Texto: Gustavo Grazioli / Fotos: Mariano Campetella
Hay que llegar temprano, a las entrevistas hay que llegar temprano, repito como un mantra mientras camino por Montes de Oca hasta el Bar El Progreso y veo que estoy a un minuto de la hora pactada. Acá estoy, sí, y a la hora deseada, en un bar notable con olor a porteñitud. Recortes de diarios en la pared, afiches de películas, un rincón que luce una biblioteca, poca luz, un ventilador girando como apesadumbrado y una vitrina espejada, que se está hundiendo en el medio, donde están acomodadas todas las botellas. Podría ser el set de una película de Adrián Caetano, pero no. Nada de lo que hay es decorado de una escena, todo responde a la pura idiosincrasia de un lugar que no se dejó vencer por el diseño palermitano que hoy en día todo lo gobierna.
Este bar que está en el corazón de Barracas es la segunda casa de Diego Capusotto. Son las doce del mediodía de un día de semana frío, por la puerta de madera grande (literalmente) entra el capocómico más reconocido del país. Estatura media, pelo largo con el encanecido clásico, un aro argolla en la oreja izquierda y algunos anillos distribuidos en ambas manos. Tranquilamente podríamos estar en presencia de un músico de rock de los setenta (la versión joven de Thijs van Leer, tecladista y flautista de la legendaria banda holandesa Focus) o de un jugador de fútbol de los ochenta. Y no sería tan errado. La música y el fútbol siempre estuvieron en el radar de Capusotto. Tocó la batería en una banda y como jugador se probó en Boca, Racing y All Boys. Hace muchos años trabajó de delivery de corpiños pero sin moto ni bicicleta y trabajó con su padre haciendo fotoduplicación, hasta que la historia, ya conocida, consagró su nombre en la actuación.
Capusotto empezó a vivir de la televisión con Cha Cha Cha y de ahí no paró más. Vino la dupla con Fabio Alberti en Todo x 2 pesos y siguió escribiendo la historia del humor, junto a Pedro Saborido, en Peter Capusotto y sus videos. Con quien, a lo largo de diez temporadas, crearon personajes antológicos que hoy son estampas de remeras y citas obligadas para hacer alusión a algo que tenga que ver con la política y el rock. Juan Domingo Perdón es el ejemplo más claro. Después le siguen Violencia Rivas, Juan Carlos Pelotudo, Pomelo, Micky Vainilla, Latino Solanas, Quebracho Castaña, Bombita Rodríguez y tantísimos más, que hicieron reír durante diez años. Hizo cine (Soy tu aventura, Pájaros Volando, Kryptonita o 27: El club de los malditos son algunos títulos de los que participó) y nobleza obliga la labor, hizo teatro: Una noche en Carlos Paz y ¡Qué noche, Bariloche!, como desprendimientos de Todo x dos pesos. Recientemente participó de una adaptación de Tadeys -texto de Osvaldo Lamborghini- que se hizo en el teatro Cervantes. “Vuelve entre marzo y abril del año que viene en el mismo lugar”, adelanta, mientras se saca las lagañas para hablar con Almagro.
-Sos un hombre al que queda claro que rock no le falta. Hiciste de ese lenguaje una manera de trabajar, ¿se podría decir que te marcó artísticamente también?
-No sé si artísticamente. Fui más escucha de rock. A través de mi hermano pude ir más allá de Los Beatles y Rolling Stones. Había muchas bandas que llegaban en esa época que te impactaban con el sonido y el arte de tapa. En la época de la dictadura encontrarse con alguien que escuchara rock era encontrarse con un par. Era una especie de refugio. Pertenecer a esa tribu del rock y a quienes ejecutaban esa música, lo sentíamos como un lugar acertado para estar. No había desprecio a quienes no lo hicieran pero sí nos colocaba en un lugar de pertenencia y cierto lugar más vinculado a la rebeldía. Con una mirada más combativa a los poderes. De todas maneras, más allá de mirar a los costados y ver que éramos cinco o seis los que hacíamos eso, la cuestión también estaba en disfrutar lo que uno estaba escuchando. Podías imaginar de otra manera. Si bien hoy ya no pertenezco a la tribu del rock, aunque ya ni sé si hay una tribu, es una música que me sigue acompañando. Ya no espero pares ni tengo expectativa de pertenencia como antes, me gusta el rock y me gustan otros géneros. Sigo estando atento a lo que sale.
