Texto: Pablo Díaz Marenghi / Fotos: Florencia Alborcen
Tomás Downey sonríe con timidez. Se lo ve tranquilo al llegar al bar La Giralda, en el corazón de la Ciudad de Buenos Aires donde vive, trabaja y nació en 1984. Sin embargo no es la inmensa urbe lo que más lo cautiva sino todo lo contrario. Le interesa lo fantástico, lo rural, lo podrido y lo ominoso que se mantiene prisionero dentro de la realidad más cotidiana. Esto se explora a fondo en sus cuentos, que dan muestras de un universo propio. Su primer libro, Acá el tiempo es otra cosa (2015, Interzona), ganó el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes. Estos dieciocho cuentos navegan las aguas del cuento extraño, aquel que fascinó a Rodolfo Walsh y que dialoga con la tradición del fantástico explorada en nuestro país por Borges, Cortázar, Bioy y tantos otros. Se cuelan elementos de la ciencia ficción como excusa para contar otras cosas, sin caer en alegorías reduccionistas, y una influencia notoria del realismo sucio estadounidense.
“De chico leía bastante, es un poco raro porque en mi casa nadie leía: no sé de dónde salió”, dice Tomás, un poco sorprendido de sí mismo. Unos cuantos libros de Julio Verne, algo de Mark Twain, lecturas de Huckleberry. “Me acuerdo mucho de El tulipán negro, de Alejandro Dumas; mi abuelo me regalaba, aunque él tampoco leía”, hilvana. Después de la secundaria, cuando su placer por la lectura entró en conflicto, profundizó en autores clave de la juventud (Cortázar, Hesse), escribió algunos poemas sin mucha expectativa, sacaba fotos por placer, pasó por la carrera de Medicina -un poco (mucho) por herencia familiar- hasta que terminó estudiando guión en la ENERC. Downey explica: “Cuando empecé a estudiar guión y a escribir guiones en la práctica empecé a adquirir un oficio y en algún momento escribí algunos cortos míos, dirigí un par”. Sin embargo, el cine le resultaba trabajoso: “Escribís una historia y eso es el primer paso, después tenés que convocar un montón de gente”.
Entonces descubrió en la literatura algo mucho más íntimo, más relacionado con la solitaria acción de leer. “Es una forma de estar solo en una situación en la que estás trabajando la cabeza en un montón de niveles. Escribir es una extensión de leer. Cuando leo algo que me gusta, me empieza a disparar imágenes todo el tiempo. Empiezo a encontrar detalles en una historia que ese autor en particular no siguió y yo veo un cuento en eso”.
Su más reciente libro, El lugar dónde mueren los pajaros (2017, Fiordo), profundiza sobre este universo al ahondar en relaciones familiares que se resignifican, parejas que se resquebrajan; pequeños momentos que parecen rutinarios hasta que todo se desmorona. Aparecen relatos de fantasmas, hermanas que tienen una ética cuestionable, invasiones extraterrestres que estupidizan a la gente o zumbidos misteriosos que alteran la psiquis de una señora solitaria. Los personajes que construye Downey parecen atemporales, llevados por una fuerza mística que deja de lado cualquier bajada de línea moral o divague metafísico. Los personajes hacen. Accionan. Y es aquí donde se nota su influencia como guionista, egresado de la ENERC. En esta charla desmenuza su forma de entender la literatura, se piensa dentro de una tradición de autores contemporáneos (como Samanta Schweblin, Luciano Lamberti, Mariana Enríquez) cuyos estilos disímiles se asemejan al forjar un terror cotidiano, sin necesidad de recurrir a efectos burdos. Downey reflexiona sobre cómo escribe, su fascinación por la ambigüedad, lo no dicho, el género post-apocalíptico y los límites de lo humano.
