Texto: Manuela Castro / Fotos: Estrella Herrera
Maxi Prietto (34) dice que la música es magia, que es un hecho comunicacional -seres humanos que están contando algo- y que tiene que tener una razón de ser. Lidera en voz y guitarra tres de las bandas más convocantes de la escena indie local: Los Espíritus, Prietto Viaja Al Cosmos Con Mariano y Prietto, su proyecto solista y, además, compone música para cine. Ahora, en un bar de Barracas, horas antes de entrar a ensayar, cita al Pajarito Zaguri y divide a los cantores en dos categorías: los que tienen con qué y los que tienen por qué, y se ubica en la segunda.
-Yo canto porque quiero expresar algo.
Su historia comenzó en el 81, en el sur del Gran Buenos Aires. La suerte o un abuelo que, borracho, se jugó los campos familiares hicieron que los Prietto se escaparan de Chaco y terminaran en San Francisco Solano, Quilmes.
-¿Viste cómo son esas historias familiares que se van transformando en mito? Capaz mi abuelo perdió un ranchito pero ahora se convirtió en una mansión. Mi viejo nació sin un centavo y siempre buscó cómo conseguir la guita. Y bueno… ¡yo le salí para cualquier lado!
-¿Cómo llega la música a tu vida?
-En casa siempre se escuchó música. Mi mamá escuchaba a volumen muy fuerte, lo sigue haciendo. Abría las ventanas, se ponía a limpiar y llenaba la casa de música. Me acuerdo de ser consciente de que el sonido estaba ahí, no se podía tocar pero era parte del ambiente, y según el cassette que ponía, teníamos distintas sensaciones. Era como estar en el cine pero en la vida. Rarísimo. Siempre me gustó la música pero, en realidad, la que me dijo de tocar la guitarra fue mi vieja. Tenía once años y lo que más me gustaba hasta ese momento era dibujar, quería ser dibujante, pero cuando me propuso tocar la guitarra le dije ‘¡sí, de una!’. No lo podía creer. Para mí a los once años se murió el aburrimiento, antes tenía sensaciones de que me aburría y a partir de ahí ya no. Estaba en mi casa, me tiraba en la cama y me ponía a tocar. Cuando sacaba un tema que me gustaba, la alegría que sentía era tremenda. Me empecé a separar del planeta, pensaba las 24 horas del día en la guitarra, en hacer canciones e ir a recitales.
-De alguna manera, siempre soñaste con vivir de la música.
-Cuando era chico quería tocar en un grupo de rock, capaz no me interesaba la música, simplemente quería tocar en una banda. Era chico, tenía pósters y me parecía que eso era el rock. Después fui creciendo y me empezó a interesar la música y cada vez me chupa más un huevo el rock, esa idea. Con la música para cine la paso re bien, estoy solo en mi casa componiendo y me meto en los personajes, me concentro y lo disfruto un montón.
«Cuando sacaba un tema que me gustaba, la alegría que sentía era tremenda. Me empecé a separar del planeta, pensaba las 24 horas del día en la guitarra, en hacer canciones e ir a recitales».
-A la hora de componer, justamente, ¿cómo diferenciás los tres proyectos musicales? ¿Sabés de entrada qué canción es para cada grupo?
-Depende. A veces sí y otras no. Puedo pensar en Los Espíritus y que estaría bueno hacer un tema, entonces lo imagino más desde el groove, del ritmo y de hacer una base que me guste. Entonces me pongo a tocar con la guitarra bases que tienen más que ver con blues o con algo más rítmico. Otras veces, cuando voy en el auto o caminando por la calle con el celular, me pongo a grabar. También se me ocurren canciones cantando y más o menos por la onda… Los Espíritus y Viaje al cosmos son muy distintos. Uno es como más melancólico, de letras más personales (Viaje al cosmos), y a Los Espíritus lo relaciono más con el individuo dentro de una sociedad y cosas que tienen que ver con la moral, va por ese lado. Se me mezcla más con lo político o filosófico, y con lo urbano sobre todo. Viaje al cosmos tiene más que ver con las heridas de cada uno, de la propia vida, y siempre en primera persona.
