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Publicado por Javier

Oscar Conde, el último guardián del lunfardo

Texto: Gustavo Grosso 

 

Hay que viajar en el tiempo hasta más o menos 1880, y quedarse en los primeros años del siglo XX, para encontrar los orígenes del lunfardo, al amparo de la llegada de cientos de miles de inmigrantes europeos, principalmente italianos y españoles. Hasta allí nos lleva Oscar Conde, poeta, escritor, profesor. Y lunfardista. Miembro de la Academia Porteña del Lunfardo, es autor del Diccionario etimológico del lunfardo y Lunfardo: un estudio sobre el habla popular de los argentinos. Con él hablamos del lunfardo, de sus orígenes, de su presente. Del por qué, de los por qué.

-El maestro José Gobello decía que el lunfardo es un vocabulario de las clases populares ¿está de acuerdo? ¿por qué?
-Sí, claro que estoy de acuerdo. El nombre lunfardo –palabra que entre 1870 y 1930 significaba principalmente ‘ladrón’– deriva del modo en el que entendieron este vocabulario aquellos primeros que se pusieron a compilarlo. Como se trataba de policías, penalistas y criminólogos, ellos pensaron que el lunfardo era una jerga propia de los ladrones y esa idea se extendió y llevó a mucha gente a pensar que se trataba de un lenguaje carcelario. Sin embargo, dicha creencia estaba profundamente equivocada. Es evidente que dentro del lunfardo hay campos semánticos relacionados con el robo, la mala vida, la prostitución, o el juego. Pero esas voces no llegan a cubrir ni el diez por ciento del vocabulario lunfardo total. La prueba más contundente de que se trata de un vocabulario popular, y no una mera y cerrada jerga ladronil, es la cantidad de distintos campos semánticos que abarca y que nada tienen que ver con el delito: el comer, el dormir, el sexo, el turf, el fútbol, etcétera. Por otra parte, la expansión de este léxico en los diarios y revistas de la última década del siglo XIX y las dos primeras del XX revela el conocimiento que los eventuales lectores tenían acerca de este argot.

-¿Cómo se encontró con el lunfardo? ¿Influyó el tango en ese hallazgo?
-Por mi parte, el encuentro con el lunfardo fue a través del tango, sí. En 1985, recién recibido de profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, me propuse dar un curso privado sobre la poética de Enrique Santos Discépolo. Al leer sus letras tuve necesidad de recurrir a diccionarios de lunfardo y, para mi sorpresa, comprobé que los varios que existían –con la excepción del de Gobello– dejaban mucho que desear. Es decir, eran trabajos amateurs, que no respetaban prácticamente ninguna de las reglas de la lexicografía y que mostraban, por parte de sus autores y a la par de su entusiasmo, un desconocimiento lingüístico casi absoluto. En ese momento empecé a proyectar mi Diccionario etimológico del lunfardo, cuya primera versión pude hacer entre 1991 y 1992, gracias a un subsidio otorgado por el gobierno español. La primera edición recién se editó en 1998, en Perfil Libros, y podría decirse que tuvo un relativo éxito, pues agotó 10.000 ejemplares en dos tiradas.

-¿Tiene una estética el lunfardo? ¿Cómo es?
-Yo creo que sí: una estética y, en cierto modo, una ética también. En ese sentido, hay algo que escribieron Luis Soler Cañas y Gobello en el prólogo a su Antología lunfarda; ellos dicen que Pascual Contursi salvó al lunfardo del destino caricaturesco al que parecía haberlo condenado el sainete. Y es cierto. El uso que hace Contursi del lunfardo no es humorístico, ni canchero, ni irónico. Es dramático. Cuando en el primer verso de “Mi noche triste” escribe: “Percanta que me amuraste” utiliza dos lunfardismos que no tienen nada de paródico o de jodón: son necesarios para que la voz poética plasme su pérdida y al mismo tiempo ubique al auditor respecto de sus parámetros vitales, de su condición socio-económica, etcétera. A partir de entonces, si bien existen muchísimas letras de tango en las que no se utiliza el lunfardo, el lunfardo se ha sentido como una suerte de marca de fábrica del tango canción. En literatura la forma lo es todo, y si la letra de “El ciruja” careciera de los lunfardismos que tiene estaría contando directamente otra historia. Una más sosa, menos intensa, más pequeña, menos inmortal.

