Texto: Facundo Baños / Fotos: Mariano Campetella
Es fin de semana y, a ciertas horas de la mañana está tranquila la calle. Un hombre aprovecha y sale a dar un paseo por el barrio. Llega hasta el Parque Los Andes y decide tomarse la presión en la Estación Saludable. Toma asiento y se dispone a esperar su turno, pero enseguida empieza a oír las groserías que tiene para decir el caballero que está sentado a su lado, acerca de los migrantes y de cómo nos perjudican a nosotros, los argentinos. Al denunciante lo tiene sin cuidado que la muchacha que está tomando la presión sea centroamericana, él dice lo suyo como si nada. Un rato después, el hombre que había salido a dar una vuelta por su barrio se detiene en uno de los puestos de la feria, pero ahí tampoco encuentra fortuna: el feriante le está hablando a la muchacha que le sirve el café de que el hombre tiene necesidades fisiológicas diferentes, y que ellas deberían hacer un esfuerzo para entender eso.
Mauricio Kartún, reconocido dramaturgo, el hombre que había salido a caminar, volvió a su casa y vomitó en un posteo de Facebook estas cosas que le acababan de pasar. Lo curioso, sin embargo, es que su publicación tiene final feliz. Es que, mientras caminaba de regreso, con la impotencia alzada en sus hombros, se encontró con un lugar que no conocía. Es un club, se llama La Cultura del Barrio, tiene un escudo muy colorido y una premisa clara: son skinheads y antifascistas. Hay una grilla cargada de actividades: kick boxing, yoga, defensa personal femenina y boxeo popular. Hay carteles a la vista de todos: “Deporte libre de xenofobia, racismo y machismo”, “Migrantes, Bienvenidos”.
Luis Tabera, Gabriela Minck y Nicolás Bondarenko reciben a Almagro en el salón más grande del club, en la planta baja de este galpón enorme de la calle Murillo, a cuadra y media de Juan B. Justo. Todavía les genera sorpresa ver que pueden dejar las puertas abiertas del club sin temor a que pase nada, y que cada tanto se arrime a charlar con ellos algún vecino de edad, eludiendo la estigmatización que baja cotidianamente desde los medios de comunicación y que los salpica a ellos tanto como a cualquier otra expresión cultural que sea pobre o callejera.
En su texto, decía Kartún: “Cada vez que me quedo callado, me enveneno. Cada vez que exploto, me paso tres días enfermo”. Veamos qué piensan los muchachos del club.
-Cuando leímos la crónica, pensábamos en eso: que nosotros no nos guardamos el veneno, como dice él. Nos puede jugar a favor y en contra, pero es lo que pensamos. Hay muchos espacios clásicos dentro del deporte que no simpatizan con nuestra idea. Y eso pasa porque vinimos a romper con algunas cosas: somos parte de una cultura callejera que fue históricamente bastardeada, y eso hace que queramos romper esquemas, y lo hacemos desde la acción. Tenemos una parte discursiva, pero fundamentalmente una de acción. Y creemos en lo cotidiano, trabajamos con lo cotidiano. La Cultura del Barrio, como espacio, tiene siete años, tres en esta sede y apenas uno como club. Entonces, vamos aprendiendo. Tenemos una postura política clara, que es el antifascismo, y apostamos a proponer y demostrar que se pueden hacer las cosas de una manera diferente. Nos interesa generar alternativas, no solo desde el deporte sino con todas las actividades que hacemos en el club. La lucha contra los prejuicios está presente siempre: lo político, social, cultural y deportivo lo atravesamos con el antifascismo.
«Así como nos repensamos, también tenemos claro que no somos conciliadores: acá no permitimos que vengan a entrenar policías ni efectivos de ninguna fuerza»
-Solemos escuchar barbaridades que se gritan en la calle, y eso también es una manera de generar cultura.
