Texto: Pablo Díaz Marenghi / Fotos: Xavier Martín
La mayoría lo conoció en aquella telenovela del Trece (Valientes) en donde tres hermanos (Mariano Martínez, Luciano Castro y él) componían la versión vernácula y proletaria de Pasión de Gavilanes. A partir de allí vendría una seguidilla de tiras exitosas en donde encajaría dentro del estereotipo del nuevo galán televisivo: Malparida, El Puntero, Los Únicos, Tiempos Compulsivos y, una de las más recientes, Los Ricos no piden permiso. Mientras tanto, en aquel mundo paralelo conformado por las redes sociales, muchos de sus seguidores descubrían su mayor pasión: la literatura.
Criado en el conurbano bonaerense, más precisamente en Munro, de familia obrera, se infectó de la pasión lectora a una edad temprana, aunque de un modo más bien tímido. Con la misma curiosidad reprimida intentaba escribir mientras manchaba las hojas con la grasa de los motores que arreglaba en el taller mecánico de su padre. “Había como una voz atrapada en una especie de pileta con nylon que no podía salir”, explica Gonzalo Heredia (1982), quien recientemente debutó como escritor con Construcción de la Mentira (Alto Pogo), su primera novela en la que explora en profundidad todas sus obsesiones. La trama es simple pero no por eso menos profunda: un actor le da rienda suelta a un monólogo desbocado y visceral en donde se asquea de la superficialidad, la banalidad, las apariencias y los estereotipos de la fama. Cualquier similitud con la realidad no es coincidencia. Heredia recurre a procedimientos descriptivos y narrativos propios de la prosa norteamericana (se trasluce su fanatismo por David Foster Wallace) y también se hace presente una dimensión onírica que se encolumna tras los salieris de Juan José Saer, otro de sus referentes.
“El personaje público se recicla” dirá Gonzalo en varios pasajes de esta charla con Almagro en el bar La Giralda, a propósito de las nuevas etiquetas que surgieron con su primer libro: “El actor que lee”. Luego reflexiona acerca de su primera novela, su pasión por la literatura (que ahora despunta en el programa Notas al Pie por FM Cultura, en FM Metro y en la cuenta de Instagram @lagenteandaleyendo) y el mundo de la fama. Toma su popularidad de un modo natural, diferente al Gonzalo Heredia protagonista de su novela, cuyo nombre y apellido aparece tachado. Toda una declaración de principios. Afirma: “Ese punto de vista incómodo es tan sólo una mirada posible. Pero la fama no es todo eso. La fama está buena, en algún punto. Hay cosas muy tentadoras”.
-¿Cómo empezó tu relación con la literatura?
-De chico no tuve mucha relación. Tengo algunos recuerdos de mi madre leyéndome cuentos durante mi infancia. En casa no había biblioteca y mis padres no estaban relacionados con la literatura. Empecé a leer porque había un libro por ahí tirado y empecé a encontrarme con ese lugar. Después, con el tiempo, me di cuenta que empecé a descubrir lo que es la adicción a la lectura sin saberlo. Me refiero a abrir el libro, cerrarlo, dejarlo y que los personajes sigan viviendo dentro de tu cabeza. Mi relación con los libros empezó medio torpe y por necesidad de abstraerme de la realidad que me rodeaba. Siempre tuve una relación tibia, en algún punto, porque siempre tuve ganas de meterme o tuve ganas de que me suceda eso, que siempre busqué. Había algo como intuitivo que estaba latente pero que todavía no se había hecho carne. O sea, estaba transitando en un lugar como bastante oscuro, perdido, y el hecho de que ahora escriba, o trabaje en un programa radial sobre libros, es una cuestión de decantación.
“Empecé a descubrir lo que es la adicción a la lectura sin saberlo. Me refiero a abrir el libro, cerrarlo, dejarlo y que los personajes sigan viviendo dentro de tu cabeza”
-Todo empezó con la cuenta de Instagram La gente anda leyendo o lo de compartir tus lecturas en Twitter.
