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Pablo Bertinat, ingeniero electricista. Transición energética y cambio cultural.

Las preguntas para pensar, cuestionar e intentar comprender el modelo de producción y consumo actual y su profunda crisis son, frente a cualquier industria o sector, ¿qué se hace y cómo? ¿Quiénes lo hacen, cómo se comercializa y para quién? ¿Qué, quién, cómo, dónde, por qué?  La construcción de las soberanías independiza la mente de la mercantilización de los Derechos Humanos, de las construcciones sociales. En este presente distópico, se compra el acceso a un ambiente sano, se compra el acceso al agua, a la alimentación adecuada, derechos constitucionales administrados por las vicisitudes del mercado.

 

Pablo Bertinat, ingeniero electricista, docente de la Universidad de Rosario, coordinador del Observatorio de Energía y Sustentabilidad de la UTN y miembro del Taller Ecologista de Rosario, plantea el acceso a la energía como un derecho a construir.

 

Esta conversación excederá estos datos de la situación energética argentina: el 90 por ciento de la energía que se consume es de origen fósil (gas y petróleo), fuentes no renovables y emisoras de gases de efecto invernadero. Del 100 por ciento, 35 se usa para transporte (recordemos que el sistema de ferrocarriles fue destruido y que la mercadería circula en camiones a nafta o gasoil); el 23 por ciento del consumo energético es residencial. El 7 por ciento del total de la energía la usan las maquinarias del agro, producción unida a la red de camiones y a las viejas y nuevas rutas, redes hacia la exportación.

 

Mientras tanto Vaca Muerta, desde 2011, es una promesa de soberanía, la segunda reserva de gas y la cuarta de petróleo no convencionales del mundo. Sin embargo, este modo de explotación es enorme y extractivo. Ya casi no quedan esos pozos como piletas de crudo que aceleraron tanto a la humanidad. Ahora, el gas y el petróleo disponibles están distribuidos en las porosidades de las rocas subterráneas y, para liberarlos, se fractura ese subsuelo a fuerza de millones de litros de agua diarios, con toneladas de arena (que se transporta desde distintas regiones del país) y un cóctel de químicos. El fracking avanza sobre plantaciones frutales de Neuquén y Río Negro, y genera sismos en cercanías a la localidad de Añelo, capital nacional del shale.

 

Las principales fuentes de energía que mueven las maquinarias del desarrollo (o maldesarrollo como postulan Maristella Svampa y Enrique Viale en su último libro, El Colapso Ecológico ya llegó) son el gas y el petróleo, carbón, hidroeléctricas, centrales nucleares, agrocombustibles, centrales geotérmicas, mareomotrices. También centrales solares, parques eólicos, biodigestores. ¿Existen las energías limpias? ¿A cuáles podemos apostar? ¿Hay posibilidad de sostener este sistema desde la energía sin generar impactos? La respuesta a la última pregunta es no. Sin embargo, hay posibilidades de adaptar, de reducir, de generar desde lo local, y comenzar algo crucial para la transición energética: una batalla cultural. “Cómo podemos ser felices con menos materia y energía”.


“Tenemos que encontrar procesos de satisfacción de necesidades con menos. En definitiva, cómo ser felices con menos materia y energía.”


Bertinat combina la academia y sus decenas de investigaciones y papers publicados con el trabajo en los territorios, en las comunidades, en la acción local. “Acompañamos a movimientos sociales, campesinos, a movimientos de afectados por determinados proyectos, movimientos sindicales en las discusiones sobre energía. Esto me ha permitido tener una experiencia dura de cálculos, como de análisis de impactos y de necesidades de las personas. Por ejemplo, trabajé en el desarrollo de una generación distribuida en una cooperativa eléctrica, pero por otro lado esta última semana estuvimos evaluando experiencias cooperativas de energía en toda Latinoamérica y el Caribe, que tienen poco de académicas, pero mucho de social. Siempre están esas dos caras”.

