Texto: Romina Zanellato / Ilustraciones: María Luque
Sus dibujos son planos torcidos, donde las paredes tienen colores inusuales y siempre hay gatos o cafés. Se nota el trazo del lápiz o del marcador, el borrón de la letra en una viñeta. María Luque es la ilustradora rosarina que hace muy poco ganó el Premio de Novela Gráfica Ciudades Iberoamericanas por su libro Casa Transparente, que lo presentó en la Feria de Guadalajara. A poco de cumplirse un año de su primera publicación, el libro La Mano del Pintor, y de colaborar asiduamente con Lenny, el newsletter de Lena Dunham, habla sobre su técnica, el renacimiento de la ilustración y sus primeros trabajos como pintora.
-¿Cuál fue tu primera aproximación al dibujo?
-Empecé a dibujar como cualquier niño. Tengo el recuerdo de haber estado mucho más entusiasmada que mis amigos. Me di cuenta el momento en que ellos fueron perdiendo el interés -que es más o menos cuando te empiezan a gustar los chicos- y ya no era un plan sentarse a inventar algo con el dibujo. Yo sentía que eso a mí me seguía gustando. Entonces cuando terminé el colegio pensé que era una buena idea estudiar Bellas Artes, aunque no sabía qué era, ni qué iba a hacer. Tuve mucha suerte de que mi familia, si bien supongo que secretamente estaban muy preocupados, jamás me dijeron que me iba a morir de hambre si seguía esa carrera. Confiaron en que algo me iba a inventar.
-¿Tenés familiares artistas?
-No. A mi papá le gusta mucho la música, íbamos a museos cuando era chica, pero ninguno dibuja ni nada artístico. Es medio un misterio de dónde viene en mí.
-¿Empezaste con el dibujo en Bellas Artes o probaste otras técnicas?
-Sí, en ese momento pintaba con acrílico. Era muy diferente, no tiene nada de relación con lo que hago ahora. Si pintaba una superficie de un color, quería que fuera liso total, con un método medio delirante de muchas capas de pintura muy finitas, una cosa que llevaba mucho tiempo y no tenía sentido. Yo quería que pareciera hecho por una máquina. Nada que ver con lo que hago ahora.
-¿Pintabas cuadros grandes? ¿Abstractos o cómo eran?
-Sí, eran de un metro por un metro, con animales también, como ahora. En ese momento tenía con unos amigos un espacio de arte en una casa enorme, muy antigua de Rosario. Ahí cada uno tenía su taller y había lugar para dar clases y hacer muestras. Era un momento donde habían cerrado muchos espacios de arte y nos empezó a ir súper bien, teníamos muestras casi todos los meses de otros artistas. El segundo año hizo una individual Daniel García, no lo podíamos creer.
-¿Con quiénes hacías eso?
-Con cuatro amigos de la facultad, teníamos 23 años. Éramos muy chicos, hasta fuimos a ArteBA. Nos llamábamos Cordón Plateado, éramos un poco místicos en ese momento.
-¿Usaste el color plateado alguna vez?
-No, creo que nunca.
-¿En esa época qué paleta usabas?
-Creo que es lo único que se mantuvo, mi paleta es muy colorida, pero en general cada color tiene mucho blanco, están como desaturados. No siempre igual, hay algunos que me gustan bien saturados como el bermellón –mi favorito- o el amarillo.
-Eso depende del material que uses, ¿o no?
-Sí, si uso fibrón quedan diferente. Uso acuarelas, lápices y ahora uso mucho las témperas.
“No hay mucha corrección en general en mis dibujos. El momento en que me entregué a eso fue en Brasil, donde avancé muchísimo, cada semana era un cambio total, veía los dibujos que había hecho la semana anterior y decía ‘oh, mirá cómo avancé’ y los había hecho días antes. Fue algo de esa sobredosis de dibujo, de estar sin internet, que fue lo que lo logró”
-Siempre que pienso en tu obra veo que usas elementos que son con los que uno empieza a dibujar de niña, en la escuela, lápices de colores, marcadores, crayón.
-Sí, son los materiales que más me gustan. Claro que busco que no sean escolares, que sean de mejor calidad, pero es lo mismo.
-¿Y en esos primeros cuadros había una historia, algo narrativo como usás ahora?
-Sí. Un poco. No quiero ni acordarme que me da vergüenza. Hace poco me pasó algo muy gracioso con eso. Mis papás se mudaron de la casa donde vivimos toda la vida, entonces mi mamá me llamó y me pidió que por favor vaya a Rosario a ver qué hacía con todo eso que quedaba ahí, porque ella no se animaba a sacarlo. Llegué y quise tirar todo, salvo dos o tres cosas.
-¡¿Tiraste todas tus pinturas?!