-Al principio no supe para qué eran las redes sociales. Me imaginé que si alguien te sigue o quiere husmear un poco de tu vida, si yo me pongo en el lugar de esa persona, a mí me gustaría saber qué cosas lo atraviesan, qué cosas lo conmueven, cómo construye su arte. Entonces empecé a compartir cosas que me construían como lector. Yo como lector me sigo construyendo y voy a seguir haciéndolo siempre. Nunca voy a leer todo lo que me gustaría leer en mi vida. Entonces, a partir de ese lugar, empecé a ofrecer o compartir lecturas que tenía en ese momento. También hay algo de personaje público que se recicla. O sea, hay algo del actor, del rol que uno ocupa (me hice conocido haciendo novelas) entonces no sé por qué se genera una controversia entre el héroe de las novelas y la literatura. ¿Por qué? En primer lugar, porque la literatura tiene el mote de lo académico, lo snob, el prestigio, algo para elegidos. En segundo lugar, porque la televisión está asociada a lo simple, lo rápido y al entretenimiento.
-Son mundos que a veces se plantean como opuestos, ¿no? El entretenimiento, casi banal, de las novelas, con mucho prejuicio y la literatura vista desde un lugar más elevado, como una élite.
-Si, entonces hay algo del personaje público que se recicla. Porque la novedad es que ese personaje lee. Y lee en serio. Entonces, ahora aparecen titulares en medios como “el actor que lee”, “el actor influencer” y el personaje se recicla. Eso está bueno. Hay algo novedoso, porque el medio necesita devorar cosas nuevas y alimentarse constantemente, en esta constante vorágine en la que vivimos. Cuando el personaje público se recicla es algo fresco, entonces la rueda vuelve a empezar. Antes, era el actor que trabajaba en un taller mecánico con su papá y de la nada pasó a protagonizar una tira, toda esa cosa alrededor de haber llegado a algún lado, no sé cuál. La masividad, quizás. Ahora es como que pega toda la vuelta porque eso ya se agotó hace tiempo. Hay algo de eso que es ajeno a mí.
-Creo que se te relaciona con los influencers, tal vez, por la repercusión, tu masividad, los likes que generás. Pero el influencer tiene todo una forma de comunicar que me parece no es la tuya, vos mostrás una relación más bien natural, si se quiere, con la literatura, como puede tenerla cualquier lector.
-Claro. Por ejemplo, hace un par de semanas leí El Matadero, de (Esteban) Echeverría. Me voló la cabeza. No lo había leído a Echeverría y me parece un personaje increíble. Ahora tengo la novela de (Martín) Caparrós (Echeverría, Anagrama), leí las primeras escenas y es muy genial el personaje, todo muy poético. Y Echeverría es el primer narrador y El Matadero es, más bien, una crónica; la crónica del primer saqueo que, lamentablemente después, siguió sucediendo y va a seguir sucediendo siempre. A mí no me avergüenza decir en la radio “la verdad, no leí a este, no leí a este otro”. Comparto mi experiencia. Si a otro lo engancha, buenísimo, y si no también está todo bien.
-¿Cómo te decidiste a publicar tu novela, Construcción de la mentira, en Alto Pogo, una editorial que pertenece a la cooperativa de editoriales independientes La Coop?
-Lo que hace La Coop me parece maravilloso. Hay una desconexión entre lo popular y las editoriales independientes. Hay muy buenas narradoras y narradores en las editoriales independientes que no tienen tanta visibilidad, no hay una lupa puesta en ellos o el foco está medio corrido. Si puedo llegar a darle luz a eso, yo encantado. Además, soy muy partidario de lo llano, de empezar y construir de verdad desde un cimiento sólido. Hubiera sido raro que mi primera novela aparezca en Random House y hasta casi una falta de respeto a la literatura, en algún punto. Si esta novela se reedita en Anagrama, genial. Pero no puedo empezar en ese lugar porque me parece un vuelo demasiado alto. Ya me daba vergüenza que aparezca en Librería Hernández exhibida cerca de las novelas de (César) Aira.
