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Publicado por Javier

El peronismo, Liniers, Nik y la actualidad de la historieta argentina, en los lentes del bloggero académico Amadeo Gandolfo

Texto: Josefina Blattmann / Ilustraciones: Pablo Vigo

 

Amadeo Gandolfo es amante del pop, Licenciado en Historia y Doctor en Ciencias Sociales. En 2003, mientras él empezaba a estudiar Historia en la Universidad de Tucumán, se inauguraba la era dorada de los blogs. Había muchos surgiendo en Argentina, Uruguay y otros países de Latinoamérica, y la mayoría hablaban de música y cine. Inspirado por Fuck You Tiger, el blog del uruguayo Gonzalo Curbelo, y Contra las cuerdas de Carolina Taffoni, decidió abrir su propio blog: Modern Life is Rubbish. Empezó escribiendo sobre cine, música e historietas.

A principios de 2007 se alió con dos amigos para armar un blog colectivo: El baile moderno. Con esfuerzo y dedicación lo mantuvieron hasta el 2016 y hoy se actualiza con los compilados anuales de música que publica Gandolfo a modo de autobiografía. Este entrenamiento y renombre que le dieron sus blogs lo llevó a escribir para medios muy diversos como Los Inrockuptibles, Revista Crisis, Comiqueando, Fierro y Haciendo Cine, y en 2017, junto a Pablo Turnes, fundó Revista Kamandi, una revista digital de crítica de historieta.

-¿Cómo comenzaste a escribir sobre historieta?
-Yo siempre escribí sobre cómics en los blogs pero ese era más un hobby de escritura. Igual fue una escuela. Yo nunca hice un taller de escritura, escribía en la facultad y en los blogs. Lo que sé de periodismo y crítica cultural lo aprendí escribiendo y publicando todos los días o muy seguido. Yo estudiaba Historia y necesitaba encontrar una manera de unir una profesión que me interesara con escribir sobre cosas que me gustaran. Y bueno, siempre me dediqué a la historieta. Cuando terminé de estudiar hice mi tesis de grado sobre cómics independientes y alternativos en Estados Unidos entre el 76 y el 94. Quería ver cómo surgía el campo del arte por el arte dentro de la historieta y usar la teoría de autor de cine aplicada a la historieta. Me fue muy bien porque contaba con la ventaja de que nadie sabía bien de qué estaba hablando. No la he vuelto a leer nunca más. Después decidí presentarme al Conicet. Hablé con un profesor y me dijo que estaba todo bien si quería seguir con la historieta pero que tenía que elegir un tema de Argentina. La verdad, me pareció bastante razonable. Ahí decidí trabajar sobre caricatura política y humor gráfico entre el 55 y el 76. Me presenté y gané y me vine a vivir a Buenos Aires. Con eso hice mi tesis de doctorado.

«La primera vez que yo compré un cómic y lo leí por mi cuenta fue amor a primera vista. A mí es el objeto artístico que más me apasiona y más me conmueve«

-¿De qué se trata?
-A mí me fascinaba ese periodo. Yo soy peronista y la historia del peronismo me fascina. Me parecía muy interesante tomar esa etapa como una totalidad y pensarla como un momento donde pasa de todo y donde las cosas se van yendo progresivamente a la mierda. El humor gráfico durante esos 20 años tan turbulentos era una producción serializada y fragmentaria necesariamente atada a la coyuntura. Ahí me comencé a preguntar qué pasaba con el peronismo, cómo se representaba a Perón, que variaciones había y ese tipo de cosas. Cuando comencé a hacer archivo me empecé a dar cuenta de que había muchísimas revistas publicadas y muy pocas cosas escritas sobre ellas. Era como reconstruir una historia que estaba totalmente perdida. Traté de averiguar cuánto le pagaban a esos tipos, cómo era la estructura editorial de revistas como Tía Vicenta y qué ideas políticas tenían los dibujantes. Yo notaba que en las declaraciones públicas de los dibujantes había cierta uniformidad en un discurso que decían que ellos no se embanderaban con ninguna causa ni ideología política. Ellos siempre decían -especialmente Landrú, que es el que tiene más perfeccionado este discurso- que eran artistas o trabajadores. Decían que dibujaban lo que les pedían y no reflexionaban mucho al respecto. Al hacer esta tesis me di cuenta de que no era tan así. A Landrú le financió Tía Vicenta un grupo de oficiales de Marina, Caloi hizo la tapa de un disco donde están los discursos de Perón para la juventud, Copi hizo la obra de teatro de Eva Perón. Entonces fui encontrando que había una cantidad de dibujantes que cubrían un espectro amplio dentro de las posiciones políticas posibles del momento, y lo que hice fue reconstruir su trayectoria y sus puntos de vista políticos. Era gente sociológicamente muy variada: productores culturales que al mismo tiempo eran personas políticas.