-Está aceptado que la gente vaya por ahí alardeando comentarios que son de corte fascista, ahora, si hablamos de respetar derechos, te saltan a la yugular: “¡Zurdos!” Pero lo más triste es cuando están convencidos de que no están discriminando con esas cosas que dicen, porque entonces quiere decir que la sociedad naturaliza e internaliza el racismo. Ya, de por sí, hay como un arranque que es errado: funcionamos como si fuéramos una sociedad europea cuando muchos no nos vemos reflejados en nada con eso: ni en los rasgos, ni en el color de piel, en nada. Entonces, o no existimos, o no entendemos. Es una concepción basada en una negación, y eso nos parece absurdo. Otra cosa que nos pasó con el escrito de Kartún, y que nos pasa cada tanto, es que nosotros mismos nos cuestionamos: “¿No estaremos siendo muy intolerantes?” Por ejemplo, él se refería a algo que le había escuchado decir a un feriante, que es un tipo que labura en la calle y que expresa con mucha claridad esas construcciones sociales: el odio, el estar mal, la falta de plata. Y hay que tener cuidado con esa persona que está metida en la mierda y que no conoce otra manera de desenvolverse que no sea el fascismo y la xenofobia. Distinto es el que se declara abiertamente facho y anda vociferando que hay que matarlos a todos. Ahí no hay vuelta atrás. Vienen pibes al club y nosotros vemos cómo van cambiando, pero eso es porque encontraron un lugar. Y ahí es cuando nos planteamos los límites de nuestra propia tolerancia, en el sentido de tratar de entender cómo funciona todo. Pero, así como nos repensamos, también tenemos claro que no somos conciliadores: acá no permitimos que vengan a entrenar policías ni efectivos de ninguna fuerza. En la mayoría de los espacios deportivos no interesa lo que haga de su vida la persona que va a entrenar. Por eso decíamos que no nos entienden cuando aclaramos que lo político está primero. Ellos sostienen que la política va por un lado y el deporte por otro. Nosotros no.
-Lo difícil de intervenir en una situación de conflicto que puede haber en la calle es sentar postura y a la vez evitar que eso se desbande.
-Nosotros pensamos las cosas en un nivel colectivo. En el club se practican seis disciplinas de pelea, pero eso no quiere decir que somos un ejército que sale a la calle a golpear gente. Sí creemos en la autodefensa: nunca atacamos, en todo caso nos preparamos para defendernos. La violencia entre personas no tiene sentido para nosotros, pero sí lo tiene la violencia contra un sistema. Creemos en esa violencia y la usamos, pero como método, nunca como un fin en sí mismo. La Cultura del Barrio sale a la calle y participa de cortes y de un montón de manifestaciones: más que violencia, es una respuesta necesaria frente a toda una vida de opresión. Eso es lo que consideramos una autodefensa legítima. Pero, insistimos, no avalamos la violencia gratuita: no creemos que sean constructivas las peleas entre personas porque, en todo caso, lo que tenemos que combatir son las ideas. En ese sentido, el brindar información ocupa una parte importante de nuestro trabajo, por eso decimos que lo cotidiano es fundamental. Mucha gente entró por esa puerta cargada de prejuicios, y eso se pudo revertir. Vemos a un montón de pibes y pibas que empiezan a tomar partido, a plantarse frente a ciertas situaciones, y eso es lo constructivo para nosotros. Siempre trabajamos desde la construcción, nunca desde la destrucción. Cuando abrimos la puerta y el barrio empezó a entrar al club, empezaron a darse un montón de cosas a las que no estábamos acostumbrados. En cualquier gimnasio, por ejemplo, vos escuchás “dale, puto, pegá”, y eso acá no pasa. Nosotros nos encargamos de que no pase. Al principio nos costó, pero se fue ganando de a poco. Romper con todo eso implica un aprendizaje para todas las personas que se acercan acá, y un desafío permanente para nosotros como grupo.
-¿Hay una relación concreta entre la cultura skin y la práctica deportiva?
