Para muchos, el peronismo es el mejor prisma por el cual observar los avatares de la historia, la mejor manera de interpretar el funcionamiento de lo estatal. Para otros tantos, una fuerza política dispuesta a engullir las entrañas de la República. Excepcional por donde se lo mire, un fenómeno político, social y cultural que nunca dejó de despertar amores y lealtades, como tampoco odios viscerales. ¿Cuál es la singularidad del movimiento? ¿Qué tensiones encontró con otras fuerzas políticas desde sus inicios hasta el presente? ¿Por qué a ciertos sectores les produce furia su liturgia celebratoria y festiva? ¿Qué sucede cuando el justicialismo no es Gobierno?
Investigador del Conicet, autor -entre otros- de Un revisionismo histórico de izquierda (2012) y Crónica sentimental de la argentina peronista (2014), Omar Acha repiensa el movimiento que se iniciara con Juan Domingo Perón en la década del cuarenta. Meticuloso del dato histórico y a la vez rastreador de conceptos, el historiador se sumerge en la actualidad a través de la mirada del pasado, con el respaldo del análisis de los procesos sociales y sus múltiples variables. Su mirada filosa y crítica muestra las variadas influencias e intersecciones identitarias que conforman las construcciones políticas e ideológicas, con la compleja trama de relaciones que las constituyen, detallando sus vaivenes y derivas.
Nos interesa tu reflexión sobre tres conceptos que trabajás hace tiempo: progresismo, populismo y peronismo. ¿Qué relaciones y diferencias establecés? Y nos gustaría partir de una idea en la que expresás que el peronismo, en su surgimiento, no dejó ninguna identidad política sin interpelar, sin atravesar…
Lo primero que subrayaría es el carácter proteico o multiforme del peronismo. No es una identidad que se mantiene siempre igual a sí misma, sino que se modifica a través del tiempo y por otra parte es cargada por diversos actores, que participan de un movimiento heterogéneo muy amplio, con distintos sentidos. El peronismo es muchas cosas a la vez. El lenguaje del primer peronismo tenía muchas connotaciones progresistas, por ejemplo: la expansión de la ciudadanía mediante el voto femenino, los derechos de la clase trabajadora, el reconocimiento de la vejez, de la infancia, que coexistía en tensión con esa vocación de la comunidad organizada. Incluso había ciertos rasgos de la reivindicación liberal del individuo. La idea de la tercera posición, equidistante del comunismo soviético y del capitalismo norteamericano, establecía un equilibrio en la intervención del Estado donde no había un avasallamiento del individuo. Después de la revolución cubana, surge un ala izquierda muy fuerte peronista que supone un choque con los aspectos más conservadores de la derecha del peronismo.
¿Cómo sigue el comportamiento del partido en la vuelta a la democracia?
En los ochenta esa deriva intenta ser resuelta a través de la llamada Renovación Peronista, adoptando las reglas de la democracia representativa liberal, lo que da lugar a una formación muy sui géneris, que termina con la derrota de Cafiero en la interna peronista de 1988 e inicia el menemismo de los años noventa, que en algunas lecturas fue pensado como un neo populismo pero ya con unas políticas socioeconómicas que eran contrarias a aquellas que habían movilizado al primer peronismo. Privatización, desempleo, ajuste estructural. Un lenguaje que tampoco era sólo argentino y se impuso como parte de esa nueva forma del peronismo que eclosiona entre 1999 y 2001. Ahí surge una nueva línea, el kirchnerismo, donde otra vez se retoman temas del progresismo, el lenguaje de los Derechos Humanos, reconocimiento de derechos, matrimonio igualitario, pero nuevamente estas tensiones con ese lenguaje populista que sigue siendo parte del repertorio del peronismo. Creo que se podría escribir una historia del peronismo a propósito de esa tensión entre dimensiones progresistas y otras populistas, que no son necesariamente antagónicas, pero requieren un análisis diferenciado.
Haciendo historia ¿Qué sucede con esa fuerza que traccionaba muchas identidades cuando ocurre el golpe de 1955?
Un enorme desconcierto. Porque en buena medida la derrota del gobierno en el enfrentamiento con la oposición clerical y militar no fue una derrota efectivamente por la fuerza. El gobierno no estaba en franca minoría en términos militares, al contrario, estaba luchando y estaba venciendo, sólo que para terminar de derrotar al golpe debía llevarse adelante un enfrentamiento más duro del que se había realizado, y como había también civiles armados, esto podía constituirse en una guerra civil.
“La cuestión de un salario universal que hasta hace un año parecía un delirio para muchos sectores, hoy se está hablando en Estados Unidos, en Europa y a nadie le parece una “locura comunista”.
¿Cómo es esa primera resistencia?
