Texto: Tomás Robbio / Fotos: Paula Villamil
Como cuando se movía en la cancha, precisamente en el medio campo, así de suelto ingresa Oscar Ibáñez al bar No Me Olvides de Ituzaingó. Saluda a los amigos del barrio -los de siempre-, acerca una silla, coloca cuidadosamente la casaca del “Verde” sobre la mesa y se dispone a escuchar. Quien supo vestir el dorsal 5 del Club Atlético Ituzaingó -más de 300 partidos- y la cinta de capitán, ahora vive el fútbol desde otra posición: es periodista deportivo en Torneos y Competencias.
Desde su debut, con dieciocho años allá en 2004, hasta su retiro en 2015, vivió la obtención de dos ascensos con Ituzaingó, el club que lo vio nacer, tuvo un paso fugaz por Argentino de Merlo y hasta se dio el gusto de compartir cancha con su hermano. De aquel primer partido recuerda que ingresó desde el banco en el segundo tiempo contra General Lamadrid, en Devoto, y que el tanteador final sería un empate dos a dos. El resultado era anecdótico, Wity -ese es su apodo- había hecho realidad el sueño que tenía de pibe mientras jugaba al pica-pared en el fondo del patio de su casa: “Lo lindo fue que estaban en la cancha todos los que me apoyaron de chico: mis amigos y mis viejos”.
-¿Cómo es jugar en el ascenso?
-Y… el que juega en el ascenso lo hace porque lo ama realmente. Es mucho sacrificio, se dejan bastantes cosas de lado. Obvio que espera un llamado de algún otro equipo o del exterior, pero sabemos que son contados con los dedos los que tienen esa suerte. A mí no me tocó porque no tengo hijos, pero hubo compañeros que tenían y a veces no llegaban a fin de mes… Era jodido. Me acuerdo que los socios hacían “vaquitas” o sorteos para ayudar a los jugadores. La gente fue muy generosa, nos cocinaban para el plantel y se hacían rifas. Incluso hasta organizaron bailes para recaudar.
-¿Los pagos eran a tiempo?
-El tema era difícil porque la C y la D eran categorías amateurs en las que no tenías contrato, entonces Agremiados no te defendía. Era todo arreglo de palabra y uno tenía que confiar en los dirigentes.
“El que juega en el ascenso lo hace porque lo ama realmente”.
Teniendo contrato la cosa es distinta, vos sabés que si no te pagan tenés la posibilidad de hacer un juicio, o lo que fuera… Nosotros sólo teníamos viáticos, por eso debíamos salir a buscar otra fuente de trabajo.
-¿Concentraban o llegaban a la cancha cada uno por su lado?
-Casi que ni teníamos concentraciones. Me acuerdo que en el 2006 cuando ascendimos sí concentramos. Lo hacíamos en el lugar donde se realizaba gimnasia artística en la sede del club. Dormíamos sobre colchonetas y cada uno se llevaba su almohada y su juego de sábanas. La gente del buffet nos cocinaba fideos. Alguna que otra vez, ya en el tramo final del torneo, nos tocó concentrar en el sindicato de TV o en algún hotel de Capital, pero eso ya era un lujo. Me acuerdo antes de la final del 2013, fuimos a concentrar al estadio de béisbol, ahí al lado del predio de AFA en Ezeiza, y eran tipo pabellones, en pleno invierno. Te morías de frío y además comías lo justo. Teníamos una sola estufa que era mini y se la vivíamos afanando al que la tenía, je. Son anécdotas que quedan. Uno la pasa bien igual, y es lindo compartir con compañeros. Extraño esa cosas. Igual las concentraciones eran excepciones, la mayoría de las veces nos encontrábamos en la sede, armábamos grupos de cuatro o cinco y nos llevaban los dirigentes en sus autos.
-¿Qué se siente al ser el capitán de Ituzaingó?
-Es complicado, porque en el ascenso se hace todo a pulmón. Muchas veces la plata no alcanza, los sueldos no se pagan al día y eso influye mucho. Siempre que me tocó lo llevé con mucho orgullo. Yo no era de hablar tanto, sí intentaba dar el ejemplo: si en el entrenamiento teníamos que dar veinticinco vueltas, trataba de ir primero para que los pibes vean el esfuerzo.
-¿Dabas las arengas?
