Texto: María Noel Álvarez / Fotos: Natalia Marcantoni
Cuenta Melina Furman que los amigos y conocidos suelen insistir con la misma pregunta: “¿A qué escuela me conviene mandar a mis hijos? Sin dudas, es la pregunta en una etapa de la vida de todos los que están ocupados en la crianza de niños pequeños. Y la opinión de una experta en educación, bióloga egresada de la UBA y con un doctorado de la Columbia University interesa y mucho. ¿Pública o privada? ¿Waldorf o Montessori? ¿Laica o religiosa? ¿Jornada simple o jornada completa? La respuesta de Melina –ella también mamá de mellizos de 6 años- es que elegir escuela es importante, pero que los padres muchas veces no se dan cuenta de todo lo que ellos mismos pueden hacer por la educación de sus hijos.
“Hablo de algo mucho más grande y profundo que enseñarles cómo comportarse bien en la mesa o ayudarlos con las tareas de la escuela. Me refiero a cómo se construye el vínculo de los chicos con el conocimiento, cómo se gesta y se sostiene el amor por aprender”, escribe Melina en el primer capítulo de Guía para criar hijos curiosos, el libro que publicó este año para Siglo XXI y que forma parte de la colección “Educación que aprende”, que ella misma dirige para ese sello editorial. En este trabajo, Melina tiende un puente entre la academia y el día a día de la crianza y nos acerca recursos concretos para potenciar lo que los chicos traen por naturaleza: una curiosidad infinita. Melina nos hace ver, por ejemplo, lo importante que es detenerse en sus preguntas para, en lugar de dar una explicación rápida y superficial, alentarlos a investigar juntos hasta encontrar una respuesta propia. “Todo vale en ese camino, desde mirar un videíto en el celular, buscar información en un libro, hasta quedarse toda una tarde midiendo la velocidad a la que se mueven las lombrices, como me pasó con mis hijos”, cuenta.
A diferencia de los libros de crianza que a veces agobian a los padres y madres con bajadas de línea difíciles de aplicar, esta Guía –a mitad de camino entre un libro de divulgación científica y un manual de autoayuda- propone contagiarse de la curiosidad de los chicos y reflexionar también respecto de la propia actitud frente al aprendizaje, que los tiempos que vivimos nos exigen que sea para toda la vida.
-¿Qué es más importante en el desarrollo de un chico, lo que aprende en la escuela o lo que experimenta en la casa?
-Ambas cosas son esenciales. En los sectores más desfavorecidos, la escuela es aún más fundamental, y ahí hay mucho por hacer de parte del Estado y toda la sociedad civil. Pero más allá de la escuela, todo lo que hacemos en casa, cómo charlamos con los chicos, cómo les mostramos que nosotros también nos apasionamos por algunos temas, cómo reaccionamos frente a sus preguntas, a qué jugamos, son las experiencias más fundantes que hacen que un chico se pueda conectar con el conocimiento.
-En tu libro mencionás muchas corrientes pedagógicas actuales que ponen a los chicos como protagonistas de su aprendizaje, ¿por qué la escuela sigue estando tan lejos de estas propuestas?
-Estos enfoques pedagógicos activos donde los chicos tienen que trabajar en grupo, colaborar, trabajar con preguntas para pensar, se conocen desde hace muchos años, se los promueve desde la teoría y están presentes en los diseños curriculares. Y por suerte hay muchos docentes y escuelas que los ponen en práctica. Sin embargo, en la mayoría de las escuelas sigue el modo “me paro, recito y los chicos copian”. Hicimos una investigación en escuelas de la ciudad de Buenos Aires, con alumnos de séptimo grado y encontramos que el 80% del tiempo los chicos están dedicados a tareas de baja demanda cognitiva: copiar del pizarrón o responder preguntas de definiciones. ¿Por qué pasa esto? Las condiciones de trabajo de los docentes hoy no son las mejores. En el nivel secundario, en casi ninguna provincia del país los profesores tienen tiempo remunerado que no sea estar dando clases. Hace falta un cambio sistémico de las condiciones de trabajo de los docentes, necesitan un tiempo y un espacio para planificar y pensar, y debemos seguir apuntalando con capacitación, acompañando, mostrando buenos modelos.
-En tu libro mencionás una corriente pedagógica que defiende la idea de que es mejor dar menos temas pero con mayor profundidad.
-Sí, la enseñanza para la comprensión. En las capacitaciones con los maestros les sugiero que se tomen la libertad de elegir, de toda la lista sábana de contenidos, a cuáles le van a dedicar más tiempo. Porque si no se toma esa decisión de priorizar, todo resulta superficial y eso es muy nocivo, porque si una persona se acostumbra a que el aprendizaje es aprender rapidito y repetir sin comprender, le queda de por vida la idea de que aprender es algo ajeno, aburrido, poco relevante para la vida. Lo interesante de este enfoque es que no se trata de “cubrir” los contenidos, sino justamente de descubrir. Eso es lo que hay que trabajar en las escuelas, pero ayuda mucho empezar a sembrar la semilla en casa.
