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Publicado por Javier

Paula Duró: “La pintura es una canalización, te llega lo que te llega”

Hace un año y medio, con la pandemia ya entre nosotros, la artista Paula Duró se mudó de Parque Chas a Parque Chas. Fue un corto pero profundo movimiento energético dentro de ese pequeño laberinto encantador de calles circulares con nombres de ciudades europeas. Sólo para trasladar las plantas hicieron falta siete viajes en una kangoo. Ahora en la casa todo está en orden. En el patio de adelante, los cactus se alzan como escaleras al cielo, adentro los cuadros, los altares, incluso los perros encuentran su forma de equilibrio: mientras uno me ladra sin parar, la otra, Aventura, me da besos en la cara.

 

Frente a una gran salamandra, en una mesa descansa un cuadro en proceso. Es un encargo hecho por una banda ecuatoriana/sueca llamada Hermanos Gutiérrez para su gira por México. Se los ve a ellos, los hermanos Rodríguez, como dos vaqueros de una película en un paisaje desértico, y en el medio una mujer huye a caballo con los pelos al viento y un pequeño instrumento de cuerdas. Hay balance entre las figuras y armonía con el paisaje. Incluso los materiales guardan una relación pareja: el fondo está hecho con acrílico, las caras con óleos. “Primero el agua y después el aceite. El óleo te permite generar gradientes en el material, cosas no tan duras. Todas las pieles suelen ser óleo, si quiero generar volumen uso óleo”, dice mientras le pone yuyos al mate.

 

De chica se pasaba horas dibujando, después, en rebeldía ante la recomendación familiar de buscar un oficio rentable, estudió Bellas Artes en el IUNA. Más tarde empezó a pasar visuales en las fiestas Zizek, de cumbia y electrónica, y ese fue el inicio de un camino por su propio universo. Pedro Canale -Chancha Via Circuito – vio su trabajo y le gustó particularmente una pintura de un flautista de cuyo instrumento sale un arcoíris, y la terminó usando como tapa para su disco Río Arriba. Pero el encuentro con el imaginario que la acompaña hasta hoy se había dado un poco antes, cuando en un centro cultural del centro porteño se topó con una muestra de pintores amazónicos peruanos, una estética de neón que la cautivó. “Cosas cumbieras, cosas de la selva”. Ella vivía en Don Orione, un barrio de monoblocks en Claypole, en el sur del conurbano, “un barrio marginal y con gente bastante chiflada”, según su propia descripción.

 

 

La estética de Don Orione, de la que ella se sentía parte, se asimilaba más a la de aquella muestra que a lo que estaba sucediendo en el arte argentino. Seres mitológicos de la selva, arte chamánico, aves poderosas del altiplano convocando a los espíritus de la tierra. “No sentía mucha afinidad con lo que estaba pasando en la escena del arte local. No hay muchas narrativas acá vinculadas con mi búsqueda, está todo más vinculado con un arte más conceptual, no hay nada que retome ese folklore, ese imaginario”, dice. A pesar de esa aparente soledad, Duró fue tejiendo sus redes de afinidad. Conoció al peruano Harry Chaves, que trabaja con cuentas como los pueblos del desierto de Sonora, se vinculó con artistas chilenos que abordan temáticas similares…Incluso Alejandro Sordi, su pareja, es parte de esa constelación.

 

A pesar de haber tenido muestras individuales en espacios como el Cultural San Martín y el Recoleta, dice que a nivel oficial y en el circuito de galerías locales le cuesta encontrar lugar para exponer sus cuadros. Pero a miles de kilómetros, en el momento de esta nota hay una exposición suya en una galería de Aspen, Colorado. En Estados Unidos, mágicamente a Paula se le está abriendo un mercado a partir de la portada del disco “Hasta el Cielo” que realizó para la banda Khruangbin. “Yo en realidad contacté primero por Instagram con los Kikagaku Moyo, una banda japonesa de noise que me pidió un afiche para una gira, y después Laura, la bajista de Khruangbin, me contactó. En general son bandas que venía escuchando y me gustan, y me retroalimentan el imaginario, las paletas de colores”, dice.

 


“Si quisiese encontrar un sentido escribiría o haría filosofía, pero pinto. Todo lo que no se puede nombrar está ahí, es un lenguaje universal.”


Los cuadros de Duró tienen un aura sacra y nombres como Estrella guía, El libro de los Cielos, Utopía o En el Corazón de la Galaxia, pero ella confiesa que el comienzo de sus procesos creativos surge de fuentes mucho más terrenales. “Es bizarro, es salir a comprar algo y ver la tele prendida en un bar y que algo capte tu atención, quizás es solo una panelista hablando que tiene un peinado que te lleva a la mitología griega. Arranco de algo muy aleatorio, que entra como de refilón, y después voy viendo, es como un juego”.

