Texto: Brian Majlin / Fotos: Xavier Martín
Hoy en día Lorena Vega es un secreto a voces de la hiperculturizada Ciudad de Buenos Aires. Todes los asiduos del teatro se encargan de nombrarla, de señalar a Imprenteros, el biodrama personal sobre una familia ligada al gremio de los gráficos que estrenó en 2018 en el Centro Cultural Rojas, en el marco del Proyecto Familia, que realizó giras itinerantes por distintos espacios y que ahora llena cada semana su espacio en Timbre 4, como la obra a ver. También hablan de Lorena porque descolló, durante 2018 y parte de 2019, junto a Valeria Lois -quizás su gemela del teatro desde los tiempos del Grupo Sanguíneo, hace 20 años- en La Vida Extraordinaria – en el Teatro Nacional Cervantes y durante 2018 en el San Martín y ahora en el Metropolitan, pasando al lado comercial del teatro, en Todo tendría sentido si no existiera la muerte (las dos últimas del prolífico Mariano Tenconi Blanco). Y antes, en 2017, había brillado en el unipersonal Yo, Encarnación Ezcurra. Desde entonces no paran de nombrarla y premiarla: premios ACE, premios Teatro del Mundo, notas, éxito. Del off, del oficial y, de a poco, del comercial.
Pero lo suyo es un recorrido existencial a bordo del teatro. Una búsqueda de casi 30 años. Cuando era adolescente, Lorena Vega llegó por casualidad a un centro cultural para una clase de teatro al que acompañó a una amiga. Dice que fue por necesidad de hurgar en algo que la sacara de una rutina de clase obrera argentina muy sacrificada y amorosa, pero alejada de las inquietudes culturales. Recuerda, sí, alguna fascinación materna por los actores y actrices hollywoodenses que poblaban la pantalla de la televisión los sábados a la tarde, un fanatismo de su padre y abuela por el tango, una abuela paterna que había tenido un affaire con la guitarra de joven, pero que la había abandonado. Su llegada al teatro, entonces, tuvo un efecto de shock y descubrimiento, de modo de canalizar inquietudes y una forma de ver el mundo, reflexiva y siempre en búsqueda.
“Me permitió conocerme, bucear sobre mí misma, hallar cosas que no sabía: siempre tuve una cosa existencial pero no sabía cómo canalizarlo. Siempre reflexioné sobre los vínculos”, ensaya explicaciones ahora, en un bar de Caballito junto a Revista Almagro. Y profundiza, dejando en claro hasta qué punto la actuación, la dramaturgia y el teatro fueron sus herramientas para responder esa pregunta existencial guía que todos llevamos, más o menos presente, adentro: “Actuar es el oxígeno que me mantiene sana”.
Con el teatro Lorena halló preguntas, respuestas, con el teatro sana y con el teatro asume riesgos. Y también allí se unió al humor, “una forma de enfrentar la vida, la adolescencia”. Por eso sus personajes y sus obras, aún en el filo de la existencialidad permanente, ubican un pie fuerte en ese lugar.
Ese humor apareció con toda su pompa en TV, que podría suponer prejuicios en alguien tan arraigada en el teatro. “Me siento más de visitante ahí, pero hay trabajos que miro y me dan cariño, me gusta cómo quedaron. Me pasó que trabajé en ‘La Pelu’, con Flor de la V al mediodía, que era como una varieté y entraban varios géneros en un mismo programa, y ese esquema en vivo con un guión para la ficción iba mutando con improvisación, porque Flor a veces se copaba y empezaba a hacer digresiones y había que seguirla y fue un re entrenamiento. Estuvo muy divertido: iba por una vez y pidió que me quedara, así que estuve tres años al final”, cuenta lejos del prejuicio. Lorena se formó en teatro de improvisación y ese personaje, que puede recuperarse en el vórtice de la web, le cuajó a la perfección: “El imprevisto, lo inesperado es mi material y mi nafta”.
– ¿Te acercaste al teatro desde chica y en una búsqueda, pero por qué creés que te quedaste en ese universo? ¿Qué encontraste ahí?
– Hace unos días me enteré de un amigo que está mal de salud y hace una semana unos amigos muy cercanos se separaron. Realmente eran temas que estaban en mi cabeza a cada rato, pero en clase o en función son los únicos momentos en la vida en que se aliviaba ese agobio. Eso mismo me pasó esa primera vez que entré a clase de teatro: es el espacio donde aparece una realidad paralela, el momento en que logro habitar otro plano. Eso para mí es impagable. El teatro me permitió ver el mundo de otro modo y eso… me alivió la existencia.
