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Publicado por Javier

Ema Graña: “Nos van a tener que disculpar, pero la ola los va a pasar por encima”

Texto: Facundo Baños / Fotos: Natalia Marcantoni

 

Varela Varelita es un viejo café que queda en una esquina de Scalabrini Ortiz, en los bordes de algún Palermo. A Ema le gustan esos cafés viejos y sabe que ya no quedan muchos en la ciudad. El Varelita le gusta especialmente, en parte porque sus paredes están cubiertas de pósters de películas. Ella quiere ser actriz y ese ambiente bohemio y cinéfilo le sienta muy bien.

El jueves 27 de septiembre de 2018 se llevó a cabo en el Aula Magna del Colegio Nacional de Buenos Aires la entrega de diplomas a la camada de alumnos y alumnas que habían egresado en el año 2016. En ese contexto, con la presencia de las familias en el salón y de autoridades y docentes del colegio, un grupo de mujeres y disidencias -tal como se presentaron- leyó una carta que denunciaba situaciones de abuso de poder y destratos sistemáticos sufridos a lo largo de sus años de secundaria. Ema Graña (19) fue una de las tres jóvenes encargadas de leer públicamente ese documento. Un par de días después, el hecho se trasladó al terreno mediático y se instaló como parte de las luchas feministas de 2018. “El discurso lo dimos un jueves, y desde ese día hasta el lunes siguiente no tuvimos ninguna respuesta, en absoluto. Recién el lunes, con el rebote mediático, la rectoría empezó a tomar cartas en el asunto. La difusión es esencial para lograr resultados, por más que tengas a la gente diciéndote ‘feminazi’ y todas esas cosas. Desde el momento uno supimos el objetivo, sin importar las chicanas, los boicots, ni nada”.

-¿Qué significa “ir al Buenos Aires”?
-Me atrevería a decir que, desde la mirada adulta, o somos unos genios o somos unos reaccionarios bolcheviques tomadores de colegios. Yo creo que tenemos un poco de cada una. Desde la mirada joven está el tema de la soberbia, porque se tiene esa imagen de que nos creemos mejores por haber ido al Nacional. Creo que se genera una estructura parecida a la de las películas yanquis: en el colegio hay grupos que todo el mundo conoce y respeta, y que pueden opinar impunemente sobre los demás. Es una dinámica generalizada de opinar sobre lo que hacen otros. Es un ambiente muy endogámico. Después de clases los pibes se quedan en la puerta, hay mucho trabajo práctico a contraturno, educación física, y después terminás en las mismas fiestas. Es realmente muy endogámico, y termina pasando como en esas series donde identificás rápidamente el grupo de los populares, que acá no juegan al béisbol pero juegan a la pelota, y el de las chicas lindas, y no sé qué. Creo que está muy instaurada la competencia: desde el vamos, en el curso de ingreso, donde se produce un corte tajante entre los chicos que entran y los que se quedan afuera del colegio. Y mientras peor les vaya a tus compañeros, más chances tenés vos de quedar. Desde ahí en adelante, todo se reproduce.

“La misma condena que antes era para la puta, ahora es para el macho, para el abusador. ¿Por qué? Porque se acabó el margen de tolerancia”

-¿Esa pretensión de excelencia tal vez engendra algunas hipocresías?
-Hay otra cosa que me genera sentimientos encontrados: todos los años, el colegio premia a los mejores promedios. Es un premio económico. Entonces, ¿hasta qué punto no estás comprando las buenas notas de alguien para mantener esa supuesta excelencia académica? Es un incentivo a la persona que estudió, está bien, pero contribuye muchísimo a esta cultura de la competencia. Después hay una cosa de odio hacia la mujer muy visible, porque siempre hay juicios emitidos sobre el cuerpo de las mujeres, todo el tiempo, y mismo la competencia entre los varones por quién estuvo con esta o con aquella. Se va generando mala vibra, con esta cosa del chisme. La competencia es realmente patriarcal: entre hombres, para ver quién es más macho, y entre mujeres, para ver quién es menos puta. Es la lógica con la que nos manejan. Todas hemos estado en la mira, en algún momento de la secundaria, por estar con alguien más grande o por vomitar en una fiesta. Cuando la gente no se conoce y se maneja con las cosas que se dicen por ahí, el ambiente se vuelve muy tóxico y muy cargado.

