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Texto: Franco Spinetta | Ilustración: Jesica Giacobbe

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Geopolítica de un mundo en llamas, según la mirada de Julio Burdman

Dice Julio Burdman que la respuesta planetaria al problema global que plantea la pandemia fracasó. Que la lógica competitiva de aprovisionamiento de vacunas, concentración económica e informativa se impuso por sobre la necesidad de coordinar acciones que permitan sortear el mayor de los problemas globales de este incipiente Siglo XXI. Desde el fondo de ese mundo que no repiensa las lógicas de la globalización imperante, la Argentina camina sin rumbo, sin estrategia, ensaya Burdman.

 

Geopolitólogo, docente, investigador y, sobre todo, observador de los procesos políticos en ciernes, Burdman aporta una mirada no muy alentadora del presente y futuro del país. La brújula made in Argentina que supo marcar con alguna precisión los lineamientos hacia adelante, hoy parece estar fuera de servicio. Así, a los ponchazos, desde hace años la sociedad “carece brutalmente de visión geopolítica”, algo que según Burdman es la madre de todas las inestabilidades que nos atraviesan y que redunda, por ejemplo, en largas y delirantes trenzas mediáticas por el origen de las vacunas. “La tesis de la declinación argentina no es un invento, es real”, lamenta.

 

Por eso, al hablar de geopolítica, Burdman propone no abarcar los grandes temas mundiales, sino mirar profundamente hacia adentro: la organización política del territorio nacional y la carencia de planes para territorios en disputa entre las potencias mundiales, como las islas del Atlántico Sur y la Antártida. “Si pasamos a ser los soberanos del Atlántico Sur, no sabríamos qué hacer ahí. Tampoco tendríamos la capacidad para argentinizar esa región”, apunta. También se pregunta por la irracionalidad de un federalismo que funciona “tremendamente mal” y la imposibilidad del sistema político de plantear cambios sustanciales. “La política aceptó el achicamiento de la Argentina y está gestionando cómo se reacomoda el barco para pasarnos a un bote más chico”, asegura.

 

-¿La pandemia puso en agenda a la geopolítica como hacía tiempo no sucedía?

-La geopolítica es la relación entre política y territorio o entre territorio y política. La pandemia puso de relieve lo geopolítico porque se alteraron terriblemente las relaciones espaciales de la vida. Se transformaron las dinámicas de interacción y de los vínculos entre las personas. Una muestra de ello es que la economía digital pasó del 8 al 25%. Ahora, también geopolítica, desde el punto de vista argentino, es pensar todo esto en términos locales. Pensar geopolíticamente en la Argentina no necesariamente se trata de seguir los acontecimientos que suceden en una escala que forma parte de las visiones geopolíticas de otros actores, sino que tienen que ver con la posibilidad de pensar los temas desde nuestra propia situación y ubicación.

 

-No son temas que se discutan desde esa perspectiva en la política local.

-No y eso sucede por razones de diverso tipo. Pero nuestra sociedad carece brutalmente de visión geopolítica.


“Tenemos la visión de que somos una región inestable, pero geopolíticamente hablando somos brutalmente estables.”


-¿Cómo se manifiesta esa carencia?

-Una forma de definir la geopolítica tiene que ver con las visiones que elaborás sobre cómo funciona el mundo. Argentina y la región tienen históricamente muchos problemas para elaborar esto. Una razón puede ser epistemológica, estamos muy atravesados, sobre todo en la academia, por el marco teórico que proviene de Estados Unidos, en casi todas las disciplinas que tienen que ver lo político y gubernamental. También tenemos un problema con que América latina no vive, como la mayor parte del mundo, grandes cambios geográficos que se dieron en los últimos 30, 40 o 50 años. Tenemos la visión de que somos una región inestable, pero geopolíticamente hablando somos brutalmente estables. África se descolonizó, el mundo pos soviético se fragmentó, Europa vivió cambios enormes en los últimos años: Estados que desaparecieron, federaciones que se convirtieron en Estados, nacionalismos y un regionalismo en serio, como la Unión Europea, que produjo como respuesta movimientos soberanistas nacionalistas. Asia vive también cambios enormes. América latina, en cambio, no. Hubo cambios muy menores, Bolivia pasó a ser un Estado Plurinacional, Venezuela cambió de nombre… son cambios muy menores. Eso, probablemente, produjo una baja sensibilidad a creer que un cambio es posible. Somos muy conservadores y estables, tanto es así que vivimos con la obsesión de la inestabilidad, cuando justamente nuestra característica es todo lo contrario. No somos capaces, por ejemplo, de pensar un cambio de régimen. 