-¿Cómo fue que empezaste a leer historieta?
-Mi viejo siempre me leyó historieta. Me acuerdo de él leyéndome Asterix o Los pitufos, comprándome las revistas de Marvel y DC que salían en Argentina en los 90. La primera vez que yo compré un cómic y lo leí por mi cuenta fue amor a primera vista. A mí es el objeto artístico que más me apasiona y más me conmueve. Es como que nunca puedo tener suficiente. A veces me asusto porque pienso que quizás debería ser más plástico y debería poder escribir sobre sociología o cine, pero con la historieta puedo hablar de todo. Es una lucha. Uno siempre se siente medio solo hablando de historieta en la academia. Eso está cambiando igual.

-¿Cómo es la relación entre la academia y la historieta?
-Lo que pasa es que la academia nunca le dio mucha importancia a la historieta. Acá (Oscar) Masotta con La historieta en el mundo moderno hizo muchísimo. A mí me parece un genio. Es mi intelectual argentino de los años 60 preferido. Lo cual es muy específico, ya sé, pero bueno. Después apareció Jorge Rivera en los 80, que retomó el estudio de cómic pero desde la cultura de masas, y más tarde Andrés Accorsi. Yo creo que Accorsi cumple un rol muy importante en los 90. Su revista, la Comiqueando, tenía mucha data, crítica y hasta columnas escritas por los propios dibujantes. Era una enciclopedia. Por supuesto que tenía muchas cosas criticables, pero es más bien un medio y no un fin. De cualquier manera, creo que es un problema raro. Se trata de un problema de la academia mundial pero que en la academia argentina, al ser más insulares y tener menos recursos, se nota más. Digo que es raro porque la historieta es un medio de masas con la misma influencia que el cine y la misma capacidad de afectar a un montón de personas pero, a diferencia de los estudios sobre el cine, los estudios sobre historieta se demoraron años y años en surgir. Eso tiene que ver con que la historieta durante mucho tiempo fue considerada un objeto cultural poco prestigioso e, inclusive, nocivo y decadente.

-¿Creés que la academia le está prestando un poco más de atención a la historieta hoy en día?
-Yo veo que a nivel mundo hay mucha gente haciendo estudios sobre historieta y también están tomando a la historieta para hablar de otras cosas. La cruzan con los estudios queer, con estudios sobre discapacidad, estudios de vejez, de cine y más. El problema, que para mí es la fortaleza y la debilidad de los estudios de la historieta y de la historieta como objeto, es su condición mestiza. La historieta siempre está a medio camino de todo. No sabés si es una industria, un arte o un lenguaje. Tiene de todo un poco. Es todas esas cosas al mismo tiempo y no es ninguna por completo. Creo que eso es buenísimo porque se vuelve un objeto incómodo. Ninguna de las categorías para analizar el arte encaja perfectamente con la historieta, ninguna de las categorías para analizar al cine encaja perfectamente con la historieta, ninguna de las categorías para analizar el periodismo encaja perfectamente con la historieta. Es un objeto que funciona en la fuga, en la excepción, funciona todo el tiempo yéndose para otro lado. Eso es buenisimo porque nunca se agota todo lo que podés hacer con la historieta pero al mismo tiempo hace que su clasificación dentro de las ciencias, a las que siempre les encanta la clasificación, sea elusiva. Por eso hay carreras de crítico de cine o hay carreras de estudios sobre cine pero no hay carreras de estudios sobre historieta.