-¿Pensás que tu relación con lo audiovisual le aporta algo distintivo a tu forma de escribir? -Creo que sí. Me lo han dicho. También lo veo. Hay algo muy puntual en eso que es que cuando tengo una idea, en abstracto, un personaje que le pasa tal cosa y al final X, me sale mal el cuento. Cuando parto de una imagen (aunque es más complejo, es una imagen que tiene sus ramificaciones, que tiene un contenido) y escribo medio sin saber a dónde voy en un punto (medio, porque si escribís por escribir tampoco llego a ningún lado) pero si voy siguiendo esa imagen con paciencia, lo pienso un poco como el montaje en cine. Como una sucesión de escenas. Me gusta mucho esa idea del cine. El cine no te dice “Pablo está triste”. El cine es un primer plano de Pablo con algún gesto. Me gusta mucho más contar la tristeza con un gesto que diciendo “está triste”. Uno no es que desarrolla un estilo sino que encuentra un estilo que lo va armando, haciendo de la necesidad virtud y descubrí que no me sale mucho filosofar o hacer largas argumentaciones. He escrito cosas así y me quedan farragosas, pesadas. Muchas veces escribo así y termino borrando y casi que me queda la imagen en un punto.
-Podríamos decir que preferís una voz narrativa que muestre más de lo que explica. Por ejemplo uno ve a las chicas que destripan al cerdo en tu cuento “Hermanas” y no hay un juicio de valor al respecto. -Eso viene de todo lo anterior que te decía y tiene que ver con una decisión ética y estética que es básicamente no decir qué está pasando sino mostrarlo y que el lector saque sus propias conclusiones. Es lo que trato de hacer y a la hora de la lectura es lo que a mí me interesa. Es cuando la cabeza más trabaja. Cuando empezás a ver cosas que no te están aclarando y sabés que hay cosas por detrás y vos las tenés que pensar y vos las tenés que buscar y decidir qué te pasa con eso. A veces pasa con el cine o la literatura que no sabés bien qué pensar, si está bien lo que estás sintiendo o qué. Eso creo que es lo más interesante. Cuando se mueve algo ahí adentro que no está dentro de las estructuras. Y también me interesa un narrador que enuncia, que muestra lo que pasa, me gusta trabajar con narradores que están más distanciados. Que no se meten. Que no opinan. Que casi dentro de lo posible no se noten. Como que esté la historia ahí. También tiene que ver, quizás, con una cosa mía de timidez hasta en un punto de que prefiero no mostrarme demasiado.
-Capaz terminás apareciendo de manera indirecta, inconsciente. -Totalmente. Es como un juego.
-O hasta incluso podríamos pensar capaz que a veces hasta construís personajes que van narrando, que a lo mejor no entienden muy bien qué está pasando, por qué están haciendo esas cosas, y eso es lo que realmente les suma al relato. Pienso en este padre que tortura a su hijo con su esposa, en uno de tus cuentos (“Los ojos de Miguel”) que no entiende bien por qué hace eso y al mismo tiempo tiene una desesperación por hacerlo. -Claro, esto tiene que ver con lo de empezar un cuento yo mismo sin saber bien a dónde va, tratando de en vez de mirar desde arriba como estar ahí e ir viendo cómo se desarrolla. Después es algo que en la corrección uno vuelve a trabajar. Desde el primer borrador hasta una versión final generalmente pasa un tiempo largo y muchas versiones. Me interesa mucho trabajar la lógica interna de cada relato. Buscarle los detalles que lo enriquecen y que le dan la particularidad, que construyen el verosímil y en ese caso es como lo lógico: el tipo ese hace lo que hace sin saber bien lo que hace. Me gusta ubicarme en ese lugar e ir viendo qué pasa, acompañando a los personajes.
-Recién me decías que de chico leías Julio Verne y en varios de tus cuentos se nota la influencia de cierta ciencia ficción, no una de naves espaciales sino en una ciencia ficción que se mete con lo cotidiano y, por ejemplo, vemos en la tele una invasión marciana o cosas más del cuento fantástico. ¿Tuviste lecturas de ese tipo o influencias cinematográficas? -No soy muy especialista en géneros. Quizás más en cine que en literatura. Pero no he leído a los grandes cultores de la ciencia ficción en literatura. Los he leido parcialmente y quizás mal. Asimov, Bradbury, Lem… me interesa más el cuento raro o el cuento fantástico, en particular. Muchos autores contemporáneos como Schweblin, Falco, Enríquez, Lamberti o algunos norteamericanos como Kelly Link, Karen Russel (autora de Tierra de caimanes). En cine me gusta mucho la ciencia ficción, el terror. Pero no me interesa tanto el género duro. En el terror lo que se busca es el efecto. Eso es como lo más tonto, lo menos interesante. Las películas de terror que son realmente buenas son las que te cuentan otra historia con esos hechos casi como de excusa. Ahí está el riesgo de irte para el lado de la alegoría y hay como que encontrar el equilibrio justo. El género me interesa desde la imaginación, esto de buscar en cada cuento un universo y una lógica y al haber componentes fantásticos te obliga a trabajar esa lógica en paralelo a la de la realidad. Me interesa eso como un costado del cuento pero no en particular. Sino como excusa para contar otra historia, que muchas veces son mucho más íntimas.
