Texto: Lucas Villamil / Fotos: Mariano Mascotto
Es un martes a la tarde, el sol de invierno se esconde tras los edificios de Buenos Aires y en la cancha del barrio Güemes, en la Villa 31, se encienden los reflectores. Pibes de todas las edades se pasan la pelota y hacen los últimos tiros al arco, se sacan las ganas porque ya se les termina el tiempo: llegó la hora de las mujeres. A un costado, el grupo de chicas de entre 7 y 17 años va creciendo. Mientras las entrenadoras inflan pelotas, reparten pecheras y ponen conos en el piso, el grupo va a llegar nada menos que a sesenta chicas. Se trata de La Nuestra, un equipo de fútbol femenino que todos los martes y jueves de seis a ocho se planta en la 31 para reclamar lo suyo, jugar y empoderarse.
Esa es la militancia de Mónica Santino, la entrenadora principal de La Nuestra desde hace diez años, una mujer de mirada tierna y decidida que sabe que en el fútbol se disputa mucho más que una pelota. Probablemente lo supo desde muy chica, cuando era la única mujer que jugaba en la canchita de su barrio, en San Isidro, en los años setenta. “Yo escuchaba picar una pelota y a mí me gustaba, yo quería jugar a eso, las propuestas para niñas siempre me resultaron aburridísimas: las muñecas, la cocina, todo eso nunca me gustó”, recuerda. Creció en una casa de hinchas de Vélez en la que el fútbol era muy importante y la salida familiar de los domingos era ir a la cancha de local y visitante.
-No tuviste mucha resistencia para dedicarte al fútbol.
-No, cuando era chica era una especie de atracción, se jactaban, mi papá y mi abuelo. Después, cuando crecí, ya no. Digamos, ya no estaba encajando en algunos patrones culturales sobre lo que se esperaba de mí, entonces ya no estaba tan bueno y empecé a tener algunas resistencias. Pero las vencí porque era ridículo que ellos mismos me dijeran que no… era bastante absurdo. Pero empecé a jugar menos. Cuando terminé el colegio estudié Educación Física y en el 88 fui a River porque empezaba a haber un esbozo de fútbol femenino, pero cuando empezó el campeonato de AFA, en el 91, yo estaba en cualquier otro lado, porque a finales del 88-89 fui a la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y empecé una militancia que me sacó el tiempo para cualquier otra cosa, y el fútbol quedó como en un cajón hasta el 95. Yo siempre digo que ahora “cambié” la militancia, porque el fútbol de mujeres lo entiendo como una militancia.
-Era una época intensa para la militancia en la CHA, ¿no? Hoy hay un montón de conquistas que en ese momento no estaban.
-Sí. La CHA no salió de un repollo. En los 70 existió el Frente de Liberación Homosexual (FLH) con algunas consignas muy claras enmarcado en lo que era ese contexto histórico, y lo que hace la CHA es levantar las banderas caídas del FLH con una cuestión muy clara que eran las razzias policiales, los edictos policiales. Había una división de la policía llamada Moralidad que lo que hacía era salir los fines de semana a cazar gente para tener llenas las comisarías, había como un plus que cada comisaría cobraba por persona detenida, entonces iban a los boliches, prendían las luces, separaban varones y mujeres y te subían a los celulares. Decían que por averiguación de antecedentes te podrían tener detenido 48 horas. También había otro edicto que era por vestirse con ropas de otro sexo -apuntado a las travestis, que siempre fue el colectivo más sufrido-, y otro que era incitación al acto carnal en la vía pública. Entonces la CHA nació en el sótano de Contramano, el boliche que está en Santa Fe y Rodriguez Peña, con esa impronta de derogar los edictos policiales y contra la violencia policial. Fueron unos años increíbles. Estamos orgullosos los que participamos en esa época porque cuando la CHA logra la personería, en el año 92, hubo como una explosión de grupos y movimiento en un montón de lugares y fue la raíz de lo que pasó después. Igual, si me decías en el 92, “en el 2010 van a tener matrimonio igualitario e identidad de género”, me hubiera reído. Pasaron veinte años y los logros fueron impresionantes. Habla de un momento político particular y a la vez de un movimiento muy preparado para eso. Son leyes realmente muy de avanzada que en muy pocos países del mundo existen.
«El fútbol en la Argentina es un bien cultural, es algo importantísimo, pretender que las mujeres estamos afuera de un fenómeno cultural de esa naturaleza es ilógico»
-¿Hoy volcás esta lucha a través del fútbol?