 

 

-En una transición hacia nuevas sociedades más soberanas en todos sus aspectos, la energética es compleja.

-Es un tema clave porque probablemente la energía deba ser uno de los limitantes a la hora de pensar futuros desarrollos. La consideración formal de la generación de energía asume que las políticas energéticas son política sectorial dentro de las políticas de desarrollo. Entonces, se supone que un país establece cómo se quiere desarrollar, cuál es el modelo productivo que quiere tener, y entonces necesita ver cuánta energía necesita para desarrollar todo eso. Hoy en día, en el contexto climático global, de finitud de recursos y de fuertes impactos que tiene la utilización de recursos, la energía es la limitante. Si quisiéramos atender al cambio climático, a los impactos por la megaminería y por la extracción de petróleo, debemos entender que la energía es una restricción y que pensar qué tipos de desarrollo podemos tener en función de los recursos limitados que tenemos, en función de atender, sobre todo, la emergencia del cambio climático que implica necesariamente reducir los consumos de energía. Cuando hablamos de esto, somos conscientes de que estamos en una desigualdad gigante, entonces es mucho más complejo el tema porque no sólo es encontrar un estilo de desarrollo que sea menos intensivo en términos de energía y de materiales, sino también que tenemos que romper ese esquema de fuerte desigualdad. Esto hace que haya gente que tenga que consumir más, otra menos y todos consumir distinto. Tenemos que encontrar procesos de satisfacción de necesidades con menos. En definitiva, cómo ser felices con menos materia y energía. Con la desigualdad en el centro.


 “Con la pandemia, en el momento de mayor parate mundial debemos haber pasado de consumir 100 millones de barriles de petróleo diarios a unos 75 millones. Con todo parado en el planeta sólo bajó un 25 por ciento. Y nosotros, para estabilizar el clima, para 2030 deberíamos estar en 40 millones de barriles diarios. Imaginemos todo lo que significa en la vida cotidiana, no va a ser más la vida tal cual la conocemos. Es un desafío gigante.”


-¿Cómo avanzar hacia modelos de desarrollo que sean menos materiales?

-Eso es un proceso que no lo va a hacer la sociedad de consumo como tal o el statu quo. Esto solo puede ser posible construir desde los sectores populares. Es una batalla cultural muy fuerte. Cómo salir de la pobreza, cómo salir de la desigualdad, pero cambiando estilos de vida. No vemos otro camino porque la magnitud del problema es gigante, por lo menos desde el punto de vista climático y no hay un dimensionamiento ni siquiera por parte nuestra de la magnitud del desafío. Con la pandemia, en el momento de mayor parate mundial debemos haber pasado de consumir 100 millones de barriles de petróleo diarios a unos 75 millones. Con todo parado en el planeta sólo bajó un 25 por ciento. Y nosotros, para estabilizar el clima, para 2030 deberíamos estar en 40 millones de barriles diarios. Imaginemos todo lo que significa en la vida cotidiana, no va a ser más la vida tal cual la conocemos. Es un desafío gigante.

 

-¿De qué manera el campo popular se va apropiando de la soberanía energética?

-No es un proceso fácil, tenemos un gen muy desarrollista: creemos que el desarrollo es lo material. Avanzó más que nada una conciencia en muchos sectores sobre los impactos del actual modelo y hay una crítica mucho mayor que la que veíamos hace 5 o 10 años atrás. Teníamos esa disputa con los gobiernos progresistas también. Ahora, se ve en el caso del modelo agrícola muy claramente. No hay sector popular que no cuestione el modelo agroindustrial. Empieza a haber una fuerte crítica a los impactos del modelo actual, agroindustria, minería, el fracking. Aunque en muchos casos hayan avanzado las alternativas y en otros casos sea más complejo, se empieza a construir una idea de interrelación entre todos estos procesos. En la anterior tanda de gobiernos progresistas fue mucho más difícil de visualizar porque había una mirada muy desarrollista más dura, que la única forma de eliminar la pobreza era por los mismos caminos que nos habían llevado a esto.

