Texto: Walter Lezcano / Fotos: Xavier Martín
La aparición de El salto de papá (Seix Barral) en la mesa de novedades significó el descubrimiento de un tipo de voz particular que emociona de forma contundente y sin caer en artificios edulcorados. La muerte –el suicidio- de un padre representa una temática que atraviesa a todos los lectores y los conecta con su propia humanidad. Sin embargo, es tratado con un tono y un ritmo que conmueven y, a su vez, recorre las últimas décadas de un país en conflicto permanente. Así de complejo como suena.
Y fue toda una revelación porque Martín Sivak, el autor, hacía tiempo que venía transitando otros terrenos: el del periodismo político en redacciones argentinas y como corresponsal de diarios de otros países. Era lo más alejado que podemos imaginar de la literatura del yo o la textualidad confesional.
Fue el autor de la biografía de Evo Morales, Jefazo, de Mariano Grondona y del diario Clarín, entre otros. Libros que fueron traducidos a otras lenguas e hicieron su recorrido. Y ahora Sivak se despacha con una obra autobiográfica donde indaga la figura de su padre -banquero, comunista, marginal- logrando escapar a todas las trampas del género. Es así como El salto de papá, que construye una visión íntima y familiar junto a la convulsión de esta parte del mundo sin perder nada de su solidez, se volvió uno de los libros del año.
-Siendo periodista, ¿cómo te sentís al ser entrevistado?
-Depende qué se hable. Eso es lo importante. Con este libro, me resulta raro hablar de cosas personales. Lo único que me molesta es cuando hablás con alguien que no leyó ni una página del libro. A veces pasa.
-¿En qué momento percibiste que tenías que hacer un libro con este tema?
-Pasaron varias cosas. Primero está ese mail que está en el libro y yo le mando a mi hermano y varias personas. Sentí un gran alivio al mandar ese mail porque finalmente había podido escribir sobre papá. Con eso creía que ya estaba, había solucionado el tema que lo tenía muy atravesado. Me importaron mucho las devoluciones de ese texto, qué iba a decir mi hermano, por ejemplo. Después, mi viejo estuvo presente en mi vida de muchas maneras. Y en algún momento, cuando empecé a leer libros donde los autores recordaban a sus padres, eso me ayudó mucho a darme cuenta de que podía escribir sobre eso, fue un género que me desinhibió. No me comparo con ellos pero me sirvió ver cómo otros trabajaban con el recuerdo. Había muchas cosas que yo quería contar de papá.
-¿Fue un texto que trabajaste en simultáneo con tus otros libros?
-Me llevó mucho tiempo este libro. Nunca me dediqué totalmente porque no puedo vivir de la escritura de los libros. Fue algo que fui llevando de a poco. El nacimiento de mi hijo también fue una de las variables que me llevó a escribirlo. No por una cuestión de que quería que supiera quién fue su abuelo, nada de eso. Pero sucede que empezás a compararte como padre, por ejemplo. Todas esas cosas hicieron que empezara a escribir este libro. De todas maneras, siempre fue muy postergado. Una vez estuve diez meses sin escribir una línea. Yo a todos mis libros les hice un seguimiento muy fuerte y este fue algo así como los partidos de fin de semana: una suerte de hobby.
-¿Pero en algún momento tomaste envión como para cerrarlo?
-Eso se dio en el último año. Me dije que no podía seguir así con notitas, con archivos durmiendo en la computadora. No es que tuviera tanto material porque no soy de descartar mucho. Había una cosa más de pudor porque no quería hacer un tratado de 500 páginas sobre mi familia. Sonaba excesivo en mi cabeza. Me pasaba también que no encontraba un final. Y apareció de una manera totalmente inesperada. Yo nunca escribí ficción y es algo que jamás lo voy a intentar. Lo tengo muy claro. Entonces al no encontrar en mi propia historia un final, se hacía cada vez más largo. Cuando surgió lo del cementerio, y la carta que les escribí, sentí mucho alivio. Que es un final y a la vez no lo es. Era una manera de terminar el libro.
-Recién hablaste de ese género en el que los escritores recuerdan a sus padres. ¿Qué te dieron esas lecturas?
