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Artículos destacados, Política

Publicado por Javier

El fiscal Delgado: “La Argentina es un país que ha sido saqueado y no hay ningún tipo en cana”

Federico Delgado tiene 46 años y la cara ajada: una cicatriz que baja como un rayo desde el lado izquierdo de su frente y se posa muy cerca de su ojo. El 8 de junio, cuando llegaba a trabajar a Tribunales en su bicicleta, una camioneta cruzó en rojo el semáforo y lo llevó por delante. La foto de él sentado en el pavimento con la cabeza ensangrentada alimentó las suspicacias de quienes vieron en el accidente un intento de amedrentar al fiscal que pone en jaque no sólo al poder político, sino también al judicial.

 

Con su impostura, Delgado desarma cualquier operación semántica sobre su supuesta pertenencia a algún bando de la grieta, esa falla geológica inventada y alimentada cotidianamente por los medios. Lo atacan desde un lugar y de otro, dependiendo qué causa tenga en sus manos: sea el accidente de Once, el rol del presidente Mauricio Macri en los Panamá Papers, los sobornos en el Senado, el megacanje de deuda o las cinco muertes en la fiesta electrónica Time Warp.

 

Abogado y politólogo, admirador del filósofo esloveno Slavoj Zizek, titular de la Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional Federal Nº 6 desde hace casi 17 años, Delgado es una rara avis en una Justicia que no tiene empacho en mostrar su lado oscuro con mayor frecuencia que la deseada.

 

Un poco ermitaño, huidizo con los medios, ausente de la vida virtual, pero filoso en sus declaraciones. Así se muestra: transparente. “No uso redes sociales porque mi laburo me expone mucho y si empiezo a tuitear, a subir cosas a Instagram… a mí hay un montón de gente que me la quiere poner”, dice, sin vueltas. “Entonces todo eso se puede transformar en un motivo para dar explicaciones. Si llego a poner ‘qué bueno que pasó tal cosa’, un tipo lo imprime y empieza a meterse con tecnicismos… hay una construcción del aparato judicial que parece que estuviera afuera de la historia. Cualquier pelotudez que digas, puede ser usada en tu contra”, completa.

 

-Muchos se meten en ese barro.

-Muchos se meten, sí. Pero yo trabajo sin red. A mí no me defienden ni los radicales, ni los peronistas, ni los kirchneristas, ni los macristas, ni la familia judicial. Eso te desprotege un poco. Y al no tener un sindicato al que esté afiliado (entre múltiples comillas), me expone también. Los que intervienen en las redes, forman parte del algún colectivo o son francotiradores solitarios que no tienen responsabilidad. Pero yo creo que muchos pertenecen a un submundo del gran mundo. Como yo no pertenezco a eso, me trae más conflictos que gratificaciones. Igual me parece una herramienta fantástica.

 

-¿Te gustan las redes sociales?

-Todo el fenómeno de la nueva comunicación me encanta.

 

-¿No te asusta un poco?

-¿Por la despersonalización decís?

 

-Sí, entre otras cosas.

-No… no sé si es un efecto de las redes. La propia dinámica del mundo, hace que quizá estés un poco extrañado de vos mismo. Las redes expresan eso. ¿Por qué la gente putea en Twitter, en Facebook? ¿Por qué es tan agresiva? Además de cierta violencia, me parece que hay un deseo de pertenecer a algo. Es tanto el vacío existencial, que quieren pertenecer. Si yo te puteo por tus notas, hay dos opciones: soy un loco agresivo o estoy pidiendo a gritos que alguien me reconozca.

 

-Como el quilombero del fondo del aula.

-¡Exacto! Pero volviendo a las redes, me parecen una herramienta buena, sobre todo para construir. Lo que más miro es el espacio público y creo que las redes permiten llevar un control (por parte de la población) y exigencia de rendición de cuentas que antes no existía. Permiten articular cosas interesantes.