«La historieta durante mucho tiempo fue considerada un objeto cultural poco prestigioso e, inclusive, nocivo y decadente»

-¿Cómo definirías “historieta”?
-Yo detesto las definiciones de qué es una historieta. Me parece un debate sin sentido. Hay como cuatro definiciones y ninguna cubre todo y todas dejan cosas afuera entonces no tiene mucho sentido. Para mí es más una cuestión de si se lee como historieta es una historieta. No importa si tiene globo o no tiene globo. Hay obras de arte que pueden ser historietas.

-¿Cómo surgió Revista Kamandi?
-Yo conocí a Pablo Turnes en 2009. Él me escribió porque leía El baile moderno. Al año siguiente en el primer Viñetas serias, el congreso de historieta, estaba Pablo como organizador y yo estaba por presentar un trabajo. Ahí nos conocimos en persona. Un par de años más tarde me escribe y me dice “che armemos algo, una revista, algo”. Yo estaba con muchas cosas, intentamos armar un blog y no funcionó. Nos hicimos amigos, organizamos el Viñetas Serias de 2014 y en 2016 surgió la revista. Empezamos a pensar que queríamos una revista que tuviera buena crítica y fuera seria. Queríamos que tuviera estilo y, al mismo tiempo, idea. Ni solo periodismo, ni solo reseñismo, ni solo textos académicos. Buscábamos un balance. Nuestra influencia fuerte siempre fue The Comic Journal, una revista de crítica de historieta de Estados Unidos.

-¿Hay un lado positivo de que la historieta argentina sea un nicho?
-Es buenísimo malísimo. Somos una gran familia. Nos conocemos todos con todos. Es como que tiene esa cosa de generar un sentido de comunidad. No sé cómo será en otras escenas pero acá en algún punto la gente sabe que está haciendo todo esto porque hay que hacerlo. Quizás en algún momento llega alguna recompensa monetaria o en materia de reputación, pero en principio estamos todos en un mismo barco yendo hacia no sabemos dónde y estamos haciendo muchas cosas. Eso genera un montón de producción, un montón de ferias, festivales, publicaciones. Pero nos cruzamos todos con todos y a veces le terminamos vendiendo un producto a los mismos productores. Hay audiencia igual, siento que hay gente que vos ves que no produce e igual le presta atención a la historieta. Siempre igual muchos terminan entrando a la historieta, copándose y pensando “por qué no armo un fanzine, por qué no armo un podcast o doy un taller”. Eso también está bueno porque te involucra de otra manera. Pero hay un techo, hay un mercado que no termina de crecer. Hay excepciones tipo Liniers, Tute o mismo Nik, aunque lo odiamos todos.

«Quizás en algún momento llega alguna recompensa monetaria o en materia de reputación, pero en principio estamos todos en un mismo barco yendo hacia no sabemos dónde y estamos haciendo muchas cosas»

-¿Qué pensás de Liniers?
-Tengo mis reservas. Me gustaba mucho lo que hacía en un momento. Fue muy importante para mí sobre todo Bonjour y los primeros años de Macanudo. Pero hoy en día me parece más comercial y no le presto mucha atención. También me parece que no está del todo buena esa ideología naive, blanca y pura que dice que todos somos buenos y apoyamos a todas las cosas importantes. No sé qué tanta diferencia hay hoy entre un Liniers un Guille Pachelo o un Milo Lockett. A veces se vuelve como un sello, una marca. Creo que es un tipo que hizo un montón de cosas muy valiosas pero siento que a veces está en un lugar cómodo.