El general Lonardi pertenecía a una línea de nacionalismo católico. No disuelve el partido peronista, no ilegaliza a la CGT, sí hay algunos asaltos a sindicatos, pero todavía no es el gobierno que va a venir después de noviembre con Aramburu y Rojas que va a ser muy antiperonista, muy antipopular y mucho más represivo. En ese primer período con Lonardi, todavía la CGT creía tener un margen de negociación para no perder todo, entonces ahí hay una especie de modus vivendi que para sectores muy combativos aparecía como una traición, ahí surgen los nuevos activismos de base que serán quienes participen de la resistencia peronista, que no quieren ninguna negociación con el gobierno, sino luchar por su caída y por el retorno de Perón y del gobierno legítimo. En ese mapa tan complejo hay una enorme desorientación y aparecen nuevos grupos de activistas gremiales y militantes políticos, mayormente juveniles, que van construyendo un movimiento peronista magmático, con muchas orientaciones en pugna, proyectos que no están claros, pero están en competencia.
¿Por qué te parece que, en el imaginario social, el peronismo es pensado siempre a partir de una estatalidad fuerte, y no se lo concibe tanto por fuera del Estado, los momentos en que no gobierna?
Las primeras interpretaciones sobre el peronismo enfatizaban fuertemente el lugar del Estado, la propaganda, el partido político y el líder. Esas fueron las claves iniciales según las cuales el peronismo, aparecía -para los antiperonistas- como una forma de fascismo sembrado en el Estado. Pero los estudios más recientes dan cuenta que, si bien el peronismo demostró un desarrollo enorme del sistema estatal, al mismo tiempo estuvo siempre vinculado con organizaciones de la sociedad civil de una manera poderosa. Había toda una trama asociativa intermedia de organizaciones locales distribuidas a lo largo de todo el país, que constituyó la hegemonía del primer peronismo. Por un lado, desarrolló una red de presencia barrial a través de las unidades básicas y de los sindicatos que a partir de 1950 pertenecen al movimiento peronista. Pero también con las sociedades de fomento, los clubes de deportes y organizaciones culturales donde el poder peronista alcanzó niveles capilares de las prácticas sociales.
Ahí aparece el peronismo paraestatal
Cuando se da el golpe del 55 y el partido peronista es disuelto en noviembre, la tesis de los antiperonistas era que el peronismo iba a desaparecer. ¿Por qué? Porque pensaban que, si el peronismo era un producto del Estado y dependía tanto de su líder carismático, una vez que fuera derrocado y con Perón en el exilio, ese castillo de naipes se iba a derrumbar. Era una hipótesis equivocada porque había todo un entramado social de base que tenía diversos niveles, que iba a renacer en la época de la llamada resistencia peronista. Es en esa trama civil – sindicatos, casas particulares, clubes barriales- de la hegemonía, donde comienza a reconstruirse lentamente una diversidad de peronismos, que luego van a tener proyectos distintos. Eso me parece interesante también cuando se piensa el kirchnerismo: hay una militancia de base y ciertas formas autónomas del activismo que perduraron incluso cuando Scioli perdió el ballotage con Macri. Esto te da una idea de los cambios históricos y culturales en un plazo de una complejidad mayor y permite dejar esa hipótesis errónea de que el peronismo es solo un producto del estado y de los grandes dirigentes.
“Hoy pareciera que el progresismo no es el progreso hacia una sociedad mejor sino volver al pasado.”
¿Podrías hacer una caracterización del progresismo?
El término progresismo comienza expandirse en los lenguajes políticos después de 1983, después de un balance de los períodos precedentes y un diagnóstico del fracaso de los proyectos revolucionarios, tanto de los de la izquierda socialista anticapitalista como los del socialismo nacional peronista vía lucha armada. Todo eso se pone en cuestión en el momento de refundación del ideal democrático. Los aspectos que todavía defienden una transformación social moderada pero benéfica para los sectores más perjudicados, en una sociedad desigual, son los que adoptaron el lenguaje del progresismo. Recuperaron algunos elementos del lenguaje liberal, por ejemplo, la cuestión de la Derechos Humanos, que pasó a ser parte del patrimonio de la discursividad progresista. La idea que uno puede encontrar en diversas formulaciones, después de 1983, es desarrollar un sistema capitalista democrático liberal con los Derechos Humanos como una especie de suelo del cual partir, la vigencia del estado de derecho, la libertad de prensa y todas las demandas clásicas liberales, y por otro lado una disminución de la desigualdad social. Ese sería el núcleo de un pensamiento progresista que luego fue incorporando otros requerimientos de la época, como el reconocimiento de la diversidad sexual.
¿Este progresismo posdictadura implica una capitulación o renuncia a los horizontes revolucionarios?