«En casi ninguna provincia del país los profesores tienen tiempo remunerado que no sea estar dando clases. Hace falta un cambio sistémico de las condiciones de trabajo de los docentes, necesitan un tiempo y un espacio para planificar y pensar»
-Mucho se habla de que hay que reformar la educación, pero al mismo tiempo el cambio genera resistencias, ¿se teme que se pierda calidad educativa?
-Claro, y es natural el miedo porque los adultos tenemos esa matriz de que aprender es incorporar datos en la cabeza. Y también porque no siempre los cambios resultan bien. Si las reformas no están bien implementadas, con muchas herramientas para los docentes y de manera sostenida en el tiempo, tal vez es mejor quedarse con lo tradicional. Un colega que estaba visitando una escuela que implementaba el enfoque del trabajo por proyectos me contaba que un grupo estaba haciendo galletitas de arroz y un alumno le decía: “Yo con este proyecto podría aprender química, emprendedorismo, matemáticas, pero lo que estoy haciendo son galletas de arroz”.
-¿Cómo se pueden impulsar estos cambios profundos en el contexto de la educación pública?
-Hace falta la decisión política de invertir y acompañar, requiere tiempo y gente dedicada. Los profesores quijotes solos pueden tener una gran motivación un año, dos, pero después se quedan solos en esta batalla. Para que se sostenga hay que armar equipos dentro de cada escuela, liderados por los equipos directivos, y que cada escuela esté en red con otras.
-¿Por qué crees que se ha puesto globalmente de moda esta mirada sobre la educación?
-Desde hace décadas se viene trabajando en cómo mejorar la educación, tal vez el fenómeno más novedoso es la irrupción de la tecnología. Las escuelas están perdiendo la batalla contra las pantallas. Hay un consenso en todo el mundo de que lo que hacíamos ya no alcanza. No sabemos qué van a tener que dominar los chicos en el futuro, por eso, si tenemos que dejarles algo, una cosa, debe ser la capacidad de ser buenos aprendices. Las personas que tienen esa llave del aprendizaje, que son máquinas de aprender, van a desempeñarse mejor en el mundo incierto que les espera.
-¿Cómo se puede usar la tecnología a favor del aprendizaje?
-Hay muchos usos posibles, lo importante es que el motor del uso de la tecnología tiene que ser la pedagogía: qué quiero enseñar y, en función de eso, veo qué recursos uso. En ciencias naturales, por ejemplo, puedo usar sensores que te ayudan a medir la velocidad, la temperatura, y con eso puedo pensar cómo hacer gráficos, y grabar un video para contarle a otros lo que aprendí. La tecnología es buenísima cuando sirve para apalancar el aprendizaje, pero el mero hecho de que esté no sirve de nada. Una estrategia valiosa es la llamada flipped classroom (clase invertida). Los alumnos ven en un video en sus casas la parte teórica o expositiva de la clase: lo pueden ver, detener y repetir todas las veces que sea necesario. Y el tiempo de clases se usa para el trabajo colaborativo.
«Los alumnos también se resisten al cambio: al principio ellos mismos sienten que no están aprendiendo si no están tomando apuntes de lo que el profesor expone»
-¿Les cuesta a los profesores asumir que tal vez no haga falta que expongan, correrse de ese rol?
-Un poco sí, pero hay muchos profesores que están haciendo la transición. Se están corriendo de ser meros transmisores de información y se abren a trabajar con problemas u organizar un debate. Sigue siendo importante que el profesor pase en limpio y ordene la información, arme una hoja de ruta, invite a la reflexión sobre lo aprendido. Los alumnos también se resisten al cambio: al principio ellos mismos sienten que no están aprendiendo si no están tomando apuntes de lo que el profesor expone.
-Otro punto interesante del libro es que hablás de la importancia de evitar los elogios del estilo “qué genio”, y empezar a reconocer, en cambio, el esfuerzo.
-Claro, porque algunos elogios pueden ser contraproducentes. Las investigaciones nos muestran que como consecuencia de los elogios a la inteligencia o al talento, los chicos empiezan a no querer defraudarnos y dejan de elegir actividades que les resultan difíciles, quieren ir a lo seguro. Pero cuando elogiamos el esfuerzo, pasa lo opuesto. Si cuando algo les sale bien les decimos: ¡qué bien, se nota que trabajaste mucho!, luego los chicos seguirán eligiendo tareas que los desafíen. Lo más valioso que podemos transmitir a los hijos es que no hay manera de zafar de lo difícil, que cualquier tarea compleja va a tener momentos más arduos, que nos vamos a equivocar y eso no quiere decir que no seamos inteligentes, sino que debemos comprender que es parte del proceso de aprendizaje.