-No, para nada. El skinhead es una cultura callejera como tantas otras, que en cada ciudad tiene sus particularidades. Nosotros, con este club, nos encargamos de que en Buenos Aires tenga una impronta política. El skinhead es antifascista, y una persona que no es antifascista tampoco puede ser skin. Nosotros consideramos que tenemos mucho que ver con lo popular y con las raíces históricas de nuestro país, y no olvidamos que el skinhead tiene una base obrera. Pero esta experiencia que venimos haciendo, relacionada con el deporte, fue un camino azaroso: que cinco personas hayan empezado a entrenar, que esas cinco después se conviertan en veinte y esas veinte en 200. Nunca nos habíamos planteado ser un “club social y deportivo”. Venimos de otras formas de organización: asambleas, movimientos de desocupados, experiencias previas que hoy nos dan esta impronta. Pero nunca lo hubiéramos imaginado.
-¿Y cuáles fueron las cosas que sí se habían propuesto cuando se empezaron a pensar como un colectivo?
-Teníamos esa necesidad de expresar que nosotros sí éramos skinheads, y de reivindicar a esta cultura callejera que tiene una parte política profunda. Los 24 de marzo íbamos a las marchas y volanteábamos mucho, difundiendo lo que éramos y lo que hacíamos. Siempre estuvimos en la calle, y con el tiempo se nos presentó la necesidad de ocupar un espacio que fuera nuestro. El primer lugar que tuvimos era muchísimo más chico que éste, pero igual hacíamos una banda de actividades. Muchos de nosotros llevamos más de diez como Acción Antifascista Buenos Aires y más de 20 como SHARP (Skinheads Against Racial Prejudice), es decir que nos conocemos bastante. El 2001 nos encontró como un movimiento de desocupados; en 2002, ocupamos un espacio en Avellaneda y formamos una cooperativa de trabajo, abrimos comedores e hicimos apoyo escolar. La cultura SHARP en Buenos Aires nació desde lo social y nos sigue convocando desde ese lugar. Cuando tuvimos compañeros presos, hubo que organizarse para juntar comida y hacerla llegar a los pabellones donde estaban alojados. La música, por sí sola, no nos interesa tanto: pero nos interesa como medio para llegar a la gente. Acá organizamos recitales todas las semanas y algunas bandas juntan 500 personas, o más, mientras que en una marcha por ahí somos cinco. Esa capacidad de convocatoria que tiene la música, nosotros la traducimos en acciones.
«La violencia entre personas no tiene sentido para nosotros, pero sí lo tiene la violencia contra un sistema. Creemos en esa violencia y la usamos, pero como método, nunca como un fin en sí mismo»
-Y el deporte que se practica en el club, ¿de qué manera tiene una perspectiva política?
-Desde la inclusión, siempre. Uno de nuestros lemas es que “otra forma de hacer deporte es posible”. Acá no organizamos competencias, sino que apostamos a la inclusión: es compartir, no competir. Como te decíamos antes, nosotro vemos cómo van creciendo los chicos que vienen al club. Cambian hasta el discurso, la forma de hablar, y eso es trabajo político. Después, las acciones que generamos y nuestra presencia en manifestaciones terminan de armar esa impronta. El otro día participamos en una marcha para que no haya más travesticidios, y esas cosas te ubican en un lugar, quieras o no. Cortamos las avenidas del barrio, con otros vecinos, como una manera de protestar contra los ajustes y tarifazos, porque, como club, también nos están ahogando de esa manera. Son costos que no tienen relación con la plata que tiene el trabajador en el bolsillo, y por eso entendemos que tenemos derecho a protestar. Nos cabe la misma que a cualquier persona que tiene que bancar un alquiler, pero multiplicado por cien. En este sistema nada es tuyo definitivamente, todo es prestado, y nosotros somos parte de eso. Mientras sigamos así, el trabajador no va a llegar nunca a tener un techo propio. Nosotros hoy estamos diez puntos, pero si mañana viene el dueño y nos dice “chicos, se van”, tenemos que empezar de cero en otro lado. Es duro pensarlo: es la lucha permanente por construir un lugar de pertenencia que, en definitiva, no tenés. Pero no nos pasa solo a nosotros, le pasa a todo el mundo. Es la manera de vivir que tenemos a mano.
