Texto y fotos: Inés Ripari
Corre el año 2010. Un joven escritor detiene su caminata por la feria del libro de Guadalajara al toparse con un flyer que alguien dejó en una mesa. En el papel una frase dice: “En el arte viejo, el escritor escribe textos. En el arte nuevo, el escritor hace libros”. El hombre la relee, frunce el ceño y piensa. No sabe pero intuye que está a punto de darle una vuelta de timón a su vida, que a partir de ahora ya no naufragará el barco de siempre, esta vez va a construirse un bote nuevo. Comprará la madera y la martillará con paciencia durante todo un año hasta convertirse en su propio capitán. Doce meses más tarde su nave saldrá por primera vez al mar y llevará el nombre de Barba de Abejas.
La base donde opera Eric Schierloh, el hombre orquesta de la edición artesanal, es un taller hogareño en las afueras de La Plata. Desde su nacimiento, en 2011, Barba de Abejas lleva publicados 29 títulos editados, diseñados, encuadernados y distribuidos por él mismo, a un ritmo de 4 novedades anuales en tiradas de 50 ejemplares. En ese pequeño espacio que está entre la habitación y la escalera que lleva a la cocina, Schierloh hace 1.000 libros al año. Pasaron ocho ya y la convicción es la misma: “Si hago esto durante 25 años voy a haber publicado cien títulos. ¿Qué más se puede pedir?”.
-¿Por qué empezaste a editar?
-Por un lado, me cansé un poco de que mi única herramienta fuera la escritura, y por el otro, vi la posibilidad de ubicar de forma más ágil en el campo una serie de textos -en su mayoría traducciones-, que hubieran llevado mucho tiempo publicar en el circuito editorial independiente.
-Vos hablás de “autonomía”… ¿Tiene que ver con apropiarte del proceso de edición?
-Tiene que ver mucho con eso, sí. Ahí aparece en parte la cuestión del poquísimo dinero que recibe un escritor o un traductor ignoto, y la posibilidad que tiene la edición artesanal de ponerte en contacto de manera directa con un circuito humano donde poder ubicar parte de tu producción y generar medios legítimos para seguir produciendo. Tengo claro que no quiero obtener esos recursos solo de la escritura de textos. Y me interesa que todo lo demás esté en el mismo plano: que los libros sean hechos a mano, que se los lleve y traiga de un lugar a otro, y que todo el proyecto editorial sea algo que se vaya a hacer durante una vida, o muchos años de una vida, al menos.
«Si hago esto durante 25 años voy a haber publicado cien títulos. ¿Qué más se puede pedir?»
-¿En qué se distingue la edición artesanal de la independiente?
-La edición artesanal es una zona cada vez más importante dentro de la edición independiente. Me parece que la edición independiente terminó quedando perversamente enredada en las reglas de mercado que generaron los grupos grandes. Y entonces, en algunos casos, las editoriales sucumben. Me refiero, por ejemplo, al mecanismo de la consignación, o a estar en determinados espacios simplemente porque “hay que estar” (pagar cientos de miles de pesos por un stand en la Feria del Libro para, con suerte, recuperar la “inversión”). En este sentido, la edición artesanal puede pensarse como el hermano punk de la edición independiente, que es el mayor que está en la universidad buscando la “profesionalización” de algo que es, desde el principio y casi por definición, para mí, un oficio.
-¿Cuáles son las reglas con las que Barba de Abejas no transa?
-Publico los libros que quiero (no los que se espera), no le cobro a los autores y elijo dónde vendo. Esas cosas son y seguirán siendo así.
-¿Y la consignación?
-La consignación la utilicé solo el primer año como una herramienta estratégica; era la manera más rápida de ingresar en el circuito de librerías que me interesaban. Es muy difícil convencer a los libreros de que los libros van a funcionar porque es lo que cree todo editor. Pero yo sabía que esos libros tenían un público preexistente muy importante y que se iban a vender bien. Entonces, una manera de ingresar a esas librerías independientes fue consignando los libros. Al año implementé la venta en firme y algunos libreros automáticamente pasaron a comprar bajo esa condición, porque sabían cómo se habían movido los libros.
-Barba de Abejas es un híbrido, es artesanal y se mueve en el circuito independiente.
-Sí, pero es que es parte de nuestro territorio natural también (tengo libros propios moviéndose en ese circuito). Y además estamos hablando de apenas una veintena de librerías…
-Pero de alguna manera lograste convencer a buena parte del mercado independiente de que hay libros que hay que comprar en firme.
