Texto: Pablo Díaz Marenghi / Fotos: Florencia Alborcen
Es una de las actrices jóvenes más reconocidas de los últimos tiempos. Algunos la recuerdan por su gran actuación en XXY (2007), de Lucía Puenzo, en donde hacía de una joven hermafrodita que descubría su sexualidad con temor y espanto. Otros, por su última comedia, Voley (2015), de Martín Piroyansky en donde hacía de una chica algo hippie y volada que convivía con otros jóvenes disparatados en una cabaña en el Delta del Tigre.
Si uno se dejara guiar por las primeras impresiones, diría que Inés Efrón es un poco así. Le gusta mucho hacer yoga, andar en bicicleta y “hacer cosas con el cuerpo”. Piensa en qué es lo que la inspira y suelta: “Creo que es lo humano, la gente, las personas. La calle. La vida misma. El compartir. Estoy en un momento muy así. Había épocas en las que miraba películas y eso me inspiraba, o leía. Ahora estoy más con la gente”.
Mientras rememora algunos momentos de su carrera, está sentada en un banquito de madera, rodeada de pedazos de muebles, telas y diversos materiales que forman parte de las bambalinas de su proyecto actual: Vidriera. Así lo explica: “Siempre quise tener un local de algo hasta que se me ocurrió esto. La idea es aprovechar que las vidrieras de por sí atraen mucho las miradas de la gente y poder usar eso para algo inútil, que no tenga ninguna finalidad comercial. Que sea algo que no tenga más sentido que la contemplación. Va a durar hasta el 31 de diciembre inclusive y consistirá en más de veinte artistas de diferentes disciplinas (directores de cine y teatro, actores, músicos, bailarines, hasta un politólogo) que van a estar haciendo escenas; algunas más desarrolladas, dramatúrgicas y otras más performáticas, más de un estar, sin un comienzo ni un final”.
Además, forma parte de la obra Arde brillante en los bosques de la noche (Mariano Pensotti), que se presenta de jueves a domingo en el Teatro Sarmiento. Ahí siente que “realmente entrena” su capacidad actoral, que se desarrolló de muy chica, casi como una pulsión voraz que necesitaba decir, mostrar y hacer.
-¿Cómo nació en vos la vocación de actriz?
-Nació como una necesidad de ser vista. Una necesidad de que haya un testigo de mis emociones, de las cosas que me movilizan de la vida. Surgió como una cosa que le daba aire a un encierro adolescente que sentía en mi casa. También por una necesidad social, de conocer gente nueva, de abrirme. Todo nació de una manera bastante ingenua. Era un poco hacer amigos. Después se fue volviendo algo muy pasional que me movilizaba más de lo que yo hubiese esperado.
-¿Cómo fue tu formación?
-Mi taller más sólido fue con Nora Moseinco, que fue mi maestra por diez años y lo sigue siendo hasta ahora. Fue casi mi única formación. Me aportó el entusiasmo. Ahí descubrí la pasión. Lo que me pasaba con la mirada de los otros sobre mí, todo lo nuevo que se activaba. Descubrir un fuego, un juego, una emoción. Descubrí la esencia de esta profesión que quizás se fue desdibujando con los años, con trabajar para otras personas, en proyectos que no me sumaban tanto o solo el hecho de trabajar en proyectos de otros.
-Arrancaste de chica en cine, en películas independientes que terminaron siendo muy reconocidas, como Cara de Queso, Glue.
-Lo agradezco porque cuando yo más estaba necesitada de que me vean fue en la adolescencia. Igual ya tenía 20 cuando empecé a actuar, no era tan adolescente, pero agradezco porque me permitió actuar mis dramas adolescentes por mucho tiempo (porque siempre parezco un poco más joven de lo que soy). Si yo hubiese actuado más de adulta se me hubiese escapado toda esa necesidad de abrir esa claustrofobia dramática adolescente. También fue movilizante pero creo que lo manejé bastante bien. No era tan chica.
“Voy mucho a la astróloga y me dice :’Inés, vos con tu carta no vas a poder hacer nunca algo que no te sea personal’”
-En tus primeros papeles había una reflexión en torno al despertar sexual juvenil. ¿Cómo te sentías interpretando esos personajes?
