Arte, Artículos destacados

Publicado por Javier

Marcelo Alzetta y el poder curandero del arte

Texto: Rodrigo Podestá / Foto: Pamela Wehrhahne 

 

¿Cómo es ser artista desde el interior del país, cómo mostrar obra desde un pequeño departamento en el medio de Tandil, lejos de la Buenos Aires que se come todo y donde un Dios atiende y escucha en forma exclusiva?

 

Marcelo Alzetta es artista, se mueve entre la pintura y la música electrónica, tuvo su paso por esa gran ciudad de Buenos Aires donde conoció y trabajó con referentes del arte que admiraba como Pablo Suárez y Marcelo Pombo, realizó una travesía por el mundo de la historieta tomando clases con el gran Alberto Breccia y como uno de los editores de la mítica revista “El tripero”, un refugio desordenado y amoroso para autores noveles en plenos años 2000. También hizo buenas migas con Fernanda Laguna, expuso en la recordada galería “Belleza y felicidad” y fue modelo en un desfile de Sergio de Loof, íconos y promotores de una vanguardia cultural que ya no se ve en la ciudad, ejemplares en extinción que hicieron de la urbe un lugar más amable.

 

Siguiendo con su devenir, sus últimos actos fueron editar un cassette (“No beige”) a través del sello Fungi de Noe Valdez y Pablo Tomasín, donde muestra sus incursiones en la música electrónica armado de un arsenal de sintetizadores que remiten a su gran amor y período favorito de la música: años 1970 al 1974 de la música electrónica alemana, el mal llamado “krautrock” y mejor expresado “música cósmica”; y “Paseo”, un libro con sus últimos dibujos y pinturas editado por Iván Rosado, donde podemos sumergirnos en el universo Alzetta de curiosos animales travestidos, hombre chicle y lágrimas solitarias y tangueras, un cúmulo de paisajes surreales que nos lleva de paseo por sus amores, humores y tragedias. “Me defino como artista, lo sentí muy de chiquito, en el jardín de infantes, cuando mis compañeritos veían mis dibujos y decían ‘qué bueno que está el tuyo’”. Estamos en su departamento en pleno Tandil, esa ciudad que se autoproclama, sin problemas de estima, como “el lugar soñado”, un singular punto del país donde se cruzan sin orden ni razón los salames, una piedra movediza, el Indio Solari y Juan Martín Del Potro.

 

 

Marcelo recuerda cómo llegó al arte: “Hay un momento clave -que es una tontería decirlo pero no para alguien que vive en el interior- que es la primera vez que fui al Museo de Bellas Artes de aquí, en Tandil. Fui con mi hermana, sentí que era un lugar increíblemente maravilloso, tendría siete años. En una etapa iba mucho a ver el cuadro de Berni, me lo quedaba mirando, para mí eran como salidas. También iba a discotecas, pero ir al museo era una salida. Iba a las inauguraciones de las señoras pintoras de Tandil, que me tenían como su nieto, me querían, me daban besos”.

 

-¿De chico ya dibujabas y pintabas?

-Empecé a dibujar con lápiz y mi modelo era la televisión, quería hacer eso que veía, veía la tele en blanco y negro pero yo la veía en colores, veía el árbol marrón, imaginaba los colores. Luego descubrí los pinceles con los libros de los grandes autores, mis viejos me compraron un caballete a los 13 años y ahí empecé a pintar.

 

-¿Cómo artista que nació en el interior sentiste la necesidad de llegar a Buenos Aires?

-Comencé a viajar a Buenos Aires, tenía un amigo que ya vivía allá y me hablaba por teléfono de las obras de Pablo Suárez y yo me las imaginaba, me enamoré de ese personaje. En esa época no había internet ni nada. Empecé a viajar primero con la excusa de estudiar historieta con Alberto Breccia, todo gracias a mi madre que encontró el teléfono en la guía y le preguntó si yo podía tomar clases con él, e iba los fines de semana a su taller. También ella consiguió el teléfono de Pablo Suárez, lo visité varias veces y él me regaló masilla epoxi para hacer esculturas, él me habló de un montón de artistas que luego fui descubriendo: Marcelo Pombo, artistas de esa época de los 90’, pero siempre me costó el ambiente del arte, las inauguraciones son lugares frígidos donde uno se siente mal, observado, cómo que no está acorde a la situación.