-Eso ya lo saben. Lo viven a diario. Y a mí lo que me molesta es que algunos libreros tengan esa actitud de “a tal editorial española le compro en firme, pero a Barba de Abejas le pido que me consigne”. ¿Por qué, si la calidad de mis textos es similar y es rotundamente mejor en términos materiales? Bueno, pienso que eso es algo a lo que la edición independiente nunca se jugó del todo.
-¿Se puede decir que Barba de Abejas es una propuesta más ideológica que estética?
-Hay una impronta fuerte de un gesto ideológico, sí, pero es indisociable de una materialidad fuertemente estética. A mí no me interesa vender en “grandes superficies”, por ejemplo, pero me parece bien que las editoriales donde publico vendan en esos lugares. Ahora bien, Barba de Abejas sí que tiene razones, y muy sólidas, para no estar ahí. Porque en verdad creo que los libros no tienen por qué estar disponibles en todos lados y en todo momento. Eso es una ilusión industrial. Creo que estamos mal acostumbrados en este sentido. La omnipresencia es un rasgo del mundo digital, no del analógico artesanal. Entonces, intentar alcanzar esa ilusión con las manos propias, bueno, eso es como beber arena, ¿no?
«La edición artesanal puede pensarse como el hermano punk de la edición independiente, que es el mayor que está en la universidad buscando la “profesionalización” de algo que es, desde el principio y casi por definición, para mí, un oficio»
-¿Cuál es el límite?
-El límite es la cantidad de libros que yo pueda hacer al año. La gran crítica que hay detrás de esto es “Ok, ¿a cuántos escritores podés publicar? ¿Cuántos libros podés distribuir? ¿Y a cuántos les podés pagar?”. Simplemente: los que publico, los que distribuyo y a los que les pago. ¿Cuál es el problema? Lo que quiero es que haya más gente haciendo algo parecido a lo que yo hago. Parecido en el 50%; en el otro 50% prefiero que evolucionen.
-¿Confiás en que siempre va a haber un lector que compre tus libros?
-Siempre va a haber un lector que compre.
-¿Qué tenés en cuenta para el armado del catálogo?
-El gusto personal. Las cosas que realmente quiero compartir. Es algo que no se puede absorber en la academia. Ahí radica parte del problema de la “profesionalización” de la edición. El espíritu de un editor tiene que ver con el propio aprendizaje. Se trata de un ejercicio de introspección en todo caso.
-¿Qué lugar tiene ahí la traducción?
-Es la columna vertebral del catálogo. Y es parte de una estrategia para la supervivencia de un proyecto editorial en el mercado. Si volvemos al principio, te diría que es una de las dos razones por las que empecé. Había una serie de textos que estaba produciendo que hubiera sido muy lento ubicar. En Argentina se leen traducciones como en muy pocos otros lugares del mundo, y eso debería ser insoslayable para un editor.
-¿Por qué no editás mujeres?
-En un contexto como el actual, obviamente es algo que me han señalado. Lo cierto es que hay tres mujeres en el catálogo: Zitkala-Ša, que fue la primera escritora sioux que escribió directamente en inglés; Emily Dickinson, de quien hay un texto en la antología de poemas sobre pájaros; y por fin, acaba de aparecer Bello como la flor de cactus de Ana Porrúa, un libro objeto/ensayo sobre el arte del collage. Por supuesto, se trata de algo que estoy revisando. Y confío en que lo estoy haciendo lo mejor que puedo. Este año se van a publicar dos mujeres, Marina Abramovic y Valérie Rouzeau; y hay dos más que van a aparecer muy pronto (Margaret Fuller y Virginia Woolf) que no aparecieron aún para que tampoco suene a una respuesta apresurada. Pero yo he leído a muchísimas mujeres. En algún momento me gustaría publicar a Daiana Henderson y a Sofía de la Vega en la colección de poesía contemporánea. Las cosas llevan tiempo, y más en la edición artesanal, y entonces me doy cuenta de que resuelvo más rápido mis traducciones porque tienen que ver con lecturas más personales. Reconozco, eso sí, que hace 15 años cuando empecé a traducir, no existía esta inquietud. Es algo que aparece hoy y es muy constructivo.
-Sí, sobretodo si pensamos en la edición como un gesto político, como la posibilidad de que ciertos textos se distribuyan o no.
-Es que es muy difícil tener una editorial sólo de poesía contemporánea argentina. Implica un esfuerzo económico que pude evitar a la hora de empezar justamente gracias a la traducción. Cada proyecto editorial artesanal genera su propia dinámica, que siempre acaba estando muy ligada a la historia de vida de cada editor.
-¿Cómo vivís eso de encarar solo Barba de Abejas?