«Es un país apretado por políticas de ajuste y hay otras urgencias muy inmediatas que colocan a esta actividad, que es sanadora, reparadora, nutritiva, una práctica de libertad, como si fuese una excepción. Algo de élite o de lujo»
-Con Imprenteros recuperaste la historia familiar… ¿habías pensado en hacer un biodrama?
-Nunca, pero en una reunión en el Rojas después de la convocatoria de Maruja Bustamante me dijeron que lo que tenía parecía un biodrama y, a partir de ahí, hice el taller con Vivi Tellas. Ya tenía resuelto que se llamaría Imprenteros, que hablaba del taller de mi papá, que era el territorio, y que allí ocurría.
– ¿Y cómo surge hablar de la imprenta?
– Lo primero que definí fue hablar sobre la línea paterna: tengo abuelo, padre y hermanos que son imprenteros. Me propuse hablar de ese taller, pero no puedo entrar, es el último problema que tenemos con ese lugar, porque se lo apropiaron nuestros medio hermanos, y entonces mi hipótesis es que el taller está maldito y trajo muchos problemas. Con todo eso fui a lo de Vivi y empezamos a trabajar.
-¿Provocó alguna repercusión con tus medio hermanos?
-No, nada, eso está en un camino legal y ya. No tenemos vínculo.
-¿Por qué creés que funciona tan bien la obra?
– Nunca me lo esperé y me sorprendió tanta identificación, que haya aparecido ese retrato epocal. Viste que al final de la obra la gente viene y abre su corazón, nos cuenta sus historias. Es un flash. Creo que lo que pasa es que se habla de la clase obrera trabajadora argentina desde la clase obrera trabajadora argentina. No es desde una mirada burguesa, hablan les propies trabajadores. Y ahí cambia la cosa. Y lo que me gusta entre miles de cosas es el arco de público que tiene, muy amplio, viene gente de distintos orígenes y a todes les interpela o les conmueve. También hay mucha gente que es la primera vez que vienen al teatro. Gente que es del gremio gráfico o de la zona de la imprenta, en Lomas del Mirador.
-¿Vos te acordás de esa primera vez que fuiste al teatro?
-Sí, una vecina, mamá de una amiga, tenía un perfil artístico, cantaba, y me llevaron a la feria del libro y en uno de los salones había una obra de teatro y me partió la cabeza. Recuerdo aún los colores, pero no volví a ver teatro hasta más grande, de adolescente.
-Hablás de que muchos vienen por primera vez y que es una obra de la clase obrera, ¿por qué creés que cuesta acercar a les trabajadores al teatro?
-Porque no hay fomento ni políticas culturales. No hay política para que ver teatro no sea una excepción y sea una práctica cotidiana. El acceso es de quien tenga iniciativa, por legado familiar, pero no hay un sistema pensado para abarcar y que la gente se acerque al teatro o a la cultura. Es un país apretado por políticas de ajuste y hay otras urgencias muy inmediatas que colocan a esta actividad, que es sanadora, reparadora, nutritiva, una práctica de libertad, como si fuese una excepción. Algo de élite o de lujo. Y no es así. Tendría que hacer todo el mundo teatro como hacen fútbol, dijo María Onetto hace años y no tengo duda de que tiene razón, cambia el modo de estar en el mundo.
Hay una escena que pinta de cuerpo entero lo que ocurre con Lorena Vega en el escenario. Ella dice que se entrega y que, a la vez, está presente en el encuentro con les espectadores. “Uno siempre que arma el material está pensando en el que va a estar mirando, aunque sea una hipótesis y no sepas quién va a venir”. La escena, entonces, se produjo durante una de las funciones de La Vida Extraordinaria, la obra escrita por Mariano Tenconi Blanco, que hicieron junto a Lois en el Cervantes. Una vez estuvo entre el público el recientemente muerto Marcelo Zlotogwiazda. El periodista ya estaba enfermo y vio la obra, que recorre en modo poético y abrasivo las trayectorias de dos amigas que reflexionan sobre la existencia, sobre la vida y la muerte, precisamente, con lágrimas en los ojos. Al final, conmovidas por esa mirada cristalina, por esa energía mancomunada, Valeria y Lorena, sin proponérselo ni haberlo meditado mucho, se acercaron al periodista, a quien no conocían previamente, y lo abrazaron. Ese tipo de vínculos, explica, ese tipo de energías, es la que ella construye en cada función con los espectadores.
