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Publicado por Javier

Mariana Carrizo, la coplera que viaja con Residente por los escenarios del mundo

Texto: Gustavo Grosso

 

Mariana Carrizo ríe. Siempre hay una sonrisa en el rostro de una artista que tiene en su voz toda la fuerza del canto ancestral. “La copla es una voz infinita de nuestros antepasados impresa en los que estamos hoy aquí, de pasadita nomás”, dice la coplera, la cantante, la recopiladora y poeta oriunda de los Valles Calchaquíes, una ferviente luchadora por la preservación y revalorización del canto ancestral de la copla.

En cada copla hay un reclamo, un grito de justicia, un humor sostenido en la valorización de la mujer. Es decidora de coplas andinas desde muy chica y a los ocho años ya andaba por los escenarios del noroeste cultivando ese arte milenario. Desde entonces, Mariana recorre caminos, anda, dice, ríe. Sus coplas reflejan la vida cotidiana y sus circunstancias -de la tragedia a la alegría, de la sensualidad a la injusticia- y se ganaron el reconocimiento de los pueblos del mundo, desde el escenario Atahualpa Yupanqui de Cosquín hasta el resto de América y Europa.

-Utilizando el humor mostrás tu compromiso con la mujer. ¿Qué es lo que más te preocupa (o te ocupa) de las actitudes violentas del hombre a la mujer?
-En realidad no utilizo el humor para decir nada, esa forma humorada que hay en lo que digo o hago es mi forma de ser, no es una herramienta que la “utilice”. Me preocupan todas los actos violentos, no tan solo del hombre hacia la mujer sino también el machismo que está impreso en la mujer, ese arma también ataca en contra de nosotras mismas. Las mujeres venimos históricamente despojadas de los derechos que nos corresponden y con un chip machista que se nos impuso desde siempre y salirse de ahí no será fácil, pero hay que hacerle frente al asunto. Me preocupa que las mujeres no se reconozcan a sí mismas, a ese ser bellísimo que es la mujer. Intento aportar aunque sea una ínfima partícula de reivindicación para nosotras desde la parte que me toca como artista.

“En los días de pastoreo con mi abuela, los cóndores volaban por el infinito del cielo y yo cantaba fuerte para que alguno de ellos me oyera, pretendía que bajara y me llevase a volar con ellos”

-¿Se cantaban coplas en tu casa? ¿Cómo nació tu amor coplero?
-Yo soy copla, nací en medio de ese arte y estoy hecha de coplas. Recibí las coplas entre la leche materna, la mazamorra, “chivateando” como se dice, es decir, jugando desde muy chiquita entre la majadita de cabras y ovejas que pastoreábamos a diario. Nací en los cerros de Angastaco, departamento San Carlos, un pueblo de los Valles Calchaquíes de Salta donde la copla era como el pan, cotidiana y fundamental de la vida sobre todo. Vivíamos con mi abuela y su casa era una posta para la gente de los cerros de más altura, 3.000 metros sobre el nivel del mar. Ellos caminaban dos días para traer sus productos y venderlos en el pueblo o truequearlos por azúcar, yerba y otros comestibles que por aquellos lugares no había. Y se quedaban allí, en lo de mi abuelita mientras hacían todas esas vueltas. Generalmente llegaban de noche y ella los esperaba con comida y se sentaban alrededor del fuego y allí, cuando hasta el cansancio descansaba, las coplas empezaban a caer de las bocas de esos seres que hoy los recuerdo como duendes de las altas cumbres que bajaron a traerme el regalo de esa literatura milenaria y el canto de la tierra y cielo abierto.

-¿Y qué abarca cada copla?
-En cada copla están las vidas, la de mi abuela, mis tíos, mis padres, la mía y las que se vienen por la misma sendita. Por eso cuando canto digo que no soy sólo yo. En mi canto está mi presente y en él mis antepasados y el de todos, la tierra, el paisaje; todas esas cuerdas me sacuden las entrañas y llevan a un vértice espiritual que sólo ese canto puede explicar.

“Elegir una copla sería como elegir una estrella, no podría jamás. El canto de la copla está habitado por las voces antiguas, en ella canta un pueblo milenario y que nunca se apagará”

-¿Recordás cómo fue tu primera vez en el escenario? ¿Por qué elegiste seguir subiendo a los escenarios?
-A los ocho años en el Festival del Poncho, en Molinos, Salta. Allí están los artesanos que hacen el poncho salteño. En los días de pastoreo con mi abuela, los cóndores volaban por el infinito del cielo y yo cantaba tan fuerte para que alguno de ellos me oyera y pretendía que bajara y me llevase a volar con ellos. Soñaba con eso. Y ese día, en el escenario, ellos vinieron por mí y me llevaron en sus alas mientras yo cantaba. Descubrí que mi voz era mi propio cóndor. Cuando pisé ese primer escenario y empecé a cantar me sentí volando con ellos, en cielos que nunca antes había visto y desde entonces me buscan y me llevan a planear cada vez que canto, cualquiera sea el escenario. Son más si los escenarios son muy grandes o cuando estoy sola. Quizás les parezca que me tomé unos vinos, pero no. Esa es la sensación que me invade cada vez que canto. No elegí subir a los escenarios, la vida me puso ahí. Yo elegí cantar solamente, sin importar dónde. Cantar es mi existencia.