 

-¿Cómo mirás las redes al no tener un usuario propio? ¿Tenés algún usuario falso?

-No, no… no lo uso. Me aislé, tomé esa decisión por comodidad. Entré como en una zona de confort y prefiero no enterarme. Aprovecho el tiempo en otras cosas, no es un deseo que percibo. Me encanta el fenómeno para pensarlo y mirarlo desde otro lugar, pero no participando. No me llama la atención.

 


Si la suma de las casualidades del Universo darían como resultado, siempre, a un Federico Delgado sentado como fiscal en un escritorio de una oficina maltrecha en Tribunales, la humanidad (y particularmente la justicia) sería más bien diferente. Él mismo reconoce que no tuvo, ni por asomo, la aspiración de ocupar el lugar que ocupa hoy. Que llegó “de pedo” a Comodoro Py mientras estudiaba una carrera, abogacía, a la que había llegado por descarte y sobre todo por la urticaria que le producían las ciencias duras. “Yo quería ser deportista”, dice.

 

Federico practicaba tenis, fútbol y natación. Y lo sigue haciendo. “No me destacaba en ninguno, así que me dediqué a estudiar”, recuerda. Sin contactos con la familia judicial, ni relaciones políticas, se presentó para acceder a Tribunales como meritorio porque un amigo de la facultad le insistió: “Sólo vas a saber si te gusta, si lo hacés”.

 

Así arrancó: como un che pibe, un cadete en la Justicia ordinaria, la que no sale en los medios: la menos visible. Entonces sucedió la segunda casualidad: cuando Federico estaba terminando la carrera, se implementó la oralidad de los juicios. El Poder Judicial tenía que duplicar el personal y hacían falta abogados. Él estaba lejos de obtener un puesto, pero le metió pata y se recibió. Poco después, fue nombrado. Ya era un empleado judicial. En 1995, Germán Moldes –quien ahora tiene en sus manos la causa por la muerte de Nisman- fue designado fiscal de la Cámara Federal. Federico lo había conocido en los pasillos de Tribunales. Tuvo una entrevista y quedó: trabajó junto a Moldes durante dos años. Antes de que se establecieran los concursos, cuando las designaciones eran a dedo, se enteró de que el fiscal Pablo Lanusse –que durante el gobierno de Fernando de la Rúa se haría cargo de la Oficina Anticorrupción- quería abandonar su cargo como fiscal. Nadie quería cubrirlo porque corría el rumor de que su oficina era muy complicada y estaban todos peleados. “Llevaba una causa por estafa del oro, muy conocida en la década del 90. Me preguntaron si me animaba. Pero claro, cómo que no. Así llegué”, cuenta.

 


“Siempre te quieren sacar del juego, hay miles de intereses. También hay corrupción, hay miedo, expectativas de favores…”


 

Era 1997, tenía 28 años y era fiscal adjunto de un tal Osorio, que no dudaba en hacerle la vida imposible: “Estaba pintado, era un trabajo gris”. Hasta que en el año 2000 recibió una llamada de Procuración General. Querían que se sumara a la investigación de robos de bebés durante la dictadura. El gobierno había hecho un acuerdo con los organismos de Derechos Humanos y había que ordenar una causa que no tenía, hasta entonces, ninguna coherencia investigativa. Federico no lo dudó: no sólo lo entusiasmaba el tema, sino que además tenía afinidad ideológica. En eso estaba cuando explotó todo. La causa por los sobornos en el Senado le cayó en su fiscalía.

 

-O sea que el primer caso grande que tuviste fue el robo de bebés, pero enseguida te cayó la causa por las coimas.

-Se me vino encima. Tenía 30 años.

 

-Dijiste, ¿qué hago acá?

-Mil veces. Hice un curso sonorum sobre lo que es trabajar bajo presión, lo que significa investigar al gobierno de turno, conocer a los políticos… imaginate que por esa causa renunció el vicepresidente (Carlos “Chacho” Álvarez), se descabezó el Senado. Venía verde, me faltaban tres horas de horno. Y tuve que madurar en cuatro meses.

