Texto: Azul Rizzi / Fotos: Francisco Bertotti
La cita con Eduardo Sacheri es en un café de Castelar, su ciudad para los cuentos y para la vida real. El ganador del Premio Alfaguara de Novela (2016) con “La noche de la usina” y de un Oscar con “El secreto de sus ojos” (2009) se considera un crédulo escéptico que no cree en los grandes relatos épicos y se define como escritor y profesor de historia. “En ese orden porque hoy mi familia vive sobretodo de los libros y el cine. Lo explico así porque además soy padre de familia”, aclara.
Para Sacheri, las cosas buenas son las que te pasan mientras perseguís grandes sueños. Y lo dice bajito, no porque fuera un secreto sino porque hacia el final de la nota se va quedando sin voz. Está con dolor de garganta pero no por eso escatima en sus respuestas. Tras el encuentro sucederá lo mismo que pasa con sus personajes: uno solo llega a conocerlos un poquito a partir de sus acciones, pero sabe que serán memorables.
-¿Se planteó la decisión de volcarse a la escritura? ¿Tuvo miedo en algún momento?
-Tuve mucha suerte en que las cosas se fueran dando casi involuntariamente porque eso me quitó mucha presión. A veces, cuando tenés un gran sueño, los fracasos en ese camino implican una frustración muy grande. Yo no lo padecí, no porque no haya habido obstáculos, sino porque no había un gran sueño sino pequeños sueños no tan distantes. Empecé a escribir y pensé: “Uy, mirá si puedo publicar un libro”. Y eso se dio bastante fácil. “Uy, mirá si puedo publicar un segundo libro”. Y también se dio bastante fácil. Y cuando se acercó el mundo del cine, muchos sueños se dieron juntos. No solo una película, sino una película exitosa y masiva. Una película primera con un Oscar. Todo en la misma. Por suerte, eso a mí me quitó presión en el sentido de decir: ¿qué más puedo desear por este lado? Nada. Seguir escribiendo, que me hace bien. Y encima todo eso me trajo tranquilidad económica.
“A veces, cuando tenés un gran sueño, los fracasos en ese camino implican una frustración muy grande. Yo no lo padecí, no porque no haya habido obstáculos, sino porque no había un gran sueño sino pequeños sueños no tan distantes”
-Que también es un plus a la hora de escribir.
-Absolutamente. Con el “Secreto de sus ojos” me compré una linda casa en Castelar. Con el Premio Alfaguara de Novela, compré un departamentito a cada uno de mis hijos. Ya está. Por supuesto que está bueno que mis libros se vendan, pero lo importante ya está. Sé que tendré mi jubilación como docente. Y todo eso te da una libertad creativa enorme porque te quita presión al momento de decir: “¿Qué pasa si no se vende mi último libro?” No pasa nada. Será una frustración porque significaría que dejé de sintonizar con mis lectores. Va ser un duelo, nada más que eso.
-Los finales de sus libros no suelen ser un “final feliz”, sino que buscan ser más realistas en el sentido de que no todo siempre termina bien. ¿Cuál es el pacto con sus lectores a la hora de definir un final?
-Más que pacto con los lectores creo que es un pacto conmigo mismo, que a los lectores les viene bien. Escribir un libro me lleva dos años. Es una experiencia llena de pequeñas frustraciones, obstáculos, dificultades, empantanamientos y algunos pequeños momentos placenteros. Durante ese largo período establecés un vínculo con la historia y un vínculo afectivo con esos personajes. Yo no puedo evitar sentirlos vivos. Y sentir que les tengo que dejar algún tipo de apertura hacia algún lado. Mi concepto de la vida es bastante trágico, entonces no podría permitirme finales felices y redondos. Pero al mismo tiempo, siento que mientras estemos en movimiento hacia algún lado, está bien. Entonces mi concepto de “final feliz” es ese: personajes en movimiento hacia algún lado. Y yo creo que los lectores, a lo mejor no lo tienen tan claro, pero les genera una sensación de “esta gente no está dolida y quieta”.
-En “Del cuento breve y sus alrededores”, Cortázar habla del agotamiento y la liberación con la que se sale al terminar de escribir, casi como un acto exorcista. ¿Cómo vive su proceso de escritura?
-Cuando llegás al momento de dejarte llevar es muy placentero. Pero es como un tobogán, en el sentido de que tenés que llegar arriba. Y vas por la escalera, que es incómoda, finita. Si es una plaza de verdad, te cagan a patadas y a codazos. Y también puede haber vértigo e indecisión. Pero cuando llegaste arriba, sabés que te vas a tirar. Y el tobogán, a partir de ahí, es todo placer. En la escritura de una novela, son unos pocos metros los que hacés ese tobogán. El resto es la escalera. Estás construyendo una trama, vinculando personajes, enfrentando lagunas que no sabés qué hacer. Desalentándote y diciendo: “no quiero escribir este libro”. O momentos en los que decís: “está bien, esta es la historia”. Y empezás y no respiras, te asfixias en algún punto. Y una vez que terminas hay una mezcla de satisfacción, de relax y de tristeza. Tristeza porque esa historia ya terminó.
-Como si fuera terapéutico.
-Mucho.
-¿Cuánto tienen los personajes de autobiográfico?
-Tienen bastante, pero mezclado. Hay escritores que prefieren ponerle mucho de sí a un solo personaje. Yo no me animo. Porque después el libro sale publicado y es como estar en calzoncillos en un cine repleto. Entones prefiero regarles cosas mías a distintos personajes. Cosas contradictorias, que me gustan, cosas que significan datos para mí, que detesto de mí o de la gente que me rodea. Esa es la parte más catártica. No me sale hablar directamente de mí. Prefiero ponerme en segundo plano y que el lector me busque si quiere. Pero solo me va a encontrar la gente que me conoce mucho.
