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Publicado por Javier

La autoficción de una Princesa Montonera como forma de reconstrucción de la identidad

Texto: Dalia Ber / Fotos: Karin Idelson

 

Mariana Eva Pérez publicó en 2012 el Diario de una princesa montonera, un libro basado en hechos reales y agregados ficticios, nacido de un blog en el que escribía con humor e ironía acerca de su propia historia como hija de desaparecidos. En 2018 la Editorial Planeta tiene previsto publicar una versión ampliada y corregida de la edición original, que incluirá nuevos relatos de la Princesa Montonera. Allí se hablará –siempre en el registro de la docuficción- de los años que Mariana pasó en Alemania con su familia mientras realizaba su doctorado en el marco del proyecto de investigación “Narrativas del Terror y la Desaparición”, en la Universidad de Constanza.

Pero también le tocará a la Princesa Montonera volver sobre los pasos del juicio en el que Omar Graffigna y Luis Trillo fueron condenados en septiembre de 2016 a 25 años de cárcel por la privación de la libertad y tormentos contra Patricia Roisinblit y José Pérez Rojo, los padres de Mariana, desaparecidos en 1978. En el mismo proceso fue condenado a 12 años como partícipe secundario de los hechos Francisco Gómez, apropiador de Guillermo Pérez Roisinblit, hermano de Mariana, que nació en la ESMA en noviembre de 1978. Además, la causa reveló que la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA), donde estuvieron secuestrados Patricia y José, fue un centro clandestino de detención y tortura a cargo de la Fuerza Aérea. La sentencia fue escuchada con emoción y alivio por Mariana, Guillermo y su abuela de 97 años, Rosa Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.

De todo esto charló Mariana con Almagro en su casa de Almagro, en un entorno repleto de plantas, libros, juguetes, marido, hijo de casi cuatro años y beba de meses.

-¿Cómo va a ser la reedición en 2018 de Diario de una Princesa Montonera?
-Se va a publicar una versión ampliada y corregida, aunque de corrección no va a tener mucho salvo algún error, alguna cosita que no me gustó. Lo que está publicado va a ser la primera parte, el nuevo libro va a incluir una segunda parte que tiene que ver con la vida en Alemania y hay una tercera parte que es el retorno. En una fábula peronista tiene que haber un retorno también, jaja. Y ahí va a estar la historia del juicio y alguna otra cosita que no tengo muy claro hasta cuándo va a llegar, cuándo va a ser el corte. Ya tengo algunas cosas escritas y pienso que puede funcionar. Es una voz, la de la Princesa Montonera, a la que siento que todavía puedo recurrir para mostrar algunas cosas. Es como un personaje que se armó, que está ahí, al que puedo echar mano para hablar de otros momentos y de otras cosas nuevas.

-¿Para vos qué fue lo interesante de vivir en Alemania?
-La verdad, son dos cosas fuertes. Por un lado, que es otra manera de vivir, otras maneras de vivir en otros lugares. Descubrir que el ser argentino, habitar en este país, no es una condena. Está bueno cuando es una elección pero también hay otras maneras de ser en el mundo más allá de la argentinidad con su intensidad. Por otro lado, para mí realmente la vida académica allá, en esos años, fue muy estimulante, así como la gente que conocí, las lecturas, la misma posibilidad de escribir y pensar en otros idiomas, que también te cambia la perspectiva sí o sí. No es lo mismo hablar del tema de los desaparecidos en castellano que hablar o escribir en inglés, aunque sea un inglés medio rudimentario y se necesite de un nativo que lo tenga que pulir. De pronto te encontrás dándole otra vuelta de tuerca, que la impone un poco el idioma, la terminología. Allá por ejemplo era más frecuente -es más frecuente, y al principio a mí me chocaba- pensar en el legado de la violencia nazi también del lado de los perpetradores. Que es una palabra de ellos, acá no hablamos tanto de los perpetradores. Acá hablamos de los represores. Particularmente me gusta más criollo y directo: milicos. Allá en Alemania todas las familias, o al menos la mayoría, todos los hombres estuvieron comprometidos con el nazismo. Porque era obligatorio, era eso o ser rebelde, con todos los riesgos que eso implicaba. Lo complejo ahí, lo jodido, es que gran parte de la sociedad alemana estuvo involucrada.