-¿Cuál es la diferencia entre hacer 12 Macanudos y 10 años de Mafalda?
-Yo no leo Macanudo hace mucho tiempo. En algún momento quería hacer ese ejercicio. Todo el mundo lo quiere a Liniers. Al principio había un absurdo en sus tiras que no era tan infantil ni inocente, era un poco más dark. Después se volvió medio buenudo. La diferencia, creo yo, es que los personajes de Mafalda, en algún punto, fueron evolucionando. Era un mundo cerrado que fue cambiando con la incorporación de personajes y creo que esta incorporación produjo una cierta diversidad. Lo que pasó con Quino es que se vio atrapado por ese mundo que no podía crecer más y creo que él se dio cuenta de que había ciertos temas que no podía tocar con Mafalda. Pienso que si Mafalda seguía, probablemente había que empezar a hablar de política, de diferencias sociales y de opinión. Esos temas están ahí latentes, salen de vez en cuando pero siempre vuelve a la lógica infantil. Detrás de los personajes está la estructura de clases argentina. Si uno ve las grandes viñetas que hizo Quino después de Mafalda, puede notar mucho enojo. En los últimos años, igual, se volvieron muy “celebremos la paz”, “abajo la guerra”, “la pobreza es mala”. Todas cosas que sí, ok, lo sé, pero, ¿qué más podés decir sobre esto? El tema del historietista bienpensante termina siendo un problema. Envejecen peor que los historietistas más polémicos que producen cosas que generan una urticaria, que te producen algo que no te gusta. En cambio, un historietista bienpensante solo refuerza el lugar común. Hay algo que termina siendo un callejón sin salida. También tiene que ver con la vejez y con hacer lo mismo durante 40 años. Le pasa a los músicos, a los cineastas, a los literatos. Es como que hay un punto en que la repetición se agota. Igual creo que Liniers tiene la potencialidad para hacer una gran novela gráfica. Me parece que debería exigirse un poco más, ponerse en situaciones incómodas y tocar temas incómodos.

-¿Qué pensás de las antologías de historieta?
-Estoy en desacuerdo con el concepto de antología. Es una cosa muerta que no tiene sentido en el siglo XXI. A menos que sea algo muy bien curado, una antología formato libro, de un solo ejemplar, como lo que hizo José Sainz y Alejandro Bigegaray con Informe y El volcán. Son discutibles, obvio, pero son muy buenas, tienen un criterio editorial. Una cosa como la Fierro a veces parece un último manotazo de ahogado de algo que ya no existe más. Las revistas de antología estaban pensadas para otro tipo de lector, uno sin Internet que coleccionaba revistas y estaba dispuesto a consumir una historia en fetas. Esto ya no existe. Internet y los libros lo arruinaron. ¿Para qué voy a esperar 8 meses para tener una historia si sale el libro y lo compro todo junto? El problema también es cómo financiar ese libro, claro. Casi que no existe la industria editorial que te pague un adelanto y nunca vas a vender 10.000 ejemplares.

«Me parece que no está del todo buena esa ideología naive, blanca y pura que dice que todos somos buenos y apoyamos a todas las cosas importantes. No sé qué tanta diferencia hay hoy entre un Liniers, un Guille Pachelo o un Milo Lockett»

-¿Preferís comprar historietas o leerlas en formato digital?
-Compro muchas revistas, compro muchos libros, me parece importante bancar a la escena pero lo que leo de norteamérica, manga o cómic europeo, me lo bajo y, eventualmente, me pido el libro. Leo en la compu, leo en la tablet. Me mantengo al día sin gastar tanto. La historieta es cara. Si aquí hubiera un Netflix de historieta en pesos argentinos, yo pagaría la suscripción. Igual no voy a dejar de comprar libros. Mientras el precio sea razonable yo te lo compro.

-¿Creés que la historieta debería renunciar a su masividad para acercarse más al arte?
-Creo que la historieta no puede renunciar a ser un arte ni puede renunciar a ser reproducible. No estamos hablando de un cuadro, estamos hablando de algo que tiene que ser seriado. Ya somos nicho, ¿por qué querríamos llevar a la historieta para el mundo del arte? ¿Para que sea más y más y más nicho? No digo que la historieta no sea un arte, soy un gran defensor de eso pero si se usa para enriquecer la obra. Ya somos muy pocos y necesitás compartir la obra. Hay algunos proyectos boutique con precios altísimos que no entiendo muy bien a dónde apuntan. Yo soy muy evangelizador de eso de prestar y compartir cómics. La cuestión de la distribución hace que la historieta sea algo social.

-¿Qué pensás de las redes sociales en la historieta? ¿Qué efecto te parece que tuvieron?
-Para mí las redes sociales amplifican los quilombos. Muchas veces me fastidia que fortalezcan al ghetto. Si hay algo que me cae mal de la historieta, un artista que no me encanta, una decisión de un editor que no comparto o una convención que no me gusta, hago un posteo en Facebook enojado y me siento a esperar que lleguen comentarios. La exacerbación de la histeria para no llegar a ningún tipo de conclusión me molesta. Me parece bien que se discutan las cosas, sería hipócrita de mi parte decir que prefiero que de tales cosas no se hable, pero lo que siento es que las redes sociales no son una buena herramienta para construir, en general. Siento que las construcciones van por afuera. Antes parecía positiva la idea de democratizar la opinión, ahora creo que hemos generado un efecto de ruido continuo.