 

-Lo que describís es una paradoja. La sensación generalizada es que vivimos en la inestabilidad constante, ¿por qué sucede esto?

-Tenemos la estabilidad de los cementerios. Tenemos una estabilidad tan grande que somos incapaces de pensar nuestros problemas profundos. Lo que tenemos es una inestabilidad macroeconómica, con mucha inflación. Pero confundimos eso con inestabilidad social o política. Los países europeos que vemos como paradigmas de la estabilidad, atravesaron en las últimas décadas cambios enormes en la constitución de los Estados-Nación. Nosotros tuvimos episodios menores, como cinco presidentes en una semana.


 “El federalismo funciona tremendamente mal, y hay bastante consenso al respecto. Es un federalismo de papel que combina una gran autonomía política de los distritos provinciales, con una centralización impositiva y una distribución bastante controversial de los recursos públicos. Y es controversial porque las unidades autónomas no producen su propia recaudación. Es un sistema irracional.”


-¿Por qué no hay una agenda en materia de geopolítica entonces?

-Más que una agenda, hemos perdido la capacidad de pensar geopolíticamente. Es un problema que atraviesa a muchos problemas.

 

-¿Cómo cuáles?

-El federalismo argentino, que es una cuestión geopolítica. Tiene que ver con cómo se organiza la territorialidad de un país que es joven. El federalismo funciona tremendamente mal, y hay bastante consenso al respecto. Es un federalismo de papel que combina una gran autonomía política de los distritos provinciales, con una centralización impositiva y una distribución bastante controversial de los recursos públicos. Y es controversial porque las unidades autónomas no producen su propia recaudación. Es un sistema irracional.

 

-¿Por qué se sostiene?

-Argentina se podría preguntar tranquilamente por qué corno creemos que tenemos que ser federales. A eso me refiero con la estabilidad argentina. Muchas culturas políticas no tienen fuera de su agenda la posibilidad de cambiar de régimen. Acá ni siquiera se considera. La sociedad política argentina parte de la convicción de que somos un país federal porque en la Constitución de 1853 se incorporó esa fórmula, que era funcional a los problemas políticos de ese entonces, donde había muchos poderes provinciales que tenían la posibilidad de jaquear al Estado nacional. Durante buena parte del Siglo XX, los últimos que tuvieron visión geopolítica, trataron de cambiar eso. Perón era unitario, armó un Estado central, de bienestar, con salud, educación, las funciones de desarrollo, los gobernadores no importaban. Después llegó el 55 y todo eso se desmembró, pero Perón estaba centralizando el Estado. El federalismo argentino contemporáneo no es hijo de la Constitución del 53, sino que es hijo del caos posterior al 55, cuando se fragmentó el Estado nacional, el peronismo se convirtió en un conjunto de partidos provinciales, los propios militares promovieron la creación de partidos provinciales pro-militares. Por lo tanto, el federalismo argentino es totalmente revisable, pero a la Argentina le falta una conciencia geopolítica que promueva esto. Lo mismo puede aplicarse a otros problemas sensibles, como el Atlántico Sur o la falta de una estrategia de inserción geoeconómica en el mundo, a las alianzas internacionales… bueno, hay un conjunto de cuestiones estructurales que podrían ser repensados, pero no lo son.


“La OMS y las sociedades científicas insisten con la vacuna como bien público global. Sin embargo, la dimensión competitiva del manejo de la vacuna, de la salud y de la información, se está imponiendo. Y no tenemos demasiado claro cómo evitarlo.”


-Recién mencionabas el aumento exponencial de la economía digital, un proceso que se da en el marco de una revalorización de los Estados y el cuidado de las fronteras, mayores controles y menos circulación, algo que suena contrario al avance de la globalización. ¿Puede haber un freno al impulso globalizador?

-Pueden darse los dos procesos en simultáneo. La pandemia plantea un escenario global y un problema planetario. A pesar de que muchos Estados intentaron desplegar soluciones propias, luego todos se fueron acomodando a una receta única, pero no cómo un hecho coordinado por Naciones Unidas, sino por una reacción espontánea del conjunto de los gobiernos y de las instituciones médicas y científicas, que convergieron en una receta única. Lo global del fenómeno se puso en evidencia, aun cuando no hubo cooperación internacional. Para muchos esto es paradójico, para mí no lo es. Tenemos competencia por la producción de vacunas y su distribución, la OMS dice que vamos a ser un fracaso moral por ese motivo. Es decir, lo internacional no funcionó. Lo regional no funcionó, la Unión Europea no funcionó, el Mercosur tampoco. Las instituciones internacionales, integradas por varios Estados, entraron en conflicto con los Estados-Nación. El caso de Trump y la OMS fue el más notorio. A pesar de eso, hubo una suerte de empoderamiento del Estado nacional, que es el que maneja los sistemas sanitarios y las regulaciones farmacéuticas. Dado que el Estado tiene jurisdicción, recuperó autoridad. Es un fenómeno en el que no podemos hablar de un juego de suma cero entre globalización y nacionalismos, sino que asistimos a un auge de ambas escalas.

