Texto: Tomás Fox / Fotos: Mariano Mascotto
En la costa uruguaya hay un lugar místico que se llama Cabo Polonio. Y en el Polonio hay un rincón que condensa toda esa mística desde hace muchos años. Es el bar de Joselo. De afuera parece un arbusto gigante, la madriguera de algún animal extraño mezcla de perro y lobo de mar. Solo el que lo busca logra abrirse paso entre plantas y grandes flores blancas de floripondio que cuelgan como campanas. Desde la primera vez que fui con algunos amigos a pasar unos días el último verano, Joselo se sentó en nuestra mesa con sus pupilas transparentes.
-Joselo, ¿nos recomendás tomar floripondio? -preguntó uno de mis amigos, un poco exaltado por ser la primera noche.
-¡Noooo! ¡Es tóxico!
La leyenda cuenta que Joselo Calimares perdió la vista tras mirar fijo al sol durante un viaje de floripondio. La leyenda cuenta muchas cosas. La figura de Joselo me fascinó desde el principio y me propuse conocerlo. El Cabo me atrapó y un poco por casualidad o destino había conseguido una entrada sobre la marcha para ver a los Rolling en Montevideo, que me obligaba a extender mi estadía uruguaya. Así que no tuve otra opción que quedarme más tiempo y trabajar. Y si trabajaba en algún lugar del Polonio, no podía ser en otro que no sea ahí, en lo de Joselo.
Durante algunas semanas -que en Polonio son como años-, de ocho de la noche a cuatro de la mañana me dediqué a servir cervezas, grapa miel y licor de butiá, a cambio de unos pesos uruguayos, techo y comida. Prácticamente era vivir en el bar con Joselo, sus plantas y animales. Vi cómo noche a noche la gente pasaba en procesión a acudir al oráculo. Visitar al viejo sabio (a algunos misteriosos privilegiados los invitaba a pasar a su habitación de 2 x 1,5 mts rodeada de jaulas de pájaros), conversar y, tal vez, compartir algún vicio. Si el bar no hacía plata, él pagaba igual sin quejarse, y decía que si alguien pedía un plato de comida había que dárselo. “A nadie se le niega un plato de comida”.
Joselo vive afuera de todo tipo de pauta social. Duerme cuatro horas, está despierto cuatro horas, vuelve a dormir, come cuando tiene hambre… Cada algunos días se tira unos baldazos de agua. Vive en el bar con quince perros, unos cuantos pájaros y un sapo que duerme abajo de su cama y se come las pulgas y mosquitos. En algún momento tuvo un pingüino al que llamó Pancho.
-Un bicho hermoso. Apareció un invierno en la playa, herido, lo curé y se encariñó. Los pingüinos y los niños con síndrome de Down son los seres más cariñosos del planeta. Pancho bajaba todos los días hasta la playa y a la tarde volvía, y un día se lo comieron unos perros.
-¿Joselo, cuándo naciste?
-En el año 59, setiembre, 29.
-¿Acá en Cabo Polonio?
-Sí, me armaron en la sur, la ballenita, ahí vivían mis padres.
-¿Tenés hermanos?
-Dos, y uno ya no está más.
-¿Vos sos el más chico?
-No, el más grande y el más lindo.
-¿Tus padres son de Cabo Polonio?
-Sí, bueno… Mi madre es de Rincón de Valizas y mi padre de Valizas, de ahí en la entrada.
-¿Y cuando se vinieron a vivir al Cabo?
-Durante la segunda guerra mundial. Mi abuelo pescaba tiburones solo para sacarle el hígado para vender para los aviadores, para poder ver mejor de noche.
-¿Y vos naciste acá y estuviste toda tu vida acá?
-Sí señor, toda la vida.
-¿Como era Cabo Polonio cuando eras chico?
-Muy poca gente. Era bastante inhóspito. Muy poca gente… ¡Y un frío! No había nada, cuatro o cinco pobladores.
-¿Y vos en algún momento te fuiste a otro lado?
-Sí, estuve en Montevideo. Pero no para trabajar. Iba de paseo y a vender cosas en la feria. Y a ver oftalmólogos. Y También en Buenos Aires. La pasé muy bien, me trataron muy bien, mejor que en mi país. Pero no me gustó, muy grande. No hay horizonte, solo edificios, no hay verde, solo los lagos de Palermo que son artificiales. Y ta, la pasé muy bien ahí. Pero estuve poco tiempo, me vine, no me gustó.
-¿A qué edad fue eso?