-¿Y tu proyecto solista?
-Esa es la parte que puede ser cualquier cosa. El último trabajo claramente es un disco de blues pero porque fue a propósito así. Lo encaramos así desde los instrumentos: contrabajo, batería con escobilla, el piano -no teclado-, la guitarra blusera y lo grabamos en cinta. Hicimos todo el proceso en cuatro días, grabación, mezcla y masterización. Queríamos hacer un disco como si estuviéramos 40 años atrás, sin editar, sin producir, sin hacer nada digital.
-Pareciera que te llevás mejor con la música LO FI.
-Depende de cada disco, pero en éste la onda era retratar ese presente de los cuatro chabones tocando ahí, incluso, el piano y la batería en la misma habitación con los micrófonos, cosa de que si uno manda un pifie, no lo podés sacar. Era tocar la canción hasta que estemos contentos con la versión. Y quedamos re contentos. Lo más fácil para un productor es encarar la grabación con un metrónomo para que todo esté a tempo y, una frase que es muchas veces igual, hacés una, copias y pegas. Todo un trabajo de edición para que suene como una computadora. Pero después lo ves en vivo y te querés matar porque no tocan así. Además, no necesariamente es bueno eso. Ayer estábamos escuchando a Lightnin’ Hopkins y tiene bocha de pifies, pero bocha, y no te cambia la ecuación. Vos escuchás la letra, la voz, cómo lo canta y tiene algo. El chabón está diciendo algo. Hoy se le da más importancia a que sea un producto que esté organizado y que esté bien técnicamente, pero si no tiene una buena razón o un por qué, qué sé yo, es como que se va perdiendo la magia. Hay una grabación de Muddy Waters… La primera. Él era todavía un esclavo que trabajaba en los campos de algodón y le hacen una entrevista y lo ponen a grabar. O sea, él no estaba haciendo una carrera de músico, era un esclavo y hoy lo escuchás y el chabón ya era Muddy Waters. Entonces, lo que digo es que los chabones estos, no fueron a grabar, estaban ahí siendo lo que ellos ya eran.
-Claro. Y sucedía.
-Y sucedía. ¿Y te vas a poner a cuantizar eso, cortarlo, organizarlo y ponerlo en Auto-Tune para que el chabón no desafine? ¡No pasa por ahí! Es que tiene que transmitir algo, tiene que tener una razón de ser.
Antes de lograr vivir de la música, Maxi trabajó un tiempo en la distribuidora de golosinas de su papá en Florencio Varela. Para ese entonces, ya había abandonado el secundario y se había mudado a la capital. Los largos viajes en tren, de la casa al trabajo y de regreso, fueron fuente de inspiración de nuevas canciones.
-Eran todas canciones muy deprimentes acerca de pibes marginales, minas con mil hijos y sin un mango. A mi viejo no le gustaron, dijo que era un derrotista y me decía ‘a tal canción cambiale tal frase’.
-¿Y las cambiabas?
-¡Ni en pedo! Yo estaba re enojado. Él era el jefe del negocio y ahí mismo me decía lo de las letras. ‘No, chabón’. Siempre era de muy pocas palabras, no sé si hubo en realidad, no eran halagos. Eran como… ‘Vas bien’, ‘Acepto que seas músico’, y siempre con una actitud medio como todo mal, pero al mismo tiempo cuando vió que iba a tocar en Cemento cuando era chico, me compró un amplificador. Después me ayudó con plata para una guitarra y lo más copado fue que me pagó la Escuela Popular de Música. Fui dos años y estuvo re bueno, conocí un montón de música y me cambió toda la forma de pensar, me di cuenta que los Beatles y los Sex Pistols eran los mismo.