-Respecto a la novela, ¿tenías un plan de obra claro antes de escribirla? Uno puede intuir que hay bastantes componentes autobiográficos en este actor que narra sus dramas cotidianos. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
-Aprendí que aprehender la realidad es muy difícil, porque depende de muchos puntos de vista. Creo que en las biografías, los diarios y las memorias siempre hay ficciones, porque se tratan de un punto de vista particular. Punto. Entonces, a partir de ese lugar, aprendí que eso es totalmente volátil. Después, tiene que ver con que me apasiona el género meta-literario. Me apasiona cuando los bordes no están claros y están medios difuminados. Que, justamente, un actor juegue con los límites de verdad/mentira, ficción/realidad, me parece apasionante. Eso sucede todo el tiempo. Por ejemplo, en las entrevistas. La voz de un actor, o de un personaje público sobre todo, se construye desde muchos lugares. Es algo que siempre pasa, pasó y va a pasar. Cuando un personaje público aparece, siempre se lo pone en el centro de la escena y se lo empieza a construir alrededor. ¿Con qué? Si es un actor en particular con la telenovela que puede estar en el aire. Ahí aparece esta cuestión de la realidad y la ficción. ¿Cuánto tiene de él el personaje y cuánto no? Eso es lo primero que te preguntan, siempre. ¿Hay mucho de vos? ¿Está muy alejado de vos? Bla Bla Bla. Después de eso, empieza a construirse la voz a través de las entrevistas, la supuesta voz verdadera del actor, para conocerlo mejor. Pero esto no es así. Porque la entrevista está filtrada por el periodista, el editor, por la percepción de cada lector que lee esa entrevista y el juicio, sobre todo. Ahí se empieza a construir al personaje público. La voz no la tiene nadie. Ni siquiera el mismo protagonista. Es un juego de espejos permanente dentro de la cabeza de ese personaje público en donde me parecía muy rico que el lector esté adentro. Ni hablar de usar el nombre y el apellido de un personaje público real. Y que escribiera yo, que en cierto punto soy un personaje público, era acercarlo al límite mucho más. Pero dentro de la novela si eso se tacha, entonces hay un juego infinito de espejos, constante, en ese rebote de ficción y realidad. Por eso la primera persona y el uso de diferentes formas de contar: la entrevista, el guión de la telenovela. O cuando el narrador protagonista imagina cómo escribiría todo lo que le pasa. De esa manera jugué con todo lo que quise hacer.
“El medio necesita devorar cosas nuevas y alimentarse constantemente, en esta constante vorágine en la que vivimos. Cuando el personaje público se recicla es algo fresco, entonces la rueda vuelve a empezar”
-También le planteas un juego al lector de cuánto te conoce o cuánto vos lo podés engañar. La mujer del protagonista se llama B (Gonzalo Heredia está casado con la modelo y actriz Brenda Gandini), tiene hijos como vos.
-Es como si ese personaje público fuera un traje de neopreno y yo lo hubiera llenado de vida, ponerle una voz, agregarle mucha interioridad, jugar con elementos reales y tirarlo en un mundo donde yo construyo las leyes de ese universo. A partir de ahí, que empiece a moverse. Después, yo estoy acostumbrado a moverme en los límites de la ficción y la realidad. Por ejemplo, hace poco fui al estreno de una película en la que actué (No llores por mí, Inglaterra) con mi mujer y mi hijo. Y sacaron una nota titulada “La salida familiar de Brenda Gandini y Gonzalo Heredia con su hijo Eloy”.
-Hay una construcción ahí.
-Exactamente. Es esa construcción. ¿Cómo no iba a usar ese traje en la literatura? Es eso. Porque, justamente, es jugar con el imaginario del lector. Tomo eso como elemento y juego con eso.
-De hecho, incluís diferentes lugares comunes de la profesión, como el actor consagrado de las novelas, algo que muy probablemente venga de tu experiencia actoral.
-Me pasó de que algunos lectores le empezaran a poner caras a esos personajes, lo cual me parece maravilloso pero, si lo ves objetivamente, son prototipos de: el actor snob que reniega de la popularidad pero tiene la contradicción de que transa, la actriz diva que trabajó siempre con su belleza y se da cuenta de que la vejez es un hecho y está en constante contradicción con eso. La actriz que recién empieza y que, a medida que transcurre toda la novela, muta y se transforma en alguien como si fuera una especie de capullo que sale. La actriz que no puede dejar de actuar, que siempre hizo eso y plantea ficciones dentro y fuera de escena. Son lugares muy puntuales y todos pueden ser partes del mismo protagonista. No hay nada basado en alguien puntualmente real.
-El protagonista manifiesta cierta incomodidad ante la exposición del mundo de la farándula, el reconocimiento público, la superficialidad. En tu caso particular, Gonzalo Heredia persona, ¿cómo manejaste la fama? ¿tuviste esa misma incomodidad?