-Muy poco. Como te decía, me costaba largarme a hablar. Quizás dejaba que las dieran los técnicos más motivadores como Tato Medina, Damián Troncoso, Rodolfo De la Cruz Díaz…. También al ir pasando los años es como que uno se queda ya sin palabras y no quiere ser repetitivo. Hacíamos mucho hincapié en las familias de cada uno y en lo que se deja de lado para jugar al fútbol en el ascenso, que es lo que uno ama.
-¿Te tocó negociar premios con dirigentes?
-Sí, más que nada en la época que peleábamos el campeonato. Pero eran negocios diferentes. Por lo general no nos daban plata. Me acuerdo una vez nos dieron un juego de camisetas para vender de Sport 2000, la marca de Ituzaingó que vestía al club. Además, eran las camisetas con que habíamos ascendido, entonces se vendían más. No había mucha plata.
-¿Te han llamado dirigentes de otros clubes para arreglar un partido o pidiéndote algo?
-Sí, alguna que otra vez, pero para sondear. Nunca accedimos. Cuando nos tocó esa situación no aceptamos nada, ni siquiera se llegó a hablar de plata porque no le dimos la chance. Siempre jugué para ganar. No me gustaría enterarme que algún compañero haya jugado para atrás.
El Wity Ibañez siempre jugó para ganar, de eso puede dar fe cualquier hincha de Ituzaingó que lo haya visto convertirse en ídolo de ese rincón bonaerense. Sus partidos consagratorios fueron los de la promoción de 2004 frente a Fénix para mantener la categoría. El Verde logró quedarse en la C gracias a la ventaja deportiva, tras no sacarse diferencias luego de dos partidos. Después, los ascensos que obtuvo en 2006 y en la temporada 2012/13 lo terminaron de engrandecer en el corazón del club: “Me marcaron mucho. Sobre todo la primera, en la que me tocó abrir la serie de penales y definirla con 19 años”, remarca Wity. En ambos penales definió fuerte y cruzado abajo: “Cuando vi que el primero entró así, el segundo no quise cambiarlo ni loco”.
En la temporada 2012/13, en plena recta final hacia el ascenso, Ituzaingó venció y eliminó a San Martín de Burzaco en uno de los partidos más violentos que a Ibáñez le haya tocado disputar como jugador. “Me acuerdo que la hinchada comenzó a romper los alambrados y a meterse a la cancha. Nosotros salimos corriendo para el vestuario y tuvimos que esperar a que la Policía nos diera vía libre para poder subirnos al micro. Tuve miedo de verdad”.
-¿Te tocó vivir algún otro episodio violento adentro de la cancha?
-Varias veces. Una en 2013, en un partido con Alem, de local (las hinchadas de Ituzaingó y de Alem tienen una gran rivalidad porque murió un hincha de Ituzaingó en una pelea), se jugaba sin público pero igual habían hinchas de ellos que se querían meter en la cancha y estaban colgados de los alambrados, a punto de entrar. Nos tuvimos que ir rápido de la cancha. Son situaciones feas.
“Al no tener representante se complica… Si tenés a alguien que se mete, que pregunta, quizás es más fácil”.
-¿Cómo fue tu paso por Argentino de Merlo?
-Fue rara la salida de Ituzaingó en ese momento. Llegó un nuevo técnico, Osvaldo Diez y cambió bastante el equipo y a un par nos mandaron a préstamo. Fue sorpresivo, de un día para el otro. Igual a mí me sirvió para cambiar de aire, no sé. Salir de la monotonía de siempre el mismo vestuario… Fueron seis meses muy buenos. Me tocó volver a jugar en la C. Nos quedamos en la puerta del Reducido. El poco recambio más las bajas nos complicaron. Fue lindo porque el club tenía concentración, te lavaban la ropa, etc. Eran cosas que uno valoraba porque en Ituzaingó no lo teníamos. En ese momento tuve una discusión fuerte con los dirigentes por el tema de mi pase. Me fui medio peleado con ellos, pero después me tocó volver por pedido de Damián Troncoso, el DT de ese entonces.
“Mi vieja quería que deje de jugar porque tenía miedo de que no tenga futuro, pero mi viejo no sé cómo hacía y al toque la convencía”.
-¿Te tantearon de algún otro club?
-En un momento hubo algo de Flandria, pero nunca se concretó. Entrené una semana pero después no hubo acuerdo entre dirigentes. En el 2007, a veces entrenábamos en la Villa Olímpica con el Selectivo de Vélez (jugaban Otamendi y Ricky Álvarez) que entrenaba Tocalli. Las canchas eran espectaculares y tenías más espacio, otros tiempos.