-Tengo cerca de 35 libros de esos en mi casa. Y este último verano, cuando estaba terminando mi libro me di cuenta de que no estaba usando nada de todo eso que había leído. De hecho, en el proyecto inicial había un capítulo final que era una especie de conversación con esos textos. Una especie de ensayo, pero después me di cuenta de que no tengo formación en literatura. A esa idea la fui descartando de a poco porque en la primera versión están como bibliografía estos libros. Los leí mucho para ver que se podía escribir sobre el padre. Después me sirvieron para cosas muy pequeñas y puntuales, como decidir qué cosas no contar porque las consideraba parte de la intimidad de mi viejo. Porque un libro íntimo no es que vos contás absolutamente todo. O por ejemplo La carta al padre de Kafka me ayudó a pensar la relación de mi papá con su padre. Pero más que nada, esas lecturas fueron desordenadas y sirvieron para saber que se podía llevar adelante un proyecto como el mío.
“Mi viejo era muy generoso de forma genuina, eso le quedó a mucha gente”
-¿Cómo fuiste encontrando el tono? Porque es un recorrido enorme el que hacés entre lo íntimo y lo público.
-Sí, eso fue dificilísimo. Y no quiero exagerar pero me llevó la vida entera lograrlo. Sin duda. Si yo hubiese escrito este libro entre los 15 y los 25 años hubiese estado plagado de humedad por las lágrimas que hubiera derramado al escribirlo. Al principio no podía hablar en público de mi papá porque me quebraba. Ese tono del que hablás apareció con la distancia, del hecho de poder reírme de algunas situaciones. Porque yo tenía un recuerdo muy solemne de mi papá y con el tiempo eso se fue modificando. También pasó que pude convertir a personas próximas en personajes, lo que para mí es un ejercicio nuevo. A quienes retraté en mis otros libros son personajes públicos y establecidos. Acá tuve que hacer un proceso inverso, lo que para un escritor es un procedimiento relativamente fácil. Entonces fue un esfuerzo de convertirme en personaje. Porque este no es mi papá ni este soy yo realmente. Traté de tomar distancia del libro. Porque si hubiese sido algo íntimo y privado en su totalidad no la hubiese publicado. Es una historia que tiene que llegar a todos. Me emocioné mucho escribiendo este libro a pesar de la distancia que quería ponerle.
-¿Hay algo de ajuste de cuentas con la realidad?
-Queda mal decir algo así. Y algunos de mis allegados me lo decían. Yo no quería verlo de ese modo a este proyecto. Ahora, con el paso de estos meses de hablar del libro me di cuenta de que sí, que también es eso. Igual es ridículo negarlo.
-En esta historia que contás también se filtran las últimas décadas de este país.
-Eso fue un poco por azar. Porque este libro fue armado sobre la marcha. No es que tenía la idea de juntar esos elementos: a mi papá y al país. No fue deliberado, para nada. Se dio por la propia historia porque hay un caso resonante como el de mi tío. Pero no quería iluminar la historia argentina. Yo tenía ganas de contar de mi viejo. Lo mío era modesto como objetivo.
-Venías de proyectos muy distintos a este. ¿Qué aprendiste de tu relación con la palabra en El salto de papá?
-Surgió otra relación con la palabra, con las emociones con mi presencia en el texto. Mi primer libro lo escribí entre los 19 y los 21 años, sobre el asesinato de un presidente boliviano. No sabés lo que me importó ese libro, no tenés una idea. Y así me pasó con todos mis libros. Admiro a las personas que hacen los libros de taquito. De hecho, en ese momento yo era corresponsal acá de un diario boliviano y mi segunda vida estaba en Bolivia. Todo lo que pasaba ahí era muy importante, muy central para mi vida. Qué más lejos para un chico rico de Palermo que un cocacolero boliviano. Pero de repente te empezás a relacionar con esos temas y te sentís parte de lo que estás escribiendo. Lo novedoso acá -y por ahí lo que sí aprendí- es a tener una presencia más fuerte en la historia. Y saber que uno puede estar ahí sin ser obsceno o exhibicionista, que era uno de mis grandes miedos. Aprendí muchísimo de este libro.
-¿Cómo fue cambiando el recuerdo que tenías de tu viejo en todos estos años de escritura del libro?