 


“Tenemos que pensar si los problemas que tienen que ver con la energía se resuelven en la esfera del mercado o a través de otros mecanismos.”


-En el debate político lo energético tiene una complejidad muy grande por su transversalidad. ¿Tienen diálogo con los sectores de poder?

-Creo que a nivel político es mucho más difícil de torcer. Ha permeado en algunos sectores y es un espacio de disputa. Maristella Svampa hablaba el otro día del analfabetismo ambiental de la dirigencia política. Es un momento de disputa ideológica muy fuerte. La discusión sobre la producción de carne de cerdo para China hubiese pasado mucho más rápidamente. Ha habido una reacción fuerte que ha logrado poner a pensar algunas cuestiones. Antes ni siquiera podíamos disputar. Creo que lo estamos haciendo, perdiendo, pero disputando ideas. Si nosotros planteamos que las alternativas las tenemos que presentar desde los sectores populares, no es tan sencillo con las herramientas que tenemos. Se podrían poner herramientas desde el Estado para pensar alternativas. En el caso de energía en particular, se ha hecho muy fuerte el tema de la transición, hay muchos debates sobre si es soberanía, si es lo mismo, qué diferencias hay y también la relación con las otras soberanías. Está claro que no hay una mirada única. Y lo que está avanzando es una mirada muy corporativa de la transición, atada a megaproyectos que en muchos casos son impactantes también, concentrados, centralizados, excluyentes y que encima están asociados a sostener el modelo de producción y consumo. La transición energética para nosotros no es sólo un proceso de cambio de fuentes. Asumimos a la disputa como una crítica del sistema, que nosotros concebimos como un conjunto de relaciones sociales que nos vinculan como especie y con la naturaleza y que están determinadas por el modo de reproducción social en el que estamos. Es un proceso de cambio sistémico que nos permite cambiar relaciones sociales alrededor de la energía, y eso implica sacar la energía de una esfera de mercado, ponerla en la esfera de derechos, construir socialmente el derecho a la energía. Sobre todo pensar si los problemas que tienen que ver con la energía se resuelven en la esfera del mercado o a través de otros mecanismos. Los derechos son construcciones sociales, ¿no?

 

Foto: Juan Pablo Barrientos

 

Pablo dice que el sector energético es muy opaco, un sector del que la sociedad no participa de la toma de decisiones, que habitualmente está depositado en especialistas y debería ser un espacio de participación ciudadana para la toma de decisiones. La democratización de la vida cotidiana. “Va a ser un proceso con muchos grises, con avances y retrocesos, y que lo vamos a tener que ir construyendo de a poco con cuestiones imperfectas en muchos casos, no hay otra forma de transicionar. Desde las comunidades autoproductoras, hasta la incorporación de renovables, hasta descentralizar, hasta la disputa de tomas de decisión son elementos que van a tener que ir construyéndose conjuntamente y de a poco, como se van configurando la soberanía alimentaria y las otras soberanías”.

 

-Necesitamos una democracia directa más activa, entonces. ¿Cuáles serían los puntos importantes a tener en cuenta para dar esos debates? No sabemos si pagamos caro, si pagamos barato....

-No tenemos recetas, pero la mejor forma de empezar a construir soberanías sobre los recursos y las herramientas es lo local. En el caso de la energía, es saber qué ocurre con la electricidad, quién decide, quién define, dónde hay situaciones de pobreza energética, saber si se puede generar en el lugar, quién decide estas cosas. Las políticas energéticas son delegadas a lo nacional, lo provincial; los municipios y las comunas generalmente no están habituadas a esto. La pobreza energética es un punto de entrada, que en nuestras ciudades haya cientos de miles de personas en situación de pobreza energética puede ser abordado desde lo local. Preguntarnos si es un problema de tarifas, de fuentes, de acceso, hay mucho para tejer. Debería incorporarse a las agendas de disputas locales como las de la producción de alimentos, el acceso al agua. Poder pensar en generación propia.

