Texto: Facundo Baños / Fotos: Rocío Ruete
Pedro Rosemblat tiene 27 y está metiendo un caudal de laburo que es prácticamente impensable para un pibe de su edad. No porque alguien de 27 no quiera trabajar tanto, sino porque no es habitual que las oportunidades se presenten tan de golpe y se amontonen así. Es una situación un poco caótica pero definitivamente dichosa, y curiosamente contrastante con la realidad que describe cada vez que se pone el traje de alguno de sus personajes, o cada vez que se enciende el cartel de “aire” en la radio y puede expresar las cosas que siente. Respalda con carisma su presente laboral y también con honestidad, y con esa virtud importante que es no creerse gran cosa.
Un buen uso de las redes y un espíritu creativo posiblemente no alcancen, pero son virtudes que reclama esta época. Pedro dispara esas armas y le agrega humor y contenido político. Está complacido de formar parte de una generación que recuperó la inspiración en la política como un factor transformador. Todo lo que hace, dice, tiene que ver con eso.
– ¿Cómo era tu vida cuando armaste el fanpage del Pibe Trosko? – El Pibe Trosko surge después de un 24 de marzo, era 2012, habíamos ido a la plaza con unos compañeros y ahí estaban como siempre todas las expresiones políticas, marchando. Todos cantábamos contra la dictadura y los milicos menos la izquierda que, en ese momento, estaba muy empecinada con el “Proyecto X”, que era un armado de espionaje que ellos denunciaban que estaba liderado por Nilda Garré y Sergio Berni. Entonces se la pasaron cantándoles a ellos: Nilda, recordemos, militante montonera, detenida y torturada. En ese momento yo era muy twittero, muy fan de Twitter, pero siempre desde mi cuenta personal. Tenía seguidores como cualquiera, nada de otro mundo. Esa noche levanté la cuenta y pegó al toque. Estudié Derecho en la UBA hasta el año pasado, pero ahí no hay presencia de la izquierda prácticamente, muy poquita.
– ¿Por qué Derecho? – En realidad, nunca me lo cuestioné. Cuando era chico decía siempre que iba a ser abogado. Cuando crecí un poquito me empezó a interesar la política. Mi vieja no es universitaria, es vestuarista, y mi viejo es director de teatro, así que no iba por ahí la cosa. En paralelo a eso, cuando terminé el secundario empecé a participar en una asociación civil que todavía existe y ahora mutó en un portal, que es Política Argentina, que arrancó siendo una ONG que venía a fomentar el debate político entre la juventud. Pero viste que a los 18 años uno tiene que decidir qué va a hacer el resto de su vida, y es bastante difícil eso, ¿no? Ahí pensé que era Derecho. La carrera siempre me gustó, de hecho, si la tuviera que volver a elegir, probablemente lo haría. Después, bueno, empecé a encontrar en el humor y en los medios una oportunidad. Lo que me costaba era abandonar, no la tranquilidad, pero sí la apuesta segura de la carrera tradicional, y dar ese paso de decir “voy a dedicarme al humor”. En esa forma de proyectar sí puede ser que haya algo de la familia, o algún mandato más social. Lo que sí me decían mis viejos es que tenía que estudiar. Pero es complicado sostener el ritmo del laburo y el estudio. Me quedé en la mitad de la carrera, más o menos, pero ya está.
