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Publicado por Javier

Loren Acuña, la primera actriz paraguaya en protagonizar una película argentina

Texto: Mary Putrueli / Fotos: Xavier Martín

 

La popularidad llegó hace poco a la vida de Loren Acuña, a partir de su primer protagónico en cine en la ópera prima de Hernán Aguilar, Madraza, donde la actriz encontró el papel que estuvo esperando toda su vida. Si bien algunas diferencias obvias la alejan de ese personaje, podemos encontrar muchas similitudes entre Matilde, una madraza y ama de casa convertida, por destino y casualidad, en una asesina a sangre fría, y Loren, una mujer de armas tomar en busca de los sueños que la mantienen despierta desde niña.

Nacida en Paraguay, criada por sus abuelos en un pueblo alejado de las luces del espectáculo, Loren siempre tuvo claro que su camino la llevaría al mundo del arte.

-¿Cómo fueron tus inicios en la actuación?
-De muy niña sabía que amaba el arte, si bien nací en un pueblo alejadísimo del mundo, donde no existían las escuelas de teatro -es más, hasta cierta edad pensaba que los actores nacían actores y que los músicos nacían músicos-. En la primaria moría por pasar a decir las poesías y por bailar y actuar en cada acto cultural, me acuerdo que me temblequeaban las piernas pero yo pasaba igual, algo de eso que dicen de querer ser aceptado o querido, para mí tiene que ver con tener algo dentro tuyo que necesitas manifestar. Todo lo que sea arte, para mí, te hace mejor ser humano. En la secundaria comencé a escribir obras, las dirigía, hacía actuar a todas mis compañeras y luego, ya de muy pequeña, a los diecisiete, me vine a Buenos Aires, sola, y la verdad si no estudié de más chica actuación fue porque realmente no sabía que existía un conservatorio o una escuela de teatro. Por supuesto que en Paraguay existían, pero yo no lo sabía, sí recuerdo que venía una profesora de danza al pueblo que les enseñaba a las chicas, pero para mí era muy complicado porque yo vivía con mis abuelos, mi madre murió cuando yo tenía seis años, y ellos claro, no entendían tanto la fascinación que yo tenía por la música, por el arte. Creo que es algo que llevo en los genes porque no tuve ninguna formación, solo fui incorporando cada vez más el gusto por la música, por el arte.

-¿Viniste a Argentina con la intención de formarte en actuación?
-En realidad, llegué a Buenos Aires y empecé a estudiar ingeniería de sistemas, nada que ver. No me gustaba y abandoné. Después me casé, tuve a mi hija y me dediqué a criarla, canalizaba este amor por el arte disfrazándome para sus cumpleaños. Hasta que un día acompañé a una amiga a una filmación y mágicamente una de las asistentes de la producción me dice: “La directora pregunta si querés actuar”. Por supuesto que dije que sí, y enseguida me llevaron al motorhome, me cambiaron, me maquillaron y estuve en la última escena que estaban filmando de la película “Diario para un cuento”, de Jana Boková, sobre la vida de Cortázar. Jana al terminar me pregunta si yo era actriz, y no sabía bien qué decirle, entonces me dijo que si no estaba estudiando actuación estaba perdiendo el tiempo porque mi rostro tiene algo que transmite, que traspasa la pantalla. Era la primera vez que alguien me decía algo así, ni siquiera entendí en ese momento qué me había querido decir con eso.

Por sugerencia de Boková, Loren Acuña fue a hacer la prueba para entrar en la escuela de teatro de Augusto Fernández. Recuerda que aquel día, ante la mirada de Fernández, Susana Pampín, Beatriz Spelzini, Alberto Segado y Fernando Piernas, lo primero que logró decir fue: “Me tiembla todo”

-Desde el fondo una voz de profesora -Beatriz Spelzini- dice: “Y bueno, dejá que tiemble”. Fueron las palabras sagradas, lo sentí como una caricia al alma y me relajé. Recuerdo las carcajadas de todos a raíz de lo que contaba, que era cómo había sido mi experiencia la primera vez que vi un televisor a los ocho años, uno de esos viejos a baterías en blanco y negro. Cuando sentí la primera carcajada, pensé “Ya está, traigan el tereré”. Y así quedé y comencé en un camino maravilloso de disfrute y de aprendizaje, y filmé la primera película estando en primer nivel. Estudio para una siesta paraguaya, de Lia Dankser.