-Después está la cuestión de las relaciones personales en donde uno puede rastrear una influencia de la literatura norteamericana (Carver, Cheever). Se nota esta cuestión de trabajar el texto para construir algo minimalista para ir a la raíz del asunto. -El realismo sucio es una re influencia. Carver en su momento era como la base de mi pirámide. Escribía historias muy a lo Carver hasta que encontré el componente fantástico que de alguna manera cortaba esas historia por la mitad, las enrarecía y les daba otra dimensión. Los norteamericanos son grandes narradores y grandes cuentistas. Me encanta Lydia Davis, por el costado más del absurdo, Amy Hempel. Otro que me encanta es Donleavy. Cuento de hadas en Nueva York es una novela que leí a los veinte años y me voló la cabeza. Richard Matheson, Soy leyenda es uno de mis libros favoritos. Sus cuentos también son buenos. Stephen King no he leído casi nada. Es una cuenta pendiente.
“Uno no es que desarrolla un estilo sino que encuentra un estilo que lo va armando, haciendo de la necesidad virtud y descubrí que no me sale mucho filosofar o hacer largas argumentaciones”
-En varios de tus cuentos aparecen los fantasmas o las presencias espectrales. ¿Qué te interesa de esa figura? -Soy absolutamente escéptico. Si no, no sé si podría escribir estas historias. Me interesa la idea de relativizar la muerte. El mundo funciona de determinada manera y la certeza más grande es que todos se mueren. ¿Qué pasa si hay algo ahí que quizás no te morís del todo? ¿Cómo se relacionan esos planos? Me interesa explorar la relación entre una persona viva y un fantasma. Cómo puede llegar a ser. Qué se pueden llegar a decir. En “La piel sensible” es ella la que no se desprende del fantasma, la que extraña a ese novio. El cuento es sobre ella y sobre el duelo que no logra atravesar. Esa idea de lo no-vivo, que se te presenta como la misma persona pero hay una vuelta que lo convierte en otra cosa.
-Otro paralelismo que pensaba es una cuestión distópica, desoladora, que aparece en tu cuento del Zoológico y en “Ver a un niño”. ¿Te interesan esas historias que juegan con los límites de lo humano? -Me encanta el género post-apocalíptico. Hay grandes novelas: Soy leyenda, Plop, La Carretera (no me gustó mucho la película) y me interesa la idea de qué le pasa al humano cuando se cae la estructura social. En esos relatos hay algo que se desarma y uno se tiene que mantener entero y entonces, ¿qué puede llegar a hacer uno para sobrevivir? ¿En qué medida somos lo que somos por la sociedad o la estructura? ¿Hasta dónde llegan nuestros instintos? De vuelta son excusas para contar otras cosas. En “Ver a un niño” es la relación entre B y el narrador, que de vivir juntos y trabajar juntos todo el tiempo capaz nunca se habían mirado a los ojos. En el otro cuento es una familia y cómo se cuidan entre sí.
-En Schweblin, Enríquez, autoras que se relacionan con tu prosa, aparecen muchos animales y cosas podridas, en descomposición. ¿Te aparecen con frecuencia ideas relacionadas con esto? -Lo de la podredumbre me interesa en el sentido de “cuando uno se muere, no se muere y hay algo ahí que sigue vivo” y otros organismos que empiezan a colonizar ese cuerpo que quedó, se empiezan a reproducir y empiezan a generar otras formas. Eso sólo me parece re interesante para trabajar y ver a dónde lleva. Los animales me interesan para marcar una distancia o una referencia a lo humano. Nosotros también somos animales pero hay algo que nos separa de la animalidad y hay algo que puede dar miedo de la animalidad. Esto que tiene que ver con la impredecibilidad de un animal. Un caballo por ejemplo, es fuerte y se puede asustar y pegarte una patada y matarte de repente. Me sirve como referencia para enmarcar qué es lo humano.