-Ah bueno, no preguntes edades ni años porque no llevo registros.
-¿Pero ahí veías?
-Sí, claro.
-¿A qué edad empezaste a perder la vista?
-A los veinti… yo que sé, no me acuerdo. Ya te dije, no preguntes.
-¿En ese momento fuiste a Montevideo a ver oftalmólogos?
-Sí, recorrí todos. Y en Buenos Aires también, estuve en una clínica.
-¿Y se pudo hacer algo en ese momento?
-No. En Buenos Aires me hicieron un tratamiento de inyectables porque podía ser toxoplasmosis, pero no era. Y parte del tratamiento lo hice en Buenos Aires. Yo me quedaba en la casa de Danilo, pero no me podían sacar de ahí. Estaba lleno de gatos, plantas, ¿y para qué iba a salir de ahí? No quería ir a la clínica, no me gustan.
-¿Y después de Buenos Aires te viniste a Cabo Polonio y te quedaste aquí?
-Sí, siempre estuve aquí. Iba a otros lugares, pero siempre volvía.
Vive en el bar con quince perros, unos cuantos pájaros y un sapo que duerme abajo de su cama
-En esa época, a tus veintipico, ¿había más gente aquí en Cabo Polonio o seguían siendo pocos?
-Sí, éramos más. Lo que pasa que estos gobiernos de derecha, los Blancos… Lacalle vendió todo cuando entró él a gobernar, vendió todo. Y esto está todo vendido, Cabo Polonio. Venían con topadoras y demolían las casas, te llevaban en cana. Te sacaban a la fuerza de tu casa y te la tiraban. Llegamos a ser 120 en esa época. Ahora somos 40.
-¿Viviendo todo el año?
-Sí, población fija. Después hay flotantes, golondrinas que vienen y van.
-¿Te quedan amigos de esa época, de cuando eras adolescente?
-Sí, claro.
-¿Cómo fue que empezaste a armar el bar?
-Cuando me quedé ciego busqué laburo, siempre laburé en lo que fuera, y no había, nadie me quería dar laburo. Y ahí se me ocurrió abrir un comipaso. Fue el primer comipaso que hubo. Empecé con Yoko y Gustavo Fuié, dos amigos, y después seguí solo. Y bueno, era un comipaso donde es ahora la cocina del bar y el alero donde yo duermo ahora, que es mi cuarto, y nada más. Todo el resto era jardín. Y bueno, uno tiene que ser más capitalista, entonces empecé la poda. Y ahora es lo que hay. Queda igual algo de verde, pero no tanto como había antes.
-¿Fue una decisión que el bar tenga estas plantas?
-¡Sí, claro! No me imagino vivir en un lugar, en un páramo pelado. No me sentiría bien sin el verde.
-Por más que vos no lo veas, ¿lo podés sentir?
-¡Sí claro, claro! El verde limpia nuestro aire, purifica el aire. El verde es vida.
-¿Cual es tu relación con las plantas?
-Bueno, ¿no te has dado cuenta? Jejeje. Y ahora lo que hay que plantar es mucho cáñamo, que tenga mucho THC. Viste como crecen acá, ¿no? Ustedes todavía no pueden tener plantitas. Nosotros sí, gracias al Pepe Mujica. El Pepe es un grande, la verdad. Y tu ex presidenta también.
-¿Y tu relación con los animales? ¿Qué significan para vos?
-Me encantan. Y no sé cómo explicarte qué significan… ¿no te das cuenta que estoy lleno de bichos? Quince perros, loros, pájaros… Me gustan mucho, mucho. No me imagino que en mi casa no haya ningún animal.
-Volviendo al tema de la ceguera, ¿te costó aceptarlo?
-Noooo, yo ya sabía igual. El ser humano se acostumbra a vivir bajo cualquier condición. No, no me costó. Ya estaba asumido desde un principio. Ya sabía, me lo habían dicho los médicos. Que me quedaba un año como mucho. Y no, me quedaron como seis años. Se equivocaron. O sea, me dieron un año, un año para quemarme la cabeza, pero se estiró hasta seis años. Así que ya estaba asumido, me acostumbré.
“El ser humano se acostumbra a vivir bajo cualquier condición”
-¿Te acordás de las cosas, las formas…?-Sí, claro. Los colores, todo.
-¿Los rostros de la gente querida?
-No, los rostros no mucho.
-¿Y el mar, el color del atardecer de aquí?