-Luego vinieron las participaciones en las novelas…
-Sí, la primera fue en Poliladrón y dije dieciseis palabras. No sabía nada, cuando me dijeron quedaste yo pensé que ya protagonizaba y me ganaba todos los Martín Fierro, y todavía estoy luchando para que me invite Mirtha Legrand a su mesa.
Ahí entendí cómo en televisión es todo más chico, los movimientos… Yo actuaba como si estuviera en el Colón, me la pasaba saliendo de cámara y de plano. Después vino “Como vos y yo”, donde compartía escena con Luisina Brando, Rodolfo Ranni y Claribel Medina. Creo que en mi carrera siempre tuve mucha suerte por la calidad de actores y personas que me tocaron, desde Alfredo Alcón, Ricardo Darín, Mercedes Morán… solo me falta trabajar con Norma Aleandro, algo pendiente. El papel que considero importante, o que tuve mayor continuidad es en “Culpable de este amor”, que fue un personaje muy lindo y fue gracias Gabriel Corrado que me vio en un bolo y le sugirió a Rodolfo Stoeseel.

«Cuando sentí la primera carcajada, pensé “Ya está, traigan el tereré”. Y así quedé y comencé en un camino maravilloso de disfrute y de aprendizaje»

-En teatro también participaste.
-Si, junto a Humberto Tortonese y Eusebio Poncela en “Las estrellas nunca mueren” tuve un personaje hermoso y estaba en toda la obra. Nombro esto porque en casi todos los proyectos que participaba me mataban enseguida. En Vidas Robadas me convocaron para un super personaje de una prostituta con mucha continuidad y en el primer capítulo ya me matan. Cuando fui a buscar al productor con el que había arreglado mi participación me dijeron que se había retirado del proyecto. Creo que con Madraza me vengué porque en mis comienzos siempre me mataban a mi, era la hermana de la protagonista, o una pordiosera y siempre terminaba muerta.

-¿Cómo fue volver después de un tiempo a trabajar en Paraguay?
-Después de varios años fuera del país me convoca Arnaldo André para una película que él dirigía, «Lectura según Justino», para interpretar a la tía de él, ya que es un film basado en la vida de Arnaldo.

-En Paraguay, ¿cómo es el mercado del cine?
-La verdad que después de “Siete cajas”, de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, se dio a conocer el cine en Paraguay,y hubo un mayor respeto hacia las producciones locales, un mayor reconocimiento y se está empezando a filmar mucho más. Pero aún falta mucho por hacer, sobre todo en comparación con Argentina donde tiene mucho más apoyo y difusión.

-¿Te dan ganas de hacer algo allá?
-Sí claro, allá y en cualquier lugar del mundo. De hecho, tengo una propuesta en Paraguay con un guión increíble, pero al momento se encuentran buscando fondos. Recién ahora se está formando un instituto, hay mucho por hacer y ojalá se pueda porque contamos con historias muy interesantes y lugares bellísimos en el país.