-¿Hay mujeres entre las autoridades del colegio?
-Entre las autoridades prácticamente no hay mujeres. La mayoría de los jefes de departamento son hombres. Creo que Virginia González Gass fue la única rectora mujer que hubo en la historia del colegio. La excelencia va de la mano de la masculinidad. Recién en el ’63, si no me equivoco, el Nacional permitió el ingreso de mujeres, es decir que durante 100 años, el CNBA fue un colegio de hombres. Leímos algunas notas sobre esas primeras camadas de mujeres que ingresaron y había profesores que directamente se negaban a darles clases. El baño de mujeres todavía tiene mingitorios, es decir que nosotras vamos a un baño de hombres disfrazado. Nunca es del todo nuestro, el lugar, ¡no vaya a ser cosa que nos confundamos! Nadie se tomó el trabajo de sacar esos mingitorios. Nos deben querer refrescar la memoria.

Nota de la redacción: Esta entrevista fue realizada en noviembre de 2018 y forma parte de la edición especial impresa de Almagro Revista. En diciembre, Valeria Bergman fue electa nueva rectora del colegio Nacional Buenos Aires.

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-Debe ser interesante el testimonio de González Gass, en el marco de las denuncias.
-Ella es profe de literatura y viene militando el feminismo desde hace un montón de tiempo. En sus clases siempre fomentaba la igualdad entre hombres y mujeres. Cuando planteamos que a las mujeres se nos da un trato distinto en el marco institucional, nos respaldó. Dijo que siendo mujer había que trabajar el doble. Usó esas palabras, y nos pareció prudente que lo dijera una autoridad, para que la gente no piense que porque somos jóvenes decimos cualquier cosa. Yo estuve seis años en el Nacional, el curso de ingreso más los cinco regulares, y en los últimos tiempos ya me daba cuenta de un malestar generalizado que había, y era cuestión de ponerse a pensar: “¿Por qué me siento mal cuando veo a determinadas personas? ¿Por qué me incomodan?”. Y ahí me daba cuenta, por ejemplo, de que los varones hacían muchísimo más uso de los espacios comunes que nosotras, casi como si fuese una cuestión natural: las olimpíadas, la puerta del colegio, ellos se ponían a jugar a la pelota y nosotras teníamos que ver qué rinconcito nos quedaba libre para sentarnos un rato. Es muy difícil encontrarte cómoda así, porque también pasa esto de que te parás en la puerta del colegio y ya sabés que los más grandes te están mirando el culo. Porque los más grandes paran en la escalera, que es lugar que les corresponde: cuando estás en cuarto y quinto ya te ganaste ese derecho y entonces te ponés ahí para relojearle el culo a las “borregas”, que es como se les dice a las más chicas.

Ema cuenta que hace un tiempo hubo un escrache denunciando conductas misóginas, machistas y violentas de un grupo de alumnos llamado “La Liga”, y que eso sirvió para sacudir las estructuras, que según ella son como castas. “El lema que usaban era ‘La Liga y las gordas me vuelan la mente’. No era que a esos pibes les gustaban las chicas gordas, voluptuosas; era una manera gordofóbica de calificar a las mujeres, porque todas éramos gordas, y no solo eso, sino que éramos “sus gordas”. Ellos eran más grandes que nosotras y si en una fiesta le dabas un beso a uno te convertías automáticamente en “la gorda de”. Pegaban carteles en los pasillos contando qué hacía cada una en su intimidad. Una sexualización muy violenta, un bullying muy sistemático, que obviamente no era solo contra las mujeres sino con los gays, con los gordos, con los chicos que leían animé, en fin, con todos los que no encajábamos en su parámetro de no sé qué”.