-Distinto entonces de lo que pasó acá.
-Claro, pero acá también hay familias. Los represores también tenían hijos, ahora algunos de ellos están empezando a hablar. Era una historia invisibilizada que empieza a salir a la luz. Allá en Alemania se arman como paralelos, que para uno que viene de acá son un poco perturbadores: hijos de víctimas, hijos de victimarios en paralelo, para pensar por lo menos en el peso de esa herencia, cómo hacer con eso. Para mí, al llegar allá con la cabeza seteada como la tenía de acá, eso me hizo mucho ruido. Cada tanto me salía decir “bueno, está todo bien, tendrán sus problemas los hijos de los perpetradores pero a mí no me interesa, mi compromiso está con las víctimas”. Era la idea con la que yo iba. Y después, hablando allá con chicos alemanes de nuestra edad empecé a entender que la cosa es más compleja. Me pasó de hablar con un amigo alemán que de repente me planteó: “Yo como alemán tengo la culpa”. Yo decía “no, cómo vas a tener la culpa, a lo sumo será tu abuelo…”. Y él decía “no, no, es una cosa histórica y nacional, yo como alemán tengo la culpa de lo que pasó”.

“Los milicos tenían familia, no bajaron de un plato volador. Eran hijos de la sociedad argentina como los militantes, muchas veces de la misma extracción social, cortados por la misma tijera”

-Te iba a preguntar, justamente, por los hijos de los represores que empezaron a juntarse…
-Los milicos tenían familia, no bajaron de un plato volador. Eran hijos de la sociedad argentina como los militantes, muchas veces de la misma extracción social, de la misma clase social… cortados por la misma tijera más de lo que nos gustaría en una distinción blanco o negro, bueno o malo. Yo la parte testimonial la venía mirando medio con sospecha. Me parece que tampoco la idea es que haya más víctimas, no sé cómo decirte. Tipo “démosle más lugar a más víctimas”, no sé si es por ahí. Pero esto de que ellos estén presentando ahora un proyecto de ley para poder denunciar y declarar contra sus padres, eso me parece más interesante. Como salir de la cosa testimonial y hacer algo. Pero así como me parece para observar, al mismo tiempo me hace ruido ese paralelo que se llame “Hijos e hijas de”, igual que los hijos de desaparecidos. Entonces de pronto decís puta, es eso lo que los junta, es cierto, pero en un punto siento que somos todos gente de más de cuarenta años, seguir hablando de nosotros mismos como “hijos de” hace ruido también.

-Te referís a ellos también…
-A nosotros mismos, a ellos también, hace poco leí un artículo: “Somos la generación de hijos de desaparecidos”. Como generación no podemos matar simbólicamente a la de nuestros padres porque ya vienen muertos, o ni siquiera, están desaparecidos. Yo para la tesis estoy escribiendo un capítulo donde trato de desarmar la cuestión de pensar en las víctimas infantiles solamente como “hijos de”. Que lo fueron, pero que además me parece que hay otra problemática que los atravesó de manera más directa en la infancia. Así que si seguís hablando de “hijos de” eso queda como velado, si hablás de “hijos de”, el que queda en primer plano es el padre, o la madre. Entonces me parece que también es interesante preguntarse por las experiencias infantiles en la dictadura. Si no también está la idea de que nosotros no lo vivimos, nos lo contaron… No, no, lo vivimos. Que no nos acordemos no quiere decir que no lo hayamos vivido. Incluso es como la impronta más perturbadora de lo que sí vivimos pero no podemos recordar, entonces me parece que tenemos que buscar términos que nos ayuden a dar cuenta de eso. ¿Y las marcas que llevamos de eso? Y, no las sabemos bien.

-Hubo una serie de producciones culturales en las que se habla de la dictadura desde la infancia.
-Sí, la novela La casa de los conejos, la película Infancia clandestina. La guardería también, aunque es más un documental. Es la mirada del niño.

-¿Y está más o menos en la línea de lo que vos decís?
-Me parece que sí, creo que recupera una mirada más propia y escapa un poco del hijismo. El desafío más grande para mí, que es un poco un desafío de vida también, es cómo seguir investigando estos temas sin que te chupe el agujero negro de la desaparición. La figura del desaparecido se chupa todo. El año del juicio para mí fue un año perdido, porque yo no podía volver del juicio y ponerme a trabajar en mi tesis sobre representación de la desaparición en el teatro contemporáneo. En un momento decís “sáquenme de acá, retrocedo, no puedo más”.