 

-¿Pensás que puede haber redefiniciones?

-Hay otra dimensión, actores que buscan soluciones globales y otros que no tienen ningún interés en que esto suceda. La OMS, las sociedades científicas y determinados actores, más allá de los Estados, insisten con la vacuna como bien público global, también con la información como bien público global. Sin embargo, están primando las lógicas competitivas. La dimensión competitiva del manejo de la vacuna, de la salud y de la información, se está imponiendo. Y no tenemos demasiado claro cómo evitarlo. En paralelo hubo una reacción cultural a la nacionalidad de las vacunas… lo cual generó un fenómeno bastante particular de cultura geopolítica. Hice un estudio que publicó la revista de la Universidad de Córdoba, basado en encuestas, sobre la preferencia de las vacunas por nacionalidad, cruzándola con otras preferencias en temas de salud, como marca de efectividad médica: preferencia de hospitales en la CABA. Aquellos que tenían mejor imagen del Hospital Italiano o el Alemán, preferían la vacuna de Pfizer. Y los más indiferentes, tendían a tener una visión más benevolente de las vacunas rusas o chinas.

 

-¿Confirmaste tu hipótesis?

-Tal cual. Hay una cultura geopolítica médica que orienta preferencias. En ese estudio de carácter experimental preguntaba por las vacunas y hospitales, adonde sumaba entidades inexistentes, como el Hospital Paraguayo o la vacuna paraguaya. Todo se correlacionó como era esperado, una suerte de jerarquía racista en torno al nacionalismo médico. Cuando lo cruzabas con las preferencias de política exterior, los más malvineros tenían más resistencia a la vacuna de Oxford-AstraZeneca. Todo esto está atravesado por preferencias y miradas geopolíticas, por ejemplo, Carrió diciendo que la Sputnik es una vacuna que proviene de un país autoritario y Guillermo Moreno que la vacuna británica es de un país invasor. Atravesamos este proceso con mucha irracionalidad e incomprensión de la escala planetaria del problema. Desde hace 60 años hay una corriente de pensamiento que plantea que hay un conjunto de temas que tienen que ser encarados con soluciones globales y a escala planetaria. Primero Albert Einstein y Bertrand Russell plantearon un acuerdo para prohibir las armas nucleares, luego apareció la capa de ozono, luego el cambio climático y ahora la salud mundial. En todos los casos, la escala planetaria fue imposible de construir. Sólo lo lograron los científicos, pero las sociedades y los Estados, no.

 

-¿Es imposible de lograr?

-No es imposible, creo que la pandemia podría dejarnos alguna enseñanza. Por ahora, no pareciera que vaya a suceder. El árbol del nacionalismo de las vacunas, nos tapa el bosque del fenómeno global de la reacción científica y de la diseminación de la receta única: cuarentena, DISPO y conductas de higiene. Eso se globalizó al margen de los Estados. Por lo tanto, tal vez la conciencia planetaria puede verse incrementada. Puede parecer un poco hippie, pero tal vez no.


“Si desde el derecho internacional, algo que escapa a nuestro poder, nos dijeran que las Islas Malvinas y las islas del Atlántico Sur son nuestras, no sabríamos qué hacer ahí ni tampoco tendríamos la capacidad para argentinizar esa región.”


-Argentina tiene dificultades para insertarse geopolíticamente, ¿qué lugar ocupa nuestro país hoy en el llamado concierto de naciones?

-El concierto de naciones nos remite a un ámbito que no contempla los problemas argentinos. La sociedad política argentina está obsesionada por su participación en las relaciones internacionales pero es miope acerca del desarrollo de las estrategias geopolíticas. Estados Unidos y China practican geopolíticas que tienen que ver con sus historias e intereses. La iniciativa de la Franja y de la Ruta, que es un proyecto de conectividad global, es una respuesta china a los problemas chinos, además de una disputa o competencia con Estados Unidos. Argentina puede hacer algo más que observar las políticas de las grandes potencias, y tratar de aliarse a ellas: también puede tener una estrategia propia, y adaptar sus políticas exteriores y domésticas a ella. Esto se perdió con la caida de Perón, que fue el último pensador geopolítico que produjo el país; desde entonces, en general estuvimos a merced del menú de opciones que nos han presentado otros países.