-Si era cuestión de militar el antifascismo, el feminismo, la defensa de los migrantes, seguro que había otras plataformas menos polémicas que el skinhead. Eso me hace pensar que tienen un sentimiento verdadero, que tiene que ver con bancar el movimiento y este espacio de pertenencia que han venido construyendo.
-Tampoco estamos tan seguros de que existan muchas plataformas que discutan las mismas cosas que nos interesan a nosotros. Cuando vamos a una marcha en defensa de los migrantes, por ejemplo, no encontramos muchas organizaciones apoyando, al margen de las que ellos mismos integran. Entonces, de algún modo, nos diferenciamos, y eso es por las luchas que bancamos y acompañamos. Por eso insistimos con esta idea de que el antifascismo es una cuestión política, ideológica, y por eso decimos que, más allá de venir de distintas experiencias, es la primera vez que se nos dá una postura así. Es cierto que, tal vez, sería más sencillo sacar todo lo que diga “skinhead” y que esto sea simplemente “La Cultura del Barrio”, negando la otra parte y planteando una cosa más abierta. Fijate que acá estamos a 15 cuadras de Palermo, y que este lugar podríamos explotarlo muchísimo más. Pero no nos parece. Hemos crecido un montón y esta impronta que hoy tenemos la hicimos nosotros mismos. Estamos en un punto alto de nuestra militancia y tenemos la madurez política para plantear un montón de cosas que antes, quizá, no hubiéramos podido. Somos lo que queremos ser.
«Mucha gente entró por esa puerta cargada de prejuicios, y eso se pudo revertir. Vemos a un montón de pibes y pibas que empiezan a tomar partido, a plantarse frente a ciertas situaciones, y eso es lo constructivo para nosotros»
-Me imagino que tiene que ver con todo lo que han podido materializar, empezando por el espacio propio.
-Y también pasa que la gente se dio cuenta de que no somos solo discurso, sino que ponemos el cuerpo. Cuando cambiamos de sede y vinimos acá, un lugar de dos pisos, mucho más grande, nadie creyó que nos hicimos millonarios de golpe, porque todos sabían cuánto habíamos laburado. Nos manifestamos desde la acción porque no nos sale hablar estando quietos. Nos pasa mucho que nos metemos en cosas y después nos damos cuenta de que no dan los tiempos, pero bueno, es así. Tiramos algunas puntas y el resto se va dando. Y lo de la gente es sorprendente: la cabida que nos pasa, siendo que venimos de una cultura callejera que está totalmente estigmatizada. Es muy loco que podamos tener la puerta abierta, y es un logro que una persona de 50 años nos pueda entender. Es cuestión, también, de animarse a superar esos fantasmas, porque cuando entrás acá te das cuenta de que no había 70 pelados con cresta mirándote mal. Entonces, la victoria más grande es hacer un club popular, donde quepan los vecinos y las vecinas sin que nosotros tengamos que andar bajando nuestras banderas. Si estamos en pie, es gracias a toda la gente que viene.
-Más allá de las desinformaciones que, evidentemente, no son pocas, ¿no es loco que en un mismo movimiento quepan posturas tan disímiles frente a la vida?