 

-Si ese caso te cayera hoy en las manos, ¿harías todo igual?

-Haría lo mismo. Tuve una inconsciencia… sufrimos tantas presiones, básicamente las sorteamos haciéndonos los boludos. Por ahí es la frescura del momento y decir: ¿cómo puede haber pasado esto? Nos jugamos a fondo con el tema de los sobornos y cuando cayó De la Rúa, se puso un manto de silencio. Tremendo. Todas las presiones…

 

-Cuando decís “presiones”, ¿de qué tipo? ¿De quién?

-De mi jefe, el Procurador Nicolás Becerra. Nos apretaba mal. Horrible, mal. Horrible.

 

-Te encontraste con la cloaca expuesta.

-Horrible. No se lo deseo a nadie. Ho-rri-ble. Los mecanismos coerción: terrible.

 

-¿Verbales? -Sí, también por escrito. Sumarios. Por teléfono.

 

-Era un tema muy pesado, estaba metida la SIDE.

-Estaban todos metidos. La SIDE había pagado, De la Rúa había dado la orden. Nosotros reconstruimos todo el circuito del dinero. Nos decía (el Procurador): “Ustedes están locos, esto es una vergüenza”. Nos pasamos el 2001 y 2002 contestando sumarios. En 2003, confiesa Pontacuarto: contó toda la historia que habíamos logrado reconstruir nosotros. Él tipo dice: “La verdad los que tenían razón eran los fiscales”. Fueron años frenéticos. Pero después, el caso quedó en la nada. Mucha gente me felicita por ser independiente. A mí me parece que es lo que habría que hacer. Después de pasar por ese proceso, salís torcido o fortalecido.

 

-Me queda picando la cuestión de la independencia, que atraviesa cualquier ámbito de la vida. ¿Qué es ser independiente en la Justicia?

-Es ser leal con la ley. Honesto intelectualmente y tratar de hacer lo que te parezca acorde a la ley.

 

-¿Qué pasa cuando en la pelea por la interpretación se meten los que te quieren dejar afuera del juego?

-Siempre te quieren sacar del juego, hay miles de intereses. También hay corrupción, hay miedo, expectativas de favores… hay miles de cosas. Pero el trabajo, según el texto de las obligaciones que asumís cuando te nombran, no es tan difícil. Tenés que reconstruir hechos.

 

-¿Cómo es el laburo de un fiscal?

-Vos venís y me decís: “Fulano me pegó una piña”. Entonces yo te pregunto dónde te pegó, cuándo, por qué. Te escucho. Y después lo que tengo que hacer es corroborar si lo que vos decís fue así como lo contás. Una vez que tenés el hecho, hay que pasarlo por un colador: el Código Penal. ¿Lo que pasó encuadra en algún delito? Sí es así, le digo al juez que le aplique tal fuero. Si no encuadra, lo lamento mucho.

 

-¿Hay hechos injustos no encuadrados en ningún delito?

-Un montón. Me parece que el laburo tiene un capital social que no lo merece.

 

-¿Por qué?

-Porque es más sencillo de lo que parece.

 

-Pero estás muy expuesto a intereses.

-Lo que pasa es que la mediación de todo lo que es la abogacía, en el sentido amplio, entre los hechos que parecen delito, complejiza mucho lo que en rigor de verdad es sentido común.

 

-¿Te referís a las vueltas que le dan los abogados para torcer causas?

-En general, abogados, jueces, fiscales. Todo el campo judicial. La mediación judicial es bastante perniciosa para pensar la Justicia. Lo que hace la mediación es divorciar la Justicia de la ley. A ver si se entiende: los tipos siempre tratan de que las cosas sean legales, aunque no sean justas. Es el drama ontológico de la Argentina. El divorcio de la ley de la Justicia.

 

-Lo que es legal, pero no legítimo.