-Como que ya tenés cubierto el tema.
-Claro. Es muy difícil estar trabajando a la vez en estos temas y laburarlos bien, sabiendo que son importantes. Yo sigo sintiendo como cuando publiqué el libro originalmente que estoy en un lugar -con muchas comillas- “de privilegio”. Transité y transito esta historia con muchos recursos que por ahí otras personas con la misma experiencia no los tienen. Porque he podido psicoanalizarme bocha de años, porque había leído un montón, porque pude investigar y a mí eso me hace bien. Articular teóricamente el tema a mí me ayudó, y por otro lado tengo el privilegio, siempre entre comillas, de poder decir determinadas cosas incorrectas, que otros no es que no las puedan decir, pero tienen que dar más explicaciones. O las pueden decir en otro registro.

-Durante la época en la que vos estabas en Abuelas era diferente a ahora ¿No? Antes a los desaparecidos se los nombraba en los avisos que se publicaban con las fotos en Página/12 y no mucho más, a nivel masivo…
-Sí, sí, en los 90… la crítica hacia los organismos –que así como con cualquier actor social hay que tener una mirada crítica-, es que yo no me banco que endiosen ni a Maradona, ni a Hebe, me parece que ese tipo de pensamientos no conduce a ningún lado. Eso no tiene que hacer perder de vista que desde los indultos hasta Néstor Kirchner estábamos más solos que la mierda. Yo tengo la imagen muy clara de entrar a Abuelas y que no pasara nada, no pasaba nada. Nadie llamaba para denunciar, era un lugar tranquilo. Eran dos, tres abuelas las que estaban todos los días, eran muy poquitas y habían quedado, de toda la gente que había entrado a laburar en los 80, tres personas.

-A eso quería ir en realidad.
-Cualquier crítica que se haga a los organismos de Derechos Humanos creo que no tiene que olvidarse nunca de eso. Si se llegó a algo como los juicios, o como saber las cosas que sabemos, o abrir un lugar como el Pozo de Vargas, si sabemos todo eso es por el aguante, la persistencia, la resistencia de poca gente que con tenacidad y cabeza dura sostuvo el tema durante los años en los que la mayor parte de la sociedad nos daba la espalda. Era así. Eso se revirtió, y después me parece que también hubo otros errores, no sé si vienen al caso. Me parece que se construyó una narración, una narrativa de aquellos años y del presente también que terminó de vuelta excluyendo a toda la sociedad. Me parece que la reacción que hay de “basta, no hablemos más de los 70”, tiene que ver con eso.

“Está la idea de que nosotros no lo vivimos, nos lo contaron… No, no, lo vivimos. Que no nos acordemos no quiere decir que no lo hayamos vivido”

-¿Errores de quién puntualmente?
-De los gobiernos, de las administraciones Kirchner y también de los organismos que fueron parte de eso, me parece que hubo…como que sin escalas se pasó de una estigmatización total terrible a todo lo contrario, me parece que eso tenía peligros que no se vieron, o se minimizaron, o no sé. Hasta con una lógica medio farandulesca, como poner algunos personajes en ciertos lugares, o pretender que tengan representatividad ciertos personajes que evidentemente después no tuvieron. Para mí hay algo como de pretender legitimar un montón de cosas evocando a las Madres, las Abuelas, los Hijos y los desaparecidos que evidentemente no funcionó. Y lamentablemente en ese sentido me parece que la repercusión del caso de Santiago Maldonado, nula en las urnas, es como un cachetazo que nos tiene que hacer dar cuenta de eso. Por ahí un rechazo a esas cosas, la caracterización de la desaparición forzada, o la propia idea del Nunca Más, por ahí no es tan masiva como pensábamos. Por ahí es algo que no hay que bajar los brazos, no sé, por ahí es algo que si se desactiva…

-¿Qué pensás que puede pasar con los organismos de Derechos Humanos de ahora en más?
-Y, qué sé yo, que las viejas van a seguir, van a seguir todas ellas hasta el día en que se mueran. Eso ya nos lo enseñaron, madres, abuelas, las que están en familiares. Aunque quede una sola, las que están a los gritos, dando vueltas a la pirámide en la silla de ruedas. Y sí me parece que es de las cosas más grandes de este país lo que hacen estas mujeres. Es una pena que se desarticulen algunas de estas cosas. Yo creo que se puede respetar y admirar esa lucha sin farandulizar ese respeto, ¿Se entiende lo que quiero decir? Yo puedo tener un enorme respeto por Madres y Abuelas, pero la cosa cholula, por lo menos a mí no me resultó reparadora. No me parece que le haga bien a una persona, ni siquiera si esa persona es mi abuela. La tentación estaba, ese camino estaba. Si yo seguía haciendo lo que estaba haciendo, lo que se esperaba de mí en ese momento, me hubieran invitado a más lugares y me hubieran aplaudido. Pero bueno, a mí no me interesó que me aplaudieran. O querría que me aplaudan por otras cosas, porque al fin y al cabo el que escribe no puede decir que no quiere que lo quieran. O que lo lean. O que lo lean y que lo quieran. El artista quiere que lo quieran. O por lo menos que lo entiendan.

