Texto: Nicolás de la Barrera / Fotos: Francisco Odriozola
Es uno de los autores más prolíficos del mapa literario actual sub 40. Se define como “un pibe que escribe”, y es cierto, aunque sería injusto caracterizarlo solo de esa forma. Una identificación más apropiada indica que Walter Lezcano (Corrientes, 1979) es escritor, poeta, editor, periodista y profesor de literatura; que en el último tiempo sus textos consiguieron atrapar, conmover o entretener dentro del circuito independiente con historias contadas por alguien que pasó las situaciones que relata, o que las imaginó porque con seguridad le podrían haber pasado.
Solo entre 2015 y este año publicó de forma independiente Los Wachos, Fractura expuesta, Working class hero, Rejas y El condensador de flujo. Ahora, en una confitería de San Francisco Solano, en el sur del conurbano bonaerense, adonde vive, en una mañana en la que no tuvo que dar clases y con el pelo un poco revuelto, Lezcano dice que no podría dejar de escribir porque no siente que sea una carga. Y aunque sus obras siguen levantando vuelo, aclara que ser docente es el mejor trabajo que tiene en su vida.
-Fuera de joda uno siente que está intercediendo en la realidad. Al trabajar con chicos, estás tratando de transmitirles algo. No ves resultados a mediano plazo, sino que empezás en marzo y recién a fin de año ves los resultados de tu propio trabajo -dice mientras le da sorbos a un té de tilo.
-¿Tiene alguna contracara?
-Es como un gran laboratorio en donde el fracaso es constante, pero tenés momentos donde podés levantar la cabeza y respirar un poco. La paciencia es algo necesario y estás laburando a largo plazo. Vos tirás un par de cohetes en marzo y explotan en diciembre si lograste que los chicos se respeten un poco, que sepan algunos contenidos, que te escuchen, si lograste escucharlos a ellos e interpretar sus silencios, si respetan a sus compañeras, si lograste que todas esas carencias que tienen no les nublen el trato con el otro, porque también está bueno ir dominando discursos que tenemos todos.
-Es un trabajo muy distinto a otros.
-En la docencia, que es un trabajo en donde estás solo en el aula, se nota cómo sos como persona. Trabajé en fábricas, con una máquina que sacaba las bases de los sifones y luego los tenía que apilar. Si yo soy una mala o una buena persona a la máquina no le importa, yo lo único que hago es apilar la base de los sifones.
“Al trabajar con chicos uno siente que está intercediendo en la realidad. Ser docente es el mejor trabajo que tengo en la vida.”
Acá, si yo soy una persona desagradable no vas a aprender conmigo, sino que vas a generar cierto rechazo a lo que estoy transmitiendo. Eso se nota cuando das clases. Entonces es importante todo el tiempo estar atento a uno mismo, a cómo ves la vida y a los prejuicios que tengas.
-¿En la literatura también se deja traslucir eso?
-Creo que sí. Lo que pasa es que uno tiene la ilusión de que va a saber manejar cierto artificio y que eso no se va a traslucir, pero la verdad que cuando uno conoce a algunos autores empieza a entender ciertas literaturas o empieza a entender por qué te desagrada cierta literatura. Me parece también que no te podés sacar un poco de lo que te conmueve o lo que odiás. O sea, los que escriben laburan con obsesiones y generalmente las obsesiones son algo que no podés patear a un costado o abajo de la alfombra.
-En tus historias la violencia aparece con frecuencia. ¿Tuviste experiencias en ese sentido?
-La violencia como temática me re copa porque me parece que es un tipo de experiencia límite, y como toda experiencia límite se expone a lo que somos. La violencia física, no la violencia psicológica, que es un bajón, aunque hay un punto en el cual uno la puede procesar, o aislarse. He tenido experiencias de violencia psicológica pero también he tenido experiencias con la violencia física: mi padrastro le pegaba a mi vieja, o viví en barrios en donde pintaba hacerse respetar y no había otra más que pelearse. Eso te lleva a que no puedas equiparar la violencia con ninguna otra cosa. Es como el sexo: coger es un tipo de placer que no encontrás en ningún otro tipo de actividad, ni escuchando música, ni viendo películas ni emborrachándote con un amigo. Cuando te enfrentás a la violencia física, ahí se revela cierta parte tuya, que no significa que vos sepas a nivel moral o ético cómo sos. Ese tipo de océano no es parecido a otra cosa. Me interesa también cómo seguir adelante a pesar de la violencia y de cómo la violencia te modifica internamente. Me parece que hay mucho para explorar ahí todavía.
-¿Por qué elegiste plasmar en un papel algunas situaciones personales?
-Hay una cuestión con lo biográfico. A veces lo que viviste no lo trasladás como si fuera una especie de diario catarsis al papel. Yo por lo menos quiero fabricar pequeñas maquinarias estéticas. No estoy tratando de lograr que alguien me escuche, porque tengo amigos, a mi vieja, a mi pareja, tengo alumnos, un montón de lugares donde hablar cosas, entonces no tengo problemas de soledad en ese sentido. Lo que sí me da el papel es una contención y el poder de transfigurar lo que te pasó, pero también lo que pensaste o lo que imaginás que podría haber pasado. El mayor problema cuando uno escribe no es tanto qué va a decir, sino cómo lo va a decir, porque cada historia que querés hacer llegar al papel tiene un lenguaje muy particular. En general la batalla siempre es lograr una sintaxis tuya, que te represente, con la cual te sientas cómodo.