-¿Cómo fue ese escrache?
-Fue una publicación anónima que se colgó en las redes y que fue compartida cerca de 800 veces. Hubo como 250 comentarios de pibas que habían atravesado situaciones parecidas. El problema es que es un legado que se perpetúa, porque los más grandes se juntan con los que vienen detrás y les van enseñando cómo es la cosa. Siempre son varones cis género, blancos, heterosexuales y de clase media alta. No falla. Y siguen el legado, porque les parece que está copado. La gente antes los aplaudía y se reía de sus ocurrencias. ¡Todos! Me incluyo. Pero un día te toca a vos y te das cuenta de todo lo que no está bien. Las autoridades leían las pegatinas que hacían. Enfrente del colegio había un mural que decía “La Liga, gordas y vino. Contala como quieras”. Y las autoridades jamás hicieron nada. Cuando pasó lo que pasó, todas tuvimos la sensación de que “esto era lo que necesitaba”, incluso sin saberlo. Yo estaba necesitando que se hiciera ese escrache. Nos impulsó mucho y nos dimos cuenta de que cambió un poco la norma, porque ahora, si bien hay grupos de capos y de populares, existe una condena social: la misma condena que antes era para la puta, ahora es para el macho, para el abusador. ¿Por qué? Porque se acabó el margen de tolerancia.

-Es el empoderamiento, a través de la organización, de los que se suponían débiles.
-El débil es débil por un asunto cultural, porque la sociedad te va arrinconando en ese lugar de la debilidad, y vos te quedás ahí, casi inmovilizado. De pronto, encontrarte con personas que sienten lo mismo, darte cuenta de que no estás sola ni loca, que no eran alucinaciones tuyas, que el problema era la norma. Influye mucho la formación personal, política y sexual que tiene cada persona, en esta cosa de la autoestima y de pensar por qué lo burlan a uno. Que venga alguien y te diga “vos no sos lo que está mal”, es un alivio y un cambio de paradigma. La idea de leer el discurso en la entrega de diplomas surgió de mi grupo de amigas, y cuando se lo fuimos a contar a las pibas que se habían egresado el mismo año y que iban a participar de ese acto, nos encontramos con que muchas estaban pensando cosas muy parecidas.

-Nada más era cuestión de acercarse y comunicarse. Revertir el paradigma del refugio individual.
-Hay una intención de que todos nos sintamos solos y creamos que somos los únicos con esas fantasías locas, hasta que caes en la cuenta de que todo eso efectivamente no era humano ni correcto. Yo pienso que en el feminismo se consigue un equilibrio entre una apelación a la individualidad de una persona que se siente abusada, vulnerada, y una apelación a lo colectivo. Cuando se reúne mucha gente por una causa feminista, no es una masa vacía sino consciente, porque es una multitud de personas que saben de qué se trata el asunto porque compartieron experiencias parecidas, y ahí se forma un equilibrio que es poderoso.

“Nos criamos en la tecnología y tenemos mucha noción de que somos un granito de arena en el universo; creo que eso te hace quedar quieto. Pensás que nada de lo que hagas va a tener un impacto real”

-¿Qué recordás de antes del Ni Una Menos? ¿Qué recordás de vos, antes del Ni Una Menos?
-Competencia entre mujeres, muchísima. En esa época yo me juntaba más con varones, porque tenía ese pensamiento de que las chicas son más enroscadas y todo eso que solía decirse: “Las pibas se enojan por todo, yo soy más relajada. Garpaba decir que una se juntaba más con varones. Viste que sigue siendo como en la época de los griegos, que el hombre es el sabio y la mujer es “pasional”, o sea que está loca. Entonces, lo primero fue modificar conductas. Antes, cuando escuchaba a mis amigos hablar de una piba, de su cuerpo o su reputación, pensaba que si la chica no quería que se dijeran esas cosas, entonces no tenía que emborracharse tanto ni estar con tantos chicos: tenía que hacerse respetar. Yo pensaba eso: que `hacerse respetar’, para una mujer, era no ejercer libremente su sexualidad, no emborracharse, no hacer lo que se le cantara el culo, por lo que después pudiera decirse de ella. Bueno, hasta que me di cuenta, porque en un momento yo también lo empecé a sufrir. Un día, después de tanto repetirlo, se me ocurrió ponerme a pensar en eso que estaba diciendo: ¿Qué es respetarse una misma? ¿Por qué ellos pueden ejercer libremente su sexualidad pero si lo hace una mujer resulta que “no se está respetando”?