 


“La lógica imperante del sistema energético es mercantil”


-La energía podría ser entonces la medida para el desarrollo que necesitamos si queremos seguir viviendo como humanidad. Entonces, para un decrecimiento sostenido y planificado, el diálogo con lo energético es clave.

-En definitiva, sí. En sociedades donde hay mucha pobreza siempre es complicado pensar un proceso de decrecimiento. Me da la impresión que discutir desigualdad, necesidades, qué es calidad de vida para cada uno de nosotros, cómo podemos mejorar nuestra calidad de vida y en función de eso pensar en los recursos.

 

-Después de haber vivido los tarifazos y que sigan los cortes de luz, ¿en qué estado está el tendido eléctrico y el servicio doméstico de energía en el país? Por ejemplo, también, en incidencia en catástrofes ambientales como los incendios, como la posibilidad de cortocircuitos y de su mantenimiento en general.

-La lógica imperante del sistema energético es mercantil y esto no sólo tiene que ver con la concepción vigente si no con toda la normativa. Las leyes, los reglamentos, son las que se instalaron en los 90 con las privatizaciones del gobierno menemista y hoy tenemos leyes de privatización de todo el sector que nunca fueron derogadas. Entonces, quien no puede pagar, se jode. Hay políticas que intentan mitigar, como la tarifa social, pero siempre dentro de una lógica del funcionamiento. En el tema energético hay todavía una mirada muy productivista. Aparece también ahora vinculado con la crisis, con la idea de que Vaca Muerta nos puede salvar, porque podemos exportar y en un momento de crisis que necesitamos dólares aparece toda esa fantasía. Muchos de nosotros estamos muy preocupados. Los incendios muestran una cara de la situación socioambiental fuerte que tiene que ver con el empeoramiento de la situación climática global que realmente es probable que se acelere en los próximos años porque no estamos teniendo las respuestas que necesitamos para frenar lo que se está produciendo. Esto de que aparezca en los diarios que la Amazonía se puede sabanizar, son cosas que el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) las escribió hace 30 años. Hay un retraso muy fuerte en las negociaciones globales, el Acuerdo de París fue terrible, más allá de que algunos lo plantean como un avance.


 “Vaca Muerta no es una alternativa de largo plazo. Hoy en día puede proveer algo de la energía que necesitamos, pero hay otra que se puede proveer de otra manera. En estas circunstancias no puede ser sólo un salvataje exportador, por todos los costos que implica, los impactos.”


-¿Porque no se cumplió o porque en sí no vale?

-Porque el Acuerdo eliminó la obligatoriedad para los países desarrollados de reducir emisiones. Con la excusa de que no se había podido cumplir, hicieron otros acuerdos que tampoco se cumplen. Para nosotros fue trágico París. Lo que está ocurriendo en algún sentido es lo que vamos a ver a futuro en temas climáticos y que están asociados a esta mirada de colapso de ecosistemas, que no tiene que ver con que explote el planeta, sino que va a haber regiones que van a verse muy lastimadas. Y cuando hablamos de regiones, hablamos de territorios, y si hablamos de territorios, hablamos de gente. Los que tengan menos recursos para hacer frente a esos cambios van a ser los que van a colapsar seguramente. Es parte de una situación global sumamente preocupante.

 

-Es difícil dimensionar una reserva como la de Vaca Muerta. Lo que puede significar, hasta dónde se llegó. Hay resistencia de los pueblos. ¿Hasta dónde puede llegar?

