Texto: Brian Majlin / Fotos: Mariano Campetella
El hombre tiene el número dos en la espalda, el rostro enjuto con los ojos hundidos, la cabeza semi gacha. La mirada torva. En cuestión de segundos pasa de la ira a la resignación. Primero empuja a un jugador rival, luego baja la cabeza y, desde su metro ochenta y siete, descarga un puñetazo sobre la cara de Maxi Meza, que todavía era jugador de Gimnasia y Esgrima de La Plata. Es 20 de octubre de 2015, Temperley, el equipo del hombre de mirada torva, pierde 3 a 1 y quedan pocos segundos para el final del partido. Pero no es eso lo que empuja la acción de ese hombre, que recibe la consecuencia de la tarjeta roja con aplomo o indiferencia. Detrás de sus ojos, nadie sabe qué pasa, porque la cámara no capta los pensamientos. El video está accesible, quizás lo esté por los días de los días, en el magma perenne de la web. El jugador de fútbol, como entelequia y como actor de un show involuntario que se monta alrededor suyo, es solo aquello que la cámara logra captar. Pero Ignacio Bogino es mucho más que esa imagen -lo sabe, pero todavía no sabe cómo demostrarlo- y en ese momento, mientras millones de personas ven en vivo que un hombre de mirada torva golpea a una de las promesas del fútbol argentino, él no está presente. Su mente, su esencia detrás de la imagen, está con su hermana, que acaba de ser operada tras un grave accidente y que oscila entre la vida y la muerte.
Pero, ¿quién sabe lo que hay detrás de una representación? Es parte de lo que dirá Bogino en diálogo con Revista Almagro. Desde los 5 años entrena cada día de su vida -con poquísimas excepciones-; primero Morning Star, después Rosario Central, Arsenal, Patronato y Temperley. Aún futbolista en Brown de Adrogué, pero habiendo dejado emerger el arte -escritura y pintura- como una vibrabación en su interior, va en busca de aquello que le da sentido a sus búsquedas. Su vida estuvo signada por varios vacíos -como el que causó el accidente de su hermana- que motivaron sucesivos cruces con el arte: cuando era adolescente se cruzó con La canción de nosotros, de Eduardo Galeano, tras una separación, y se inició en el universo de lector; y después del accidente, ya reencontrado con esa mitad suya artística en la pintura que dejaba guardada tras el disfraz del fútbol, volvió a separarse -de la madre de su hija esta vez- y fue el vacío el que lo empujó a los talleres literarios con Gabriela Cabezón Cámara y luego a trabajar también con Luis Mey.
Su universo interior está abarrotado de ideas y trabaja para exteriorizarlo. Para que su mensaje llegue. Para que el fútbol y el arte se unan en algo transformador. Lee mucho, escribe cuentos, pinta y le gustará que su vida y obra sean un mensaje como el del pintor Carlos Alonso. Van a pasar exactamente cuarenta y seis minutos de charla hasta que Ignacio Bogino deje caer de su boca la palabra capitalismo. Hasta entonces hablará del sistema, del mercado, de la lógica perversa que lleva a normalizar que los jugadores sean puestos en sitios de ídolos y millonarios que cobran más que sus padres desde los 20 años. Y hablará, una vez, de patriarcado. Pero será entonces, en el minuto cuarenta y seis, cuando Bogino -Nacho-, que detesta los estereotipos y las etiquetas, ordene tanta idea y englobe aquello bajo un único mote.
-Antes de retirarme mi objetivo es poder sacar un libro y hacer una muestra con las pinturas.
-¿Por qué antes de retirarte?
-Quiero que sea un mensaje. Y que sea mientras soy jugador es un gesto político. Además, quiero que el libro tenga valor, porque ya me di cuenta de que cualquiera puede hacer un libro. Ese plan me está llenando y me está preparando para la vida después de la muerte que es retirarse del fútbol.
-¿Cómo te imaginás esa vida después de la muerte?
-Y, al principio, complicada. Después del fútbol aparecerá el vacío. Cambiará mi relación con el dinero y con el otro. Y seguramente me reencarnaré en otra persona más poderosa.
-¿Te ves en algún laburo?
-Mi objetivo es trabajar de lo que me guste, que sea un lugar de desarrollo y que me haga feliz. Me di cuenta de que el lugar en donde hay plata no es el más importante. Ojo, no soy tonto, el capitalismo te obliga a tener plata para poder comprar cosas para vivir, pero no es lo más importante. Me veo escribiendo y pintando, y si puede articularse con el fútbol mejor. Renegué mucho tiempo de eso, pero quizás mi espacio de militancia es el fútbol y puedo laburar en desarrollo de los pibes, en lo formativo y comunitario del deporte. Porque si les muestro a los pibes que jugué profesionalmente toda la vida y también leí, dibujé, aprendí otras cosas interesantes, esa experiencia combinada con saber lo que puede sufrirse en este ámbito, es importante para ayudarlos. Porque el fútbol puede ser un espacio transformador y quiero que lo sea.