-Exactamente. Vos contás en la mesa familiar algún caso, y te dicen: “Che, boludo, pero eso es una vergüenza”. Y vos decís: sí, pero es legal. El tipo que no está contaminado con todo esto te va a decir: “No es justo”. Ahí se juega todo.

 

-¿Dónde y cuándo se produjo ese quiebre?

-Es cultural. El tema es cómo se enseña la abogacía en la Argentina: se expropian los conflictos de la sociedad civil. Y cuando se sacan para leerlos según la ley, en ese acto, les sacan toda energía social: les sacan el dolor, los sentimientos, el contexto. Los vuelven abstractos.

 

-Se deshumanizan.

-Y en esa deshumanización, es donde se produce la manipulación.

 


“Si me pongo a pensar en el balance de cuántas veces creímos que debía aplicarse la ley, y cuántas veces nos dieron la razón, fue sólo el 1 por ciento. En ese aspecto es frustrante”


 

-Hay algo de eso en el lenguaje judicial, que sólo lo entienden ustedes. -Absolutamente, absolutamente. Se puede hacer un parangón entre Saussure y el positivismo jurídico. El lenguaje como un sistema perfecto que está por encima de las relaciones sociales. Lo primero que hace el positivismo jurídico es sacar los casos del contexto en el que se produjeron. Sustraerlos. Como un hecho que no fuese humano. ¿Y el derecho de qué se alimenta? De conflictos humanos. Es un hecho social. Lo que hace la comunidad jurídica, con su saber, es sacarle ese componente humano. Es la razón positivista.

 

-¿Esa pelea por modificarlo se dio adentro de la Justicia?

-Se dio en los orígenes de la formación del Estado argentino. Argentina tomó dos modelos, y es la pelea no resuelta, la famosa grieta que dicen ahora. Alberdi encarnaba un proyecto que miraba un poco la ingeniería jurídica anglosajona, donde el derecho es lo que hace la gente cada día, el common law. Y había otra gente, que fue la que triunfó, que miraba el sistema continental francés, Vélez Sársfield. Fue el intento “maravilloso” inventado por Montesquieu, que decía que el juez es boca de la ley, sólo la aplica y no la interpreta. Se supone, y esta es la locura, que hay un cuerpo de legisladores que va a hacer un libro, que son los Códigos, donde van a tipificar todos los comportamientos posibles de la humanidad. Fijate que el Código Civil empieza con el nacimiento y termina con la muerte. Se supone que ahí están todas las posibilidades de lo que puede pasarle a una persona. El precio de todo esto, es la renuncia a la diversidad.

 

–No hay forma de tipificar todo.

-No la hay. Lo que hacemos es el producto de nuestras costumbres, nuestra moral, nuestros valores, y va cambiando de acuerdo a cómo cambiamos como sociedad. Es una posibilidad. Y la otra es que podemos escribir un Código, donde esté todo previsto. El precio es la deshumanización. Obviamente es algo que uno piensa después de que haya pasado, de nuestra historia, pero nos permite entender nuestra vida pública, lo que es nuestro sistema de representación, lo que son nuestros presidentes (monarcas elegidos), lo que son nuestras empresas… lo que pasa es que esta es una discusión que nunca se da.

–¿Por qué?

–Porque la abogacía se enseña de acuerdo a ese sistema. Las facultades de derecho, todas, son máquinas que reproducen esa forma de organización social. Vos preparás pibes que van a repetir lo que dicen los códigos. No se preparan para pensar, para cuestionar, sino para repetir.

 

 

Delgado habla de una “casta” que se apropia de la energía social y también de la riqueza económica y que, a su vez, puja por tomar al Estado como un “botín”. “El resto somos los que estamos afuera y la peleamos como podemos”, analiza.

 

-La sensación que tiene uno desde afuera es que, si bien hay distintos tipos de Justicia, se podrían dividir en dos: una para los poderosos y otra para el resto. ¿Desde adentro es tan alevoso como se fue desde afuera?