-Si porque creo que el fútbol en la Argentina es un bien cultural, ¿no?, es algo importantísimo, es lo que forma parte de nuestra cotidianidad, lo que explica los barrios, las amistades, la familia, es muy difícil desprenderte del fútbol. Entonces, pretender que las mujeres estamos afuera de un fenómeno cultural de esa naturaleza es ilógico. Creo que lo tenemos que pensar militantemente desde nuestra condición de género, y creo que en este momento que el movimiento de mujeres cobró mucha fuerza, mucha visibilidad, mucha presencia, el deporte tiene que ser un tema de agenda pública siempre.
Cuando hablamos de políticas de cuidado, cómo se reparte la tarea en la casa… Con el proyecto en la villa, el deporte rompió eso, hemos logrado que mientras algunas pibas están jugando a la pelota los varones cuidan a los hijos, y eso es realmente revolucionario. No es solamente jugar bien a la pelota, sino todo lo que implica. Algunas pueden jugar muy bien, regular, más o menos, pero es el derecho al juego lo que nosotras estamos aglutinando e identificando ahí. El feminismo no puede dejar de lado el deporte, ese es nuestro granito de arena a pensar una sociedad más justa.
En el 95, cuando la militancia le dio un respiro, Mónica sintió el deseo de volver a las canchas y se calzó la camiseta número 5 de All Boys. “Mi estilo de juego era no correr como una loca. Me gusta tratar bien a la pelota, soy zurda, no era un volante de quite ni tapón, sino para distribuir el juego y ordenar el equipo en la cancha”, dice. Habla como hablan los que saben de fútbol. “Me gusta pensarlo, el fútbol. Disfruto mucho más con un pase, si un pase me sale tan bien que dejo a alguien en posición de gol, que con un gol propio”.
En el 99, cuando dejó de jugar en All Boys empezó a estudiar para ser directora técnica en una escuela de Vicente López en la que era compañera, entre otros, del talentoso volante racinguista Miguel Angel Colombatti y del Gatito Leeb, histórico goleador de Banfield. Ella era la única mujer del grupo. “Aprendí un montón. Las primeras semanas me sentaba adelante de todos y quedaba toda contracturada. Todo se aflojó cuando empezamos a jugar al fútbol -teníamos un día por semana de campo de juego-, ahí me gané el respeto”.
-¿Cuál fue tu primera experiencia como entrenadora?
-Me pasaron el dato que en el Centro de la Mujer de Vicente López había un programa de fútbol femenino y que la entrenadora se iba. El programa se había creado porque no había oferta de deportes para las mujeres, lo que elegían las mujeres en los barrios era el fútbol y era una muy buena ventana para trabajar las cuestiones de género, los derechos en salud, en salud sexual reproductiva, en qué significaba ser joven y vivir con menos posibilidades, qué significaba jugar al fútbol en todo eso. Agarré el programa en marzo de 2003 y todo lo que soy ahora como entrenadora y con visión más de derecho de mujeres lo aprendí ahí.
«Hemos logrado que mientras algunas pibas están jugando a la pelota los varones cuidan a los hijos, y eso es realmente revolucionario (…) El feminismo no puede dejar de lado el deporte»
Y en el 2007 nos cruzamos en los Juegos Evita con una entrenadora norteamericana que había armado el primer grupo en la Villa 31 pero que se volvía a Estados Unidos y quería que ese grupo de diez chicas quedara con alguien. Le gustó mucho lo que hacíamos en Vicente López, me pidió hacer lo mismo y en noviembre de 2007 llegué a la villa, sola. En estos diez años sumamos más entrenadoras, sumamos trabajadoras sociales y educadoras populares a la parte del grupo…
-O sea que no se trata solo de fútbol.
-Son dos días de entrenamiento más un día que cortamos un poco más temprano para tener un espacio donde se habla lo que las chicas quieren, conflictos que no se resolvieron en cancha, organización de campeonatos, cómo viajamos al encuentro nacional de mujeres… todo lo que tenemos que hacer más la cuestión de qué nos pasa jugando a la pelota en un barrio siendo mujeres.
-¿Forman parte de un campeonato?
-No, los que organizamos nosotros son del barrio y forman parte un montón de equipos femeninos de la 31 y de afuera que no necesariamente entrenan con nosotros. Además vamos a campeonatos que nos invitan, pero a veces nos cuestan cuestiones como si hay que pagar inscripción, no tenemos micro para traslados, hay cuestiones de la operativa que no nos permiten entrar en ligas, pero este año la AFA y la Conmebol están impulsando una liga de desarrollo de fútbol femenino, sub 16 y sub 14, y estamos haciendo un gran esfuerzo para poder entrar porque no es solo para clubes, es también para organizaciones sociales. La Nuestra funciona como una asociación civil, pero la idea es transformarse en club y así poder entrar en la AFA. Para las pibas, sobre todo las que están entrenando hace mucho, va a estar bueno, nos va a suponer un esfuerzo grande pero lo vamos a hacer.