-Volviendo al Diario de la Princesa Montonera, ¿qué te pasó cuando volviste a leer el libro ahora?
-Es muy difícil releerlo y es muy difícil seguir escribiendo, para mí, desde la desaparición de Santiago Maldonado. Me cuesta mucho encontrarle el chiste a la desaparición. Ese es mi estado en los últimos meses. De hecho, yo en estos meses no pude trabajar mucho con la princesa, estuve más con la tesis, me cuesta mucho encontrarle el humor. No sé si el final del libro…no sé si el libro no debiera incorporar de vuelta este cambio de signo donde otra vez las posibilidades de reírnos de esto para vivir con esto, como forma de poder vivir con toda esta historia, no sé si no se vuelven a poner en duda. No tengo muy claro dónde va a terminar, si sé que es la Argentina actual, la Argentina gobernada por Macri y ya no son graciosas las mismas cosas. Porque si yo antes me podía burlar un poco, no obviamente ni de los desaparecidos ni de sus madres ni nada pero sí de la liturgia asociada a eso, hoy todo eso no sé, lo veo diferente. Sí me podía burlar en un momento en que eso era la voz oficial, siempre hay que cuestionar, me parece, el discurso del poder, no importa de qué signo sea. Nunca hay que tomarlo como algo natural. Yo nunca me sentí muy cómoda, digamos, con encontrar las palabras que eran las nuestras en boca del poder. Era incómodo. Para mí en este sentido el kirchnerismo fue una experiencia muy incómoda, pero tengo que reconocer que más allá de mi incomodidad personal, que es de una mirada intelectual, o algo así, hubieron avances que ningún otro gobierno promovió.

-¿Cuáles destacarías?
-Los juicios, que se pudieran hacer los juicios, el fin de las leyes de impunidad. Parte de la política de recuperar los lugares de los centros clandestinos también me parece bien, yo personalmente me hubiese inclinado más por la preservación de esos lugares como prueba judicial y no tanto de esa cosa a mi gusto un poco maníaca de llenarlos de vida y hacer cosas lindas. Y de convertirlo en un lugar a donde quieras ir. A mí no me gusta ir a esos lugares. Pero a mí, es personal. Hay papás de compañeritos de mi hijo Tilo que van al Ecunhi dos por tres, yo no puedo ir al Ecunhi. Llevarlo a Tilo al Ecunhi, para mí es como llevarlo de paseo al averno, pero no sé… Mi vieja estuvo ahí, nació mi hermano ahí. Pero aunque no fuese tan personal tampoco lo llevaría.

Terminó el juicio y en la misma semana quedé embarazada. Fue re loco. Veníamos buscando hace bastante tiempo y algo se liberó ahí que hizo que quede embarazada

-¿En Alemania cómo se relaciona la gente con estos lugares?
-Allá hay lugares que también fueron campos de concentración durante la Segunda Guerra o sedes de la Stasi (Siglas en alemán del Ministerio para la Seguridad del Estado, órgano de inteligencia de la República Democrática Alemana). Son lugares donde tenés visitas guiadas, más o menos reconstruidos. Te muestran, te cuentan cómo funcionaban, todo eso. Y la gente en general va. Tienen importancia educativa. Hay varios lugares así. Yo no los recorrí todos. No fui tampoco a Auschwitz ni a un lugar al que llaman La topografía del terror, de la Gestapo, en pleno Berlín.

-Con respecto al juicio por la desaparición de tus padres, vos decís que te costaba durante su desarrollo seguir con tus actividades vinculadas al tema. ¿Qué pasó cuando terminó el juicio?
-Terminó el juicio y en la misma semana quedé embarazada. Fue re loco. Veníamos buscando hace bastante tiempo y algo se liberó ahí que hizo que quede embarazada. Un poquito estructurada: primero el juicio, después un segundo hijo… jaja. Pero después sí pude retomar, laburé bastante antes de que naciera la beba.