-Es terrible. La Justicia argentina es muy dura con los débiles y muy suave con los poderosos. Al poder lo acaricia, al débil lo aplasta. Es un rasgo evidente. Junto a Catalina De Elía escribimos un libro, La cara injusta de la Justicia, que habla básicamente de eso, sobre cómo la Justicia es ferozmente cruel con los débiles y muy laxa con los poderosos, mientras tengan el poder, claro. Por ejemplo, Cristina Kirchner, Carlos Menem, Videla. También con el poder económico.

 

-¿Y cómo es eso desde adentro?

-El capitalismo tiene una cosa que es terrible para el capitalista: lo que perdieron fue la capacidad de sancionar y coaccionar. Eso está supuestamente en manos del Estado. Por eso hay una puja por tomar el Estado. Y en los esquemas de la politología, lo que se piensa es que el Estado tiene autonomía relativa y que, de algún modo, protege la relación social. Por eso, muchas veces se vuelca a favor de los trabajadores. No del trabajador como persona, sino como sujeto social. Y lo hace para preservar la relación capitalista. En la Argentina, me parece que lo que no hay son instituciones con autonomía relativa. Son muy porosas a los intereses sectoriales, tanto el Ejecutivo, como el Legislativo y también el Judicial. Eso hace que la Justicia sea porosa y cada Gobierno, trata de influir y tener su Justicia.

 

-¿Eso pasó siempre?

-Me parece que es un rasgo del Estado argentino. Como el capitalista no tiene en la mano la capacidad de aplicar sanciones, busca hacerse del control del sistema judicial.

 

-¿Cómo lo hace?

-Vos fíjate. El menemismo, el kirchnerismo, el macrismo… de hecho, Macri lo primero que hace es nombrar dos jueces de la Corte Suprema por decreto. Néstor Kirchner, lo primero que hizo fue hacerle un juicio político a la Corte Suprema. Alfonsín saca la Corte que había porque era de la dictadura.

 

-Todos con mayor o menor validez en sus acciones…

-Claro, claro. La Corte de Menem era impresentable. Pero más allá de los matices, la lectura es que cada Gobierno ha tratado de algún modo de influir sobre el Poder Judicial.

 


“Uno de los problemas de la Justicia es que a fin de año nadie te pregunta qué hiciste, qué no hiciste, cuántos casos tuviste, cómo los llevaste”


 

-Ahora, ¿no hacés una lectura política más allá de lo formal? Tiene lógica que el poder político quiera influir en un espacio que puede trabar todas las decisiones de Gobierno.

-La lógica republicana es que hay frenos y matices. Si no te gustan los legisladores, los jueces, tenés que bancártelo. Si los querés sacar, hay caminos previstos. Si sentís que la Justicia no te responde, tenés que joderte. La República se trata de repartir el poder para que no lo tenga uno porque si lo tiene uno solo, cagamos todos. Tiene que estar repartido en la mayor cantidad posible porque si nadie tiene todo el poder, lo único que queda como posibilidad es ponerse de acuerdo. Si nos ponemos de acuerdo, el único resultado posible es el bien común.

 

-El problema con esa ecuación es que en un sistema como este, una democracia capitalista, yo no estoy parado en el mismo lugar que una empresa frente a la Justicia.

-Absolutamente cierto. Yo no defiendo al capitalismo, sólo describo cómo funciona. Hay un antagonismo irreconciliable, una fractura social profunda. Y la puja social siempre se da en que los intereses de una persona se hagan pasar como el general de todos. Es la lógica de la democracia burguesa, del sistema que tenemos. Si yo pudiera fijarlas, elegiría otras. Pero son las que están.

 

-Con todo esto que describís, ¿fueron más las frustraciones que las alegrías?