“Veía a los treinta como si fuese el último tren que pasaba y sentía que si no llegaba a ese tren era mi límite”.
-No encontrar el lenguaje de lo que estoy queriendo decir, ese es el único miedo que tengo. O sentir que por ahí no trabajé mucho un texto, o lo dejé muy rápido o lo resolví así nomás. Por suerte son temores que uno puede resolver rápido, entonces uno se dedica más tiempo.
-En otras entrevistas dijiste que tenías la necesidad de publicar antes de los treinta. ¿Cuál era la razón de esa necesidad?
-Veía a los treinta como si fuese el último tren que pasaba y sentía que si no llegaba a ese tren era mi límite, que me tenía que dedicar a otra cosa. Aunque obviamente ahora la literatura no me da de comer ni cerca, ni siquiera me paga la birra. La idea era sentir que podía estar metido en algo, y ese algo era publicar. Y eso se tenía que dar antes de los treinta. La idea de publicar tiene que ver con sentir que lo que hacés lo puede disfrutar otra parte de vos, pero también otro que no te conozca, que hay ojos que pueden llegar a sentirse interpelados por la mirada que uno hace.
-¿Cuál fue tu primer acercamiento con la escritura?
-Fueron unos poemas que escribí porque una chica me había dejado. Tenía una vecina que me gustaba mucho, fueron muchas horas de estar detrás de ella, de dos o tres meses de salir en los que ni siquiera curtimos. Era un romance de barrio, como a los doce años, donde lo máximo que hacés es intercambiar fluidos bucales. Había como una necesidad mía de entender por qué me había dejado y por qué tenía pensamientos tan terribles. Más allá de que no estábamos bien económicamente en casa, se sumaba este problema del fracaso amoroso. Esa realidad nueva, que era un bajón total y absoluto, me empezó a generar muchas cosas en la cabeza. A partir de eso empecé a sentir la necesidad de ver de qué estaban hechos esos pensamientos. Se me ocurrían frases, era como un pensamiento verbal, nuevo, distinto, que nunca lo había sentido. Ahí empecé a tratar de sacar lo que tenía en la cabeza, y estuvo bueno porque la verdad que me olvidé de la piba y pude sobrevivir, y la verdad que fue un aprendizaje.
-¿Cómo eran esos poemas?
-Por supuesto eran horrendos. No digo que ahora escribo mejor pero sí me daba cuenta que no estaba trabajando a nivel estético. Ahí sí era como una cuestión catártica, de tratar de exponer frente a vos todo aquello que tenía adentro.
-¿Hoy en día el proceso de escritura ya no pasa por la expulsión de emociones?
-No, ahora son todas intenciones estéticas, de tratar de cuidar algo hermoso. Cuando digo esto no digo que estoy haciendo algo que tenga cierta cuestión de belleza en términos agradables, sino de crear pequeñas maquinarias que puedan mover algo en el que lee.
-¿Y cómo se transforma entonces la experiencia personal en literatura?
-En general lo que me dí cuenta con el uso de la experiencia es que hay que convertir algo que llame la atención en algo legible, porque la experiencia, el pensamiento, todo eso es anti narrativo. La realidad es antinarrativa, es ilegible. No podés decodificarla en su totalidad y cuando escribís tenés la posibilidad de armar ciertas leyes internas que te permitan entender qué pasa con el texto. Cuando uno escribe es gran parte de estar ahí interpretando lo que escribís, también para que eso pueda ser interesante en los términos que creas conveniente. Un texto poético no necesariamente tiene que ser comprensible. Un texto narrativo necesariamente tiene que llegar a conmover, una nota necesariamente tiene que volverse inolvidable. Me parece que eso es un desafío lindo. Hay que batallar contra el lugar común.
“Ocurre algo extraño, que mientras estás buscando el comienzo, todo lo demás en forma inconsciente se va formando, como un dique que se empieza a resquebrajar”.
-No, trato de armarme físicamente de cosas que me permitan estar en contacto con el texto y terminarlo. El mate o la birra, o el silencio, que esté presente para que pueda terminar el texto. Pero la cuestión de los objetos, o ruidos o silencios me permiten estar en zona y concluir el texto, que es vital.
-¿Qué es más difícil, terminarlo o empezarlo?
-En mi caso lo más difícil es encontrar la primera oración. Puedo estar horas, no días, pero sí muchas horas. Creo que lo máximo fueron siete horas las que estuve buscando esa oración. Ocurre algo extraño, que mientras estás buscando el comienzo, todo lo demás en forma inconsciente se va formando, como un dique que se empieza a resquebrajar.
-¿Sucede lo mismo con la poesía?
-Es más costosa porque cuando terminás el texto necesariamente lo tenés que dejar reposar para que eso no quede como una catarsis, como una idea que te quisiste sacar de encima. Y necesariamente tenés que ser impiadoso y tener la valentía de decir ‘esto es una mierda’, o también tener la valentía de decir eh, tengo un poema.
-¿Te interesaría publicar en una editorial mainstream?
-La única ambición que tengo en términos reales es terminar lo que escribo. Lo que pase después con eso, no lo veo en términos de categoría. La editorial que maneja una sola persona no la veo trabajando menos seria que una editorial internacional como Penguin. La escritura y la publicación me da la sensación que en estos momentos capitalistas son las únicas aventuras posibles a las cuales puedo acceder. Me interesa que la vida sea aventurera y en ese sentido la literatura cumple ese rol, de la mayor aventura posible.