-Sí. Fui con mi mamá a buscar dónde deshacerme de todo porque me daba cosa que alguien lo vea, así que encontramos un contenedor en una cuadra medio secreta, que no tiene salida, tiramos todo ahí y nos fuimos. Al otro día, un chico dibujante de Rosario que conozco encontró todo eso, le sacó fotos, la subió a Facebook y me etiquetó. Todo mal me salió.
-¡¿Y qué hiciste?!
-Nada, le mandé un emoji de carita feliz. Pero me dio una bronca, todo el plan me salió al revés. Igual había muchas telas que estaban todas rotas, no tienen valor. No tenían firma, pero me reconoció.
-¿Y cómo fue el paso de la pintura al dibujo?
-De esos cuatro que éramos Cordón Plateado, una chica se fue, el otro era mi novio, y ese proyecto se disolvió cuando terminó mi relación. Yo me aparté mucho de ese circuito, no quería saber nada. Yo había hecho todo con ellos, con la contención de ese grupo, nos mostrábamos todo. Entonces me puse a hacer cualquier otra cosa, no pinté más. Me puse a trabajar en una agencia de publicidad, en edición de video. A los dos años de estar ahí me dieron ganas de hacer otras cosas. Se me había ocurrido que tenía que ser en una residencia, que no podía sola. Entonces me enteré de una en España y apliqué y quedé. Era rarísima, una residencia de 100 personas, en una ciudad cultural de Galicia, conviviendo durante una semana. No era de obra, era de reflexión. Y volví muy cebada, dibujando en las hojas.
-Esas residencias te permiten ver formas de trabajar que uno no se imagina que existen o a valorar como obra lo que estás haciendo como pasatiempo, ¿no?
-Sí, exactamente. Había un montón de gente en etapas muy distintas. Algunos con las carreras muy armadas y otros que estábamos viendo qué onda. Ahí me cambió todo, me quedaba dibujando a la noche, y empecé a tomarlo más en serio. En ese momento conocí a Power Paola, que estaba viviendo en Rosario y nos juntábamos a dibujar, con Feli y otros dibujantes. Para mí eso fue muy importante. Ahí empecé a hacer las Merienda Dibujo.
-¿Qué es Merienda Dibujos?
-Me juntaba a tomar un café con otro dibujante y subía las fotos a un blog: http://meriendadibujo.blogspot.com.ar/ Me ayudaron un montón a juntar valor para ver qué hacía con todo eso que estaba dibujando.
-Esos proyectos tienen la virtud de dispararte posibilidades, aunque parezcan inútiles en un principio.
-Sí, completamente inútiles. Lo mismo me pasó con los fanzines, no sabía ni lo que eran, pero me puse a hacerlos y fueron muy importantes al final. En esas meriendas, Power Paola me contó de una residencia en Brasil, en una hacienda cafetera de fines del siglo XIX, eran 13 residentes durante un mes. Ella me insistió para que me anote y al final quedamos las dos seleccionadas. Había artistas de otras disciplinas también, entre los dibujantes había un alemán, una brasileña, todos un poquito más grandes que yo, todos trabajando de sus proyectos, viviendo de lo suyo. Me acuerdo estar esas tardes hablando de eso. Llegué a Rosario y renuncié a la agencia de publicidad.
-¿Fue lanzarte al freelancismo?
-Fue difícil pero también sé que si no lo hubiera hecho, no hubiera pasado todo esto. Ahí empecé a cuidar casas, tenía unos amigos que se iban de viaje todo el verano y yo me quedaba en su casa, después otros, y así fui pasando de una casa a la otra.
-¿En el medio volvías a lo de tus viejos?
-Sí, hubo varios momentos en que volví. Ellos por suerte no desarmaron mi habitación de adolescente y siempre pude volver, son unos genios. Pero fueron como dos años yendo de casa en casa.
-Una vida de nómade moderno.
-Sí, achiqué todo a lo mínimo, no me compraba libros, ni nada en realidad. En el medio de eso tuve una muestra en Santiago de Chile y otra en Lima, decidí perder el pasaje de vuelta y me quedé en Perú cuatro meses, fui a Colombia, Ecuador. Ahí me decidí del todo que este era el camino. Porque fui a muchas ferias, daba talleres, hacía fanzines, los vendía, y empecé a tener más pedidos de trabajo de ilustración.
-¿Cómo fue el movimiento a Buenos Aires de manera definitiva?
-Venía de manera intermitente y me quedaba varios días. Me daba cuenta de que cuando venía a Buenos Aires tenía más trabajo, como nos pasa a todos. Ese año tenía una muestra individual en la Galería Mar Dulce y se me ocurrió que iba a ser muy pesado enmarcar en Rosario y traerlo para acá, ¡así que decidí venirme a vivir y enmarcar acá! Un pensamiento bastante raro ahora que lo pienso, pero así fue. Al principio me alquilé una habitación por tres meses, después por un año, después otro año más. Y acá estoy.