-¿Pero no te parece que hubo cosas buenas que surgieron gracias a las redes? ¿Historietas Reales, por ejemplo?
-Historietas Reales era un blog y era diferente porque los blogs están pensados para ser productores de contenido. Las redes sociales son productoras de contenido también pero creo que todavía no descubrimos qué le está haciendo a nuestras mentes la inmediatez de la discusión. Igual sí, las redes generan otro fenómeno que para mí puede ser positivo que es la construcción de las marcas de las personas. A veces, también, es muy negativo. Pero mientras esté asociado al talento hay mucho potencial. Pasa con los historietistas. El gato moncholo, que es una historieta memética, Juan Vegetal, Paula Sosa Holt, son artistas que tienen muchos seguidores, que se han construido y han podido llegar a una audiencia muy grande a través de las redes. Además, tienen mucha habilidad para manejarlas. También hay instancias en que las redes permiten la colaboración. Lo que hace Santiago Kahn, editor de Maten al mensajero, con el censo de historieta, está buenísimo. Para mí, hoy hay todo un grupo de jóvenes tipo Jo Murúa, Iván Riskin, El Waibe, que son hipsters de la historieta y han construido una comunidad a través de las redes. Han podido generar una cosa identitaria de su generación. Es interesante ver cómo los millennials se ven reflejados en el uso de las redes que tienen estos artistas. Hay generaciones más grandes que las usan mucho más para el chusmerío, peleas e internas. Pasa también algo que está bueno que es la posibilidad de que los pibes y pibas que se están iniciando en la historieta pueden estar muy cerca de la gente que admiran.

«La historieta argentina está pasando por uno de sus mejores momentos. No sé si hubo otro momento con tanta diversidad ni tanta gente trabajando en formatos tan diversos»

-En síntesis, ¿cómo ves a la historieta argentina hoy?
-La historieta argentina está pasando por uno de sus mejores momentos. No sé si hubo otro momento con tanta diversidad ni tanta gente trabajando en formatos tan diversos. El problema es un poco cómo sostenés esto en el tiempo. Editoriales como Hotel de las ideas, Wai comics, Loco rabia, Maten al mensajero, sí tienen un objetivo claro. Quieren hacer algo accesible para el público que no pierda el carácter masivo de la historieta y también sea lindo. Hacen libros que no son caros, que llegan a más gente. Especialmente Hotel de las ideas y Maten al mensajero logran romper bastante con el nicho de la historieta.

-¿Cuál creés que es el camino que debería seguir la historieta argentina?
-Yo creo que el camino de la historieta argentina es la internacionalización. No podemos seguir pensando que hacemos historieta solo para el mercado argentino. La idea es que los historietistas argentinos publiquen en Francia, publiquen en Estados Unidos, publiquen en España. Todas las industrias están interrelacionadas. El historietista que acá publica su novela gráfica probablemente viva de colorear para Estados Unidos o hacer un álbum para Francia o ilustrar para revistas digitales. La historieta nacional argentina ya no existe ni va a volver a existir.

-¿Pensás que se está pasando la nostalgia por la historieta de los 70 y 80?
-Creo que el grupo de jóvenes historietistas pasó un poco la nostalgia. Mismo los tipos que vivieron los 90 no tienen tanta nostalgia. Ellos vieron cómo se destruía la industria y, en general, no tuvieron la experiencia de ir todas las semanas a una redacción a entregar hojas. Me parece muy bien que se pase un poco esa nostalgia. Obviamente siempre va a haber islas dentro de los fanáticos de la historieta que van a estar esperando que vuelva algo. Siempre va a haber mucho llanto en el medio, mucho enojo y mucha violencia simbólica. Pero creo que finalmente en unas generaciones, la gente que crezca consumiendo esta historieta va a tener una visión totalmente diferente. Cuanta más gente más diversa haya adentro, mejor. Esto va a hacer que la historieta tenga que lidiar con la diversidad y no encerrarse en sus propias verdades.