 

-Por esas épocas también fuiste uno de los editores de “El tripero”, una revista de historietas independiente que fue una gran referencia para muchos autores y amantes del comic en esos años…

-Sí, fue una parte importante de mi vida donde cultivaba mi máscara dark, relacionada con mi adolescencia y la música, yo era dark y qué mejor que ir a estudiar con Breccia y hacer historietas dark que hablaban de la muerte, de crucifijos, todo blanco, negro y rojo, expresaba un momento mío.

 

-¿Y la música qué lugar juega en tu vida?

-Siempre escuché música en solitario, uno de mis grandes amigos en un momento fue un vendedor de la disquería Abraxas en la avenida Santa Fe. Era ir a charlar con alguien con los mismos intereses, algo que podés lograr hoy en Facebook sin moverte tanto. Y por esos momentos descubro a la banda Reynols en un programa de radio, me flasheó mucho y lo conocí a Rob Conlazo, fui a un taller de música experimental que daba en Puan, nos metimos en un aula, cada uno tocaba algo, un violín, arrastrábamos sillas, terminaban saliendo cosas muy buenas, como un discazo de música experimental.

 

 

-¿Cómo definirías tu estilo para pintar?

-Mi estética, como todas, es una construcción que se fue dando, quise encontrar mi manera de pintar, por eso la gente cuando ve mis obras me dice que se nota que son mías. Encontré como una propia letra en la forma de pintar, cómo cuando escribís, una manera de hacer imágenes que responda a mi mente, sea una bajada de mi mente, cómo percibo, mis limitaciones. No soy un virtuoso, me cuesta mucho, todo eso suma. Uno termina pintando con la mente, no pinta con la mano. Lograr una esencia, algo muy íntimo… Me gusta pensar en cosas ligadas al alma y lo espiritual que se ven reflejadas en lo que uno construye cuando usa la mano y la mente, el espíritu. Ahora busco ser más gestual, jugar más, fue desaprender lo aprendido. Tengo obras que las llamo luchadas, siento que sobran cosas, prefiero que falte, que haya partes sin terminar, que lo complete el espectador, que tengan aire.

 

-A los 32 años tuviste un trasplante de pulmón y actualmente estás en lista de espera para un nuevo trasplante, ¿sentís que eso influyó en tu obra?

-Me enfermaba mucho de chico. Ahora estoy en un momento malo, esperando un nuevo trasplante de pulmón. Me enfermaba mucho y la fiebre crea estados de delirio, me acuerdo de enfermarme y curarme escuchando discos de Pink Floyd, había algo oscilando entre lo verdadero de una enfermedad, lo psicológico y el poder del arte ahí mediando, haciendo brujerías. Son elementos que uní a lo largo de mi vida: enfermedad, música, sanación. La enfermedad te genera estados, pasé una buena parte de mi infancia en salas de espera y eso me acercó al dibujo, porque cuando sos chiquito te dan papeles para dibujar y una casa de máquinas de rayos X me regalaba papeles para dibujar, la radiación me debe haber vuelto medio artista también.

 

-Me contabas que gracias a las redes sociales hoy desde tu casa podés seguir conectado con el mundo del arte…

-En mi caso, justo ahora que todos están en contra de las redes sociales, que te consumen la vida, a mí me sirvió muchísimo. Me vine de Buenos Aires en el 2007, había dejado el arte porque me había enfermado, estaba muy deprimido, cuando me recuperé un poco y estaba en lista de espera para el primer trasplante de pulmón pintaba en casa, y ahí descubrí que pintaba por placer, no lo hacía ni para que lo vean ni para una muestra, que es una zanahoria para producir. Empecé a subir las fotos a Facebook y al principio tenía pocos likes, y luego se fue filtrando la gente que había dejado en el pasado. Marcelo Pombo, Jorge Gumier Maier, es mi manera de, sin estar en Buenos Aires, poder mostrar lo que estoy haciendo.