-Y sí. La Argentina es un país que ha sido saqueado y no hay ningún tipo en cana. Es desgastante. Uno se pone objetivos pequeños, que es tratar de agotar las posibilidades de lo que vos creés que está bien. Aprendés a quedarte satisfecho con manejarte con el mayor rigor y honestidad posible. Lo que pasa es que en general, las cosas pasan, se desatan y cagaste. Nosotros mandamos a juicio oral la causa por los sobornos en el Senado: impune. Mandamos a juicio oral a Cavallo por el megacanje: impune. Pero mandamos a juicio la causa por el accidente de Once: los condenaron. La gran mayoría de las veces, perdés. Lo que no quiere decir que no haya que seguir dando la pelea. Pero van cambiando las expectativas. La Justicia tiene algunas otras funciones, además de la manifiesta, que tienen que ver con la capacidad simbólica de aplicar la ley, para saber que hay premios y castigos. En eso podemos contribuir. Ahora, si me pongo a pensar en el balance de cuántas veces creímos que debía aplicarse la ley, y cuántas veces nos dieron la razón, fue sólo el 1 por ciento. En ese aspecto es frustrante. Te enriquecen otras cosas: que los vecinos vengan a agradecerte que los narcos del barrio están presos, o haber liberado a chicas que eran víctimas de trata. Son todas cosas que no salen en los medios.

 

-De los casos que tuviste, ¿tenés alguno en el que digas “cómo no lo agarré de esta manera”?

-Eso pasa siempre.

-¿Cuál fue el más complejo?

-Creo que el tema de la deuda externa. Ahí peleamos contra estructuras muy asimétricas. Pero logramos llevar a Cavallo a juicio oral, aunque después la fiscal no lo acusó. Ni siquiera fue que los jueces no nos dieron la razón, sino una colega que no nos bancó y ni siquiera nos explicó por qué. Fue desmotivador.

 

-¿Cómo es la relación con los jueces?

-Tenemos roles diferentes. Pero en general te mean. La ley está armada para que el tipo sea el que manda.

 

-O sea, vos podés trabajar como un perro y…

-El juez puede decirte que no porque no le gusta. Eso pasa.

 

-¿No es demasiado el poder que tienen?

-Absolutamente. No hay contrapeso y tampoco rendición de cuentas. Uno de los problemas de la Justicia es que a fin de año nadie te pregunta qué hiciste, qué no hiciste, cuántos casos tuviste, cómo los llevaste. Al juez tampoco. Y eso no es bueno. No hay un sistema de premios y castigos, no hay incentivos, no hay un premio para el que labura ni castigo para el que no.

 

-¿Y cuánto influyen los medios en ese trabajo?

-Son un actor político más.

 

-¿Se siente la presión?

-Totalmente. Los poderes legales son los que dice la Constitución. El resto son poderes fácticos, como las empresas. Y los medios son empresas. Es parte del juego, porque si anulás esos poderes, caemos en una dictadura. Hay que trabajar con los poderes que te tocan. En el Siglo XXI tenemos actores que por ahí hace un tiempo eran igual de relevantes pero no tan visibles. El poder empresario estuvo siempre. Tiene una parte negativa, pero también una positiva.

 

-Claro, por ejemplo en el caso de Once, incluyendo el contexto político, hubo mucha presión para que se llevara a cabo el juicio.

-Eso fue bueno. No sé qué hubiese pasado si los medios no se plantaban. Hay casos también de personas que seguirían en cana si no fuese porque los medios mostraron su causa. Pero a veces es contraproducente. Por ejemplo, en los secuestros extorsivos, la policía filtra a los medios cuando se está produciendo y lo primero que pensás es “listo, los secuestradores se rayan y matan al tipo”.

 


En orden de relevancia mediática, el último gran caso que tuvo Federico Delgado en sus manos fue la denuncia por lavado de dinero contra el presidente Mauricio Macri, cuyo nombre había aparecido en la lista filtrada por algún ex empleado disgustado del estudio panameño Mossack Fonseca y revelada por la investigación que mundialmente se conoció como los Panamá Papers. Macri figuraba como dueño de una empresa offshore desde 1998 junto a otros familiares.