-Lo que pasa es que se le pide mucho a una cultura callejera. Mirá: si agarrás el rock nacional, hoy tenés a La Beriso, una de las bandas más convocantes, y resulta que el cantante es facho. Entonces, si ese tipo fuera skinhead, lo tildarían de nazi, al toque, pero como toca rock y es más popular, entonces lo relativizan. Por eso decimos que se le exige mucho a una cultura que viene de la calle. El peronismo, que es el movimiento de masas más importante del país, tiene contradicciones parecidas, y sin embargo son pocos los que se horrorizan. En lugar de hacer un esfuerzo para interpretar lo que representa el SHARP dentro del movimiento skin, se nos exige. Pero no vemos que esté surgiendo ninguna corriente disidente dentro del rock nacional, que quiera despegarse de lo que representa La Beriso. Ni siquiera La Renga salió a decir algo. Por otra parte, sabemos que esta movida de un club skinhead y antifascista es llamativa: acá vino La Nación a hacernos una nota, y si La Nación se para acá, nosotros estamos parados allá y corriendo para el otro lado. Así y todo, le dimos la nota, porque creímos que si lográbamos que una página de ese diario hablara de “cultura antifa”, era como manchar una pared con aerosol. Un discurso antifascista en La Nación, ¡es una locura!
-Pretender no tener contradicciones no encaja con la voluntad de construir un espacio popular.
-Claro, pero el tema es que otros pretenden de nosotros más que nosotros mismos. Nos llamamos de la misma manera desde hace más de veinte años: somos antifascistas y actuamos en consecuencia. Entonces, ¿cómo es? ¿Nos pasamos todo este tiempo mintiéndole a la gente? No, ¡somos esto! Nosotros no tenemos la potencia para revertir la confusión que generan los medios masivos. Recién ahora, con toda la movida que venimos haciendo en el club, estamos logrando que reflejen un poco de lo que hacemos, sin distorsión. Y recién este año, después de veinte, pudimos concretar el primer número de un periódico, que escribimos nosotros mismos, para contar las cosas que hacemos y que pensamos. Nos movemos en un círculo pequeño, pero, a la vez, hay bastante gente que sabe que existimos, que nos tiene respeto y que sabe por dónde va la cosa. Entonces le damos para adelante, y nos tomamos el laburo de imprimir este diario.
La portada del periódico luce cubierta por la ilustración de una manifestación callejera. La bandera que sostienen en el frente de la marcha dice “Organización y resistencia”. Pero, detrás, asoman otros trapos reivindicativos: “Fuera Policía de nuestros barrios”, “No al ajuste”, “Migrar es un derecho”, “Justicia por Diana, ¡fue travesticidio!” La Policía, con sus bastones y escudos, aguarda impaciente la avanzada de los manifestantes. Sobrevolando el dibujo, otra frase completa la tapa: “Ejercer el poder corrompe, someterse al poder degrada”.
-Antes lo mencionaron, ¿qué piensan del peronismo?
Luis: Es complejo. Ahí ya no podemos responder colectivamente, porque quizá cada uno de nosotros tiene distintos matices de pensamiento. Nunca criticaríamos a la militancia: una cosa es la dirigencia y otra son los pibes. Después, el peronismo es parte de nuestra identidad como argentinos, quieras o no. Negarlo no conduce a muchos lugares. Es una obviedad decir que hay parte que es nefasta y otras expresiones que son gloriosas, como la lucha armada de los setenta. La resistencia peronista es increíble: son cosas que yo, personalmente, no las puedo criticar, porque la realidad es que nunca agarré un fusil para salir a pelear. De eso, uno se nutre. Hay un cariño, no con la ideología pero sí con la metodología, con eso de recorrer los barrios y hacer un montón de cosas que tienen que ver con lo popular. Hay mucho de religión, también. Nosotros nos declaramos apartidarios, pero lo único que negamos de plano es este gobierno de Cambiemos. Lo demás, siempre puede pensarse. Creo que el kirchnerismo fue una versión edulcorada de ese peronismo que nosotros rescatamos. Hoy vemos que está quieto: o no están pudiendo ponerse a la altura de las circunstancias, o nosotros no entendemos la estrategia política que están llevando a cabo. La izquierda, en cambio, vemos que está presente. No hay por qué negarlo. No sabemos si están ganando la calle, pero están donde hay que estar, y el kirchnerismo debería estar al lado. Cuando pasó lo de AGR, era «el» momento de copar la calle: de estar ahí, al pie del cañón.
