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Publicado por Javier

Javier Sinay, un cronista del amor en el lejano este

Texto: Karina Ocampo / Fotos: Javier Sinay

 

El 14 de febrero de 2017, el día en que la mayoría de las parejas se regalan por tradición chocolates y corazones, el mismo día en que se permite la cursilería de subir fotos melosas en las redes sociales, Javier Sinay recibió un baldazo de agua fría en forma de mail, unas simples líneas, unos pocos caracteres le anunciaban que su trabajo de corresponsalía para un diario mexicano había terminado. Para colmo, su novia descendiente de japoneses había sentido el llamado de la sangre y tenía el plan de permanecer durante un año en Japón para estudiar la ceremonia del té. Su objetivo de visitarla por unas semanas y regresar a Buenos Aires tambaleaba pero aparecía una nueva oportunidad, la de escribir un libro. Entre los caminos posibles, Sinay tomó el camino al Este, que lo llevaría hasta los brazos de su amada Higashi, pero antes recolectó material suficiente para contar en formato de crónica no solo su propia historia, sino las historias de amor y desamor que encontró a lo largo de casi 15 mil kilómetros por Europa y Asia, en quince ciudades tan disímiles como Barcelona y Ulaanbaatar.

Frente a la puerta del Barrio Chino, Javier Sinay me espera con un cuadro de madera entre sus manos, la imagen de un paisaje de la ciudad de Kioto que hizo enmarcar para recordarlo mejor. El periodista vuelve de trabajar en Red/Acción, el medio en el que ahora desarrolla su actividad de la forma en que prefiere, con libertad creativa y sin la presión de los grandes medios. Desde su primera incursión en la revista de heavy metal Mad House, nunca abandonó el oficio. Fue pasante en el suplemento Sí, trabajó en la revista Hombres, en TXT, fue productor periodístico en Ideas del sur, colaboró en Rolling Stone y luego fue su editor. Si hiciéramos su biografía, es probable que podríamos trazar la evolución -o involución- del periodismo argentino en los últimos veinte años. Porque Sinay supo surfear la inestabilidad laboral y escribir en Clarín.com, sobrevivir al hundimiento del diario Crítica y colaborar en La Nación y en revistas extranjeras prestigiosas mientras publicaba sus libros de crónicas: Sangre Joven: matar y morir antes de la adultez (2010), Los crímenes de Moisés Ville: una historia de gauchos y judíos (2013), y en coautoría, Cuba Stone: tres historias (2016). Aunque sus investigaciones tuvieron que ver con los temas que lo interpelaron, Camino al Este, crónicas de amor y desamor, que acaba de publicar Tusquets, es tal vez el libro más personal que realizó hasta el momento y lo encuentra en un momento bisagra: espera la llegada de su primer hijo.

-¿Cuál fue el proceso de la elección de las historias? Una vez que definiste que el tema sería el amor, hubo lugar para el azar o fue todo planificado?
-En realidad, primero tracé el itinerario, iba a ser un viaje a Japón con escala en España. Después me di cuenta de que en el medio estaba Grodno, que era la ciudad de donde vinieron mis ancestros, que siempre había querido ir pero era lejos de todo. Me acordé de un proyecto -que lo cuento en un capítulo-, que era viajar en el Transiberiano y estando en Bielorrusia, quería pasar a Rusia, el tren iba por Pekín, Mongolia. Hablé con dos argentinos que habían viajado en el tren, en internet podés comprar directo pero está todo en ruso, es imposible. Usé una plataforma en inglés de una agencia de Inglaterra que me recomendaron, era más caro pero más seguro. En base a estos diálogos armé el itinerario entre Moscú y Pekin incluyendo Omsk, Ekaterimbugo, Ulan-Ude, Irkutsk, Ulanbaatar. Las anteriores fueron las capitales del grupo occidental. Busqué las historias para contar, en ese momento no tenía claro que iba a ser un libro sobre el amor, no veía cuál iba a ser el denominador común de todas esas historias tan diversas. Muy rápido, por tener el tema en la cabeza, me cayó la ficha de que tenía que ser el amor, pero no como algo naif. Como yo estaba yendo a buscar a mi novia, tenía que ver lo que hacía la gente por amor, desamor, compañía, soledad, sexualidad. Eso podía integrar bien mi propio viaje a las crónicas, que esos dos niveles se amalgamen armónicamente. El tema era encontrar esas historias dentro de cada una de las paradas. Fueron más de 20, para eso hice dos cosas: leí el último año y medio de los diarios de cada lugar, en Rusia, Mongolia o China siempre hay un diario en inglés. En el proceso vi que algunas de las historias que encontraba eran de amor, por ejemplo, el tema de los candados en París. Había lugares donde no tenía historia, por ejemplo, en Pekín, la tuve que resolver en el lugar.