 

-¿Qué pasó con la causa de Panamá Papers? ¿Por qué se dejó de investigar?

-No es que se dejó de investigar. Se cambió el eje. La denuncia original era para saber si Mauricio Macri había lavado dinero, pero el hecho era de 1998, y en ese año lavar dinero era delito sólo si la guita venía de la venta de drogas. Todo lo demás no era delito. Argentina cambió esa ley recién en 2011, cuando se amplió lo que se considera lavado. Lo que había que hacer era analizar el patrimonio de la familia Macri y ver el recorrido de los 7 millones de dólares. Primero saber quién los puso, de dónde los sacó y analizar cómo esa plata se fue moviendo hasta ahora para ver si en algún momento había algún negocio que podía caer desde 2011 hasta hoy. Había que trazar la genealogía de la plata. En eso estábamos. Había dos problemas. Una parte de esa plata era de un negocio que se había hecho en Brasil y había que esperar que brindaran información, que nunca la mandaron.

 

-Esa es una limitación muy grande, ¿no?

-Sí, porque los Estados colaboran si quieren.

 

-¿Y cuál era el otro problema?

-Franco Macri se había presentado ante el juez y había dicho que la plata la había puesto él. Mostró el movimiento contable y dijo que Mauricio no tenía nada que ver. Estábamos reconstruyendo eso cuando de golpe, no sé por qué razón, la Cámara Federal se pone a retarme a mí por investigar demasiado. Una locura: nuestro trabajo es investigar lo más que se pueda para darle más elementos a los jueces para que tengan mayor información para decidir. La Cámara cortó el trabajo y dijo: “Acá no hay lavado de dinero”. ¿Por qué no hay? Esa decisión no se puede apelar porque la ley no lo prevé. Ahora, la Cámara dice que puede haber evasión impositiva y ordena que la investigación pase a la Justicia Penal Económica. Borraron el delito de lavado de dinero. En el Penal Económico van a tener un problema. Desde 1998 hubo un montón de blanqueos de capitales. Si en algún momento, Franco Macri se acogió a un blanqueo y pagó, ya está. Esto no lo sé, es una hipótesis. La verdad yo creía que era una oportunidad muy buena para demostrar que se podía investigar a un presidente en funciones, en el poder, y no esperar a que se vaya. Íbamos bien, estábamos recreando las circunstancias. Y era muy probable, la verdad, que Mauricio Macri no haya tenido nada que ver porque no era delito en aquel momento. Si hubiese hecho la misma maniobra en 2016, era lavado de dinero. Pero entonces no era delito, la ley penal no se aplica para atrás. Se podría haber hecho bien, prolijamente, pero no sé por qué la empiojaron.

 

-Se entiende desde el lado político…

-Desde el lado partidario, claro. Desde el lado técnico, no. Desde el lugar de ciudadano, tejés mil cosas.

 


“Yo nunca aspiré a llegar a fiscal. Tampoco me interesó mucho ascender. Si mañana me sacan tarjeta roja, y me tengo que ir a dar clases de tenis, ni lo dudo. Para mí es un laburo, muy bien pago, con muchísima responsabilidad, pero un laburo al fin”


 

-Cuando suceden este tipo de cosas, es como si apareciera el lado oscuro de la Justicia, un lado oscuro que está presente en distintos estratos. Aquello que no tiene explicación, pero no se modifica. ¿Qué es esa fuerza oscura?

-Nosotros trabajamos con una categoría del (politólogo italiano Norberto) Bobbio, que es el criptoestado. La tesis es que por encima de los poderes que nosotros votamos, de la representación, hay poderes subterráneos que son siempre los mismos. Y que la modernidad en realidad no cambió muchas cosas porque el poder siempre tiene un lado A que se ve y un lado B, que no. En la Argentina pasa eso, pero en todos los aspectos. Hay como fuerzas que perduran y se mantienen y mantienen más allá de lo que pasa en las elecciones, más allá de los gobiernos, de las identidades partidarias.