-¿Y que cambió, si es que cambió algo, con el hecho de sentarte a escribir?
-No, eso no sé si cambió algo en cuanto a la escritura. Siento que me cambió cosas en un sentido… me parece que el juicio es algo que me devuelve ciudadanía. Si a cualquier persona le secuestraban a un familiar por motivos que no fueran políticos, no tenía ningún impedimento en hacer un juicio por privación ilegítima de la libertad. Cualquier persona a la que le mataban un familiar podía hacer juicio por homicidio. Nosotros no podíamos. Éramos de pronto una población como segregada, que estaba fuera del Estado de Derecho todavía en democracia, no teníamos acceso a la justicia. Y en ese sentido veíamos recortada nuestra ciudadanía. A mí como que eso me empoderó para mi vida, te diría, me encuentro más fuerte para otras cosas, para otros conflictos que me puedan surgir en la vida cotidiana. Como que empecé a sentirme en condiciones de igualdad con el resto de la sociedad argentina.

-Y con una hija que se encaminó inmediatamente después.
-Sí, inmediatamente después. Una pulsión de vida ahí grosa.

-Cuando escribiste el libro no tenías hijos, ¿Cómo pensás abordar el tema ahora, si es que pensaste en eso?
-Yo siempre había pensado que la princesa montonera no tiene hijos, no puedo hablar de maternidad desde ese lugar. Además, es como si el personaje estuviese en un estado adolescente medio perpetuo, así que no sabía cómo podía darse la parte de tener hijos, pero bueno, habrá que buscar por dónde. Ojo también podría tener la libertad de no hablar de eso, si quisiera, pero me parece interesante, sobre todo porque hay cosas del embarazo y el nacimiento de Tilo en las que se pusieron en juego cosas que tenían que ver con mis viejos. Por ejemplo en el embarazo, cuando yo quedé embarazada las únicas embarazadas que yo conocía eran las desaparecidas embarazadas. Me reactivó cosas que tienen que ver con la historia de mis viejos, inclusive la maternidad también, la sorpresa de darme cuenta de cuánto se quiere a un hijo. Para mí es una sorpresa, yo no tenía ni idea qué catzo es una mamá. O qué siente uno por su mamá. Yo conscientemente no lo sé bien, quizás en algún lugar lo sé, pero conscientemente no. También para mí fue un flash enorme cuando Tilo cumplió la edad que yo tenía cuando se los llevaron, 15 meses.

“Siempre hay que cuestionar, me parece, el discurso del poder, no importa de qué signo sea. Nunca hay que tomarlo como algo natural”

-¿Cuando se los llevaron?
-Sí, a ellos. A mí también, brevemente. Pensé cosas de mí que yo no había pensado. Por ejemplo pañales, comida. Hay todo un día que estuve ahí como perdida, de la tarde a la medianoche que no se sabe dónde estuve. Y de pronto pensé ¿Y los pañales? ¿Habré estado meada todo el día? Cosas así, que no se me habían ocurrido porque nunca le había cambiado los pañales a un bebé. Pero sí pude poner en cuestión esa idea de que lo que yo no sabía de mis viejos …No, no, es simplemente que yo no me acuerdo. Cuando un bebé tiene 15 meses recontra conoce a su mamá, cómo no la va a conocer. Tilo me conoce mejor que nadie, él sabe si estoy triste, si estoy contenta, si estoy de mal humor, él sabe perfectamente cómo soy yo. Conoce mi olor, el sabor de mi piel…

-Te pasó como de experimentarlo…
-Sí. Ahora sé que yo simplemente no tengo recuerdos, pero ahora no puedo decir nunca más que no los conocí. Claro que los conocí, cómo que no los conocí, los conocí y muy bien. Eso también fue fuerte. Eso fue una cosa que fue muy loca, de la que sí quisiera hablar en la segunda parte del libro. Yo venía teniendo mucho miedo de volver a la Argentina…en un momento se armó justo que yo tenía que volver cuando yo tenía 15 meses. Y yo que era entre que no tenía ganas de volver…

-¿Vos?
-Cuando Tilo tenía 15 meses.