Hay varias maneras de pensarlo. Una es la renuncia a horizontes de transformaciones más radicales, también se lo puede pensar como una innovación, una creación resultante de una reflexión que intenta mantener algunos rasgos de una sociedad más justa dentro de un contexto difícil. Es un movimiento ideológico global. Yo pienso que sí, en parte, es una renuncia a la posibilidad de imaginar alternativas que vayan más allá de gestionar más o menos igualitariamente la sociedad capitalista. Se puede ver en la experiencia propia del kirchnerismo, que vendría a ser una forma ideal de un peronismo progresista, donde las potencialidades y los alcances de una real vocación inclusiva e integradora se vieron limitados cuando se acabó el incremento del precio de los comodities, con el golpe que significó la crisis mundial de 2008 de la cual todavía no hemos salido. En este contexto los límites del progresismo se hacen más evidentes. Al mismo tiempo, la viabilidad de un proyecto revolucionario no se ha recuperado. La clase trabajadora está mucho más disgregada, grandes franjas de la población marginalizada, no hay identidades de clase consolidadas como hubo durante buena parte del siglo XX, entonces esa proyección de una vía más radicalizada es incierta. Hoy pareciera que el progresismo no es el progreso hacia una sociedad mejor sino volver al pasado. Hoy el progresismo es añorar, recuperar una producción industrial que permita a las grandes mayorías tener un empleo formal, con un buen salario, aporte jubilatorio, obra social, ascenso social intergeneracional. Todas demandas que no son para nada revolucionarias, pero que hoy parecen difíciles incluso de materializar, cuando no sabemos si en veinte años vamos a tener un planeta vivible o si va a aparecer en tres meses una nueva epidemia más devastadora que la que estamos viviendo ahora.
Este debate sobre progresismo, populismo y peronismo, pareciera estar presente en las caracterizaciones que se hacen sobre el gobierno actual. Para el peronismo más ortodoxo es un gobierno socialdemócrata, para los progresistas socialdemócratas es populista….
En primer lugar, creo que por una cuestión metodológica es inadecuado intentar imponer una etiqueta ideológica o política que permita explicar la complejidad del fenómeno. Porque en general lo que suele ocurrir en las propuestas políticas es que involucran una gran diversidad de líneas ideológicas. Hay algunas dimensiones que pueden ser liberales, otras populistas, otras de un peronismo más nacionalista, más comunitario u ortodoxo y otras de un peronismo más de izquierda. En el caso de lo que podríamos llamar el kirchnerismo albertista hay diversas líneas que están pujando. Sergio Berni entiende el peronismo de un modo distinto a Axel Kicillof o Cristina Fernández, o el propio Alberto. Y esto en las bases y en los sectores intermedios se multiplica. Sin embargo, esto no significa que no existan estas orientaciones. No digo que tengamos que perder de vista el uso de estos conceptos porque nos sirven para pensar políticamente, qué posibilidades, qué orientaciones, qué líneas de avance puede tener este proceso que yo veo con bastante pesimismo. Sobre todo, por el contexto global que es muy adverso para un proyecto de integración inclusiva. El Albertismo tal vez, dentro de un marco populista con aspectos progresistas, logre que se apruebe la Ley de interrupción voluntaria del embarazo. Pero en términos de redistribución del ingreso o mejoramiento de jubilación no veo demasiadas posibilidades.
¿En términos políticos crees que es viable el llamado “impuesto a la riqueza”?
Todas las líneas que llevaron adelante los gobiernos peronistas estuvieron en consonancia con otros procesos. Cuando Perón estatizó, se estaba estatizando todo el hemisferio occidental. Cuando Menem privatizó, se estaba privatizando en toda América Latina y en Europa; y cuando el kirchnerismo llevó adelante las medidas nacional-populares se dio en buena parte de Sudamérica. Me parece que hoy es todo muy incierto, pero existen algunas líneas muy recientes que también son globales. La cuestión de un salario universal que hasta hace un año parecía un delirio para muchos sectores, hoy se está hablando en Estados Unidos, en Europa y a nadie le parece una “locura comunista”. También se está hablando de la nacionalización de algunos servicios, particularmente vinculados a la salud, de acuerdo a cómo evolucione esto o de si surgen nuevas pandemias. Hoy hace falta llevar adelante una transformación que hasta hace poco parecía imposible. Sin embargo, creo que los recursos son bastante limitados. Algunos ensayos que se hicieron en términos impositivos, retrocedieron rápidamente. El caso de Vicentín como posible expropiación fue rápidamente desandado. Estas condiciones adversas son ambivalentes. Por un lado, reducen la posibilidad de que un gobierno pueda lanzarse hacia reformas de este tipo, pero por otro lado el contexto global pareciera estar habilitando cuestiones impensables.