-De pronto empezó a pasar eso: que muchas cosas tenían que ver con lo sexual. Para mí es parte de la misma ebullición adolescente que necesitaba ser contada. Lo vivía con bastante negación y quizás esa era una forma que me ayudaba a hacer cosas desorbitantes sin pasar vergüenza. Negarlo un poco. Pero creo que me gustaba también. Por algo le tocan ciertos papeles a uno, porque uno tiene algo para contar de eso. Algo que lo mueve. Siempre hay algo personal. Cuando te llega un guión decís: ¿Qué me viene a decir esto de mí? Creo que lo viví con bastante naturalidad.
-Naciste en México, por el exilio de tus padres. ¿Pensás que eso te impactó de alguna manera en tu forma de ver el mundo o de actuar?
-Son mis cimientos. Es la historia de mi vida y por lo tanto está escrita en mi genética. No lo vivo con ningún tipo de dolor. Al revés. Nací en un país que para mis papás significó algo de alivio. Un lugar que además tiene una cultura muy festiva. Entonces más bien lo tengo asociado con un lugar de abundancia. Mi nacimiento fue con la democracia así que fue alegre también porque pudieron volver acá. Siempre nos estimularon mucho a mi hermano (es músico) y a mí a ir a talleres de cosas artísticas.
-En una entrevista dijiste que no querías actuar más de adolescente y plantearte otros desafíos más relacionados con la adultez, como la maternidad por ejemplo. ¿Cómo evolucionó tu mirada sobre la actuación?
-Por suerte se me están dando oportunidades. Por ejemplo en la obra en la que estoy actuando (Arde Brillante en los Bosques de la Noche) el director se arriesgó a ponerme en el personaje de una mina más grande y ahí voy pudiendo jugar con cosas que tienen que ver con mi madurez actual. Actuando uno tiende a ir a los lugares seguros y la infancia o la adolescencia son lugares menos riesgosos para mí. Proyectos como este me fuerzan a entrenar mi lado de actriz que va en sincronía con mi madurez emocional de los 33 años. Fue una apuesta arriesgada del director ponerme en ese papel. Creo que no lo hice tan mal.
-¿Qué diferencias encontrás entre el teatro y el cine?
-El cine es más una experiencia social, de convivencia, con muchas personas. El teatro es un verdadero entrenamiento actoral. Mucho aprendizaje para el actor. Ahora estoy de jueves a domingo y nunca había hecho tanto teatro. Es como que no te da tiempo para dudar. Ambas disciplinas me comprometen mucho, porque cuando filmas tenés que comprometerte con la pasión del director, con esa historia que quiere contar. Te demanda mucho porque es un mes, a veces más, muy intenso. Pero siento que en el teatro es donde uno realmente entrena. El cine es todo falso. La continuidad del teatro no te la puede dar nunca una película. Salvo que sea una película sin cortes, un gran plano secuencia.
-Manejás diferentes registros en la actuación, pero te movás con comodidad entre la comedia y el drama. ¿Lo ves así?
-Agradezco que haya directores que te llamen para hacer cosas distintas a lo ya hecho. Victoria Galardi (Cerro Bayo), por ejemplo, o Ariel Winograd (Cara de Queso). Amo la comedia y me siento muy a gusto. Mi entrenamiento con Nora (Moseinco) fue muy desde la comedia. Y hay un punto en donde todo se mezcla. Me gustan esos directores cuando te llaman para una película que no se entiende si es comedia o no. Me gusta la comedia profunda.
-XXY fue una película que te catapultó a la fama y con la cual obtuviste varios premios. ¿Cómo la recordás?
Con mucho amor. Me dieron mucha libertad, de que pueda jugar y me entregue. Que pueda poner mi firma personal de algún modo. También fue la que me hizo ser más reconocida por mi trabajo y eso siempre es lindo. Me hizo viajar, me abrió nuevos trabajos, me hizo conocer a Lucía (Puenzo). Ese papel era tan claro que lo tenía que hacer yo. Era pura certeza. Me resonaba mucho. Me identificaba. Fue fuerte porque era fuerte. Había que poner mucho el cuerpo. Era chica. No me conocía tanto. Pero estaba con mucha certeza y me divertí, más allá de que sufrí un poco porque era cansador y exigido pero me divertí, jugué. Estaba la esencia que había encontrado en mis clases de actuación, del juego.