– ¿Antes del Pibe Trosko ya te armabas esa clase de textos más extensos, o todo se reducía a los 140 caracteres? – No, antes no. Yo diría que fue ahí, porque el Pibe Trosko se pasa a Facebook y se me abre esa posibilidad de extenderme. De chico siempre me gustó escribir cuentos, relatos, micro relatos, ponele, ese tipo de cosas, pero no lo había vinculado con las redes sociales. Cuando murió Néstor hice pública una carta que había escrito y esa fue la primera vez que tomé dimensión de la viralidad, de algo que llega a oídos de personas que no formaban parte de mi entorno. La segunda experiencia ya fue con el Pibe Trosko. Me explotó. En una semana ya tenía más seguidores que yo, que le venía metiendo a Twitter desde el mundial de Sudáfrica, que fue cuando lo tomé como una práctica habitual. Pero el Pibe Trosko fue trosko dos meses, después ya era cualquier cosa que a mí me sirviera para putear a la oposición. Además, yo nunca tuve mucho contacto con ese mundo de la izquierda: lo mío era más prejuicio e intuición. Y en ese momento la gama de la izquierda creía que el Pibe Trosko era el otro, y lo tomaba como objeto de burla: los del PO decían que era del PTS, los del PTS decían que era del MST, y así. Se iban pasando la pelota. Pero siempre fue con buena onda. Ahora me cruzo con Myriam Bregman en C5N y tengo la mejor, y ella sabe que yo hacía ese personaje. Creo que Del Caño también sabe y alguna vez nos vimos en Del Plata, y también tenemos buena onda.
“Las personas más influyentes de la radio y la tv no entienden las redes, ninguno es un buen twittero, no te van a tirar ninguna cosa picante. Tinelli en Twitter parece un adolescente”
– ¿Y qué fuiste descubriendo con las viralizaciones? – Mirá, ahora El Cadete ya lo pasó al Pibe Trosko, en cantidad de seguidores, pero esos 150 mil de 2012 representaban mucho más, porque todavía era algo novedoso. Fue de las primeras páginas que tuvo ese nivel de repercusión. Ahí empecé a tantear hasta dónde podía llegar con el humor, porque yo decía más o menos lo mismo que en mi perfil personal, pero, ¿qué pasaba? Como lo hacía en clave humorística, había mucha gente que no era kirchnerista y me bancaba, porque pensaba que el Pibe Trosko tampoco pertenecía al kirchnerismo.
Después, lo que fue pasando es que me hinché las bolas del anonimato y esa cosa del mundito chiquito: la chicanita corta e intrascendente. El anonimato te da rienda libre para expresar un cinismo que es un poco vicioso y que puede volverse medio choto: esa cosa de reírte de todos, ¿viste? Ahora leo el Pibe Trosko y no me causa gracia. En su momento me divertí haciéndolo. Lo hice mientras me divirtió y cuando dejó de divertirme y empecé a sentirlo como “bueno, a ver qué digo sobre esto”, listo. ¡No tenés que decir nada, boludo! Armaste una página de Facebook, no hace falta que te pronuncies sobre el memorándum con Irán, no le cambiás la aguja a nadie. Duró, fuerte, un año, o un año y medio. Después, en 2015, entre las generales y el ballotage, metí tres posteos que fueron manotazos de ahogado: ese mes hice cualquier cosa, me disfracé de Zamba y salí a volar por donde pude. Y en la desesperación cayó el Pibe Trosko también, pero no alcanzó.
– ¿Te abrió puertas? – Sí, me surgieron propuestas de laburo. Es algo que está muy presente: el arribo a los medios de los que venimos del mundo de las redes sociales. A mí me gusta tratar de pegarle con las dos piernas: seguir a la mañana en Radio 10 y manejar ese perfil más tradicional, de una AM que le habla a un público grande, no solo en amplitud sino también en la edad de los oyentes, y sostener también mi costado millennial, que tiene más que ver con mi pertenencia. Igual yo me siento un trabajador de los medios. Pasa que las personas más influyentes de la radio y la tv no entienden las redes, ninguno es un buen twittero, no te van a tirar ninguna cosa picante. Tinelli en Twitter parece un adolescente. Rial, por ahí, es el único que le caza la onda, pero no es lo común. El propio Navarro, digamos, no maneja ese lenguaje. La otra cara de la moneda son esos pibes que, de repente, te hablan de cosas que por fuera de la red social no existen.