 

Claro que a pesar de esos disparadores azarosos sigue reconociendo una dimensión espiritual en el hecho artístico. “Hay una búsqueda, el proceso de la pintura o el dibujo no es algo racional, sino que es más una canalización, te llega lo que te llega. De repente empezás a conectar con una determinada cultura y con una estética… Es como componer música, es difícil explicar un significado, es más una condensación de algo”, dice.

 

-¿Después de terminar el cuadro, cuando lo mirás encontrás algún sentido?

-Si quisiese encontrar un sentido escribiría o haría filosofía, pero pinto. Todo lo que no se puede nombrar está ahí, es un lenguaje universal.

 

Esa canalización de la que habla, a veces, es favorecida por la utilización de instrumentos externos como las plantas sagradas, presentes en muchas de sus obras. En una de las paredes de su casa se ve un cuadro mediano claramente inspirado por la ayahuasca. Fue pintado de a dos, entre Duró y Sordi, a la mañana siguiente de una ceremonia, cuando las imágenes de la psicodelia persistían en la retina de la artista. “Yo lo vi en otra dimensión como por el rabillo del ojo y lo traía a esta y lo bocetaba. Veía eso en movimiento -describe-. La ayahuasca tiene espirales. Llegás a un lugar, vivís la experiencia, subís a otro… Por momentos sentís que te está exprimiendo y después te suelta y es un alivio… Si vas a laburar algo lo ves clarísimo, vomitás actitudes. Y es como una señora, una abuelita”.

 

La búsqueda de Duró en ese plano incluyó tomas de floripondio, San Pedro, hongos, pero últimamente siente que esa instancia está agotada. “Ahora ya alcanza con la presencia cotidiana para generarlo uno”.

 

 

Hace algo más de ocho años, una amiga invitó a Paula a abrir un taller en el Patio del Liceo. Fue un salto de fe que la hizo descubrir una nueva faceta.

 

-¿Cómo hacés para despertar la creatividad de alguien?

-Es como cuando eras chico y te sentabas a crear sin el ojo adulto que te diera el ok. Tenés que suspender la mirada crítica, yo siempre parto desde ahí. Después se va encontrando el disfrute.

 

-Imagino que la técnica también tiene su lugar.

-Si, está bueno que la persona encuentre su técnica a través de una guía bien sutil, a veces es cuestión de estar parada medio invisible pero atento a las necesidades de cada uno. A veces es cuestión de cambiarle los materiales para que se desestructure, darle crayones para que suelte la mano… Hay gente que necesita estructura y gente que necesita empezar a desestructurarse. Todos los que han pasado por el taller han quedado amigos míos.


 “Si no quiero pintar, ni pongo el lienzo. Me pongo a cuidar las plantas, a cocinar. No me va el flash del artista del flagelo de no saber qué hacer”


Con la irrupción de la pandemia, el taller La Fuerza pasó a formato virtual durante algunos meses, pero Duró enseguida se dio cuenta de que no era lo que buscaba. Las clases quedaron suspendidas hasta nuevo aviso. “Para mí es un acompañamiento, que el otro llegue, se abra y laburar juntos en un proceso en el que esté. Así que eso lo cerré y empecé a trabajar más con los dibujos, haciendo envíos”, comenta.

 

Hoy la artista paga su alquiler con la venta de sus obras o de los derechos para la producción de rompecabezas y otras cosas. Y parece disfrutarlo. El poster para Hermanos Rodríguez lo hizo en tres días pintando durante doce horas diarias. Después de esas jornadas la espalda y el cuello quedan rígidos y es hora de descansar, salir a caminar, tal vez hacer algo de yoga. “Casi siempre salgo con mis dos perras, habitualmente íbamos a caminar por Agronomía, pero hace ya un año y medio que está cerrado. Camino sin música, me gusta observar todo: caras, fachadas de casas, situaciones, árboles”.

 

Cuando termine el poster será hora de ponerse a trabajar en un oráculo de 55 cartas de botánica y astrología que le encargaron. El bloqueo no aparece como una opción posible. “Si no quiero pintar, ni pongo el lienzo. Igual siempre sale algo, algún pedido… Si no, me pongo a cuidar las plantas, a cocinar. No me va el flash del artista del flagelo de no saber qué hacer”, dice, y luego agrega: “Si de acá a veinte años encuentro la felicidad haciendo una huerta, no me importa, lo importante es cómo lo vivencia uno”.