-Maravillosamente bien. Soy un tipo muy solitario.
-¿Con quién lo compartís?
-Con la persona con la que estoy trabajando en ese momento. Y aunque estoy convencido de que las editoriales tienen que ser como barcos, con un capitán, que se equivoca y acierta, reconozco que me pierdo cosas en la ausencia de una dinámica de trabajo de grupo, aunque eso mismo me da ciertas libertades en otros sentidos. No tengo que consultar nada, ni esperar. Sale todo con la impronta que tiene que tener y ya. En todo caso, discuto con mis propios fantasmas.
-Digamos que sos un referente de la filosofía “hágalo usted mismo”, ¿va por ahí tu búsqueda?
-Totalmente. Aunque lo de referente pesa mucho eh. Cuando estás solo y todo depende de vos, tenés que ponerte a hacer, no hay otra. Te das cuenta muy rápido de las cosas que no estás haciendo. Y esta filosofía de hacerlo con las propias manos es como la edición, está en todos nosotros en menor o mayor medida. El problema es que somos bombardeados por las ventajas de no hacer. Para mí el verdadero crecimiento está en mantener viva una idea. Y esa idea sigue siendo la misma desde el principio.
-¿Cambió tu forma de escribir a partir de la edición?
-Para mí, a esta altura, es todo parte de lo mismo. Por eso no me gusta la noción de “literatura”, que está tan anclada a ese estar frente a la computadora produciendo sólo textos. Cuando estoy escribiendo en un cuaderno, estoy produciendo un libro también, no sólo un texto. Estoy pensando más bien en un objeto en tres dimensiones. Y en todo caso lo que me vuelve loco es encontrarle a todo esto una cuarta dimensión. Acá es donde “El arte nuevo de hacer libros” de Ulises Carrión es insoslayable: soy un escritor de libros.
«Creo que los libros no tienen por qué estar disponibles en todos lados y en todo momento. Eso es una ilusión industrial. Creo que estamos mal acostumbrados en este sentido. La omnipresencia es un rasgo del mundo digital, no del analógico artesanal»
-¿Creés que se puede enseñar a escribir?
-Se puede ayudar a encontrar un camino. Pero a la hora de producir un texto estás completamente solo. Y ahí es donde te las ves con vos mismo, con el problema en el que te metiste vos mismo. Es un gran desafío. ¿Y cuántas cosas son un desafío en la vida moderna? La vida moderna es muy simple. Entonces, encontrar algo que realmente es un desafío es como construir un bote, lograr que flote y poder darle un rumbo, ¿no? Timonear una editorial artesanal es exactamente eso. Y poder disfrutar del viaje, claro.
-¿Creés que en algún momento te vas a cansar?
-Creo que sí. En algún momento voy a elegir la cabaña y producir libros a una escala todavía menor y más lenta.
-¿A qué le tenés miedo?
-A perder las ganas de hacer cosas.
-Que no es el deseo…
-Que no es el deseo, es más bien el entusiasmo. Despertarme a la mañana y querer estar con las personas con las que comparto mi vida, hacer las cosas que hago. Ahí no hay pastilla que valga. Se trata de una fuerza vital. Estoy hablando de ganarle al despertador.
-¿Vivís algo de lo que hacés como un rescate?
-Puede ser, aunque no en el sentido nostálgico que le dan algunos, sino más bien todo lo contrario. Hay algo de guerrilla, por así decir.
-¿De qué va M, tu última novela que ganó el primer premio del Fondo Nacional de las Artes?
-Es una novela que trabaja con los últimos treinta años en la vida de Herman Melville, cuando después de haber intentado todos los géneros “fracasa” como escritor, abandona la vida rural y emprende una vida casi anónima en la ciudad de Nueva York para dedicarse a la escritura. Entonces M es una novela sobre la construcción de la imagen del sujeto, sobre qué pasa cuando lo que queda de una vida es apenas información. ¿Cómo se reconstruye una vida con esos materiales? El texto es a partes iguales traducción, ficción, escritura e incluso collage. Y tiene cierta carga gráfica y de diagramación, además.
-Vos jugás bastante con eso…
-En cierta forma se trata del núcleo de la serie de textos en la que estoy trabajando y de la que forma parte M: “El viento en los túneles de la mente” (la frase es de Nikki en Inland Empire). Cada uno de esos textos, que por ahora serán nueve, se leen de manera independiente aunque son parte integral de un experimento en prosa ligado al diseño, la intertextualidad, la lectura, la traducción, la vida de una persona, el arte. M tiene el privilegio de ser el primero. (Nota: M acaba de aparecer publicado por Eterna Cadencia).