-Lo ideal sería hacernos la idea de que no la tenemos para pensar alternativas. Gran parte del gas de Vaca Muerta va para producir electricidad y podríamos producir electricidad con otras fuentes. Hay una mirada de la clase política muy fuerte sobre que este tipo de proyectos pueden salvarnos. Lo mismo que apareció hace 30 años cuando se descubrió el yacimiento Loma La Lata en Neuquén que era convencional y se pensó que iba a ser infinito y hoy ya casi está agotado y estamos igual o peor que antes. Posiblemente nos pase lo mismo con Vaca Muerta en un tiempo si seguimos avanzando. Hace falta no obturar las alternativas, hace falta hacer todas las cuentas bien hechas y pensar en alternativas productivas. Hay provincias que dependen de esto. Nosotros creemos que Vaca Muerta no es una alternativa de largo plazo, que hoy en día puede proveer algo de la energía que necesitamos, pero hay otra que se puede proveer de otra manera. Nos da la impresión de que en estas circunstancias tampoco puede ser sólo un salvataje exportador, por todos los costos que implica, los impactos.

 

-Si nos planteamos frente a las posibilidades, ¿cuál puede ser la proyección de una empresa como YPF Agro en el desarrollo de los agrocombustibles y si es estratégico ese tipo de combustibles (a base de soja, maíz, caña de azúcar) como alternativa?

-En una matriz deseable, futura, si me preguntás si los agrocombustibles van a estar ocupando algún lugar, te respondo que posiblemente sí. Ahora, no debemos discutir el tema de los agrocombustibles si no que el tema central es el transporte. Los agrocombustibles están pensados en función del transporte y nuestro sistema de transporte es absolutamente irracional a nivel local y global. De toda la energía de Argentina, más del 30 por ciento va para el transporte, es el sector que más consume. Y esto tiene que ver con un modelo totalmente loco en cuanto a lo modal -no tenemos trenes y todo viaja en camión-, pero también asociado al modelo productivo. La centralización, la destrucción de industrias locales, hace que las cosas circulen más, entonces tienen más kilómetros encima, tienen más transporte. Lo que hay que discutir primero no son las fuentes de energía para el transporte si no el transporte mismo. El desarrollo de industrias locales, frigoríficos locales, lácteas locales, etcétera, para que las cosas circulen menos es una vía y ése es el primer punto. Si no modificamos eso, no tenemos ni fósiles ni agrocombustibles que nos alcancen. Y hay que poner su producción en el plano de toma de decisión con todo lo que discutimos sobre soberanía alimentaria en general, está claro eso.

 

Foto: OPSur

-¿Cuál es la posibilidad real de la fabricación de gas con las excretas de los animales?

-Es totalmente posible. El futuro debería ser de menos consumo energético, más renovable y lo que no alcance, con un poquito de fósil. El biogás es totalmente posible de producir. En la provincia de Santa Fe hay un proyecto que se llama "Gasoducto Virtual". Entre varias cooperativas hicieron el análisis de cuánto vale hacer un gasoducto para que llegue el gas o hacer biogás a partir de relleno sanitario y producción pecuaria y envasarlo en garrafas de gas licuado. Esto es totalmente viable hoy y existe en muchos lugares del planeta. Se puede hacer comunitariamente, cooperativamente. Está la visión de que hay energías de primera y de segunda. Pero yo he visitado instalaciones de estas en Alemania de comunidades que producen su biogás cooperativo para todo el pueblo repartido por cañerías a partir de producción agropecuaria. Es posible con desarrollo local, con industria nacional.

 

-¿Es compatible con métodos de producción agroecológicos?

-Claramente. Depende de las magnitudes, de cuánto se haga. Los hay. En las experiencias de gestión comunitaria de energía de Latinoamérica que estuvimos estudiando, creo que había diez de biodigestores hechos por comunidades de 10 o 20 familias en Colombia, Guatemala, Ecuador, a partir de criaderos de gallinas, de chanchos, de 4 o 5 familias.

 

-¿Estamos a tiempo en Argentina para debatir la Soberanía Energética?