-Tus dibujos son autoreferenciales, en general hay un personaje que sos vos y un contexto real o imaginario. ¿Cómo pasaste del dibujo aislado a crear una narración larga?
-Cuando hice el viaje largo por Centroamérica estuve en el Festival Entreviñetas, en Colombia. Yo hacía fanzines y cosas cortitas, pero nunca me había animado a hacer algo más largo. Volví de ese viaje re cebada, cuando vi que todos tenían libros. ¡Me tenía que animar! Se me había ocurrido la historia con Cándido López, porque me había presentado a una residencia en Paraguay, por el aniversario de la guerra, donde iba un argentino, un uruguayo, un brasileño y un paraguayo para recorrer los campos de batalla y redimir ciertas heridas. Me presenté con la idea del libro, La Mano del Pintor. No quedé. Me moría de ganas, pero no quedé. Pensé que era la única oportunidad para hacerlo, pero después cuando volví de Colombia dije es ahora.
“Tuve una muestra en Santiago de Chile y otra en Lima, decidí perder el pasaje de vuelta y me quedé en Perú cuatro meses, fui a Colombia, Ecuador. Ahí me decidí del todo que este era el camino. Porque fui a muchas ferias, daba talleres, hacía fanzines, los vendía, y empecé a tener más pedidos de trabajo de ilustración”
-¿Cómo fue ese proceso? Porque es un libro muy largo y elaborado.
-Me daba mucho miedo, yo no sabía ni cómo hacer un globo de texto. En ese momento conocí a José Sainz, que me vino a comprar un fanzine a una feria, y le conté que estaba pensando hacer esto y me dio el mejor consejo posible: “María, de arriba a abajo, de izquierda a derecha, empezá a contar esa historia”. Y eso me ayudó. Después se transformó en el editor del libro.
-¿Hiciste la estructura o te dejaste llevar como hacés con los dibujos?
-Me tomé cuatro meses para investigar y sí me hice una estructura de capítulos y temas, como si fueran fanzines. Traté de pensarlo en esa forma y fui arrancando. Terminaba cada capítulo y se lo mostraba a José. Me parece muy divertido ese momento, porque en el primer capítulo yo iba con Cándido caminando por la calle y si me quería sentar en un banco le preguntaba con globo de texto: “¿Nos sentamos en el banco, Cándido?”. Después me di cuenta que no tenía que pedir permiso, que teníamos que sentarnos nada más. No hacía falta mostrar cada momento. De eso me fui dando cuenta mientras lo hacía.
-En tu obra sos muy figurativa, los personajes son muy expresivos, tienen muchos detalles, pero en general los espacios son casi dadaístas.
-Sí, es que yo entiendo la perspectiva, me la enseñaron, pero en realidad no la entiendo. Me tengo que esforzar mucho para que me salga de manera correcta. No entiendo muy bien los planos del espacio, tengo una mente medio medieval, egipcia. La profundidad de campo la pierdo. Por ahí cuando veo una obra de otro y está muy perfecta creo que le falta encanto.
-Tomaste el error como atributo, como marca personal.
-Sí, es que dejé de forzarme para que fuera perfecto. No podía, no me salía.
-Es un momento bisagra para los artistas cuando entienden que eso es el estilo propio.
-Es un aprendizaje duro porque si no es sufrimiento, es como cuando quería pintar como una máquina. Yo la pasaba mal.
-Hay una decisión tuya de que se note el trazo humano, no hay corrección de color posterior al dibujo. ¿Por qué?
-No, no la hay, no hay mucha corrección en general. El momento en que me entregué a eso fue en Brasil, donde avancé muchísimo, cada semana era un cambio total, veía los dibujos que había hecho la semana anterior y decía ‘oh, mirá cómo avancé’ y los había hecho días antes. Fue algo de esa sobredosis de dibujo, de estar sin internet, que fue lo que lo logró.
-Dibujabas todo el tiempo, ¿eso mermó?
-Sí, siento que hay un borde medio frágil de locura del cual me tengo que preservar. Hubo un tiempo en que necesitaba esa voracidad al dibujar porque estaba practicando mi estilo.
-Hay algo de documentar tu vida en tus dibujos, que se encuadra con producciones artísticas de mujeres de otras disciplinas, escritura, teatro, poesía, música, donde se están contando a sí mismas, ¿lo pensás en estos términos?