“¿Estoy lista para qué? ¿Qué quiero mostrar? ¿Qué me emociona? ¿Qué me mueve? ¿Qué cosas nuevas siento a partir de que me miren actuar? Quizás son más preguntas que certezas”
-Trabajaste con grandes directores y directoras (Puenzo, Martel, Burman, Taretto, Dos Santos, Gil Lavedra, Winograd) De todos, ¿cuales fueron los que más te marcaron?
-Alexis Dos Santos, que fue el primero, que es un gran amigo que me inspira en la vida, como vive él. Después, Victoria Galardi fue importante para mí y también somos amigas. Esos vínculos se construyen en el rodaje, después pasan a lo cotidiano y son personas que te inspiran, que te ayudan a crecer. Lucrecia era como un milagro para mí y algo muy fascinante de verla a ella dirigir, me quedó cómo se hace para dirigir una orquesta tan gigante. Fue la película más grande en la que actué. Me queda una sensación impactante de cómo es ella como directora.
-Das clases de teatro hace un tiempo, ¿cómo vivís la experiencia de enseñar?
-Es hermosa. Cosas como esa, o este proyecto (Vidriera) es lo que más me llena a la esencia de la profesión. A entender por qué me dedico a esto, qué me gusta. Dar clases es muy del contacto humano, del dar y recibir. Me gusta mucho. Me hace crecer como actriz, así como el teatro. Me di cuenta que puedo enseñar lo que se y también lo que no se. A veces es más incertidumbre dar clase. Nora (Moseinco) es una gran acompañante de esa incertidumbre y una confianza de que algo lindo pasa. Estamos ahí reunidos y algo lindo pasa. Nos vamos todos contentos aunque no sepa bien si estoy dando algo que se o no. Estoy dando si, me hago cargo, la experiencia de algo que vivo hace trece años. No me voy a hacer la que no se nada (risas). Pero dando clases tengo pocas certezar. También porque hace poco empecé a enseñar.
-¿Cómo te llevás con los premios o con cierto reconocimiento?
-Es lindo. Es un regalo. Un extra de confirmación. Cuando era más chica me costaba un poco recibir porque fue mucho. Pero ahora que soy más grande y tengo más templanza para tolerarlo me parece algo hermoso.
-¿Pensaste alguna vez en hacer televisión?
-Nunca me ofrecieron nada. Y si me ofrecen voy a ser cuidadosa con lo que haga, no voy a hacer cualquier cosa. Si me ofrecen algo lindo y me pagan mucha plata lo voy a hacer (risas). Hay que probar todo. Hablando de entrenar, creo que la tele es otro gran entrenamiento, así como lo es el teatro. Menos sutil, dependiendo que hagas, pero está bueno.
-¿Qué otros proyectos tenés pensados para el futuro?
-A partir de lo de las vidrieras y la obra de teatro de Mariano (Pensotti) me surgen nuevas ideas de cosas vinculadas con el mundo de la performance mezclada con lo audiovisual, pero por ahora es solo una idea que está apareciendo. Me entusiasma más que dirigir una obra de teatro.
-Esa necesidad de ser vista que señalabas al principio. ¿La mantenés?
-Esa necesidad tan desesperada se calmó. Ahora se empieza a poner en duda. ¿Estoy lista para qué? ¿Qué quiero mostrar? ¿Qué me emociona? ¿Qué me mueve? ¿Qué cosas nuevas siento a partir de que me miren actuar? Quizás son más preguntas que certezas. Ya no lo necesito tanto mostrarme. Incluso a veces tiendo más a sentir vergüenza, pudor. Me pregunto mucho sobre el por qué. Hay algo inexplicable. Que es como una emoción. Algo que me sigue dando ganas de hacer. Mientras, voy descubriendo mi identidad. Medio en el camino. Hay mucha incertidumbre a veces. El estar actuando en una película o en una obra medio sin saber por qué y de repente algo te entusiasma, funciona y entendés. Sin quitar la posibilidad de que en diez años me dedique a otra cosa. Por ahora hay algo que me sigue convocando. El haber trabajado durante muchos años en proyectos de otros y ahora tener ganas de hacer uno propio, que tiene que ver con mi profesión, es como encontrarle el sabor cada vez más personal a la profesión. Voy mucho a la astróloga y me dice :”Inés, vos con tu carta no vas a poder hacer nunca algo que no te sea personal”. Por eso también, una amiga que hacía tele me decía “vos acá te morís”. Una tira ponele. Como haciendo algo que no me identifica. Hay gente que puede, no tienen problema y es hermoso. Yo me muero.