-En tus cuentos aparece la idea de lo ominoso según Freud, esta cuestión de que en realidad todas las personas tenemos un costado siniestro que reprimimos y jugás bastante con eso. Hay muchos personajes que hacen cosas impensadas o políticamente incorrectas. -Me interesa hacer personajes así en la medida en que el lector pueda llegar a pensar si eso esta bien o está mal, si él lo podría hacer o no, si él tiene esas ideas o no. Me interesa laburar con las fantasías oscuras que, de nuevo, tiene que ver con qué es ser humano. Qué es ser un ser social. Qué tenemos que dejar afuera de lo público y qué no. Dónde están los límites. En qué medida somos lo que somos por como nos educaron y qué tenemos de innato. Uno desde la ficción puede ensayar mil posibilidades y ver a dónde llega.
-Se habla mucho de una cierta literatura del yo, de un giro autobiográfico. Pienso en las relaciones de pareja o familiares que aparecen, donde haces una construcción de una relación más realista y no idílica. Mostrás el lado oscuro de una pareja o de una familia. ¿Hay algo de tu propia experiencia personal? -Meto un poco cosas de todos lados pero obviamente mi experiencia está. En casi todos los cuentos podés encontrar algunas cosas mías. Pero prefiero no hacerlo dentro de lo posible. Eso me da mucha más libertad para escribir. Cifrar esas historias a través de lo fantástico me sirve para tomar la distancia que necesito para poder escribir y en particular no me gusta escribir de mí mismo directamente porque me sentiría un pelotudo. Pero de otra manera lo hago, de forma mediada, lo que también es una pelotudez. Pero no importa eso. Me interesa trabajar con lo mío, que es lo único que tengo básicamente (mis experiencias, las cosas que entiendo) pero me gusta interponer algo en el medio. Poner un filtro. Me permite tomar distancia y me parece que le aporta una dimensión que permite ecos más extrañados. En definitiva, la separación de una pareja la podés contar de muchas formas. Pero me interesa más ver cómo una pareja va y viene, sin decidirse a separarse o no, mientras los extraterrestres se están llevando a la humanidad quién sabe a donde (en el cuento “Los takis”).
-Tu primer libro lo trabajaste varios años. Después gana el premio del FNA. ¿En algún momento hiciste un click en donde pensaste que ibas a convertirte en escritor de manera más profesional? -Sí, traté de imponerme una rutina de trabajo. Escribir un poco todos los días. “De todo lo que escribo el 10% es apto para publicar. Necesito escribir mucho para sacarme toda la basura de encima”. Si me sentara a escribir sólo cuando tengo ganas me sentaría a escribir muy cada tanto. Prefiero leer o ver una película. Es ensayo. uno no sabe si está ensayando o escribiendo algo que va a servir hasta que lo terminó. Muchas veces me obligo a escribir sabiendo que ese día no me va a salir nada y es casi un auto castigo. No es como una responsabilidad. Pero eso tiene que ver conmigo.
-Derribás el mito de que escribir es placentero. -Sí, para mí no es tan placentero. Yo no la paso tan bien escribiendo (risas). El otro día leía en una entrevista a Carlos Busqued que decía que no disfrutaba tanto escribir pero que le gustaba haber escrito. Adhiero. Me encanta tener libros publicados pero no es que la pasé bomba haciéndolos. Igualmente, de todas las actividades del mundo, es la que elijo y me encanta. Pero sufro bastante y eso tiene que ver con la actividad en sí, que es dura. Estar sentado, muchas horas, trabajando un párrafo por ahí hasta que medio perdés el sentido. Tiene que ver con mi auto exigencia más que con la literatura en sí. Probablemente en otra actividad tendría los mismos conflictos.
“Me interesa la idea de qué le pasa al humano cuando se cae la estructura social. En esos relatos hay algo que se desarma y uno se tiene que mantener entero y entonces, ¿qué puede llegar a hacer uno para sobrevivir? ¿En qué medida somos lo que somos por la sociedad o la estructura?”
-¿Cómo trabajás los finales en tus relatos? -Me parece que un cuento se cifra en el final. El final de un cuento es el que encierra la revelación que es como el centro de todo cuento. Es difícil el final. Porque no es que quiero a propósito dejar al lector ahí preguntándose qué pasó. No me interesa eso. Generalmente trato de sugerir qué es lo que va a pasar después. A la vez que lo dejo abierto para que cada uno lo complete. Busco el final del cuento y a veces es lo que más lleva. Busco un final que le de un cierre al sentido del cuento aunque quizás no a la situación. Si un cuento termina a punto de que todo se desmadre generalmente es mejor terminarlo ahí porque después corrés el riesgo de que si te cuento el quilombo va a ser mucho menos interesante que el quilombo que te imagines vos. Los cuentos terminan donde siento que tienen que terminar. Hay algo intuitivo también.