-Lo que me ayudó mucho fue vivir afuera de la Argentina. No porque padezca a este país, para nada. Yo viví afuera porque tuve la suerte de conseguir una serie de becas para poder estudiar. Viví en Londres, La Paz, y en Nueva York. Fueron cerca de seis años en total. Y empecé a escribir el libro cuando estaba en Nueva York. Esa distancia me permitió escribir la primera parte del libro sin ver a nadie y apelando a los recuerdos. Esos recuerdos generaron otros recuerdos. Un ejercicio de memoria voluntaria, estaba muy atento. Cuando venía acá, una vez por año, se me caía encima la historia. Se me aparecían cosas lindas y fantasmales. La segunda parte del libro es más de investigación. Y ahí pude afinar más la organización de los recuerdos hablando con otros. Lo que me pasaba a veces cuando estaba afuera era que no podía encontrar la voz de papá. Cuando volví definitivamente, Gabriela Esquivada me dijo que sume otras voces. Cuando me acerqué a mi viejo desde el lado de sus estudios del marxismo, ahí tuve una manera de incorporar el recuerdo de los otros. Esa fue la evolución: primero de un recuerdo más lejano y luego de una cosa más de buscarlo y al mismo tiempo me generaba incomodidad. Porque le preguntaba a otra gente cómo era mi papá. Eran raras las entrevistas: se ponían a llorar muchas veces con un alto nivel de nostalgia y cariño. Eso no me lo esperaba. De tener que consolar a los entrevistados. Mi viejo era muy generoso de forma genuina, eso le quedó a mucha gente.
-No descubriste nada de tu viejo.
-No es que este libro me hizo entender mucho más a mi papá, o que cambió radicalmente lo que yo pensaba de él. Para nada. Fue más que nada llevarlo al papel. No hubo la gran revelación. Aparte no la busqué.
“Hay una idea alrededor del periodismo político que si vos estás ahí donde se toman las grandes decisiones algo entendés de la realidad, y lo cierto es muchos terminan atragantándose con la alfombra”
-¿Qué te dieron tus otros libros para poder escribir El salto de papá?
-Tengo un amigo, gran lector, que me dijo que yo siempre escribía sobre mi viejo. Que buscaba en los demás algo de él. Los temas sobre los que escribí, creo, son ajenos a mi papá. Mi hermano en la presentación del libro dijo, en un momento muy emocionante, que siempre pensó que todos los libros que escribí eran el prólogo para el libro que yo iba a hacer sobre papá. Aprendí a escribir, lo pienso ahora, sin bronca o, mejor dicho, manejo la bronca de otra manera.
-¿Cómo estás viendo el periodismo en la actualidad?
-Muy mal. De los peores momentos en todo sentido: precarización laboral, malas condiciones de trabajo, revistas y diarios que cierran, periodistas que tienen que tener seis trabajos para armar un sueldo. Y ahora se le suma la gran prensa o la más masiva que le tiene simpatía al actual gobierno. Hay poca diversidad y eso me parece muy malo. Y también me cuesta encontrar lugares de referencia. Cuando yo empecé estaba Brecha, de Montevideo, Página 12, que eran lugares de referencia. Ahora hay muchas experiencias periodísticas que me parecen estimulantes e interesantes pero los demás medios están viviendo una lenta caída en todo sentido. No veo tampoco la salida. ¿Cuál es la salida? Además otra cosa, y esto es autocrítica: mi generación -yo soy del 75- no inventó nada. Finalmente nos quedamos cómodamente bajo las alas de los que consideramos grandes y seguros. Nosotros no dejamos, al fin y al cabo, ninguna marca generacional en el periodismo. Puede haber algunos excelentes periodistas, pero marca de generación, no. Eso es una falta. Hace unos años estaba más obsesionado con eso. Tampoco digo que estoy retirado, pero veo estas cosas. A mí me echaron de TXT y nunca más pude trabajar en una redacción. Es un momento malo.
-¿Por qué pensás que la gente tiene ganas de ser periodista a pesar de todo esto que contás?
-Es una buena pregunta. Hay una idea alrededor del periodismo político que si vos estás ahí donde se toman las grandes decisiones algo entendés de la realidad, y lo cierto es muchos terminan atragantándose con la alfombra. A muchos les pasa. No tengo muy claro por qué insistir con un oficio que parece caer sin pausa. Es un lugar para la escritura. Igual, la gente que se inscribe en periodismo actualmente es muchísimo menor que antes. Es curioso pero no lo tengo claro. Y podría ser materia para un estudio. Lo triste es que parece que no hay ningún indicador que la cosa vaya a mejorar.
-De todas maneras se mantiene cierta ilusión romántica del oficio. Incluso de querer entrar a una redacción cuando las redacciones prácticamente no existen.
-Totalmente. Es una idea romántica muy fuerte. Todos los días recibo comentarios de gente que se va o la desplazan de los grandes diarios. No hay lugar donde no sea todo ajuste y achique. Las perspectivas son malas.