-¿Cómo recordás a Leda Valladares? ¿Qué significó su figura?
-Yo tenía un tío padrino, el padrino chivo que siempre me hacía cantar las diferentes tonadas de cada lugar, porque cada paraje, caserío, pueblo tiene una forma diferente de cantar una copla. Lo descubrí con la gente que iba a la casa de mi abuela y cantaba las coplas de sus lugares. Encontrarme con el trabajo de Leda fue una sorpresa porque no me imaginé que alguien podría tomar una fotografía del hábitat de tu alma para mostrárselo a otras personas como ella lo hizo en muchas de esas maneras de expresarnos cantando que tenemos. Fue raro escuchar esas coplas en las grabaciones de Leda. Para mí fueron cotidianas desde la cuna… Por una persona que no era coplera y no pertenecía a ese universo aunque fuera tucumana, pero que cuando lo conoció se enamoró de ese arte y lo trató con mucho respeto y altura e hizo un trabajo muy importante de recopilación, de re interpretación, y de compartirlo con diversos cantantes, por ejemplo del género del rock. Leda también cultivó el jazz, fue compositora, y fundamentó filosóficamente el canto ancestral. Desde su visión, desde su comprensión ciudadana, pero que conoció muy de cerca de lo que hablaba y cantaba.

-¿Y Ariel Petrocelli?
-Tuve la suerte de contar con la amistad de Ariel Petrocelli, venía a mi casa a matear y hablarme, porque eso hacía: llegaba, se sentaba y comenzaba ese palabrerío que era la magia absoluta. Para mí, era tener en mi casa al poeta que lleva la luna en sus bolsillos, me emociona recordarlo, y cantarlo aún más. Le debemos a él una manera diferente de crear, otra forma, tonalidades, poesía, sin cuidar las formas cerradas, con libertad. Y universalidad. Contó con grandes intérpretes de sus obras: Daniel Toro, Los Nombradores. Él mismo interpretaba sus canciones y decía con mucha vehemencia sus poemas, les daba nueva vida, altura, grandeza. Porque él fue y será un grande de nuestra música popular.

“Tengo un mundo contrariado, me pesan mucho las injusticias, el cinismo de los representantes políticos que tenemos y me desespera el anestesiamiento social que hay en la mayoría”

-Decís que la copla es “una voz infinita de nuestros antepasados impresa en los que estamos hoy aquí, de pasadita no más”. ¿Tenés alguna copla que sea tu preferida?
-Elegir una copla sería como elegir una estrella, no podría jamás. El canto de la copla está habitado por las voces antiguas, en ella canta un pueblo milenario y que nunca se apagará. En el canto de la copla trinan los pájaros, canta la lluvia, el viento silba, la tierra echa en su voz sus criaturas vivientes como un abono que te cruje los huesos.

-Viajás por el mundo llevando el arte milenario de la copla ¿Cómo repercute tu decir en países con tradiciones diferentes a las nuestras?
-Como cualquier otro arte; desnudo, sin fronteras. Quizás la parte de lo literario tengo que ingeniármelas para traducir un poco el contenido, por los modismos, pero no más que eso. Cantar en otra tierra también es convertirme en un pintor del paisaje de mi pueblo y mi país con el pincel de las coplas y el canto. Cantar en otro país tiene una mística que me atrapa y genera un abrazo como si ese público hubiese habitado siempre en el universo de estas coplas por la naturaleza de ellas, la de portar la vida cotidiana dentro de su sabia.