-Los más jóvenes utilizan palabras que creen nuevas, y sin embargo son muy antiguas. ¿Qué le incorporó el lunfardo, con el paso de los años, al idioma español?
-Bueno, yo no diría de modo tan absoluto que el lunfardo le aportó palabras al idioma español. Es cierto que algunas decenas de lunfardismos se usan en distintos países de Latinoamérica, como Uruguay, Chile, Colombia, Perú, Paraguay y Brasil, e incluso en España, donde entre los jóvenes se escuchan «pibe» y «piba» y en los últimos tiempos «escrache», por ejemplo. Lo que sí me animo a afirmar es que el lunfardo ha sido crucial para darle identidad al español rioplatense, es decir, al dialecto del español que hablamos los argentinos, principalmente los bonaerenses, los rosarinos y los porteños, pero no solo nosotros. El vocabulario lunfardo se suma a otras características fonéticas, morfológicas y léxicas para otorgarle una identidad propia a nuestro modo de hablar, de escribir y de entender el español.

«El lunfardo ha sido crucial para darle identidad al español rioplatense, es decir, al dialecto del español que hablamos los argentinos…»


-Seguramente el lunfardo está repleto de curiosidades. Por ejemplo, «jermu» quiere decir esposa y no mujer. ¿Nos puede contar alguna curiosidad?
-Hay muchas, en verdad. En esa misma línea, si bien «telo» es el vesre de la palabra hotel, no sirve para hablar de cualquier hotel. Luego están las palabras cuya etimología popular está equivocada: «sarparse» es el vesre de pasarse. Por eso debe escribirse con ese inicial y no tiene nada que ver con el verbo español zarpar. «Colimba» de ninguna manera es el acrónimo de corre-limpia-barre, como se fraguó en los cuarteles para los conscriptos, sino que es el vesre irregular de «milico»; «atorrante» no tiene nada ver con unos supuestos caños A. Torrent o A. Torrant –cuya existencia nunca nadie pudo probar–, sino que es simplemente el participio presente del verbo español torrar o atorrar, que quiere decir «quedarse quieto»’ y, por lo tanto, «dormir». Otra curiosidad es que «cana» y «encanar» no tienen el mismo origen: cana «policía» viene del argot francés «canne», con el mismo significado, pero encanar procede de incaenar, que en véneto significa «encadenar» y, en consecuencia, apresar.

-¿Cómo se renueva el lenguaje?
-Gracias a los jóvenes. En mi opinión, el 99 % de las palabras nuevas son creadas por menores de 30 años. Lo que ocurre es que no todas permanecen. Muchas de ellas se usan un tiempo, o en medios muy reducidos, y no pasan al habla general. Por supuesto que otra manera de renovar el lenguaje es a través de palabras relacionadas con adelantos científicos o con darle un nombre a cosas que antes no existían, y esas palabras no pertenecen al lunfardo. Son vocablos que entran en el español en todos los países. Pienso en términos como googlear, likear, postear o microhondear, compartidos por hablantes del español de todo el mundo.

«‘Colimba’ de ninguna manera es el acrónimo de corre-limpia-barre, como se fraguó en los cuarteles para los conscriptos, sino que es el vesre irregular de ‘milico’»

¿Qué es La muerte del Pibe Oscar? ¿Cómo descubrió ese material?
La muerte del Pibe Oscar es una novela, la primera novela lunfarda, por la cantidad enorme de lunfardismos que aparecen en ella, que Luis C. Villamayor comenzó a publicar por entregas en 1913 en la revista Sherlock Holmes. Pero la publicación se discontinuó y solo salieron entonces los primeros cinco capítulos. Con el tiempo, Villamayor la publicó por sus propios medios entera en 1926, pero con tanta mala suerte que la imprenta donde estaba la tirada se incendió y sobrevivieron poquísimos ejemplares. Yo sabía de su existencia gracias a José Gobello, que la mencionaba a menudo. Un día, hace unos años, me decidí a leerla y se la pedí prestada, pero él no la encontraba en su biblioteca. De modo que no me preocupé y fui a buscarla a la Academia Porteña del Lunfardo. Cuando nuestro bibliotecario, Marcos Blum, me dijo “nunca la tuvimos”, comprendí que la cosa no sería sencilla. Recorrí las grandes bibliotecas de la Argentina, me comuniqué telefónicamente y por correo electrónico con bibliotecas del interior y del exterior. Y nada. No aparecía. Fue allí cuando leyendo el prólogo a otro libro de Villamayor, El lenguaje del bajo fondo, Enrique del Valle me daba el dato del incendio. Esa misma tarde lo llamé por teléfono a Gobello y le dije dramáticamente: “Si usted no encuentra La muerte del Pibe Oscar, me parece que la perdimos para siempre”. A la mañana siguiente me llamó. Su hijo la había encontrado caída detrás de un estante de la biblioteca.