-No. Si hay algo que me pasó cuando escribí la novela fue, justamente, saber que todas estas ideas o este planteo del personaje, lo tenía bastante claro casi sin haberme dado cuenta. Creo que hubiese sido muy difícil escribir si algo de eso estaba flojo dentro de mí. Me hubiese enredado las piernas y me hubiese caído. Ese punto de vista incómodo, que aparece en la novela, es tan sólo una mirada posible. Pero la fama no es todo eso. La fama está buena, en algún punto. Hay cosas muy tentadoras. Pero no me servía eso acá. No le servía al personaje. Porque, además, ahí aparece el humor. Hubiese sido imposible construir humor si empezás a contar todo lo bello. Es lo que, también, el colectivo imaginario tiene en la cabeza: que la fama está buenísima. No había nada ahí, era un terreno ya explorado. Tuve que aprender estas reglas del juego que implican perder tu intimidad, dejar de ser anónimo. Hasta que aprendí a encajar valores con una realidad. Más allá de que uno pueda dar un paso al costado, preservar más tu intimidad o no, hay algo que siempre se vuelve a meter. Esto del personaje que se recicla. Nunca hice tantas notas como en este semestre, por ejemplo; el lavarropas te vuelve a meter adentro y otra vez estás girando, porque hay algo de novedoso. Sos tapa de La Nación con libros al costado. Algo que nunca nadie imaginó, porque el personaje se recicló otra vez. Al principio, con la popularidad, Papparazzi y todo eso, fue muy difícil. Pensaba: ¿qué hago con los valores? ¿dónde meto esto de transar o no transar? ¿Cómo lo encajo? ¿Tengo que transar? ¿Hay lugares en los que tengo que ser así, amoldarme a? ¿O no? ¿Tengo que ser yo y que se amolde el resto? Hubo un replantearse esas cosas. Después, pasa por la experiencia. Empecé a trabajar en televisión en el 2001, hace 17 años. Tengo 36. Hay algo de camino recorrido. No es que tenga las cosas claras pero hay algo de experiencia y, también, de tener un poco de cintura y manejar cosas que quiero y cosas que no quiero.
“Hay muy buenas narradoras y narradores en las editoriales independientes que no tienen tanta visibilidad, no hay una lupa puesta en ellos o el foco está medio corrido. Si puedo llegar a darle luz a eso, yo encantado”
-Ese mundo de apariencias y superficialidad, que la novela narra en fiestas hilarantes ¿no te producía cierta incomodidad? ¿Te sentías raro o lo sentías como algo natural ya desde un principio?
-Yo sé jugar ese juego. Puedo divertirme, aprendí a jugar. Sé moverme perfectamente por esos lugares. Pero no todo es así, como se cuenta en la novela. No estoy pensando constantemente desde ese punto de vista porque sería terrible e insalubre. Tampoco lo padezco, para nada. Es hasta donde tengo ganas. Donde no tengo ganas, no voy, no lo hago. Por ejemplo, ahora que estoy haciendo una obra de teatro y estoy estrenando una película, tengo que hacer notas, promocionar ciertas cosas. Sería bastante inmaduro de mi parte si me resisto o me rebelo a ciertas cosas. Puedo jugar perfectamente ese juego. No lo padezco. Creo que nunca lo padecí. Hay algo de juego que se da y ya. No hay más.
-En relación a ciertos estereotipos que aparecían en la novela, ¿te sentiste parte de algún estereotipo? Del galán, por ejemplo. ¿Te molesta que te encasillen?
-Eso me sigue pasando hasta ahora y va a pasar siempre. Se necesita, no sé por qué, poner un rótulo. Está perfecto. Yo hago lo mío. También me preguntaron si no tenía miedo escribiendo una novela. Creo que si hubiese hecho lo que están acostumbrados a verme hacer, también me hubiesen criticado porque siempre hago lo mismo. Siempre tenés un ojo crítico pero prefiero estar del lado de los que hacen y no de los que critican y ven lo que el otro hace. Después, lo demás es inmanejable.
-Hay actores que han mostrado cierta incomodidad o malestar con algunos aspectos del mundo de la farándula, de la industria televisiva. En ese sentido, ¿cómo es tu relación con la industria, respecto a la televisión? ¿sos crítico en algunos aspectos? Hay una mirada, de ciertos actores de considerar al teatro o al cine como ámbitos más “serios” y a la televisión como un mero entretenimiento pasatista, chabacano, frívolo.