«Vos con tu cuerpo podés hacer lo que te dé la gana, no tenés que lucir específicamente de una manera. Y en esa autopercepción el deporte, el fútbol, es muy liberador»
-¿Qué efecto tiene en una mujer empezar a entrenar y jugar al fútbol?
-Muchísimo. Lo que nosotros vemos en el barrio son chicas que capaz llegan sin mirar, sin levantar la cabeza, con mucha vergüenza y el fútbol empieza a sacar todo eso. Vos para poder jugar al fútbol tenes que levantar la cabeza, es innegable. Entonces, primero, una piba que al tiempo ya está mirando, que genera pertenencia, volver a valorar que nuestras formaciones son colectivas, ¿no?
Para pibas que capaz vienen de procesos sociales donde todo se desintegró y que se acostumbraron a que las cuestiones son individuales, volver a creer en que todas podemos cambiar algo, ¿no? Eso es impresionante. Y después, la mirada con respecto a nuestros propios cuerpos. Una de las grandes cuestiones que tiene el fútbol es que no es para nosotras y que nos hace cuerpos que no serían de mujer, ¿no? Y el fútbol demuestra que cualquier cuerpo es posible de jugar al fútbol y que vos con tu cuerpo podés hacer lo que te dé la gana, no tenés que lucir específicamente de una manera. Y en esa autopercepción el deporte, el fútbol es muy liberador. Yo creo que las chicas ahí lo que conquistaron es la cancha y el horario -la usaban nada más que los pibes-, romper eso en el espacio público más importante de la villa tiene una carga política y un contenido revolucionario enorme. Los martes y jueves, de seis a ocho es de las mujeres, y eso no se corta. A partir de ahí hay un montón de cambios. Sacarse de encima el prejuicio de que las mujeres no podemos hacer nada juntas porque nos pisamos, somos brujas, poder practicar un deporte que te dicen que no podés, y sobre todo el derecho a jugar. En los barrios, a edad muy temprana asumís tareas de mujer adulta, tenés que cuidar a los nenes más chiquitos, preparar la comida, limpiar la casa, no está habilitado el “voy y juego” como les pasa a los pibes, que tiran la mochila y se van a jugar. Entonces, ejercer ese derecho es muy empoderador. Una piba que pasa por esa instancia después difícilmente sea una víctima de violencia porque está viviendo una serie de sucesos que demuestran que lo que le están diciendo es cultural.
-¿Cuál es la reacción de los hombres del barrio? ¿Hay resistencia o ya están integrados?
-Yo diría que ya ahora están bastante integrados. La resistencia al principio era por sacar el lugar, por gritar desde afuera cualquier cosa, por poner el cuerpo para pelear por la cancha, pero a medida que fue pasando el tiempo se fue aflojando. Ahora hay como un reconocimiento, hay lugares del barrio donde se le dice “la cancha de las mujeres”, y hay un reconocimiento grande en la familia de las pibas, las que están en contacto directo. Hay padres que apoyan la actividad, nos ayudan en cuestiones que tienen que ver con la organización, y hay otros que están directamente ausentes. Pero creo que el reconocimiento está cuando salen de la cancha porque saben que es el momento de las mujeres. Algunas tuvieron la suerte de viajar y de representar al equipo o al barrio fuera del país, y esas fueron cosas muy importantes.
-¿Fueron a un mundial?
-En el mundial de los sin techo, en tres ocasiones, y en el 2015 en un festival de derechos humanos en Berlín, Discover Futbol. Pasamos diez días sin dormir, ese fue nuestro último gran viaje y para las pibas fue una experiencia increíble. Subirte a un avión, salir del barrio, estar en un lugar donde no se habla español, conocer montones de mujeres y pibas que están haciendo fútbol en África, en la India… Son cosas que no se aprenden en ningún libro y yo sé que para las pibas representó un montón. El orgullo de sentirte deportista y representar a tu barrio. Son montones de cosas que se mezclaron. Generó mucha pertenencia para decir “nosotros somos esto y queremos esto para el fútbol de mujeres”. Tenemos la convicción clara de que tenemos que formar un club, tenemos ese anhelo, un lugar que sea pensado para mujeres desde la edad temprana hasta que crecés como deportista. Ahora los clubes en AFA tienen ese espacio, hay algunas escuelas, pero no hay alojamiento para jugadoras de fútbol. Y el torneo no tiene difusión y está organizado en el bardo general que es la AFA. Entonces, para que haya cambios en el fútbol femenino tenemos que empezar a pensar cómo generar cultura, como hicieron los compañeros varones hace más de cien años cuando fundaron los clubes. No es para que no entre ningún varón, no nos interesa ese sectarismo, solamente para pensar un lugar donde realmente el fútbol de mujeres tenga el lugar que tiene que tener y que no esté a expensas de lo que puede pasar.
