Texto: Nicolás De la Barrera / Ilustración: Hernán Vargas
Julio Montaner habla rápido pero el inglés que emplea durante gran parte del año en Canadá, en donde vive y trabaja, apenas asoma en algunas palabras. Luce su moño habitual y el clásico lazo rojo, símbolo del compromiso y trabajo hacia las personas con VIH, sobre la solapa del saco, acaso como una primera contraseña para quien no lo conozca.
Tras haber dado una clase magistral ante un auditorio completo en la Universidad de El Salvador, en donde lo distinguieron con la entrega de un doctor honoris causa, este médico porteño, nacido en 1956, se prepara para volver a la universidad de la provincia canadiense de British Columbia. El reconocimiento se sumará a muchos otros, como el Premio Mundial de Ciencias Albert Einstein (2010) o la distinción de la revista Science, por el mejor avance científico del 2011. O el apoyo que el papa Francisco o Bill Gates le dieron a sus propuestas.
Ahora, entre viejos amigos y tras una celebración muy solemne, se lo ve alegre y relajado. No piensa en premios. En su cabeza hay un sinfín de ideas que dominan todo: la epidemia del VIH, la estrategia para controlarla y cómo seguir achicando los números de las nuevas infecciones. Es una mezcla de obsesión y compromiso que en 1996 lo llevó a liderar el descubrimiento del triple cóctel antirretroviral, que posibilitó el control de la expansión del VIH en el cuerpo. Aquel avance convirtió a la infección en crónica. En la década siguiente propuso la estrategia que cambiaría el rumbo de la epidemia: el “Tratamiento como Prevención”, apoyado en los testeos a todas las personas y, en los casos positivos, en un rápido acceso al tratamiento como forma de prevención de nuevas infecciones.
“Postulamos que si pudiéramos acercar los pacientes al tratamiento y el tratamiento a los pacientes en forma facilitada podríamos concluir la epidemia. En el 2006 esto era un poco polémico, pero hoy por hoy no es así”, dice Montaner. En el medio, tuvo que romper con la barrera de quienes desconfiaban de su idea.
“Es cierto que un poco le hemos perdido el respeto al VIH/sida. Hay un doble discurso: el VIH no es lo letal que fue en los 80 y 90, pero infectarse no es broma”.
“Desde que implementamos el tratamiento como prevención, la incidencia de VIH en British Columbia prácticamente desapareció. Hoy por hoy mis residentes pueden terminar el entrenamiento de medicina y no haber visto un caso de neumonía por pneumocystis carinii, que fue la patología que me trajo al VIH/sida. En ese momento tenía la desgracia de diagnosticar cuatro neumonías por día. Hoy, si diagnosticamos una por año es mucho. Respecto a la mortalidad, con la introducción del tratamiento para la prevención, ha prácticamente desaparecido”.
“El tratamiento de aquellos que están infectados, el diagnóstico y tratamiento inmediato son fundamentales para controlar la epidemia”.
Entonces cuenta que en su provincia cerraron la última sala de sida, que esto le llevó cuatro años de discusión con el gobierno, que fue un gesto para demostrar que su estrategia sirve y que, además, esta contribuye al “sostenimiento del sistema de salud”.
“Esto requiere una inversión. Tenemos la obligación de explicar a los políticos y a aquellos que tienen que tomar las decisiones de salud pública que si bien hay un gasto que es necesario para implementar estos programas, el retorno en la inversión es exponencial. Al parar la enfermedad y la transmisión que surge de aquellos que están infectados, estamos previniendo generaciones de nuevas infecciones. En British Columbia ya estamos en un terreno de ahorro financiero. Es muy inusual que a los médicos nos quiera el ministro de salud pública, porque a menudo le traemos dificultades. Pero es mucho más difícil que nos quiera el ministro de finanzas, y a mí me quieren los dos, porque hemos logrado no solo lo mejor para la gente que tiene VIH, sino que logramos optimizar el gasto de manera tal que estamos ahorrando dinero”.
Claro que Montaner también fue protagonista en otra iniciativa mundial, tomada por la ONU para ponerle un punto final a la epidemia. Tal vez, la más ambiciosa que se haya planteado hasta ahora. El nombre es 90-90-90: esto es que para el 2020, el 90% de las personas que viven con VIH conozcan su diagnóstico, que de estas personas el 90% esté bajo tratamiento, y que a su vez, el 90% tenga su carga viral en un nivel indetectable, de modo que no puedan transmitir la infección.