“Los Derechos Humanos no eran parte del pedigree peronista que sí fue tomado muy fuertemente por Néstor Kirchner a partir del 2003 y allí también ingresaron otras ofertas progresistas y radicales.”
Antes hablábamos sobre cómo el peronismo interpelaba y asimila otras identidades políticas, desde el kirchnerismo se alude mucho a la figura de Alfonsín… ¿Cómo se da ese diálogo entre radicalismo y peronismo?
El radicalismo y el peronismo nunca fueron fuerzas tan ajenas o incompatibles. De hecho, cuando Perón asume en el 46, su vicepresidente Hortensio Quijano, venía de la UCR, y sectores como Forja también lo apoyaron. Siempre hubo una conexión y esto permaneció como una marca. Creo que con la Alianza Cambiemos, la dirigencia radical tomó una decisión muy importante para su propia historia ideológico-cultural, que fue pasarse al campo de la derecha. Antes podía haber algunos sectores, pero hasta este momento nunca se había asumido como una fuerza sustantivamente de derecha. El Alfonsinismo tenía su dimensión progresista, tuvo asesores de izquierda como Juan Carlos Portantiero y se pensó como un tercer movimiento histórico, como una nueva síntesis progresiva, democrática y nacional. El kirchnerismo desde el 2003 buscó determinadas demandas alfonsinistas como una forma de legitimación. Recordemos que la crisis del 2001 no estaba cerrada, el PJ y los partidos tradicionales estaban muy desprestigiados; y por eso se buscaron recursos en otros lugares para construir una nueva legitimidad. Los Derechos Humanos no estaban en el lenguaje peronista. En el 83, el candidato del peronismo Ítalo Luder y la CGT estaban a favor de aceptar la autoamnistía de los militares, y luego Menem los amnistió. Es decir que los Derechos Humanos no eran parte del pedigree peronista que sí fue tomado muy fuertemente por Néstor Kirchner a partir del 2003 y allí también ingresaron otras ofertas progresistas y radicales. De hecho, hoy uno encuentra líneas que se reivindican como “radicales” dentro del Albertismo. Desde Leopoldo Moreau y hasta el propio Alberto Fernández no pueden ser completamente alejados de ciertas afinidades con Raúl Alfonsín.
Si uno observa las manifestaciones que tuvieron lugar en los últimos años en contra del peronismo, ya sea contra Cristina o Alberto, se nota una virulencia muy marcada. En cambio, no se detecta eso si uno mira las manifestaciones peronistas. ¿De dónde viene el carácter celebratorio del fenómeno peronista y por qué se señala a esa condición festiva como una experiencia de “lo bajo”?
Hay dos latitudes distintas, sí. La manifestación gorila que hoy uno puede encontrar, efectivamente tiene una carga de odio muy fuerte, antipopular y racista. Es un lenguaje de la exclusión y del desprecio del otro. Si bien en el peronismo suele haber cierta lógica populista de la partición, “nosotros somos el pueblo y ustedes la oligarquía”, el nivel de odio parece ser sensiblemente menor. Eso se podría explicar por cierta idea comunitaria del peronismo: hay una comunidad nacional donde estamos todos, aunque tiene que haber un sector excluido para conformar ese “nosotros”. Pero esto último es más una exigencia discursiva que un proyecto social. Eso es, en general, lo que critica la izquierda; porque se crea un otro más o menos imaginario que sería la oligarquía, pero se acercan a la burguesía nacional y se mantiene en funcionamiento las lógicas capitalistas, se liman las asperezas y pareciera no haber conflicto entre la clase trabajadora y sus explotadores. Y esto porque justamente prevalece el ideal comunitario, a la división populista entre “nosotros” y “ellos”, y entonces eso supone una suerte de celebración de la unidad, del todo, del pueblo. Además, esa unidad es inclusiva y puede ampliarse de manera permanente y es compatible con tradiciones de celebración popular. En cambio, en la escisión y el desprecio antiperonista renace la exclusión del otro no válido: el término “negro peronista” o “el choriplanero” tiene un nivel de violencia que proviene de algo que no se puede soportar, que es la presencia de esta población que no debiera estar en las calles con la alegría de tener derechos y que encima se atreve a reclamar o incluso a recibir un plan o una Asignación. Cuando esto se manifiesta, implica, por parte de quién suscribe a este discurso, una repulsa del goce que se obtiene al acceder a ciertos recursos, aunque hoy la Asignación sea una miseria, el hecho de que la reciban es algo que no puede ser soportado porque “esa gente no merece tener nada”: un nivel de desprecio extraordinario. En cambio, el lenguaje peronista es, en cierto modo, católico: todos podemos entrar y Dios nos va a perdonar de alguna manera.