-¿Cómo llega el papel en Madraza?
-Yo aún estaba en la escuela de Fernández y en paralelo comencé un seminario de actuación para cine en la escuela de Eliseo Subiela, que coincidía con el seminario de dirección para cine. Allí lo conocí a Hernán Aguilar, director de Madraza, y ni bien me ve me eligió para un corto de ese mismo seminario. Pasaron los años y nos reencontramos en una muestra pictórica y apenas me vio me dijo “vos sos mi madraza”. Él recién estaba empezando con el guión de la película y me empezó a contar que era una ama de casa que se convierte en sicaria. Desde ya que dije que sí, y como él se iba a vivir a Estados Unidos empezamos una comunicación por mail de casi cuatro años, quizás más, en los que me iba contando cómo iba el proceso. Cuando finalmente vino a Buenos Aires, nos juntamos y me confirmó que comenzaba la producción y a medida que iba avanzando todo, surgió un problema: los productores no me quería a mí, querían una actriz famosa y no había forma de convencerlos. Me acuerdo que me largué a llorar porque yo sentía que madraza era mía. Sola con una hija empecé a buscar trabajo por todos lados. En paralelo, Hernán volvió a llamarme diciéndome que había una oportunidad de juntarnos con los productores pero tenía que ir yo a convencerlos. Me pareció muy genuino de su parte, así que fui. No sabía bien qué decir porque claramente no me podía hacer famosa de un día para el otro. Cruzamos a un bar con los dos productores, jamás me registraron, hablaban de sus vacaciones, de sus proyectos, pedían tragos, yo me pedí un té de manzanilla de los nervios. Ellos hablaban de los viajes que habían hecho a lugares que por supuesto yo no conocía, y de repente metí un bocadillo gracioso. Ahí, cuando me vio uno de ellos empezó a prestarme atención y comenzamos a hablar fluidamente, de la película, del proyecto, y sentí algo mágico, un ángel, algo que sucedió que me llenó de esperanza. Luego los vinieron a buscar y nos despedimos. Cuando me estaba yendo leo un mensaje de Hernán en mayúscula que decía: ¡Qué bueno, ya sos mi madraza!

«Después de “Siete cajas” se dio a conocer el cine en Paraguay y hubo un mayor respeto hacia las producciones locales, un mayor reconocimiento, se está empezando a filmar mucho más»

-El proceso del cambio físico fue muy exigente, ¿lo sentiste también así en la preparación emocional del personaje?
-Tuve que engordar muchísimo e ir bajando a medida que íbamos filmando, fue bastante dura esa parte. En cuanto a la composición del personaje, teníamos claro que no tenía que ser un personaje malo, tenía que ser una mujer común y corriente con la que el público empatizara casi instantáneamente, algo que sucedió con creces. También me ayudó mucho, ya que en todas las navidades voy a ayudar en la Iglesia San Jorge, en La Boca, a dar alimento a los más carenciados, cuando conocí una mujer allí que era muy madraza. De hecho, algunos gestos de Matilde, mi personaje en la película, son de ella.

-¿Te esperabas la repercusión que tuvo Madraza?
-La verdad que no, me ha dado tantas satisfacciones, ganar en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en el festival de Sitges, pudimos llevarla a Paraguay donde ganó también y me dieron una distinción. Pero creo que todo se debe a un excelente guión. Hernán escribió una gran película y armó un elenco excelente.

-¿Cuál fue la escena más difícil y cuál la que más disfrutaste?
-Creo que la más difícil fue la del beso con Gustavo Garzón, porque no había tenido experiencia de besos con nadie, jamás había dado un beso en ficción. Recuerdo la noche anterior, estaba muy descompuesta porque no sabía bien cómo podía resultar, y las escenas que más disfruté fueron las de acción, en la que corro por el techo me divertí muchísimo, todo me parecía una aventura. Aprendí boxeo, tiro, jiu jitsu, una experiencia maravillosa y muy desafiante porque las armas me dan terror, el cuchillo en sí, porque de chica viví una escena de violencia familiar muy difícil. Creo que, por ejemplo, la escena donde tengo que acuchillar a alguien fue muy fuerte para mí pero a la vez muy sanador. La escena donde ella va a pedir trabajo, yo la tengo a flor de piel, de ir a buscar una y otra vez trabajo, una oportunidad, son realidades que tengo muy presente.

-Hiciste teatro, televisión, radioteatro, cine, ¿hay alguna historia que te gustaría contar?
-Me encantaría hacer una película épica, interpretar una gran mujer, aquellas guerreras. Yo tengo muy impregnado todo lo que es la Guerra de la Triple Alianza, mi abuelo es ex combatiente de la Guerra del Chaco, mi papá también. Además fue comisario, así que tengo algo dentro de mí que le gustaría hacer esos personajes fuertes, guerreros. Y desde ya, hacer comedia, la posibilidad de hacer reír, provocar la carcajada en el otro me parece algo maravilloso. Tengo muchas ganas también de dirigir y de escribir. En el San Martín escribí y actué una obra sobre la trata de personas, Trama, hace dos años ya, y es un tema que me interesa mucho profundizar.