-Aprendí que todo es un negocio. Además, no tengo una ambición artística con respecto a la actuación. No voy a buscar que el crítico sepa que soy buen actor o se de cuenta que puedo ser versátil, ganar premios, ser reconocido. Hay un peso que ya no está más, que es mucho más liviano, que fluye. Trabajo porque tengo una familia. Ya no espero consagrarme… en nada (risas). Entonces, ya no mido las cosas artísticamente sino de otra forma: si me va a dar tiempo para leer, para escribir o para estar con mi familia, si eso me es redituable, si me solventa económicamente. Pasa por otro lado. Cuando fui al estreno de mi película, como contaba antes, no fui a ver qué había hecho desde lo actoral. Fui con mi mujer, mi hijo y, sinceramente, fui a ver la cara que ponía él cuando veía las espadas, la época y mi placer pasó por verlo a él disfrutar. No hay premio que me de mayor satisfacción que ese momento.
“Aprehender la realidad es muy difícil, porque depende de muchos puntos de vista. Creo que en las biografías, los diarios y las memorias siempre hay ficciones, porque se tratan de un punto de vista particular”
-Más allá de esto, te alejaste un poco de los primeros personajes que te consagraron en las novelas, pienso en Valientes (2010), con Mariano Martínez y Luciano Castro. O en el caso de esta película, por ejemplo, interpretás un personaje cómico.
-Me aburro mucho de mi mismo. Y muy rápido. Imaginate de lo que me rodea. Me gusta no hacer siempre lo mismo. Mutar. Pasa por ahí. Si tengo que volver a hacer de galán, no tengo ningún problema en hacerlo. Para nada. La película no fue para que vean que soy buen actor y que puedo hacer otras cosas. Ni en pedo. Había nacido mi hija, me pareció un proyecto hermoso trabajar con Néstor (Montalbano), con Diego Capusotto. Cuajaba justo en un tiempo del año pasado. Y listo. Además, cuando estaba en Uruguay tuve tiempo para reescribir la novela. Creo que fue la antepenúltima versión. Filmaba todo el día, me encerraba en el hotel a la noche y reescribía la novela. Marcos (Almada, editor de Altopogo) me mandaba todas las correcciones y yo reescribía. No estoy ahora eligiendo los personajes más oscuros o retorcidos para mostrar que puedo hacer cine culto. Ni en pedo.
-¿La escritura te acompaña hace bastante? Se notan lecturas y una prosa que va al hueso, como la norteamericana.
-Sí. Escribo desde siempre. De hecho, tengo hojas que escribía con birome bic negra en el taller mecánico de mi papá guardadas en un sobre de papel madera manchadas con carburador. Todavía tienen olor a grasa de auto. Hay un relato de esos que lo estoy reescribiendo. Escribía relatos, sobre todo. Malos, muy malos. No te digo que lo que hago ahora es bueno pero eran malos de verdad. Pero había como una voz atrapada en una especie de pileta con nylon que no podía salir. Estaba el placer de transitar por ahí, de construir algo en el papel. Siempre estuvo eso conmigo. Tengo libretas de todos esos años. Siempre fue con intermitencia, porque había una voz que no estaba construida y había que construirla, con lecturas, con tiempo, con experiencia.
-¿Cuánto tiempo te llevó escribir la novela?
-Cuatro años. Lo primero que escribí fue un monólogo, del que no quedó nada. Solamente dos oraciones. Empecé a escribirlo en el taller individual de Virginia Cosin, llevaba algunos relatos y cosas que estaba corrigiendo, reescribiendo y demás. En un momento, después de haber leído a (David) Foster Wallace –puntualmente Entrevistas breves con hombres repulsivos- me dije: “ya sé que quiero contar”. Y es esta pregunta de que un actor cuando está solo frente al espejo puede realmente ser él, la persona real, o sigue actuando inclusive para sus ojos. ¿Cuándo deja de actuar? ¿Siempre lo hace? Entonces, había algo de esto, de quitarse la máscara constante que me parecía sumamente atractivo. Después, me di cuenta que eso es la búsqueda de una voz narrativa. El personaje busca su verdadera identidad y, a la vez, el escritor busca su propia voz. En paralelo con el taller, hice la carrera narrativa en Casa de Letras. Ahí también lo fui desarrollando y adquirí bastante técnica, que no tenía.