Avanzó la tarde. Mónica reunió a todas las chicas en un círculo y les explicó la dinámica del entrenamiento. Las mayores de doce se van a un sector de la cancha a practicar pases, cabezazos y barridas, y las más chicas, de entre seis y once años, juegan a una especie de mancha en grupo con la pelota. En el medio, la entrenadora da indicaciones, cambia los ejercicios, acompaña a alguna chiquita que necesita ir al baño. Del otro lado del alambrado, algunos vecinos y familiares tratan de descubrir talentos en bruto. “En el último año y medio, en este contexto, las que están dejando de venir son las más grandes porque hay que parar la olla, ¿no? Si hay que conseguir changas, laburo, lo que sea, capaz no hay tiempo para jugar a la pelota, sobre todo las que tienen hijos. Pero tiene que ver con lo que está pasando, otra vez los comedores están llenos, no alcanza para comprar comida”, comenta Santino, quien se declara admiradora de la forma de trabajo de Marcelo Bielsa y de la etapa de José Pekerman con los juveniles argentinos. Entre los dirigentes actuales, rescata la visión sobre los clubes que tiene el presidente de San Lorenzo Matías Lammens, y entre los futbolistas menciona al joven volante ofensivo de Independiente Ezequiel Barco y a los juveniles de su querido Vélez Sarsfield, Matías Vargas y Nicolás Delgadillo. “Me gustan los jugadores que todavía se animan a romper algunos esquemas y juegan a la pelota y se divierten. Y después, claro, Benedetto fue la sensación del campeonato, ¿no?, tiene una clase tremenda. No importa en qué club juegue, son esos jugadores que te hacen levantar de la silla”.
-¿Cómo ves la posibilidad de un fútbol mixto?
-Creo que el fútbol mixto puede ser una buena cosa en edad infantil, como hasta los 13 años. Después hay cambios corporales y me parece que está bien que haya una categoría de mujeres y otra de varones. Pero si hasta esa edad tuviste una estructura en la que varones y mujeres juegan juntos creo que estás matando varios pájaros de un tiro por la posibilidad de competencia y que los varones crezcan con otra cabeza en relación a las mujeres, y las mujeres también.
“En el último año y medio, en este contexto, las que están dejando de venir son las más grandes porque hay que parar la olla»
Los torneos infantiles están organizados a veces de manera hostil, agresiva, que genera violencia, que genera pibes que en vez de jugar van angustiados por el resultado, y capaz estaría bueno pensar algo así. Pero igual no quiero ni pensar lo que costaría y las cabezas que habría que convencer.
-Imagino que debe tener una influencia el anhelo de muchos jóvenes de los barrios de ser futbolistas. Ahí es a todo o nada.
-Si, el anhelo siempre está, es la esperanza de que alguien de la familia salga futbolista. Pero me parece que es bastante perverso y es cruel porque de 50 mil pibes capaz llega uno, entonces la proporción es muy injusta, muy desbalanceada y a la edad que tenés que jugar los varones sufren, no podés disfrutar el juego. Yo veo los torneos de FAFI o de FEFI (ligas de fútbol infantil), y cuando termina el primer tiempo el equipo que va perdiendo se retira en fila india, todos con la cabeza agachada y con un técnico que grita desaforadamente. Si es un pibe, tiene 8 o 9 años, tiene que estar jugando, no puede tener esa presión encima. Me parece una completa locura.
-Pongámonos en situación de arenga antes del partido. ¿Qué le decis al equipo?
-Me parece que las cuestiones tácticas de cómo se para el equipo es algo que acordás antes, pero en el momento previo tiene que ver con lo motivacional y con verles las caras a las pibas. A mí me gusta mucho hablar de lo que tenemos en juego, de no armar una cuestión de tragedia si se pierde y tampoco de basurear al que tenés en frente si ganás. Me gusta mucho poner un equilibrio en eso y ponerle palabras a qué significa que juguemos juntas, porque nosotros no vamos a jugar la final de la copa del mundo, no cobramos plata, para nosotras es importante estar juntas. Creo en el estado de ánimo. A mí me pasaba que yo sabía cuando iba a jugar bien, no tiene mucha explicación pero la sentís, apenas pisas la cancha decís “sí, hoy es”.