-Falta poco para el 2020, una fecha clave en la estrategia 90-90-90 para controlar la epidemia de VIH. ¿Estamos cerca de alcanzar esos porcentajes?
-Hemos hecho estudios en los que se demostraron que hay muchos países alrededor del mundo que se están aproximando al 90-90-90. Lamentablemente hay otros que no lo están haciendo suficientemente rápido y hay otros que se están alejando del 90-90-90. Yo no estoy acá para apuntar cuáles son los mejores y cuáles los peores, pero lo que te puedo decir con confianza es que esto se puede hacer, se debe hacer y que es altamente factible. Lo que necesitamos es el compromiso político, pero también el compromiso del público, para que demande que esto sea una prioridad. Porque, hoy por hoy, la falta de entusiasmo en lo que se refiere a desarrollar estos programas es realmente un problema. En las Naciones Unidas logramos la firma de todos los países integrantes por el 90-90-90, pero como decimos, ahora hay que ponerse las pilas. Tenemos que hacerlo, porque de lo contrario vamos a tener un problema crónico, de una epidemia que está tratada en forma despareja en distintas regiones y esto realmente no se puede tolerar.
-En Argentina hay una leve tendencia de aumento en los casos de infecciones en jóvenes y en adultos mayores. ¿Hay una pérdida de memoria sobre los peligros del VIH?
-Sí, es cierto que un poco le hemos perdido el respeto al VIH/sida. En realidad, se debe a que hay un doble discurso: yo tengo la obligación de decirle a la gente que el VIH es una infección manejable al punto de convertirse en crónica, que no es lo letal que había sido en los años 80 y 90, pero al mismo tiempo tengo que decirle a la gente, “tengamos muchísimo cuidado porque infectarse con VIH no es broma”. Este doble diálogo hace que se complique la cosa, porque la gente piensa que de repente ya no hace falta tenerle tanto respeto a este tema. Tenemos que ser claros: lo mejor que podemos hacer es prevenir la infección y esto se previene simplemente adoptando pautas de comportamiento que previenen la transmisión, no solo de VIH, sino de hepatitis C, de una cantidad enorme de enfermedades. O sea que desde el punto de vista de la salud pública, el mensaje tiene que ser claro.
-Si bien está comprobada su efectividad, la profilaxis pre exposición en nuestro país es un método de prevención del VIH que todavía está en discusión y que incluso es cuestionado por algunos sectores involucrados en la respuesta a la infección. ¿Tiene alguna posición al respecto?
-Habitualmente decimos que tenemos una cajita de herramientas en las cuales tenemos gran cantidad de cosas que podemos utilizar para controlar la epidemia del VIH. Y por supuesto tenemos estrategias de comportamiento, disminución del daño, y hoy por hoy el tratamiento de aquellos que están infectados, el diagnóstico y tratamiento inmediato son fundamentales para controlar la epidemia. La profilaxis pre y post exposición también forman un papel fundamental. Pero no hay que perder el foco, el tratamiento es la piedra fundamental de la estrategia.
“De ser un académico- científico- clínico me he transformado en un promotor de un cambio a nivel nacional y global y lo hago con mucho orgullo”.
-En cierta forma, usted plantea que no tenemos que estar pensando todo el tiempo en la llegada de una vacuna terapéutica o preventiva.
-Es muy fácil. La vacuna de prevención o la cura de la infección, todo esto es materia de investigación. Yo no sé si se va a descubrir hoy, mañana, pasado o dentro de diez, veinte o cien años, pero hoy por hoy no tenemos excusa de no hacer lo que sabemos que funciona. Soñamos con un futuro distinto y hoy ese futuro es el tratamiento para la prevención.
-En una anterior visita al país, se han referido a usted como un dirigente social. ¿Qué opina al respecto?
-Creo que mi carrera sufrió una evolución muy favorable, porque de ser un académico- científico- clínico me he transformado en un promotor de un cambio a nivel nacional y global y lo hago con mucho orgullo. No he dejado la investigación, no he dejado la clínica, sino que si puedo contribuir a que implementemos lo que sabemos, en lugar de generar conocimiento y no implementarlo, entonces creo que ese es mi destino.