-¿Y qué piensan del Estado como garante de derechos?
Gabriela: Es una discusión que está muy presente. El aborto es una causa enorme que tenemos que acompañar, y ahí es estar de un lado o del otro. Yo charlo mucho con compañeras. Acá, en el club, hay muchas que están más cerca del anarquismo, y ellas dicen que no les cabe tener que reclamarle al Estado la legalización. Yo pienso que tenemos que ir a lo urgente: que una piba no ponga en riesgo su vida, que no vaya presa, que no la criminalicen por lo que decida sobre su cuerpo, que se mejore la atención hospitalaria y que se pueda aplicar seriamente una ley que nos ampare e integre. Hay una bajada religiosa en muchas escuelas, incluso en hospitales, que niega la realidad. Cosas que ya figuran en la ley de Educación Sexual Integral (ESI) y que siguen sin aplicarse. Hablando en términos de lo ideal, es verdad que no nos cabe que una ley nos diga qué hacer y qué no hacer, pero hoy la posta es que jugás o no jugás. Y hay mucha gente que necesita que juguemos. Acá tuvimos un debate parecido cuando hubo que decidir si salíamos a buscar los permisos y las habilitaciones, para funcionar con mayor libertad. Y decidimos no dar ciertas batallas, para poder dar otras mejores.
-¿Qué se viene en el club?
-Queremos avanzar sobre nuestra independencia económica, porque sabemos que de esa manera vamos a poder sostener mejor todo lo que pensamos. Nuestra meta, más allá de que los compañeros que trabajan con nosotros cobran por lo que hacen, es poder pagarles un sueldo digno y en blanco, con todos los requerimientos de la ley. Creemos que es posible, no estamos hablando de una locura. Podemos generar esos trabajos. De la misma forma, creemos que una experiencia como la que hacemos nosotros en La Cultura del Barrio se puede replicar: una propuesta así puede funcionar bien en cualquier lugar, puede generar laburo y ser una fuente de ingresos. Más a futuro, nos planteamos organizarnos como una cooperativa de trabajo, pero, ahí sí, preferimos ser cautos, dada la realidad que vivimos. El tema de las tarifas nos duele mucho, y todos sabemos que cuando se corroe el nivel adquisitivo del pueblo, como está pasando ahora, lo primero que cae es el consumo cultural y el esparcimiento, porque morfar hay que morfar. Pero vamos a tratar de seguir generando alternativas, aunque sea con el viento en contra.
«El peronismo, que es el movimiento de masas más importante del país, tiene contradicciones parecidas, y sin embargo son pocos los que se horrorizan»
-El movimiento dialéctico de resistir y avanzar.
-Pero con la satisfacción de saber que lo que hacemos funciona. Pensamos desde lo ideológico pero funcionamos desde lo práctico. Siempre está esa cosa de “cómo te vas a meter en eso, no es el momento”, y resulta que con ese criterio el momento no es nunca. Entonces, sí, es el momento. Momento de lucha y de no dar el brazo a torcer. Nosotros siempre vamos “a ganar”. Y ganar es eso: ocupar espacios y usar todas las herramientas que tengamos a mano. Nosotros no creemos en el Estado, ni en la Justicia, ni en el sistema carcelario, ni en un montón de cosas que, sin embargo, sabemos parte de la realidad, y no las negamos. Como club, peleamos por la personería jurídica y logramos constituirnos en una asociación civil, conscientes de que si no, era dejar el espacio vacante para que lo vengan a ocupar otros. Y desde acá, desde un lugar propio, tenemos mucho más para crecer. Recién estamos empezando. Pero es eso: no dejar espacios, acaparar todo lo que se pueda.