-Ah, porque dijiste yo.
-¿Ves? Se dio que volvimos cuando Tilo tenía exactamente 15 meses porque había un evento familiar y con la excusa también de que había que volver. En realidad más que enroscarme en ese momento con los 15 meses de Tilo y cómo habría sido para mí perder a mis viejos y no sé qué, la vida me puso una cosa dificilísima que me hacía recordar eso pero en otro sentido que fue la muerte de mi amiga Marie (Nota: Autora del libro El cuaderno de Nippur, de Editorial Planeta, dedicado a su hijo y escrito durante el proceso de su enfermedad terminal). En realidad me tocó vivir de cerca, acompañar a una mamá que no iba a poder ver crecer a su hijo y no tanto del lado del bebé sino que eso me encontró del lado de la madre. Lo cual es lógico porque yo también era ya madre. Esta vuelta fue muy paradójica en ese sentido. Verme confrontada, identificarme con la mamá que no va a seguir viviendo. Adoptar el punto de vista de la mamá y entender lo jodido que debe haber sido para mis viejos también pensar “no voy a vivir para ver crecer a mis hijos”, que era una parte que yo nunca…yo la primera vez que leí en un testimonio que mi mamá hablaba de mí en la Esma y que me extrañaba mucho me caí de culo, porque nunca se me había ocurrido.

-Me llama la atención lo que decís, que nunca habías pensado qué pasaba desde el punto de vista de los padres a los que arrancaban de los hijos. Me pasó de escuchar en otras historias que a veces dejaban cartas, o recomendaciones a otras personas sobre los hijos…
-No, no sé por qué. Porque no me lo podía imaginar, creo. Te decía antes que yo tenía bloqueadas a la imaginación ciertas zonas de lo que pasó, como que toda la dimensión familiar, más íntima, ni siquiera la podía imaginar, eso también fue un lindo ejercicio de la escritura del diario. Que fue más una apuesta, por un lado la reconstrucción, sí, a saber determinadas cosas, como que está más en el libro la búsqueda de información sobre mi papá. Simplemente porque era del que en ese momento sabía menos cosas. Por alguna razón encontré antes más gente que me pudiera hablar de mi mamá que de mi papá y lo sentía menos como un agujero. Como que la figura de mi mamá estaba delineada, de alguna manera, y la de mi papá no. Por un lado hay una parte como de reconstrucción, si querés, y por otro lado hay como una cierta apuesta a la imaginación también. A imaginarme estos personajes, esos dos jóvenes.

-¿Y quedaron en el libro o esos dos personajes se te juntaron con los reales?
-Cómo saberlo. No se sabe eso. Según Jordana Blejmar es una autoficción. Creo que está bien esa definición, es como ficcionalizar un poco el testimonio, o abrirle zonas de ficción y que no quede claro cuándo son unas zonas y cuándo son otras y darse la posibilidad de jugar un poco con la historia. Es como deconstruir un montón de cosas para al final volver al reclamo primero, que era de juicio y castigo. Y al final sí es reparador, en un punto. Como una vuelta a algo más tradicional, pero me parece que el desafío es mostrar también cómo se llega a eso. Yo el juicio lo empecé estando afuera, no lo empecé estando acá. No podía. Porque primero me daba cagazo, y después yo sentía que era por obligación y por obligación no lo quería hacer. No quería cumplir otro mandato imaginario de mis padres.

“Yo lo que quería y sigo queriendo es saber qué pasó. Si pudiera reconstruir el minuto a minuto lo haría. De cada cosa que vivieron”

-Decís “Al final fue reparador”, como si en algún momento lo hubieses puesto en duda. ¿No sentías que fuera algo que te fuese a cambiar?
-No lo sentía genuino, no lo sentía como propio. Como decir “bueno, y ahora puedo hacer el juicio. ¿Es mi momento de hacerlo? ¿Desde qué lugar sale de adentro esto para mí ahora? ¿O es el mismo piloto automático con el que vengo toda la vida?”. Era parar con esa inercia y tratar de ver desde qué lugar salía. Porque era algo que me tenía que encontrar fuerte, bien parada. Desde un lugar muy genuino mío. Y creo que eso se pudo armar, pero en ausencia, paradójicamente. Y al mismo tiempo también tengo el recuerdo muy claro de lo que estaba haciendo en Berlín el día en que mi abogado Pablo Llonto me escribió y me dijo que venía el juicio oral. Y para mí eso fue decir “ah, entonces volvemos, entonces hay que volver”. Yo sabía que cuando fuera el juicio quería estar acá. Quería escuchar todo el juicio, quería saber absolutamente todo. Porque yo lo que quería y sigo queriendo es saber qué pasó. Si pudiera reconstruir el minuto a minuto lo haría. De cada cosa que vivieron. Me mata la idea de la soledad, de que hayan vivido esas cosas en soledad. Que les hayan pasado esas cosas y que nadie las sepa.