“Los hombres que entendieron que las mujeres no somos de ellos, son libres bellísimos y por suerte hay muchos y cada vez más”

-¿Cómo es el mundo de Mariana Carrizo?
-Uffff, tardaría un año más en responderte… Te podría decir que un día cuando estés cerca de una caja, pongas la oreja sobre sus parches y allí te murmurará el río de un universo que no se ve aquí, sobre la tierra. Eso un poco lo cantan las coplas en sus voces de vidas viejas, nuevas y otras que dan vuelta queriendo ser y sin poder, tal vez. Tengo un mundo contrariado, me pesan mucho las injusticias, el cinismo de los representantes políticos que tenemos y me desespera el anestesiamiento social que hay en la mayoría. Sueño ser muchas personas más para hacer muchas cosas que se me ocurren a modo de aporte a esta vida linda y jodida por la que pasamos tan fugazmente e ínfimamente todos. Me gustan la naturaleza, las flores, los vinos, los perros, los amores, los infinitos amores. Amo los perros como a la lectura, la poesía, la música. Me encanta cocinar, cuando estoy en mi casa lo hago aunque también lo evito porque me gusta tanto que cocino mucha variedad, y como comer también me gusta y tengo la suerte que no me hace mal casi nada, entonces la ropa empieza a achicarse. La aventura me fascina, me gusta el misterio, la improvisación. Me intrigan los espacios negros que hay entre las estrellas, si pudiera ir hasta ahí lo haría. Amo los carnavales y la libertad, el canto de los pájaros, las voces de los abuelos. Mi lucha cotidiana es romper los candados de todas prisiones posibles, las mías y las que pudiera. Mi sueño mayor es ver a las mujeres libres, lo deseo desde las tripas despierta y en sueños, es una pena que me quita el sueño verdaderamente. Pienso que una vez que esas amarras se rompan los niños, los animales, el hombre y la natura estarían mejor. Creo con fuerza y firmeza que si las mujeres nos ponemos de pie el mundo verdaderamente será mejor, sobre todo el de nuestros hijos y el de sus hijos también. Así que: mujeres, a trabajar por favor. Los hombres históricamente y hasta el día de hoy estuvieron y están en un altar que ellos mismos se concedieron, y ese altar no es solo de ellos, es nuestro también. Ellos están como los niños malcriados, sin límites porque tomaron los derechos que nos corresponden y nosotras seguimos inmovilizadas. Cuando las mujeres abandonemos el lugar de la sumisión, ellos tendrán que retroceder y ubicarse simplemente en el lugar que les corresponde, ni más ni menos. Los hombres machistas violentos tienen una mala costumbre que es el abuso del poder y debemos arrebatárselo ahora mismo. Los hombres que entendieron que las mujeres no somos de ellos, son libres bellísimos y por suerte hay muchos y cada vez más.

 

Jueves de comadres

Mariana Carrizo está recorriendo el país casi de punta a punta con los Jueves de comadres. Ella contó de que se trata esa cita semanal.

“Son conciertos donde tomo la esencia del rito ancestral Jueves de Comadres, evento previo al Carnaval Grande y que es el encargado de dar luz al mismo. Después del Jueves de Comadres se desentierra el carnaval y su gran fiesta. Se trata de un encuentro de mujeres lleno de algarabía, que tiene como único fin divertirse, agasajarse y celebrar el paso nuestro por el ciclo esta vida. Ese acontecimiento es muy bonito, se siente la mujer con su ser a pleno, desplegando alegría, ternura, vitalidad, fuerza y un resplandor que solo las mujeres tenemos. El Jueves de Comadres es como el primer día de la primavera, un momento colorido y destellante de felicidad, y para mi concierto tomo ese instante como una postal para que sea nuestro patio y recibir allí a todas las mujeres que quieran venir a pasar un rato con nosotras mismas. En ese lugar habrá un espejo para mirarnos y reivindicarnos hacia nuestra libertad espiritual y desde allí con el mundo, será un pimpollito que dará gran sombra a la violencia machista. Es decir, un concierto de sororidad, hermandad entre mujeres. También mantendré algunas cosas que se hacen tal cual en los Jueves de Comadres tradicionales. Es un espectáculo lleno de símbolos y mensajes. comadrear representa un encuentro con la matriz del espíritu femenino; la vivencia de compartir con complicidad las intimidades, secretos viejos y nuevos. Un encuentro donde los dolores y malas ondas se transforman en risas, burlas, baile y juego, dando inicio a la gran celebración del “Inmenso Ser Mujer” y la vida que nos atraviesa. El Jueves de Comadres no es un jueves cualquiera: habrá comadres invitadas de distintas disciplinas artísticas (poetas, pintoras, cantantes) que aportaran su presencia y fortaleza en el espectáculo. Uno de los detalles a destacar con el que inicia el espectáculo es que voy a darles la ‘vacuna’, ja. Tradicionalmente en cada Jueves de Comadres al entrar se da un vasito con alguna bebida alcohólica que es como un aperitivo para situarte un escalón emocional más arribita. (risas). Yo les tengo preparado un traguito de licor de muña muña, que es un yuyito vasodilatador y brinda muchos beneficios además de activar el cerebro a sus anchas. También sorteo de canastita floridas con divertidos obsequios sorpresa, comadre convidada (se elige por reglamento de comadres, y es agasajada en el recital con algún regalo sorpresa)”.