 

-Es una buena categoría para pensar la realidad, sobre todo aquello que no se entiende por qué pasa.

-Pasa en muchísimos expedientes, pero muchísimos eh. El apartamiento mío y del juez Sebastián Casanello en la causa de Time Warp, donde logramos procesar a los responsables por homicidio culposo y facilitar el lugar para vender drogas, desde el punto de vista técnico es un mamarracho. En cualquier facultad de Derecho es un bochazo. Lo más loco es que la Cámara Federal, que bancó ese trabajo, es la que después nos saca. Lo que nosotros escribimos en la causa, está probado.

 

-¿No se puede apelar?

-Son decisiones que se toman y no las puede recurrir nadie. En un punto, hacen lo que se les canta. Toda la ingeniería judicial da por sentado que los jueces, fiscales, abogados, van a ser leales con la ley. Pero no prevé un plan B para cuando no lo son. Entonces se permiten prácticas que no las puede discutir nadie. Como si las personas fueran solamente movilizadas por la razón, y no por los intereses, la pasión…

 

-¿Te ocupa al 100 por ciento tu trabajo? Me refiero a tus obsesiones, sueños y aspiraciones.

-No, yo sigo haciendo deporte. Hago muchísimo deporte. Y doy clases en la Facultad, en la UBA y la Di Tella. Son mis cables a tierra. Para mí, el laburo es un laburo.

 

-¿No te obsesiona?

-No, es un laburo que tengo ahora. Y quizá dentro de seis meses me toca ser ayudante de una gomería. Es la vida.

 

-¿No te molestaría perder el puesto?

-Para nada.

 

-¿Será esa despreocupación la que te permite ser independiente?

-Yo nunca aspiré a llegar a fiscal. Tampoco me interesó mucho ascender. El sistema de concursos es prácticamente lo mismo que la designación a dedo, con la diferencia de que hay muchos dedos. Es un manoseo, son tremendos, se juega mucho con la gente. Está lo que dice la ley, pero al mismo tiempo el partidismo, el amiguismo. Someterte a un concurso, es un desgaste emocional, físico e intelectual, durísimo. Me parece que no vale la pena. En cierto modo, eso te da más libertad. Si mañana me toca vender helados, venderé helados. Si me toca dar clases de tenis, lo haría con gusto.

 

-¿Dejarías de ser fiscal para ser profe de tenis?

-Sin ningún problema. Si mañana me sacan tarjeta roja, y me tengo que ir a dar clases de tenis, ni lo dudo. Nunca tuve chofer, nunca tuve custodia, nadie me pagó un teléfono. Para mí es un laburo, muy bien pago, con muchísima responsabilidad, pero un laburo al fin.

 

-Hablando de remociones: ¿cómo ves el intento de remover a la procuradora Alejandra Gils Carbó?

-A mí nunca me llamó, jamás me apretó. Es un mamarracho lo que hace el Gobierno para intentar correrla. Si la quieren echar, que apliquen la Constitución. Si creen que tienen elementos, hay un camino: el juicio político. Todo lo otro, no va. Creo que fue Carrió quien dijo que es imposible hacer una ley a medida para sacarla. Tiene razón. En un juicio, se le da la posibilidad de defenderse. Y que salga lo que salga.

 

-¿Pensás que es una pelea ideológica?

-Para mí se inscribe en lo que decía al principio: en la Argentina cada coalición que llegó al Gobierno intenta tener “su” Justicia.

 

-¿Qué es lo que le traba un procurador?

-No sé si traba algo, es como una inercia. No conozco ni a Gils Carbó y tampoco a la gente del Gobierno. Pero me abstraigo para pensarlo como concepto: cada vez que hubo un cambio de Gobierno, pasó lo mismo, con más o menos resistencia. El problema no es coyuntural, es estructural. Si lo queremos solucionar lo tenemos que pensar de ese modo.