-¿Pongo la palabra pija o no la pongo? -Bueno, es difícil eso. Porque tiene que ver con el registro del cuento, con palabras que son fuertes y que saltan en la lectura. Mi idea es escribir un relato que tiene cierta organicidad. Las escenas de sexo son difíciles porque casi siempre me termina quedando medio pornografía y después tengo que recortar mucho y buscarle el erotismo y la sugerencia. Lo mismo que hablamos antes de la ambigüedad. Creo que va por ese lado. Tocar un par de cuerdas para que el lector se caliente sólo.
-Si tenés que incluirte dentro de la literatura argentina contemporánea más joven, ¿notás ciertos temas en común? -Creo que se trabaja bastante con lo inquietante, lo ominoso, repensar las identidades, los modelos de familia, de cosas que estaban muy establecidas y de repente empiezan a perder la forma. También hay un interés renovado por el fantástico, el terror, lo que roza con los géneros pero eso también es mundial casi. En particular son todos autores que laburan mucho con imágenes, con acción, más que con una deriva retórica.
-Llama la atención en tus relatos que siendo de Buenos Aires no aparece tanto la ciudad, o la urbe, sino más bien lo que aparece con más potencia es lo rural, la playa, lo selvático, lo silvestre. ¿Te atrae más ese mundo que el cemento? -Trabajo bastante con la fantasía, la imaginación y me parece mucho más rico. Me parece mucho más aventurero el campo, la selva, que tienen más posibilidades. Tampoco es una elección muy consciente. Cuando era chico mi abuelo tenía una chacrita en Chacabuco, chiquita, que a mí me fascinaba. Los pocos animales que tenía, el montecito que había, iba con el machete a cortar cañas. Me metía ahí. Son espacios menos opresivos que permiten más libertad. A la vez tienen algo super oscuro. Uno por ahí piensa en el campo viviendo en la ciudad y le vienen imágenes románticas pero si rascas un poquito más hay cosas super oscuras.
-Haciendo como un balance entre tus dos libros, ¿notás en vos como narrador un crecimiento en cuanto a tu primer libro y el último? -Noto que me animé más a tomar algunas decisiones. Quizás en el primer libro hay más un muestrario, como posibilidades de cuentos diferentes, que en el segundo acoté un poco. Decidí más por dónde ir. También lo laburé mucho con los editores, que fue una experiencia buenísima. Me aportaron otra visión. Los chicos de Fiordo me convocaron hace un año y pico, les mandé unos cuentos, les gustaron. Por otro lado, al haber publicado mi primer libro, al haber ganado un premio, me animé a más. Escribí con más confianza. Creo que es importante escribir con confianza porque si contás dubitativamente eso se nota. Si vos no te creés lo que estás contando se nota. Hay que hacer medio un salto a ciegas en el que quizás terminás en la ridiculez pero hay que vivir ese mundo que estás creando. La confianza ayuda.
“Cuando era chico mi abuelo tenía una chacrita en Chacabuco, chiquita, que a mí me fascinaba. Los pocos animales que tenía, el montecito que había, iba con el machete a cortar cañas”
-Al fin y al cabo el premio también da un poco eso. Que un jurado te elija… -Sí, igual es relativo. No es que decís “listo, ya está”. Pero también que se te abran puertas está bueno, te permite tomártelo más en serio como trabajo. Como oficio. Como algo que estás haciendo. Cuando escribí el primer libro sólo en mi casa, sin ninguna posibilidad de publicar, no sé cuanta fe me tenía. Ahora me tengo un poco más. Lo que también te juega en contra. Porque uno tiene que escribir pensando que no le importa a nadie lo que está escribiendo porque si empezás a medir que puede llegar a pensar la gente, te trabás.
-Michel Houellebecq decía que hay que escribir como si uno estuviese muerto. -Bueno, de alguna manera sí. Si no decís “bueno, este tema es polémico, mejor no me meto”. Por ahí piensan que yo pienso así.