-Pese a todo, tenés una visión de futuro esperanzada …
-Sí, porque no sé si va a triunfar esa idea de lo bello del mundo y, sin embargo, esa idea te sostiene. Como en el cine o la música, todo el arte comercial se hace en nombre del otro, pero el arte que conmueve, que transforma y quizás no vende nada, ese camino a seguir, igual sostiene, conmueve y transforma. Ese sentido de transformación es el que debería emerger. El poeta, el militante, el arte es lo que sostiene todo lo otro y le da sentido a la vida.
-No siempre tuviste esa noción…
-Lo sentía, pero recién ahora pude ponerlo en palabras. ¿Si no qué? ¿Trabajás todo el año para irte una semana a Villa Carlos Paz o a Mar del Plata? La belleza de la vida es sostenida por los lugares románticos, por aquellos que quizás no dan guita o no producen, pero le dan sentido.
“Cuantas más herramientas tenés mejor te vas a manejar, pero el resultado manda: si viene un pibe que es un hijo de puta y tiene una causa penal por pegarle a una piba, pero juega mejor que yo, van a poner a ese. Hay muy poco lugar dentro de los clubes donde no se busque el beneficio económico: la identidad es para el hincha y los negocios, ya no para construir una identidad social. Se perdió el romanticismo del club y su función social”
Nacho Bogino habla rápido pero cada tanto frena a tomar aire, o a repensar sus ideas, sobre las que vuelve una y otra vez como para darles un sentido más preciso. Es de aquellos que reflexiona a medida que habla. Se ha tornado un lector avezado, obsesivo por momentos. Pasó por la vanguardia latinoamericana, algunos cuentistas norteamericanos, disfrutó descubrir a un poco conocido William Goyen, celebra con énfasis a Cabezón Cámara y a Antonio Di Benedetto (aunque no disfrutó Zama). Por estos días se le anima a la lectura de ensayos y filosofía, pero mucho tiempo antes supo tener vergüenza por cargar un libro en una concentración. Alguna vez vio un compañero mayor -Ezequiel “Equi” González- que tenía un libro y, a su modo, tomó la invitación como una habilitación. Luego pasó a ser el que imitaran sus compañeros: primero trató de imponerlo, luego entendió que mejor que decir era hacer, que un ejemplo podía ser más valioso que una palabra.
-¿Qué encontraste vos en los libros?
-Primero una compañía. Siento que si tengo un libro no me falta nada. Es un lugar de soledad que se convierte en habitable. Los momentos en los que uno se encuentra con el arte en general es por un momento de vacío. Yo estaba triste, me metí en un libro y vi que podía habitar esa tristeza. Desapareció y surgió la esperanza, la imaginación, se despiertan inquietudes. Es una compañía que te habilita a hacer de la soledad un lugar más habitable.
-Cuando ves un compañero que está en otra cosa, ¿le decís algo o le acercás un libro?
-Está normalizado que el futbolista es ganador, que tiene plata, mujeres, autos, que está con la play y en otra, uno solo habla si tiene confianza y cercanía, pero los consejos no sirven para nada. Lo único que te modifica es la experiencia.
-¿Y cómo ayudar?
-La manera de ayudar o de intentar que el fútbol sea mejor, creo, es con el ejemplo. No le digo a los pibes que lean o que tienen que leer. Si alguno se acerca porque ve que leo, le acerco eso y capaz ve que hay algo contenedor en los libros. No bajo línea, porque lo hice al principio, fui al choque y vi que no sirve. Es mejor marcar una ética, sin hacer tanto cartel. Lo normal es lo otro.
-Hablás mucho de que el sistema está mal pero que es lo normal, ¿qué se siente ser el bicho raro?
-Fue un proceso: hacerme jugador de fútbol, ocupar un lugar en un vestuario, sentirme importante y ahí, entonces, romper con lo que me avergonzaba. Ahora me interesa poder ocupar esa posición, tratar de llevar otro mensaje, otra línea y mostrar otras conductas de lo que es un jugador de fútbol. Porque el rótulo te anula el color que tenés adentro y te encasilla en ser un jugador de fútbol calcado como otro. Yo pinto desde chico, ahora escribo, y todo lo que está fuera del fútbol es lo que soy y lo que me da identidad como jugador de fútbol. Y me gusta ese lugar de contra porque siento que es respetado y antes pensé que podía ser humillado: es la forma de romper con estereotipos que nos dejan duros.