-Siempre hay tiempo. No creo que todo esté perdido, si bien estamos teniendo impactos mayores que van a ser más difíciles de revertir. Creo que estamos en un momento interesante porque han avanzado ciertas discusiones que no llegaron todavía plenamente a la energía, pero yo creo que van a llegar por distintos caminos. Creo que hay una mayor conciencia de la interrelación entre todas estas cuestiones. No son cosas aisladas, la agricultura, o la energía o la felicidad de la gente. Lo más importante me parece involucrar a las comunidades locales en este debate. En la medida que no se involucren, vamos a estar mucho más indefensos para pelear alternativas. No tenemos ninguna alternativa salvadora, seguramente el futuro va a ser mucho más complejo, mucho más interrelacionado, vamos a tener que depender de muchas más cosas desde el punto de vista energético. Pero no tenemos otra alternativa.

 

-¿Te referís a convivir con biogás, energía solar, distintas fuentes?

-Claro. Ahora es más fácil depender del petróleo y del gas si es barato y lo tenés disponible, llega por un caño y está. Total, ocultás lo que pasa donde se produce, o los impactos, o el clima y listo. Todas estas cuestiones van a ser más complejas y más difíciles. Pero no hay otra alternativa, estamos en una situación complicada por toda la devastación de los territorios y si queremos contemplar eso, hay que tomarlo como un todo.

 


“No va a haber menos minería si no bajamos la cantidad de materia y energía que usamos”


-¿Se puede hacer una transición energética con la menor minería posible? ¿Cómo es el vínculo minería-transición?

-Gigante. El tema asociado a renovables está muy asociado a cuestiones mineras. Si quiero hacer molinos de viento, necesito cobre para los motores. Y de cobre, quedan 50 o 60 años, además de los impactos que genera la minería del cobre. Por eso lo central no es la energía renovable si no reducir la cantidad de energía que utilizamos, por eso decíamos lo de las pautas de consumo, que esto está en manos de los sectores populares como única alternativa, porque lo central es cómo bajamos los materiales y la energía que usamos. No va a haber menos minería si no bajamos la cantidad de materia y energía que usamos. Y así y todo, si siguiera habiendo, nos vamos a encontrar muy rápidamente con límite por la crisis global.

 

Foto: Juan Pablo Barrientos

 

-La construcción de la represa en el Río Santa Cruz está en conflicto.

-Son represas grandes que tienen conflictos históricamente. Arrancaron, se frenaron, arrancaron y se frenaron. Las represas han traído problemas en muchos lugares, y en muchos casos no han cumplido tampoco con los objetivos planteados. Me da la sensación de que hay que avanzar en desconcentrar y en la generación distribuida desarrollada cooperativa es una manera de no pensar en grandes centrales eléctricas.

 

-Hay que pensar un mundo impensado.

-Si, pero viste cómo es, es como el dicho ese de "¿cómo te comés un elefante? Hay que comérselo de a poco". Hay alternativa. Hay que ver por dónde vamos cambiando, porque no va a ocurrir de un día para el otro. Desde lo local es lento, pero es la mejor alternativa porque es la que puede construir bases más sólidas para pensar en un cambio pensando que mucho tiene de cultural. Ese camino es el deseable.

 

-¿Y con las ciudades qué hacemos? ¿Volvemos al campo?

-Habría que bombardearlas prácticamente (risas). Habría que ponerle límites, debiéramos tener una política poblacional también. Es monstruoso el consumo de las ciudades. Se han debatido mucho esos temas este año. En el caso de Argentina tendríamos que tener unas políticas de reasentamiento, de producción y de vida distinto. Tenemos condiciones y posibilidades para eso. Tenemos el país vacío. Ahí las iniciativas vienen de las organizaciones sociales. Se está hablando de irse para producir de otra manera. Es un debate muy saludable que estaría bueno profundizarlo. Hay que ver cuánta fuerza se logra.

 Foto: Juan Pablo Barrientos

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25/04/2024