-El rock en esa época funcionaba como un lugar de trinchera. Si tuvieras que ubicar una trinchera hoy -queda claro que el rock ya dejó de serlo-, ¿dónde lo harías?
-Pueden ser cuestiones más sociales o lugares donde el rock directamente no intervenía. Hoy muchos jóvenes intervienen en la política. En la dictadura los que estaban en política activa no estaban en el rock. Podían tener pares que escucharan rock o que estuviesen en las drogas, pero no estaban involucrados políticamente. Realmente no sé si hay algún lugar de trinchera hoy. Me parece, como dije recién, que son movimientos que tienen que ver con lo social. El feminismo es un ejemplo.
-¿El enemigo está menos identificable?
-Lo que pasa que hoy muchos que en los ’80 tomaban merca, fumaban porro y leían Cerdos & Peces laburan para estos. El enemigo está identificable, el tema es que hoy el enemigo es más sabio. Ha tomado otras formas si se quiere. Este es un gobierno que puede poner en discusión el tema el aborto y tomar políticas económicas de desmadre donde todos quedan afuera y los que ganan son unos pocos. Con una retórica que, mientras más genere estados confusionales, mejor. Trabajan mucho en la revictimización. «Nosotros estamos tratando de hacer todo lo posible para que algo que está desmadradado…» y hacen referencia al pasado cuando el pasado son ellos. Esto es un pasado disfrazado de otra cosa.
-Y cuando tenes que pensar tu intervención con el humor en un contexto así, ¿cómo lo trabajás?
-El programa de humor es una convención, ahora cuando vos ves el humor hecho por gente que no hace humor te vas a reír más porque no está ese pacto de ponerse a ver un programa de humor y ver con qué me van a salir. Esto va mucho más allá. No les importa quedar en ridículo. Y hay otra cosa nefasta que tienen que es tratar de hablar con el lenguaje del ciudadano común. Hay un sector que se alarma por las animaladas que dice (Mauricio) Macri o que puede decir (Gabriela) Michetti, pero hay otro sector que no, que siente que les hablan a ellos y que está bien.
«Cuando pasé por primera vez al escenario, hice una improvisación con otra persona más y la gente se rió. Naturalmente me salía la comedia. En la barra de la esquina era el encargado de hacer reír»
-En un contexto así a Peter Capusotto no le quedó otra que mutar y extenderse más allá de la parodia del rock…
-Totalmente. La idea siempre fue hacer un programa para presentar videos de bandas. Ahí aparece el personaje alter ego de Diego Capusotto: Peter Capusotto. Un personaje ficción que se presentaba ahí y que a su vez daba pie a otros personajes ligados a la cultura rock. Y ahí empezamos a ver algunos elementos de rock, algunos mitos que nos tomábamos un poco broma. Jugamos con eso de cómo sería si esto fuera de otra manera. Pensar en términos inverosímiles de a dónde dispararía la realidad si fuera para otro lugar. Recreamos personajes que hemos visto por ahí. Después nos fuimos apartando un poco de ser tan directos con la cultura rock y empezamos a pensar más en términos musicales. Por ejemplo: un músico que no cantara rock y cantara canciones del altiplano o más ligado a lo folclórico. Después apareció lo del inglés de mierda (se refiere al personaje Roberto Quenedi) o canciones que tengan con ver la marihuana, hasta que empezamos a meter cosas que tenían que ver con la política. Es a lo que finalmente llegás. Se acota y ya decís: después de diez años no hagamos humor sobre el rock, hagamos sobre otra cosa: sobre un ciudadano de a pie, sobre como un ciudadano es tomado por la voz oficial, sobre la religión, sobre lo que sea. Acompañando los momentos sociales del contexto.
-En tiempos tan veloces ¿seguís creyendo en el formato televisivo?
-Tengo la sensación de que cuando terminamos el programa en el 2016 no había tantos sitios de humor. O tan identificables con el humor. O que se refieran a las realidades de distinta maneras. Creo que nuestro programa ya tiene su techo. Podemos seguir haciendo cosas en otros formatos, en otros términos. Más cortitos pero no en temporadas de una hora. En tres años aparecieron 380 sitios de humor. Algunos todavía preguntan por qué no hay más humor en la televisión. Porque está en la redes, boludo. No está más en la televisión. Ya nadie quiere hacer eso. Está lleno humor en las redes. De repente estás hablando con alguien y te dicen mirá lo que me mandaron de (Miguel Ángel) Pichetto. Eso circula más que un programa de televisión y circula más porque está fragmentado, es más de impacto que de desarrollo conceptual.