-No porque son cosas que las fui aprendiendo con el tiempo. Yo no sabía que era feminista, lo aprendí. Sí en la adolescencia pensaba algunas cosas, pero no tenía idea que se encuadraban en algo. Pero sí me di cuenta que a mí me dieron ganas de dibujar y de contar historias cuando leía las de otras mujeres. Esa fue la influencia más importante que tuve, cuando entendí que no sólo se podía dibujar superhéroes o los prejuicios que yo tenía con la historieta. Cuando leí a otras mujeres me dieron ganas de contar lo que me pasaba.
-El café adónde vas a dibujar, Varela Varelita, parece una cofradía de dibujantas.
-Esto ya ocurría antes de que yo viniera. La primera vez que vine fue invitada por una dibujante. Es muy importante venir acá porque estamos dibujando solas todo el día, necesitaba charlar y ver cómo resuelven los otros. Todo el tiempo van surgiendo cosas nuevas en el dibujo.
-Hay algunas series en tu trabajo. Al principio unos dibujos más pasteles, en La Mano del Pintor están más saturados, después hay una serie en los museos donde reinterpretaste a los pintores que te gustan, y ahora estás mostrando esa serie de dibujos en las habitaciones donde las paredes son negras –la primera vez que veo ese color en vos- con escenas de sexo y gatos. ¿Cómo surgen esos cambios?
-No sé muy bien. A veces creo que tiene que ver con los materiales. El negro apareció cuando empecé a usar témperas. También tiene que ver con algo que haya visto y me quedó como un germen.
-Esa serie de las habitaciones es singular, en la vida las paredes no son negras por lo general, y en tu obra no es un color que aparezca.
-No me doy cuenta de todo esto hasta que alguien me lo señala. Por ahí me doy cuenta después.
-¿Es decir que te dejás actuar a vos misma y después reflexionás sobre lo que hiciste?
-Me cuesta pensar en eso, me sale más producir. A lo mejor después de un tiempo veo las relaciones, que por ahí son obvias, pero a mí me cuesta verlas. Me gusta que así sea, si me pongo a reflexionar mientras hago me quedo en eso, y siento que no avanzo.
-¿En qué estás trabajando ahora?
-En un libro que no es novela, son historias cortas sobre pintores que va a publicar en 2018 Editorial Sigilo. Entre una y cuatro páginas, con historias de los pintores que a mí me gustan. Estoy leyendo biografías, intentando buscar detalles que me llamen la atención. Lo empecé con la idea de hacer un fanzine en risografía, por eso lo hice en dos colores, rojo y azul. Cuando llegué a las 16 páginas me di cuenta que eran historias cortas pero muy adictivas, que podían ser libro. Estoy súper divertida con esto. Para mí es un desafío enorme intentar concentrar toda la historia en una escena.
“Yo no sabía que era feminista, lo aprendí”
-¿Qué pasa en Rosario que hay tantos dibujantes?
-Creo que es un semillero de dibujantes, artistas plásticos. Hay una generación previa, como la de Max Cachimba, que fueron los responsables de que tanta gente de mi edad se pusiera a dibujar, ellos lo propiciaron. Hay mucha efervescencia, mucha gente haciendo cosas. Creo que en eso también tiene buena culpa la aparición de figuras como José Sainz, que están arengando, atentos, para proponerle a esa gente que se inicia a hacer más historietas.
-Es una escena donde la producción sigue aferrada al papel. Ni siquiera los escritores trabajan hoy únicamente para publicar en papel.
-Sí, hay una fascinación con el papel como el mejor soporte, que creo que nunca va a terminar. Hay gente haciendo web comic, pero sigue habiendo muchas revistas y publicaciones en papel.
-Cuando presentaste La Mano del pintor como un proyecto en idea.me tuviste una repercusión enorme. ¿Cómo fue el proceso de Casa Transparente, tu próximo libro?
-Casa Transparente lo escribí justo después de La Mano del Pintor. Los tiempos se extienden mucho. El libro de Cándido lo terminé en 2015, inmediatamente me puse a hacer este. Cuando me vine a vivir a Buenos Aires estaba terminando Casa Transparente, hace dos años. Lo tenía terminado y guardado. Trataba de las casas que yo había cuidado durante esos años en Rosario. Y cuando vi esta convocatoria sobre ciudades iberoamericanas, y este libro tenía varias ciudades, aproveché la ocasión y lo saqué. Había algunas cosas que no me gustaban mucho, ahí lo trabajé de nuevo, le cambié el final, saqué algunas cosas, agregué otras. Lo mandé y ganó.
-¿Cuál es el premio?
-La edición y unos euros, que todavía no me pagaron, pero voy a aprovechar para mudarme sola por primera vez. Porque tenía muchas ganas de alquilar, pero no tengo nada, ni un tenedor, así que esto es un impulso y una emoción.
-¿Hubo presentación?
Sí, en la Feria de Guadalajara. Quedé agotada, pero estuvo buenísimo. Pronto será en Buenos Aires.