 

-No tiene iniciativa.

-Sobre todo, no sabe bien qué quiere hacer. Tomemos el Atlántico Sur. Los británicos saben bien qué quieren hacer, los argentinos no. De alguna forma, estamos esperando una solución mágica, una resolución que no está a nuestro alcance, que desaparezca Gran Bretaña, o desde el derecho internacional, algo que escapa a nuestro poder y que nos diga que las Islas Malvinas y las islas del Atlántico Sur son nuestras. Ahora, si esto pasara y pasamos a ser los soberanos del Atlántico Sur, no sabríamos qué hacer ahí. Tampoco tendríamos la capacidad para argentinizar esa región. Perderíamos submarinos, los pesqueros furtivos de China, España y otros países depredarían los recursos marítimos, no tendríamos capacidad de patrullar. No tenemos idea de qué hacer. Lo más reciente que tenemos como visión propia es la memoria de la guerra… como si recuperar las Malvinas fuese para curar las heridas de la guerra. No tenemos proyecto propio en el Atlántico Sur. Y eso nos pasa en muchos niveles. Argentina tiene una incapacidad para plantear una estrategia geo-económica que ordene el resto de nuestras políticas. Probablemente nuestros problemas de inestabilidad macroeconómica y financiera también se vinculen con esto, con el hecho de que la Argentina carezca de planes propios. Eso es lo que determina la debilidad de todas nuestras políticas económicas. Argentina no puede controlar su propia moneda porque carece de una estrategia geoeconómica que oriente a la política monetaria. La moneda viene siendo el objeto de tironeo de varios actores, y desde hace varias generaciones.


 “Argentina debería tener una vocación por el Atlántico Sur antártico, un plan de conectividad, desarrollar nuestra flota pesquera que es muy débil en relación a la de Chile y Perú, que pescan y ganan dinero. ¿Por qué no desarrollamos la industria ictícola en vez de amontonarnos en el gran Buenos Aires?”


-Recién mencionaste el tema de la Antártida, otro tema que siempre aparece de manera esporádica. Todos sabemos que es importante, pero no sabemos por qué. ¿Cómo aborda ese tema el país?

-Argentina tiene una serie de instituciones que trabajan sobre planes para la Antártida, que funcionan en una inercia. Tenemos una política sobre la Antártida, organismos en la Cancillería, en Defensa, en el Ministerio de Ciencia y Tecnología. Lo que falta es una visión integrada de las Islas Malvinas, el mar, el resto de las islas y el futuro de la Antártida. Es una región en ciernes. Argentina debería tener una vocación por el Atlántico Sur antártico, un plan de conectividad, desarrollar nuestra flota pesquera. Nuestra flota es muy débil en relación a la de Chile y Perú, que pescan y ganan dinero. ¿Por qué no desarrollamos la industria ictícola en vez de amontonarnos en el gran Buenos Aires? Si están pescando los otros, es porque nosotros no estamos pescando. Hay que financiar y subsidiar a las Pymes pesqueras.

 

-Además del Atlántico Sur, ¿qué otro tema forma parte de los desafíos geopolíticos del país?

-La geografía política argentina es el problema. El Estado argentino está quebrado hace 40 años o más y se convirtió en una suerte de entelequia, tironeado por actores económicos y sociales, que intentan llevarse una parte. Una de las paradojas de la política argentina es que tenés movimientos políticos, como una parte del macrismo o los libertarios, que están convencidos de que el problema argentino es que tenemos un Estado voraz, elefantiásico, que consume todos los recursos de los privados y oprime a la competitividad argentina. Eso puede ser descriptivamente cierto, porque el Estado argentino consume mucho, pero lo que es falaz es que no se trata de un Estado avasallante que oprime a los actores económicos y sociales, sino de un Estado anárquico, tironeado por todos porque es esencialmente débil. Por lo tanto, la cuestión geopolítica es construir un estado nacional fuerte que pueda llevar adelante estrategias geo-económicas para todo el país. Desde hace décadas que todo plan es impracticable... porque el actual Estado argentino no puede practicar ningún tipo de plan.


“La tesis de la declinación argentina no es un invento, es real. La economía se está achicando, la sociedad se está achicando. Y la política argentina se está viendo superada frente a este fenómeno.”


-Los famosos planes de escritorios que duermen el sueño de los justos en los cajones de los ministerios.