-¿Hablabas con la gente local?
-En la mayor parte del viaje pude preproducir, estuve dos o tres meses buscando historias, contactando periodistas de muchos de los lugares. Pero Pekín era una parada importante y no tenía nada. Los tres meses antes fueron de trabajo controlado, no quería volver a meterme en el sistema, hice un par de notas, viví gastando muy poco, firmé el contrato del libro y me dieron un adelanto que me sirvió para financiar una parte, otra la financié haciendo notas para La Nación que iban saliendo y otro poco de los ahorros, fue un tercio de cada parte. Cuando estás en el viaje todo se empieza a descontrolar, tenés que resolver cosas inesperadas, mientras tanto hay que preproducir o retomar lo que había hecho acá. En Pekín tuve la suerte de que me recibieron en la embajada de Argentina donde ya los había contactado, hablé con el agregado cultural de la embajada que llamó a una colega y a un chino que trabajaba ahí. Yo les preguntaba cuál es el tema del amor que sea muy particular y a la vez signifique algo sobre cómo se vive acá y que podamos entenderlo en la otra punta del mundo. Una periodista china, productora del New York Times en Pekín, me confirmó que el de los padres que buscan novio para sus hijas era un tema grande.

-Tuviste una suerte inmensa, pudiste ver un intercambio de contactos entre los padres de posibles candidatos.
-Fui tres días, hubiera estado bien la historia, pero eso es lo que me gusta de la no ficción: si hubiera sido un cuento de ficción habría sido un final demasiado obvio, pero esas cosas pasan y son mágicas, yo no lo podía creer. El último día, pasó.

-La sensación que me deja tu paso por China es de cierta desesperanza, muchos viven en pocos metros cuadrados, presionados, no parecen muy felices.
-Son muy sacrificados, son gente que trabaja mucho. Hay una parte que escribí en el libro, los pobres tienen un sacrificio continuo y los ricos tienen la presión de no ser pobres. Aparte, el individuo no existe, son 1.370 millones. Es el grupo, la familia, el Estado, la compañía, el equipo, todo pesa más que el individuo. Aparte el sistema político que tienen no les da lugar a las libertades individuales. Hablé de los «hutongs», esos barrios con recovecos, los levantan y construyen torres, esos los recorrimos con el agregado cultural de la embajada argentina. Le preguntaba ¿No les hacen juicio?

-No hay una idea de quejarte por tus derechos. ¿Y en Japón? ¿Cómo llegaste a conocer a un host?
-Lo identifiqué hablando con un periodista peruano que había migrado a Japón, me contó montón de historias de entretenimiento adulto, de amor, de soledad en Japón y me llamó la atención la de Seigo Yusuki, porque nosotros estamos más acostumbrados a que la mujer cumpla ese tipo de trabajo. Los host son hombres que hablan con mujeres.

-¿No hay en ningún punto prostitución, solamente hablan? Ganan mucho, parece un buen laburo.
-En este caso particular es solo hablar, puede haber pero tiene otro nombre. El host toma, habla, es divertido. En Japón la sociedad es solitaria, muchos necesitan hablar.

-Veía en la serie de Christiane Amanpour: sexo y amor alrededor del mundo, que un 40% de japoneses son vírgenes y muchos matrimonios no tienen sexo, me impresionó ese dato.
-Por eso existe tanto entretenimiento adulto para hombres y mujeres, los matrimonios parece que son como contratos sin amor para formar una familia, hacer una sociedad entre dos familias.