-¡Sí claro! Los rojos, anaranjados, los fucsias, violetas, azules, negro el atardecer que eran mis favoritos. Sí, claro.
-¿La pérdida de la vista fue por el floripondio?
-Bueno, eso no sé si lo quiero decir. Fue un desprendimiento de retina, perdí coloración…
-Hoy en día, con esa planta, ¿tenés algún tipo de relación especial?
-No. Es muy perfumada, es muy linda.
-Te voy a nombrar un par de palabras y me gustaría que me respondas qué significan para vos. ¿Qué es la vida para vos?
-Es vida. Hay que vivirla.
-¿Para vos tiene algún sentido?
-Bueno, yo no creo en la casualidad, creo en la causalidad. Nada es por nada, todo es por algo. Si uno está vivo es por algo.
-¿Vos sentís que sabés por qué estás acá?
-Estoy acá porque nací acá, es lo que me tocó. Aparte no me imagino vivir en otro lugar que no sea este. Tú, que viniste por unos días, te cuesta irte, ¿o no? Bueno, ahí tienes, ahí está la pregunta contestada.
-¿Cabo Polonio qué significa para vos?
-Para mí, es todo, es mi lugar, es mi mundo, es mi pueblo, es mi nación, es la vida misma. No tendría sentido vivir en un lugar que no sea acá. Yo que sé.
-¿Y tu bar? ¿Qué significa para vos?
-Y… todo. Es mi fuente de laburo, es mi vida misma, es donde conozco personas de todo el mundo, me hago amigos de todas partes del mundo, tanto en verano como en invierno. Viene gente de todo el mundo. Tu te imaginas que me llegó una bandera de Palestina desde Canadá. Tu imagínate que vino de Escocia un pañuelo Palestino. Un chico escocés que estuvo ahí y cuando volvió me trajo un pañuelo. No soy Palestino. Soy por la causa Palestina, porque los están asesinando malamente, pa robarlos.
-¿Qué te gustaría que pase con el bar cuando no estés más en este mundo?
-Y… no tengo ni idea, si yo no estoy a mi qué me importa. Que pase lo que tenga que pasar, me da lo mismo. Sí me importan mis animales, eso seguro. Porque si me muero seguro que a los animales los tiran a la mierda y cambian toda la estructura del lugar, seguro. Pero eso no me importa, me importan los perros. Así que si estiro la pata, si alguno de los que lee esto le interesa hacerse cargo de algún perrito, vamo arriba, eh.
-¿Te gustaría que te entierren en el bar?
-No, no, no. En un lugar así no descansa alguien en paz. Que me tiren al mar, quemadito al mar. Del mar viene mi familia, por los dos lados vienen del mar. Los padres de mis abuelos maternos vienen de Bonifacio, Italia. Calimares es mi apellido, de origen griego. De un barco que naufragó acá y se quedaron en la zona. Y los abuelos de mi padre venían de Viscaya, País Vasco. Y también naufragaron en un barco frente a estas costas. Venían 300 y sobrevivieron menos de 50. Un temporal de mar los tiró contra las rocas. Esto fue cerca de la casa de María Quiñones, en la playa Sur. Y cuando hay tormenta que se asemeja a ese día, vos pasas por ahí y hay como una nube negra donde se hundió el barco y escuchas gritos de mujeres, niños, llantos y gritos. Quedó como grabado en el espacio eso ahí. Fue muy feo, cadáveres por todo el lugar. Están enterrados por atrás de mi casa. Así que, ¿cómo no voy a querer estar acá?
-¿Qué es la libertad para vos?
-La libertad es ser libre. De opinión, pensamiento. Libre. Que tenemos que disfrutar porque nos queda poca libertad con estos gobiernos que estamos teniendo. Estamos retrocediendo. Poca libertad vamos a tener.
Tras el verano volví a Buenos Aires. El grito constante de los lobos marinos y el color de los atardeceres y las flores acampanadas se fueron borrando, pero la voz cavernosa de Joselo siguió haciendo eco a cada rato. Habíamos intercambiado contactos pero no habíamos vuelto a hablar. Manipular su celular requería contar con una persona que pueda hacerlo por él. No volví a saber nada de Joselo. El invierno en Polonio puede ser hostil y lejano como un mundo paralelo, que se pierde entre dos dimensiones y es imposible encontrar. Pero uno sabe que existe. En otro tiempo y espacio. Hasta que un día un mensaje de texto haciendo ruido en mi celular llegó como una metáfora contundente: “Sobreviví al huracán, tengo que solucionar algunas cosas”.