“No tengo una ambición artística con respecto a la actuación. No voy a buscar que el crítico sepa que soy buen actor o se de cuenta que puedo ser versátil, ganar premios, ser reconocido. Hay un peso que ya no está más, que es mucho más liviano, que fluye. Trabajo porque tengo una familia”
-Hablabas de Foster Wallace como una lectura fundamental. ¿Qué te aportó esa lectura, y otras, en la búsqueda de tu propia voz literaria? Algo interesante en tu novela es el trabajo del narrador en primera persona. ¿Cómo fuiste forjando eso?
-A mí Foster Wallace me parece un gran escritor pero, sobre todo, me parece muy descarnado. Pone el ojo en los lugares en donde hay polvo, hay suciedad. Sobretodo en las crónicas, El tenis como experiencia religiosa, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Son lugares donde supuestamente uno tiene que pasarla de una forma y no le sucede eso porque se detiene mirando otras cosas, como el armado y no el resultado. En este mundo, a mí me parecía muy atractivo ese punto de vista. Después, porque el lugar común, el que todos conocen, es el brillo y no los trastos. Entonces, es contar eso. También, leí mucho a (Luigi) Pirandello porque muestra la costura. Hay algo de la novela en estas capas de hojas de calcar que tenía una arriba de la otra. Al principio dudé usar mi nombre y mi apellido tachado o no. Pero pensé que si bautizaba al personaje como Juan Pérez era contraproducente y mucho más cobarde; era escapar de un lugar que era obvio que se iba a leer de otra forma. Todo lo que el personaje cuenta, cómo narra, cómo observa, es muy descarnado, está todo muy en carne viva. Era poner todo sobre la mesa. Es este juego constante de “me saco la máscara para, en realidad, no sacármela nunca”. Es construir una supuesta verdad en donde en un momento el personaje dice “Es maravilloso decirle a todo el mundo lo que quiere escuchar, todo el mundo sabe que le miento pero no les importa”. Es como decir “vos crees que te estoy diciendo la verdad, pero no te estoy diciendo la verdad”. Foster Wallace hace eso en “Acertijo Pop N° 9”, cuando él cuenta lo que supuestamente está pensando el lector cuando está leyendo lo que él escribió para que él piense eso. Es manipular al lector, sin que se de cuenta, obviamente. Algo bastante difícil de lograr que yo intenté. Después tuvo que ver la mirada de Virginia (Cosin) respecto a las diferentes maneras de contar, este patchwork entre capítulos de la telenovela, la entrevista y demás. Después Marcos Almada me dio la interioridad. La novela tenía diálogos, dialogaban los personajes, y me dijo: “No tiene que haber diálogos, todo tiene que ocurrir dentro de la cabeza del personaje”. De hecho, al personaje no le importan los verdaderos nombres de la gente con la que se cruza sino que él les da nombres según si tienen “cara de”. Eso le da ese lugar de soberbia asquerosa, casi como un dios elevado, dentro de esos personajes que supuestamente pululan debajo de él. O eso es lo que él cree. Todo eso se fue construyendo de a poco.
-Venís de una familia laburante, del conurbano bonaerense, sin biblioteca en casa; trabajaste en el taller mecánico de tu papá. ¿Creés que todo ese contexto influenció en tu manera de tomarte tu popularidad, tu inserción en los medios y en la literatura, mundos que suelen verse como entidades ligadas a ciertas élites?
-Creo que las personas tienen cosas para contar, como forma de expresión. Podés encontrarla o no, pero todo el mundo tiene cosas para contar y una perspectiva. A mí, por lo menos, me conmueve más la persona que no fue por el camino más común o más obvio, con respecto a la literatura. Los escritores que a mí me gustan son los que empezaron a escribir de grandes, o los que vinieron de otro lugar. Hay algo de la academia que no me evoca o no me conmueve. Creo que hay algo de lo cotidiano, de la calle, que es el elemento con el que se trabaja; es el barro que se necesita moldear para después contar. Después la forma varía.
-¿Hoy en día, te sentís más escritor o más actor?
-No me siento nada. Y eso no sé si es algo bueno o algo malo. Creo que nunca me voy a sentir nada, y es un poco desesperante. Creo que lo que me satisface es la constante búsqueda. Ese lugar que es constante y activo. No sé cómo seguirá. Si, estoy escribiendo. No sé si son cuentos o es una novela nueva, pero estoy escribiendo y leyendo mucho para volver a escribir y no sé, trabajar voy a seguir trabajando. Como actor espero que me sigan convocando, pero no me planteo nada. No tengo ese lugar de “ahora voy a hacer X cosa”. Me chupa un huevo todo.