“Mi concepto de la vida es bastante trágico, entonces no podría permitirme finales felices y redondos. Pero al mismo tiempo, siento que mientras estemos en movimiento hacia algún lado, está bien”
-Camuflado.
-Puro pudor.
-En entrevistas previas habló de ver sus historias en imágenes que, como la crisis del 2001, a veces llegan con el tiempo. ¿Cómo es el proceso a partir del cual una imagen actúa como disparador y después se convierte en el tema para una historia?
-Cuando hablo de “ver en imágenes” no significa que algo afuera de mí dispara un libro, sino que mi manera de imaginar los libros no es a partir de la palabra, de juegos del lenguaje o de la psiquis de un personaje, sino de actos concretos de personas. A mí me pasan cosas, como a todos. Tengo preocupaciones, deseos y miedos. Y hay gente que lo vive. Yo he descubierto que me hace bien escribir al respecto. En “La noche de la usina” hay un par de personajes que hablan de los hijos de puta. ¿Hay tantos hijos de puta o no son tantos pero hacen tanto daño que uno piensa que son más? Entonces dicen: “Mirá que, igual, el que es hijo de puta no piensa que es hijo de puta. Hay muy poco hijo de puta que se asume hijo de puta”. Ese es uno de los motores de “La noche de la usina”. Y en la novela no llegan a ninguna conclusión con respecto a los hijos de puta. Yo tampoco, pero me hizo bien preguntármelo.
-En “La noche de la usina”, cuando los personajes toman conciencia de que no les van a devolver la plata que tenían en el banco, el lector se agarra la cabeza a la par de ellos.
-Cuando escribís es importante buscar un lazo emocional. Cuando escribí esta novela, lo hice en un momento personal muy próspero: me sobraba laburo; todo lo contrario al 2001. Pero tenía una imagen recurrente de ese año. Yo era profesor full time, me pagaban casi todo mi sueldo en patacones. Tenía a mi nene de cuatro años y a mi nena de uno. La tenía en una pelopincho y le mojaba la cabeza para que no se insolara y escuchaba en la radio los quilombos del helicóptero, Rodríguez Saá, no paguemos la deuda, la Asamblea Legislativa, Duhalde. Escuchaba todo eso, mientras le tiraba baldecitos de agua en la cabeza y pensaba: ¿cómo carajo voy a criar a esta nena? Esa imagen, no visual sino emocional, fue importante para compartir ese páramo de horizontes con esos personajes.
“Tu única forma de trascendencia será el recuerdo de quienes te quisieron. Y cuando nadie se acuerde de vos, tu trascendencia habrá culminado”
-¿El escritor se nace o se hace?
-Si yo te digo se nace, parecería que estoy estableciendo un grupo de elegidos tocados por una varita. Entonces te digo, no, uno se hace. Pero por otro lado, también es verdad que el arte exige una determinada sensibilidad que no todos tienen ni tienen por qué tener, o no todos expresan ni tienen por qué expresar. Creo que todos los seres humanos cargamos con un quantum de angustias y de deseo y de frustración y de necesidad que, a lo mejor, otras personas canalizan de otro modo. Creo que es una mezcla de un determinado sentido de sensibilidad o un modo de vincularte con algunas cosas de la vida que te es propio. Y ahí se nace. Pero detrás hay laburo, laburo, laburo. Y eso se hace.
-Al ser un escritor que se consagró con el tiempo, ¿cómo se siente con esa trascendencia, dejar un pedacito de uno para el resto?
-Creo que he aprendido a distinguir mis libros o mis películas de mí. Y creo que lo que la gente adopta es eso que no somos, sino algo que tuvo que ver con vos, pero que ya no es tuyo. Cuando la gente viene y te dice que te adora por tus libros…lo que esa persona atesora es ese libro y lo que vivió con ese libro. No sos vos. Vos te vas a morir como cualquiera y está bien. Y, en todo caso, tu única forma de trascendencia será el recuerdo de quienes te quisieron. Y cuando nadie se acuerde de vos, tu trascendencia habrá culminado.
-Pero más allá de la relación que cada lector genera con el libro, el arte tiene eso de dejar un pedacito de obra en la mente de los demás.
-¿Sabes dónde está bueno para mí? Algo que yo no hice voluntariamente, sino que se dio. Fue fijar a mi papá, a quién yo perdí muy de chico, en algunos de mis textos. Hay unos poquitos textos que hablan de mi viejo. Y encima son textos que tienen que ver con Independiente. Mi viejo me hizo de Independiente en los años 70, cuando Independiente era muy glorioso y tenía algunos jugadores fenomenales. Para mí es muy raro hoy cruzarme con algunas glorias de Independiente, que me hablen de esos cuentos que hablan de ellos y de mi viejo. Porque esa es como la última pata de un diálogo triangular donde también está mi viejo. Es rarísimo eso. Ahí sí yo puedo pensar: miles y miles de hinchas de Independiente saben cosas de mi viejo por mis libros. Eso está bueno. Pero en el fondo no tiene que ver conmigo, sino con mi viejo.
-¡Qué giro de la vida!
-Es raro. Es lindo. Volvemos al principio en el sentido de que me parece que algunas de las mejores cosas que te pasan en la vida son las que no buscás. Lo cual no significa que uno no viva buscando cosas, y está bien, pero en general, las que buscás no las vas a lograr. Mientras, te pasan otras que están buenísimas. Pero vivir eternamente, eso no va a pasar.