-De todas maneras se podría decir que cuando nació Peter Capusotto, fieles a un estilo junto con Pedro Saborido, ya era un formato antitelevisivo.
-Sí, sobre todo eso se veía en los videos. Parar algo de un tipo que está haciendo un personaje y de repente te aparece un video de Captain Beefheart o Frank Zappa y videos que, además también, no son muy digeribles. Eso le daba el efecto anti televisivo, porque el espectador podía, mientras estaba ese video, hacer zapping y ver otra cosa. El programa nació como una experimentación, como si uno se juntara con cuatro o cinco amigos en una terraza a experimentar sonidos. Entonces lo que pasó después es que esa banda que empezó tocando en un garaje, sacó un disco, después sacó otro, otro y otro, pero siempre tuvimos cuidado de que el disco fuera bueno. Y ahora hace tres años que no sacamos un disco y volvemos: ¿Cómo? con algo de ese sonido que la gente ya conoce.
«Este es un gobierno que puede poner en discusión el tema el aborto y tomar políticas económicas de desmadre donde todos quedan afuera y los que ganan son unos pocos. Con una retórica que, mientras más genere estados confusionales, mejor»
-En otras notas has contado que laburaste con tu viejo hasta pasado los veintitantos y que estabas bien así, ¿cómo llegás al humor?
-Al humor llego desde chico porque siempre me gustó hacer reír. En cambio a la actuación llego por cosas que quería hacer y que precisamente no eran laburar con mi viejo. Quería hacer algo que me diera cierta satisfacción y trascendencia, más allá del medio de laburo que tenía con mi viejo (hacía fotoduplicación). Algo que me pusiera en un lugar más interesante y que no necesariamente tenga que ver con la guita. En mi caso no fue el fútbol, no fue la música, por descarte fue la actuación. Y por mejor descarte, porque si no fuera por el fútbol o la música, no encontraba otra cosa al igual que la actuación que me fuera convocante.
-Si bien el humor ya te salía naturalmente, ¿cuándo descubriste que podías actuar?
-En el proceso de subirte al escenario con compañeros que no conocés y hacer algo donde digas: sí, puedo ser actor. Muchas veces vas a estudiar teatro y no sabés si podés ser actor. Cuando pasé por primera vez al escenario, hice una improvisación con otra persona más y la gente se rió. Naturalmente me salía la comedia. En la barra de la esquina era el encargado de hacer reír. En cada barra siempre hay como roles: está el que tiene más fuerza, el que va al frente cuando hay piñas, el que sabe jugar a la pelota, el que hace reír. Yo jugaba a la pelota, hacía reír e iba con discos y les decía escuchen tal o cual cosa. Tenía fútbol y rock. No estudié. Tengo primer año del secundario aprobado nada más. La única carrera que hice, por decirlo de alguna manera, fue a la actuación. Estudié tres años de actuación.
-¿Y la televisión te llegó laburando con tu viejo?
-La televisión sí. Hacía como diez años que laburaba con mi viejo y obviamente prefería eso a estar en una oficina. No tenía horario fijo y con lo que ganaba me alcanzaba, pero con la televisión empecé a ganar otra guita de golpe. El doble de lo que ganaba con mi viejo y encima en un programa como ChaChaCha. Así que a partir de ahí empecé a vivir de la profesión.
-Se sabe que el fútbol te gusta mucho, pero pocos quizás sepan que el fútbol argentino se perdió de Capusotto, ¿por qué crees que lo de ser jugador profesional no se dio?
-Por muchas circunstancias. Primero porque por más que juegues bien a la pelota en el barrio, de ahí a jugar y ser profesional no es tan fácil. Hay muchos que jugaban como Maradona o mejor y no llegaron. Yo me fui a probar a varios clubes y en algunos casos no jugué como tenía que jugar y en otros, quizás la única pelota que toqué hice una jugada bárbara y el entrenador estaba mirando para otro lado (dice y suelta una mirada cómplice).