-¿Fuiste a la primera marcha de Ni Una Menos?
-Fui y me acuerdo hasta qué ropa tenía puesta. Volví a casa como agitada, después de esa marcha. Cuando se hizo la convocatoria sentí que era muy necesario ir, pero, a la vez, también sentía que no iba a cambiar nada realmente. Estaba muy confundida. Me parece que es algo también de nuestra generación: nos criamos en la tecnología y tenemos mucha noción de que somos un granito de arena en el universo; creo que eso te hace quedar quieto. Pensás que nada de lo que hagas va a tener un impacto real. Siento que el cambio que está produciendo el feminismo tiene que ver con pensar “bueno, quizá no sirva, pero por ahí sí sirve y entonces hay que hacerlo”. Con que una mujer se sienta menos sola, ya es un montón. Yo me crié con la película Monsters Inc: sobre el final hay una frase que dice “robaremos lo necesario para salvar esta compañía”. Bueno, nosotras “escracharemos todo lo que haya que escrachar para salvarnos nosotras mismas”, porque es eso, es un rescate. Es incómodo, pero es igual de necesario.

-¿Sentís que tu grupo de amigas se empezó a formar políticamente con el Ni Una Menos?
-Sí, porque cuando empezás a profundizar en el feminismo te das cuenta de que lo patriarcal está ligado al capitalismo y que nada se va a caer mientras sigan en pie las estructuras de siempre, y entonces terminás hablando de política. El machismo es muy funcional al discurso neoliberal de la familia tradicional: hombre, mujer, nene, nena, fútbol, ballet. Lo que pasa con el feminismo es que primero pensás que con no matar a las mujeres alcanza, después creés que con no jodernos en la calle ya estamos, y resulta que no estamos nunca. Está todo teñido y la cuestión de género es absolutamente transversal, en los aspectos políticos, sociales y culturales. Es un aprendizaje constante, yo me sorprendo todos los días. Me pasa que muchas veces mi mamá me viene a preguntar algo, “¿qué le dirías a alguien que te dijo tal cosa?”, entonces nos sentamos juntas y nos ponemos a charlar. Con mis amigas es igual, cada vez que nos juntamos es inevitable terminar discutiendo de feminismo, no importa si a los gritos o a los abrazos. Está en todos lados el tema, es inevitable.

-Es incómodo.
-Es muy incómodo, a nivel colectivo y a nivel personal. Es incómodo socavar en el pensamiento y el instinto que tiene mucha gente a la hora de subestimar a las mujeres, de atacarlas, despreciarlas. La semana pasada discutía con compañeros de mi edad, porque tienen el concepto de que, biológicamente, el hombre es más violento que la mujer. Es decir, que la composición química del cerebro del hombre hace que tenga estos comportamientos. Fin de la discusión. Son ideas que están inculcadas en una cultura que es profunda y dolorosa. Creo que para las generaciones jóvenes es más fácil darse cuenta, por todo el camino que ya hemos recorrido. Entiendo que para mí fue más fácil, aunque no menos doloroso, darme cuenta que mis amigos eran unos soretes, de lo que es para una mujer con 50 años de casada, aceptar que su marido es violento. Se dio todo de golpe y es re gratificante. Realmente pienso que a muchísimas pibas el feminismo nos salvó la vida, porque, sino, hubiera sido cuestión de esperar. Éramos infelices porque el mundo no era feminista, hasta que nos dimos cuenta y nos hicimos feministas nosotras.

-Y se hicieron protagonistas.
-El paso que estamos dando, en el Colegio, me parece que es interesante. La educación es la columna vertebral de la sociedad: si en el ámbito de la educación pasan estas cosas, andamos mal. Hay que capacitar a los docentes para que sean conscientes de la importancia que tiene la ESI (Educación Sexual Integral), la perspectiva de género, hablar sobre consentimiento, sobre el peso social que recae en las mujeres. A nosotros nos dieron un taller de educación sexual en segundo año, con un Power Point que decía “esto es un pene, esto es el glande”; nos explicaron tecnicismos sobre cómo no quedar embarazada, pero no nos hablaron de consentimiento en ningún momento, ¿entendés? Desde ya que hablar del placer de la mujer, y también del placer del hombre, es un paso importante a nivel social, ¡pero alguien que hable de consentimiento! Alguien que cuestione la cultura de la violación. Bueno, primero eso: la Ley de Educación Sexual, a pleno. Hay gente que está en contra de la ESI porque no quiere que le enseñen a sus hijos a masturbarse. Dale, tu hijo sabe masturbarse desde que tiene ocho años. Si una persona adulta piensa así, tal vez necesita más educación sexual que los propios chicos. Los que se resisten, bueno, nos van a tener que disculpar, pero la ola los va a pasar por encima.