-¿Y los técnicos y dirigentes apoyan esto?
-No les interesa. Solo importa si andás bien en la cancha. Después uno elige a dónde quiere jugar, qué te gusta y qué no, pero al dirigente solo le importa si rendís en la cancha. Después lo que uno hace tiene peso, cuantas más herramientas tenés mejor te vas a manejar, pero el resultado manda: si viene un pibe que es un hijo de puta y tiene una causa penal por pegarle a una piba, pero juega mejor que yo, van a poner a ese. Hay muy poco lugar dentro de los clubes donde no se busque el beneficio económico: la identidad es para el hincha y los negocios, ya no para construir una identidad social. Se perdió el romanticismo del club y su función social.
-¿Pero el fútbol no es un trabajo?
-Falta mucho esa identificación también, en el gremio se ve. Entre los familiares se nota: todos piensan que vos no trabajás porque hacés lo que te gusta, o porque ganás más plata que la media. Y esta sociedad entiende a lo que te gusta como un pecado. Hay que trabajar de lo que no te gusta, hay que ir a la escuela aunque no te guste, el trabajo se supone que dignifica porque te sentís útil, pero ¿quién saca más beneficio de mi laburo? Cualquier laburante del conurbano acá en Buenos Aires no trabaja para vivir, sino que vive para trabajar y, obvio, si puede llegar 5 minutos antes a ver a sus hijos te va a pasar por arriba en el tren. ¿Qué lugar va a haber ahí para la sensibilidad, para pensar en el otro? A eso te empuja el sistema.
-¿Pero los jugadores entienden eso?
-No, en el gremio se naturaliza la situación. Se hace normal que cualquier dirigente te deje cuatro meses sin cobrar “porque igual cobran más que la media”, pero los que cobran bien en el fútbol son un mínimo porcentaje. O viene un loco que sí está al día y dice ‘yo juego igual’. Todo tiene que ver con la sensibilidad, con pensar en el otro y construirse como ciudadano común, pensando en el otro: sino sos solo una empresa con tu nombre. Y ahí cabe este gobierno de ahora, los libros de autoayuda y todo lo que te lleva a ser individual y que lo demás te chupe un huevo.
“El fútbol es un hecho literario, pero todos buscan ahora cualquier cosa, ganar de cualquier forma, ganarle y que el rival se muera, es un disparate”
-Está la idea de que el futbolista se da cuenta de eso tarde, cerca del retiro…
-Lo que pasa es que te das cuenta a los golpes, porque yo quise jugar al fútbol como un fin, tener casa, ser famoso, mujeres, auto…
-¿Te gusta el fútbol?
-Me encanta jugar, entrenar y ese hecho lúdico lo disfruto: es como dibujar. Pero cuando te dicen que, si no ganás, te vas a la B, que 70 hinchas se suicidan y que se termina el mundo, ¿cómo carajo vas a disfrutar y a jugar bien? Recién ahora estoy disfrutando, pero en Central no disfruté ningún partido. La carga es inmensa. Y eso lo agarrás con la experiencia o quizás nunca, y te das la cabeza contra la pared…
-Aprovecho para disculparme con todos los jugadores que alguna vez insulté…
-Claro, porque pasa eh. Al jugador de fútbol se lo cosifica, porque gana mucha plata entonces no tiene sentimientos y lo escupo. No es persona, no le pasa nada.
-Entonces veías al fútbol como un fin…
-Sí, y me di cuenta que tiene que ser un medio para vivir mejor. Una puerta para un montón de cosas más, hay que tomarlo como un disfrute. Uno no toma vino o ve una película por otra cosa que no sea disfrute, en el fútbol debería ser así. No podés jugar por la guita, porque cuando se termine se acaba la fama, dejás de ser el centro de la familia, el almacenero ya no te fía y se te cae toda la mentira que armaste tanto tiempo.
-Decís que está mal que el futbolista cobre más que otros laburantes, ¿te da culpa?
-Un montón de veces. Tengo el mismo auto hace 10 años. Tener autos buenos, ir al barrio, esas cosas que se hacen para medirse la poronga me parecía desproporcionado, ya me hacía ruido. A la gente a veces se la valora por lo que tiene en lugar de por lo que es.
-También el fútbol te da exposición y la posibilidad de dar otro ejemplo…
-Sin quererlo, el tener mayores privilegios te da también más responsabilidades. Siendo jugador de futbol vos ganás guita y sabés que es porque otro no la tiene. Entender que está mal acomodado todo, que uno gana porque otro pierde, hace que te comprometas. Creo en el compromiso del futbolista porque tiene un lugar de privilegiado.