-Con Imprenteros pasa otro tanto: el público se siente parte de su familia…
-Sí, es increíble eso. La otra vez una espectadora me preguntó si no me arrepentía de no haberlo invitado a mi papá a mi fiesta de 15.
-¿Y?
-Y yo le dije que no, porque él nunca me devolvió la plata de mi viaje.
– ¿Ese lazo con les espectadores, ese modo de acomodarse a la coyuntura y la realidad en la que se emplaza cada obra, impacta en tu modo de actuar y escribir?
-Sí, es inevitable, la subjetividad es el entrecruzamiento de las distintas líneas que operan en nuestra existencia, en nuestras condiciones de sujeto: emocionales, sociales, culturales, políticas. Está todo representado en qué tipo de agua tomo: si tengo plata para comprar agua mineral o tomo el plomo que trae la de la canilla, todo está atravesado. Si me parece que hay un viaje diferente en cada quien depende de dónde escriba y qué relación tenga con ese contexto. En lo personal no podría escindir mi laburo de la coyuntura. Cuando vemos que Imprenteros es un relato epocal, me da orgullo: no puedo hablar en primera persona y que eso no salga. Soy una trabajadora, cultural, pero trabajadora.
«El imprevisto, lo inesperado es mi material y mi nafta»
-¿Es un acto militante el teatro?
-Sí, no hay manera de que no lo sea. Yo tuve la sala de teatro Abran Cancha con Gustavo Tarrio y Darío Levin, y me fui de viaje con la obra de Mariano Pensotti, “El pasado es un animal grotesco” y los euros que junté fueron para la sala, o sea: no tengo casa propia, alquilo y no me compré nada que podría haber comprado, sino que lo usé para un espacio cultural. Esa acción y ese espacio es multiplicador, en eso creía y sigo creyendo. Darío, cuando terminamos la experiencia de Abran Cancha, se fue a Lago Puelo y abrió una sala allá que es polo central de la actividad teatral de Patagonia. Y es infernal lo que hacen.
-También colaborás con el CELS y militás en Actrices, ¿cómo es esa experiencia?
-Es transformador, es una lección de escucha, de encuentro, de mover prejuicios, de aprender, de ver compañeras con tanta formación y lucidez. Es estimulante. Yo trabajé detrás de cámara en los spots de actrices que contamos relatos reales de situaciones de aborto, e incluso uno de esos, el relato que cuenta Cecilia Roth, es de una tía mía, y sentí la utilidad de lo que sabía hacer al servicio de una causa. Se mueve algo estructural, poderoso, es como el movimiento de placas tectónicas.
-¿Alguna vez dudaste del teatro?
-No, me cansa, me angustia, pero no. Sí me pasa que después de tener un hijo, y de pensar qué tiene y qué le dejo si me pasa algo, pero nunca se me ocurriría hacer otra cosa. Hace poco Lila Monti escribió un texto ‘Ya nunca seré una joven promesa”, en el que habla de estar feliz con el propio recorrido. Y está buenísimo lo que dice, vamos aceptando que los lugares que vamos ocupando son unos. Estoy contenta con mi recorrido, soy muy exigente y autocrítica, tengo un demonio que me habla todo el tiempo.
-¿Y qué te gustaría ahora?
-Siempre estoy pensando en materiales que me entusiasmen y que me parezca que muevan la conmoción, la atracción, que enciendan algo. Quiero hacer algo que genere ese entusiasmo como cuando alguien ve un partido y está encendido. No quisiera que sea un partido en el que no pasa nada. Pasan cosas como el laboratorio Anfibia de periodismo performático que me encanta, es de un interés y desafío alucinante.
Lorena también tiene un par de películas en ciernes -con Fabián Forte, con Nicanor Loreti, con su pareja, Gonzalo Zapico-, varios proyectos teatrales -una adaptación de un texto de Ariana Harwicz, en dirección; y alguna obra que no se nombra con Mariano Tenconi Blanco- y mucho entusiasmo. El cierre, sin embargo, remite a sus últimas obras con Tenconi, a la existencialidad y al modo en que todo es, en definitiva, una gran pregunta: “Uno arma cosas en su cabeza y después cae un meteorito”.