-¿Cómo influyó la vida carcelaria en el lunfardo de principios del siglo pasado?
-Personalmente, no veo una relación tan estrecha entre la vida carcelaria y el lunfardo. La mayor parte de los presos utilizaba el lunfardo, porque era el argot de las clases populares, y no porque estuviesen presos. La jerga carcelaria en general no es conocida ni utilizada por las personas que jamás estuvieron en la cárcel. ¿Quién sabe que al azúcar se le dice «brillo»? ¿A la esposa, «verduga»? ¿Que a la cama de arriba se la llama «zorzalera»? ¿Que a un rumor se le dice «bemba»? ¿O que «carpusear» es mirar insinuantemente a otra persona? Estas son voces de la jerga carcelaria, pero no son lunfardismos. La mayoría de los hablantes no utilizamos ni conocemos esas palabras. Una rareza es la palabra gato, que dentro de la cárcel significa sirviente, persona de cualidades inferiores y desde hace unos años se utiliza profusamente como lunfardismo también.

-¿Y las crónicas policiales que papel jugaron?
-En la relación entre las crónicas policiales y el lunfardo es sumamente revelador el estudio sobre la página policial del diario Crítica, no solamente porque allí la mitad son noticias reales y la otra mitad son poemas, relatos, es decir, literatura, sino también porque el lunfardo aparece en todos los textos. Una noticia no dice, por ejemplo, “Dos ladrones le robaron diez pesos a un almacenero español”, sino “Dos lunfas le hicieron diez nales a un gaita almacenero”. Es muy curioso eso.

«No veo una relación tan estrecha entre la vida carcelaria y el lunfardo. La jerga carcelaria en general no es conocida ni utilizada por las personas que jamás estuvieron en la cárcel.»

-Usted dijo: «No elegí voluntariamente el lunfardo. Creo más bien que el lunfardo me eligió a mí». ¿Por qué sigue en la búsqueda? ¿Qué lo motiva a no dejar de investigar el lunfardo?
-Mi apasionamiento por las palabras, por el lenguaje, por la literatura viene de toda la vida. Pero yo entré a la facultad con el anhelo de ser profesor de literatura argentina, y el primer día me encontré con un maestro, el doctor Lorenzo Mascialino, que me torció el rumbo por 25 años, en los que básicamente me consagré a enseñar lenguas clásicas y a investigar sobre literatura y filosofía griega. Mascialino, que era un brillante profesor de griego y de latín, me enseñó el amor por las palabras y por la etimología. Y fuera del aula hablábamos muchísimo de tango y de lunfardo. Lo que he tratado de hacer hasta aquí ha sido integrar el conocimiento sobre lunfardo legado por estudiosos como José Gobello, Mario Teruggi, Enrique del Valle y Luis Soler Cañas, entre muchos otros. Todo eso que sabemos sobre el lunfardo, visto desde mi óptica, claro está, se incluye en mi libro Lunfardo (Taurus, 2011), con el que gané el primer premio especial de ensayo Eduardo Mallea, que otorga el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Mi primer impulso fue, cuando hice el diccionario, actualizar los diccionarios anteriores con las nuevas palabras surgidas en las últimas décadas. Pero luego comprendí que también faltaba hacer un relevamiento de la literatura lunfardesca, de la que no hay prácticamente ediciones anotadas, con estudios preliminares útiles. Buena parte de esa literatura está en riesgo de perderse, pues fue publicada en diarios y en revistas de fines del siglo XIX y comienzos del XX, que no se encuentran disponibles para la consulta en la mayor parte de los repositorios que cuentan con dicho material, y que tampoco son muchos. La política argentina en materia de hemerotecas y de archivos es desastrosa. En gran medida, porque falta personal para encargarse de la limpieza, catalogación y digitalización del material. Es lastimoso que no exista en nuestro país un inventario completo de bienes culturales. Sería importante iniciar cuanto antes ese proceso, que tan cuidadosamente han realizado en Italia y en España, por ejemplo.