No como en el ascenso que te aprietan más. Acá podías jugar a un toque que la pelota no te picaba para un lado y para el otro. Después me dijeron que habían preguntado por mí, pero quedó todo en la nada. Son esas cosas que al no tener representante se complican… Si tenés a alguien que se mete, que pregunta, quizás es más fácil. Porque uno no sabe si en una de esas hubo algún llamado de un dirigente a otro y porque pidieron mucha plata o algo no te largan, no sé. Son casos difíciles sin un intermediario que esté en el tema.
-¿Vos trabajabas y jugabas?
-Sí, el primer año que subo a Primera había empezado a estudiar Ciencias Económicas en la UBA, pero hice sólo dos años, no era lo mío. Ahí hice un click y empecé con periodismo deportivo. Tuve la suerte que mis viejos me bancaron y con lo que me daban de viáticos llegaba. Estudié en el ISPED. Entrenaba a la mañana y a la tarde noche cursaba. Los días de partido tenía que faltar y cuando había examen me lo postergaban. Una vez, jugando contra Juventud Unida en San Miguel, ese mismo día tenía un examen y le decía al árbitro que lo terminara rápido porque me tenía que ir a rendir, ja. Encima me quedaba cerca. No bien terminó el partido me tomé el tren de San Miguel a Caseros: rendí y aprobé. Mi último año en el Instituto realicé una pasantía en Olé.
-¿Y cómo fue ese paso por Olé?
-Estaba la sección del Ascenso. Me ha tocado ir a cubrir varios partidos, incluso rivales, me acuerdo que me decían “uh, este nos vino a espiar”. Y yo no espiaba a nadie, tenía que hacerlo por laburo. A veces me ha tocado tener que hacerle una nota a un jugador que había enfrentado la semana anterior. Cuando tenía que ir a Midland tenía miedo. Pensaba: “quizá me reconocen y paso un mal momento”, pero la verdad que no, siempre me recibieron bárbaro. Fue una experiencia muy linda. Nunca tuve problemas, el jugador de ascenso es más accesible. Una vez me tocó entrevistar a mis compañeros, porque era el equipo menos goleado del fútbol argentino en ese momento. Armamos una producción de fotos con toda la defensa. Fue loco, yo jugaba con ellos y a la vez les estaba haciendo una nota para un diario.
-¿Hoy no colaborás en Ituzaingó?
-No, pero tengo ganas, me gustaría hacer el curso de técnico y dirigir la Primera, sería lindo. Igual a la cancha voy siempre. A veces los entrenadores o alguno de la comisión me pregunta y yo doy mi opinión. El DT de ahora me dijo que me quería en su cuerpo técnico, pero se me complica con el trabajo.
-¿Te reconocían mucho en el barrio? ¿Hasta dónde llegaba tu fama?
-Miles de veces iba por la calle y la gente me paraba, me saludaba. Hace unos meses entro a una casa de muebles en Ituzaingó y el que atendía me dice: “¿Vos sos Witty, no?” A lo que respondo que sí y me dice: “Ah, yo soy de la contra, -de Midland- pero te felicito por todo el tiempo que jugaste y cómo lo hiciste”.
-¿Tu familia siempre te acompañó?
-Mis viejos iban siempre a la cancha. Después, sin público visitante iba sólo mi viejo porque mi mamá tenía miedo. Mi papá, cuando me iba a ver a otra cancha se tenía que atragantar los goles o las patadas que me pegaban. Él es muy futbolero, de chico jugó en el ascenso, aunque no llegó a Primera. Mi vieja quería que deje de jugar porque tenía miedo de que no tenga futuro. Le decía a mi viejo que jugando no me iba a salvar la vida, pero mi viejo no sé cómo hacía y al toque la convencía. Le decía que yo estaba haciendo algo que realmente amaba y que él en su momento no pudo hacerlo por problemas económicos, ya que tuvo que trabajar de chico. Yo sabía que en el Ascenso no jugaba para vivir, y cuando tenía alguna lesión mamá me decía: ¿para qué seguís jugando? Y mi viejo la interrumpía y le decía: “son cosas del fútbol, le puede pasar acá o jugando con amigos en la plaza”.
-¿Qué significa Ituzaingó para vos?
-Es mi segunda casa, donde me crié y aprendí de la vida, no sólo de fútbol. Pasé bastantes horas ahí, muchas veces estuve más en el club que en mi casa. Significa un montón y toda la vida voy a estar ligado al club, desde el día que me puse la camiseta verde… y hasta que me muera va a seguir siendo así.