-¿Cómo fue trabajar en la distribuidora en una realidad, de alguna forma, muy distinta a la tuya?
-Fue una recontra experiencia. Combinación de subte, tren, combinación de tren, re hincha bolas, pero al mismo tiempo me parecía más fácil hacer eso que buscar laburo. Yo estaba con la guitarra, los libros, todo el tiempo viajando pero en la habitación. Hacer esos horarios y ver, por ejemplo, cuando llegan los trenes a Constitución, la gente de traje que viene de la provincia corriendo como si se fuera a terminar el mundo porque están llegando tarde al trabajo. Ver las caras, toda la movida para conseguir el maldito billete. Las películas en las que se mete la gente. Los vendedores de panchos que ya están a esa hora, los pibitos durmiendo entre los cartones a las siete de la mañana. Cosas que vos decís, ¿cómo puede pasar esto? El olor a meo tremendo, pibitos choreando. Situaciones que te vas comiendo y enterarte de submundos que son todos posibles ‘yo’. Depende de dónde naciste, lo que te tocó. O sea, vos podrías ser esa persona. Yo no me quiero olvidar de esas cosas, para mí es lo más importante.
-¿Te da miedo que afecte a tu forma de pensar el hecho de estar siendo cada vez más conocido? Me refiero a comprar una imagen de rockero que está por encima del resto.
-La verdad es que yo no tengo nada que ver con eso.
-Pero pasa en el ambiente.
-Sí, incluso hay gente que hizo media canción y ya está en esa. Se compran un Jack Daniels, una Gibson Les Paul, y están ahí. ¡Qué sé yo!, es una sensación de cada uno. Migue, el violero de Los Espíritus, toca con una Faim, una guitarra nacional del año del pedo que sale mil pesos, y le encontró un sonido re copado. Y en esa simpleza, con dos mangos, toca con un Groove lleno y lo hace sonar zarpado. Eso te marca. Estos chabones que están con la Gibson y con no sé qué, anteojos negros y toda la huevada…
-Te sentís muy ajeno, ¿no?
-Y qué se yo… espero que no pase. Para mí hasta donde estamos ahora está bárbaro, pero más que esto ya me da dolor de cabeza (risas).
-Una cosa medio Kurt Cobain lo que decís.
-Kurt Cobain se tendría que haber ido a relajarla un toque a algún lado. Una playita.
Maxi vive en el barrio de La Paternal con su mujer y su hija Esmeralda. Esta mañana fueron los tres a Agronomía a ver pasar los trenes hasta que se fue el sol.
-Esmeralda festejaba cada vez que aparecía un tren.
«Me siento en el mejor momento porque hacer música siempre fue muy difícil y ahora me viene a ver gente y más o menos puedo pagar las cuentas».
-¿Te cambió un poco la vida la llegada de un hijo?
-Cambió un montonazo. Yo era un tiro al aire, ahora tengo horarios. Dejás de vivir para vos para empezar a vivir para otra persona, y empezás a ser feliz por cosas que le pasan a otra persona. Te preocupan cosas como cuidar al otro. Después, te ordena los horarios, te cambia. Todos los días a las siete de la mañana se levanta y se levanta con ganas de correr, con desayuno. Así que ya no me despierto más a las 11 de la mañana (risas).
Ahora es ella la que hace el quilombo y soy yo el que lo trata de armar. Antes era yo el que hacía el quilombo.
-¿En qué momento de tu vida estas?
-Me siento en el mejor momento porque hacer música siempre fue muy difícil y ahora me viene a ver gente y más o menos puedo pagar las cuentas. Estoy empezando a pensar cómo lo voy a hacer y no si puedo o no hacerlo. Cómo quiero vivir. Como si todo hubiera sido una muestra gratis en la vida: viste esto, esto y esto. Hubo una época en la que estaba muy resentido, otra muy dolido con cosas que te hubieran gustado que sean de otra manera. Primeras experiencias que te tambalean. Siento que ahora puedo elegir.