-Pero sí hay una idea de amor. Diferente, pero hay.
-Yo me di cuenta de que por todos los lugares por donde pasé todo el mundo cree que se enamora como nosotros creemos que nos enamoramos, pero el amor es diferente en cada lugar. Eso me quedó claro más que nada en Corea, donde estos dos expatriados de Corea del Norte me decían que no se puede ir de la mano ni dar un beso en la universidad o en el colegio. Corea del Norte es un país muy vigilado y se vigila también el amor. Pero en el sur, que es un país hípercapitalista donde hay un gran campo de consumo, el amor es una mercancía más. Entonces en esos dos países el amor responde a un marco histórico, político, y probablemente acá también solo que no lo vemos, lo tendría que analizar un coreano.

-En Grodno, donde vivieron tus antepasados, ¿tuviste alguna sensación de familiaridad, o ganas de quedarte?
-Fue raro porque yo añoraba ir a Grodno y fantaseaba desde que había escrito mi libro anterior, Los crímenes de Moisés Ville, que contaba cómo esa familia había venido para acá, pero no quedaba nada. Cuando mi familia vino acá en 1894, Grodno era una ciudad con muchos judíos y había 43 sinagogas, ahora, después del nazismo y el comunismo hay una. Aparte toda la gente judía de esa época o después de la segunda Guerra Mundial no está más, no hay ninguna familia. Quedaba un solo señor que murió hace unos años. Ahora hay otros judíos que llegaron después de la guerra, cuando las ciudades fueron reconstruidas, ellos son ahora la comunidad de Grodno. Es gente nueva, mi tatarabuelo había sido rabino ahí, el rabino no sabía nada, no le interesaba tampoco. En parte lo que dice es interesante, que hay que pensar en los vivos y hay que trabajar en el presente, no en el pasado.

-Todos estamos reconstruyendo nuestra historia.
-Para mí ir a Grodno fue una revelación no en cuanto a qué hizo mi familia ahí. Los combates entre alemanes y rusos se dieron en las afueras de la ciudad, entonces el casco histórico está preservado. Saber que mis antepasados estuvieron ahí, también en el cementerio al que fui, fue emocionante, pero más que nada me di cuenta de que hoy es una ciudad de 300 mil habitantes y en 1894 también era una ciudad grande y tenía mucha vida judía. Si mi familia vino a la Argentina es porque estaban fascinados con la idea de empezar una vida nueva en el campo, había todo un movimiento entre los judíos rusos que vivían en ciudades en esa época, de trabajar la tierra. Me gusta pensar que vinieron porque tenían mucha esperanza. No es una historia de amor.

-De alguna manera sí. Hiciste una especie de análisis de cómo va cambiando a lo largo de la época, en vos y en lo social. ¿Te generó un poco de vergüenza exponerte?
-La verdad que no, porque en las redes sociales todo el mundo abre tanto… y aparte venía leyendo mucho a Emanuel Carrére que fue mi modelo para escribir este libro, él también cuenta muchas de sus intimidades. Por otro lado sentía que yo tenía que contar esa parte de mí. En mis libros anteriores, el de Moisés Ville tiene mucho de memoria, pero en mi primer libro, Sangre Joven, es un libro periodístico, son historias de jóvenes que matan y que mueren en el presente. Camino al Este creo que es periodístico en las crónicas pero todo este sustrato mío es muy personal, es más literario, aunque sea no ficción, sentía que tenía que estar.

-Me interesó mucho, lo que te dice aquel noruego en el tren, de volver y que sea tu desafío cómo vivir fuera de la rutina. ¿Qué hiciste para mantener ese nivel, además de haberte casado?
-Para empezar, cuando volví decidí no volver a meterme en un sistema de medios grande. No reniego de esas empresas, de hecho soy colaborador en La Nación y está todo bien, pero trabajar en una estructura tan grande no es para mi tipo de personalidad. Creo que hay personalidades más adecuadas para trabajar ahí y otras para ser freelance. Por eso ahora trabajo en Red/Acción. Nunca digas nunca, pero volví del viaje decidido a encontrar otro espacio de trabajo, estaba dispuesto a vivir con poco, de hecho, cuando volví se me rompió la heladera, me volví a ir dos meses a Japón, después estuve tres meses más sin heladera hasta que volvió Malena (Higashi) de viaje y vino a vivir conmigo pero no la pudimos cambiar. Pero está bien, fue el precio que había que pagar, siete meses sin heladera. A lo que voy es que yo quería encontrar un espacio de trabajo que me gustara, torcer el brazo hubiera sido meterme en una empresa grande, quizás si no hubiera aparecido, tendría que haberlo hecho.