-Una estrategia geoeconómica intenta conquistar mercados, ser competitivo en áreas productivas, poder desarrollar internamente las oportunidades para que todos nos podamos incorporar a las actividades económicas que den mayor empleo y mayor nivel de ingresos. Entonces, se trata de combinar entre el Estado, las fuerzas del mercado, las empresas, los trabajadores. Argentina es incapaz de coordinar eso. Y no se trata de sentar a todos en una mesa, sino de formular planes y de llevarlos adelante. Argentina, desde hace varias generaciones, carece de esa capacidad.

 

-¿No ves a nadie intentando eso?

-Debería ser el Estado nacional. Pero todos los gobiernos nacionales, no sólo este, son permanentemente doblegados por todos los actores: las provincias, las empresas, los sindicatos. La paradoja de los libertarios es que lo que tenemos es anarquía, Argentina se parece mucho a lo que ellos plantean. Sólo que adopta la forma de un Estado incapaz. Un Estado que tiene 100 impuestos, no es un Estado voraz y recaudador, sino un Estado que no puede recaudar. Los Estados que recaudan, cobran seis impuestos y te los cobran a punta de pistola. ¡Argentina inventa nuevos impuestos porque no puede recaudar!

 

-La descripción es bastante desesperanzadora, ¿ves alguna señal positiva? ¿Por dónde habría que empezar a torcer esta inercia que describís?

-La política argentina tiene que hacerse cargo de la agenda argentina. Voy a concluir de una forma más desesperanzadora aún. La tesis de la declinación argentina no es un invento, es real. La economía se está achicando, la sociedad se está achicando. Y la política argentina se está viendo superada frente a este fenómeno. En algún momento sería deseable que aparezcan actores en condiciones de imponer una agenda sobre cómo va a hacer la Argentina para mejorar las condiciones de la población. Los desequilibrios son muy fuertes y nos remiten a que tenemos… pucha, no me sale nada que no sea muy negativo… es muy difícil ser optimista en un país que tiene estos niveles de pobreza, cuando el planeta redujo la pobreza, aunque haya aumentado la desigualdad. En la Argentina aumentó la pobreza y la desigualdad… hace falta un movimiento político que sea capaz de poner al Estado argentino por encima de los otros actores y trazar las estrategias necesarias para alcanzar alguna meta de crecimiento y desarrollo. En ese sentido, las principales ideologías del sistema político son insuficientes para resolver este problema. Argentina no tiene sólo un problema de desigualdad y de justicia social, sino que no tiene la capacidad económica de hacer una reforma social. La doctrina de la justicia social supone tener con qué hacer esas reformas. No supone nunca que la economía ya está produciendo bienestar. Supone primero el bienestar económico y luego la distribución. Un peronismo enamorado de la justicia social, pero que no tiene recetas para generar bienestar económico y social, no está pudiendo responder a sus propios objetivos. Por otra parte, el neoliberalismo parte de la convicción de que el Estado argentino es el problema, y ese es un error de diagnóstico fenomenal. El principio ordenador tiene que provenir de la política, tenemos que producir una ideología, no un acuerdo nacional, que sea capaz de combinar los principios de crecimiento y desarrollo con los principios de la justicia social. Tenemos dos problemas igualmente grandes: la pobreza que hemos sabido conseguir y la improductividad y la falta de competitividad que también fuimos construyendo entre todos. Creo que las ideologías actuales parten del hecho de que hay un huevo o una gallina: no somos competitivos (Cambiemos) o somos injustos (Peronismo progresista). Tenemos que producir una nueva ideología argentina que sea capaz de encarar ambos problemas de manera conjunta. Y esto nos lleva a lo que hablamos al principio, esa incapacidad de producir ideología argentina es un problema geopolítico porque tiene que ver con nuestra incapacidad de ver los problemas del país en su real magnitud.

 

-Y el sistema político parece no tener respuestas.

-La política aceptó el achicamiento de la Argentina. Está gestionando cómo se reacomoda el barco para pasarnos a un bote más chico. Y la verdad, la Argentina no fue creada para eso. Este no es un país como Perú, habitado desde hace miles de años. Acá vino mucha gente para vivir mejor. La cultura argentina requiere otras cosas. En otras culturas puede ser aceptable achicar las aspiraciones del proyecto nacional. Le pasó a muchos países, los austríacos fueron un imperio y hoy son un país pequeño que produce estampillas de Mozart… está bien, son austríacos. Acá vinimos para algo. Este es el único país conformado por inmigrantes en donde los descendientes están buscando los pasaportes y los papeles del bisabuelo. Es el único caso. No podemos conformarnos con el hundimiento paulatino del bote. 

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25/04/2024