea. Ellos deben actuar en esos parámetros y no les queda otra. En eso, son aliados siempre, por más que muchos sean tipos de mierda. Es la defensa que encarnan, jamás serán enemigos, por más que sean corruptos. Hay que tenerlo muy claro. Y, por otro lado, no son ni más ni menos corruptos que estos que están en el gobierno.

 

-¿Qué narrativa le ves al macrismo, desde el punto de vista estético?

-No veo una épica. Hay una iconografía que se puede construir sobre el mundo en el que ellos quieren vivir, y que para mí es la amenaza del mundo, y entonces ahí surge una cosa que tiene ver con el fin de los tiempos, una iconografía, una escatología gráfica: el diluvio universal, cómo acabaría la vida. Ahí yo incluyo al neoliberalismo, como una amenaza a la vida. Se enlaza con algo cristiano, algo que resuena, la insensatez. A partir de cierta cosa científica terminan siendo el monstruo de la racionalidad. Es como el resultado inesperado de algo que supuestamente estaba todo calculado. El monstruo neoliberal se va tragar el mundo.

 

-¿Y cuál es su relato?

-No tienen la atención ahí, sino en la pedagogía, bien de cursito. Lo dijo Bullrich: o ponés tu esfuerzo en ser un emprendedor o serás un empleado en la incertidumbre. Es muy interesante: el empleado siempre está en la incertidumbre. Es la diferencia entre obrero y empleado. El obrero está en la obra, tiene un saber, es un tipo que sabe. El obrero puede quedarse sin laburo, pero no pierde su condición de obrero. Sabe que tarde o temprano van a apelar a él. Ahora, un empleado no puede estar desempleado porque pierde su condición con el solo hecho de perder su trabajo: o está empleado o es desempleado. ¿Es un mundo para todos ese? Bueno, ahí está la pregunta. Estos tipos quieren hacer negocios, no quieren ser ministros. Son ministros para garantizar negocios. Se les va la mano.