-¿Tuviste algún tipo de preparación para las crónicas? ¿Hiciste talleres?
-Sí pero un poco más de grande. Hice taller con Julio Villanueva Chang, yo era su productor acá y las cuatro veces que vino lo hice y me pareció excelente. Uno con Leila Guerriero en el festival FNPI 2015, uno con Jon Lee Anderson, ese fue el primero, en 2013. Hice uno con Paul Theroux, un escritor de literatura de viajes para este libro. En el medio, entre mi viaje largo y el otro a Japón fui a México y él estaba dando un taller.

-¿En qué específicamente te sirvió este taller?
-Yo todavía no había empezado a escribir el libro, el problema es que yo sentía que había salido todo demasiado bien y que no había conflicto. Había leído un libro de Theroux que se llama “El tao del viajero”, que son reflexiones de él sobre sus viajes y citas de otros escritores. En una parte decía que cuando mejor se pone el libro de viajes es cuando al viajero se lo están por comer los leones, pero a mí no me pasaba, de hecho preparé mucho el viaje pensando que en algún momento iba a tener un problema, y no tuve ninguno. En el taller me dijeron que los conflictos eran los de mis crónicas, y está bien. Sirvió para eso.

-¿Ves un nicho interesante de crónicas de viajes? ¿Leíste a otros que lo hagan?
-Los crímenes de Moisés Ville tenían algo de crónica de viajes pero empecé a pensar más con este libro, y descubrí a Pico Iyer, es hijo de padres indios, nacido en Inglaterra, criado en Estados Unidos y vive en Japón. “The open Road”, es un perfil sobre el Dalai Lama. Leí a Paul Theroux, a Marco Polo, pero no leí mucho más. A Caparrós, que es un muy buen escritor de viajes. Me gustó algo que dijo en una entrevista: en esta dicotomía entre turista y el viajero, está el cronista, que se va de viaje para contar. Están estos pesos pesados, los mochileros que tienen blogs, yo no era de esos porque había preparado muy bien el viaje.

-Aniko Villalba (Viajando por ahí) es una de las referentes aunque se corrió de esa definición de viajera. Es más bien una escritora que viaja, ahora vive en Amsterdam.
-Yo empecé a seguir para este viaje a Acróbatas del camino, Los viajes de nena, Marcando el Polo, una pareja que viaja hace diez años. Quería ver cómo organizaban sus viajes, qué consejos daban. Hay algo que me gusta de Aniko, de todos en realidad, es que más allá del viaje hablan de cómo organizar la vida en base al deseo. Eso me gusta, seguirlos en ese sentido. Son gente muy libre y práctica, porque sobreviven.

-Vos sabías que de alguna manera lo ibas a hacer. Tuvieras plata o no.
-Sí, porque si uno viaja barato, lo caro son los pasajes, después hay hostels que salen 6 dólares por noche. Valió la pena.

-¿Te sentiste realmente transformado? ¿Esa transformación de la que todos hablan que producen los viajes?
-Sí, porque antes del viaje yo había viajado mucho pero nunca tan largo, siempre yendo y viniendo, pero me sentía más atado a los dramas que hay acá. Esta es una sociedad muy dramática. Pero cuando viajás para afuera por tanto tiempo te das cuenta de que lo que pasa acá pasa en sincronía con otras cosas que pasan en el resto del mundo. Argentina es un rincón y hay muchos rincones en el mundo. El periodismo es un trabajo que te pone muy en juego con ese tipo de cosas, porque es un trabajo tan inestable y paga tan mal que tenés que aprender a convivir con eso. Y no es fácil, no está bueno pero un año después de ser despedido, ya estaba acá, había hecho el viaje largo y el viaje a Japón, y me dije: pasó un año, nunca tuve trabajo fijo, di la vuelta al mundo, estoy sin heladera pero no estoy pobre, gasté toda la plata en el viaje pero la vida sigue y no es tan grave.