-¿Qué es el casette en el mundo del fútbol?
-Es un pacto tácito entre periodista no comprometido y futbolista no comprometido. El periodista va y hace una pregunta cuando acabás de jugar y estás a mil por hora, ¿qué vas a preguntar y qué te van a contestar? Y, a la vez, a los periodistas que están en el sistema y llegan ahí no les conviene que el jugador cuestione. Por eso las notas son todas pelotudas, el notero no le va a preguntar ‘¿qué pensás de Angelici?’, a ver si dice algo que nos obligue a hablar a todos. Y porque si habla lo rajan: los dos cuidan privilegios y se hacen los boludos. Después está el show sobre lo que dice o no dice un jugador. Si los periodistas trataran de profundizar realmente, potenciarían a los futbolistas también. Pero todo se mantiene en una medianía.
-¿Hasta qué punto el sistema tolera una voz disruptiva?
-Lo tolera si sos indispensable y rentable para el club. Por eso la importancia del jugador destacado. El fútbol vive de los jugadores, si no están, no existe. Cuando los jugadores de alto nivel entiendan que ellos son el poder van a poder decir lo que se les cante. Yo estoy en espacios chicos, pero salirte del casette enseguida te saca un privilegio. Te lleva a perder y tener que dar explicaciones. Cuando te preguntás cosas te convertís en rompebolas, estás cuestionando al poder. Y el poder en el fútbol son los dirigentes. Y al meterte en esa, en igualdad de condiciones, van a contratar a uno que no rompa.
-¿Te queda el mote de complicado?
-En el fútbol nos conocemos todos. Sabemos en qué club pagan mal, sabés quién es cada dirigente, conocés quién es quilombero, qué técnico es transero y cuál no. Yo estoy tranquilo, porque siempre traté de obrar con lo que creo una ética correcta. Fui por el camino que creí bien y me sentí querido siempre donde estuve más allá de conflictos puntuales.
-¿Qué lugar hay para que el fútbol cambie?
-El primer cambio es que el fútbol femenino avance. El feminismo moviliza todas las estructuras sociales, los hábitos, pone en cuestión todo lo que está normalizado. Es un avance muy grande. La pelota no tiene ni pito ni concha, con la pelota nos divertimos todo. Es un cambio grande: ya no se habla de mujeres igual que antes en el vestuario. O se abre un poco más el tema de la homosexualidad. Hay un movimiento, de a poco porque el machismo está híper concentrado en el fútbol, pero se va abriendo un cambio. Y el feminismo también resiste ante los embates conservadores de los gobiernos actuales. No lo veo tan esperanzador, pero sí veo pequeñas cosas que se van moviendo y pueden agrupar gente. Como Pelota de Papel, y como juntarte con jugadores que se cuestionan cosas. Hay que darle batalla.
“Los momentos en los que uno se encuentra con el arte en general es por un momento de vacío. Yo estaba triste, me metí en un libro y vi que podía habitar esa tristeza. Desapareció y surgió la esperanza, la imaginación, se despiertan inquietudes. Es una compañía que te habilita a hacer de la soledad un lugar más habitable”
-¿Qué le falta al fútbol?
-Al fútbol le falta poesía, es tanta la tensión que no deja liberar nada. Casi no quedan personajes coloridos. Ahora todo es quilombo, buscan pibes recién salidos de la villa y les piden que sepan comunicarse con el técnico. Porque le piden eso si no le enseñaron. El fútbol es un hecho literario, pero todos buscan ahora cualquier cosa, ganar de cualquier forma, ganarle y que el rival se muera, es un disparate.
-El programa de radio que tenían con Di Lorenzo y De Bórtoli iba en esa búsqueda… ¿qué significó?
-Todo. Toda esta postura empezó por esa semilla. Estaba incómodo con esa voz de casette y creamos nuestra propia voz. Teníamos miedo, porque peleamos el descenso y te decían andá a entrenar y dejá de boludear. Pero, al contrario: era eso o estar mirando la tele o jugando a la play. Con esa también mostramos que somos personas, con inquietudes. Es todo un mensaje que estaba bueno darlo. Empezó a partir del accidente y la situación tremenda de mi hermana. De los lugares de vacío y la muerte, de preguntarnos qué carajo es todo esto. Y me dije ‘quiero algo de mi vida más que juntar plata’. Y así me lancé, necesitaba la excusa de la radio. Son búsquedas.
-Suena trillado, pero es como buscarle un sentido a la vida.
-Sí, pero es así. Hay que buscarle sentido a lo que no tiene sentido.