– ¿Qué pensás del FIT, en términos políticos? – Lo que yo pienso es que el peronismo es el movimiento nacional de la clase trabajadora, y que nunca va a amoldar sus objetivos políticos a las pretensiones de la izquierda. Lo lógico sería que fuese a la inversa: que la izquierda asuma su lugar que es más minoritario y trate de construir desde ahí. Pero, bueno, es una discusión eterna y ellos entienden que nosotros somos parte del problema y no de la solución. Incluso somos peor, porque le generamos a la clase obrera un bienestar que en realidad es ficticio y posterga la revolución. Qué sé yo, a mí me gustaría que hubiera un acercamiento, de hecho, en este último año y medio, la izquierda estuvo presente en todas las marchas que fui. Creo que son compañeros del campo nacional, pero ellos lo interpretan de otra manera. Son divergencias políticas: no creo que sean el enemigo, como tampoco creo que sus planteos formen parte de la discusión real sobre el rumbo que puede tomar la Argentina. El FIT no representa una amenaza para el establishment político y económico. Es una realidad.
– ¿Te gusta el debate mano a mano? – Me gusta, pero depende también con quién. Por lo general los militantes de izquierda siempre están bien formados y tienen alguna posición de la que uno puede sacar algo en limpio. No creo que haya que desestimar la opinión de nadie de entrada, por cómo piensa, incluso hay muchos macristas que en sus argumentos seguramente tendrán algo de razón, y uno los puede escuchar. Me interesa más discutir con los sectores del peronismo que se sienten alejados de la conducción de Cristina, porque hoy la cosa pasa por ahí. Seguro que hubo errores en la construcción política que hizo Cristina, ahora, yo no veo otro dirigente que haya armado mejor que ella: todos la señalan pero nadie es capaz de disputar su liderazgo. Hay que tener espalda para querer jubilarla. Lo intentaron y no les dio el cuero, esto es así. Yo apelo a que los compañeros que no la quieren no se nublen y puedan ver que es la única chance que tenemos de ganarle a Macri.
– ¿Qué creés que puede pasar si Cristina o alguien de su riñón llegara a Casa Rosada en 2019? – Creo que puede ser muy problemático. Pero el problema ahí es que estamos poniendo el carro por delante del caballo, porque para hacer ese análisis primero necesitamos tener una expresión que sea superadora del kirchnerismo. Cuando surja y lo dispute veremos cómo sigue la cosa, pero mientras tanto no nos podemos jubilar nosotros mismos. Es cierto que mucha gente difícilmente aceptaría que le vuelvan a pasar la película del kirchnerismo, pero a la vez a nadie le gusta no poder llegar a fin de mes y nadie puede sentirse feliz con la heladera vacía.
“La izquierda entiende que nosotros somos parte del problema y no de la solución. Incluso somos peor, porque le generamos a la clase obrera un bienestar que en realidad es ficticio y posterga la revolución”
Todo eso también es un límite que debería provocar enojos, y ahí hay una discusión que tenemos que dar: no discutir personas, ser capaces de trascender a los dirigentes y empezar a hablar de política, de proyectos de país. Si a mí me preguntan, yo entiendo que hay dos: uno es muy claro, el de ellos, y el otro es el nuestro y es mucho más difuso. 2015 me sirvió para desconfiar de mi análisis y de mis capacidades predictivas, y para saber que la realidad política argentina es mucho más compleja de lo que uno supone. A mí Massa no me gusta, pero considero que el Frente Renovador tiene expresiones que son necesarias para ganarle a Macri, y eso no hay que desestimarlo. No tenemos que caer en el caceroleo inverso de que somos nosotros y que todos los demás son gorilas, porque hay gorilas pero no son mayoría. Hay que militar, hablar y persuadir para tratar de encontrarle una solución a esto que cuanto más se demore más lo vamos a padecer todos.
– ¿Te molesta que se te encasille? – No, no le escapo a eso. Creo que la búsqueda de “yo no soy nada” se está muriendo un poco. A mí no me interesa. Si te fijás en las referencias del humor político en Argentina, que para mí son Tato y Pinti, es difícil encasillarlos, porque en esa época primaba un discurso anti política: ellos hacían cuarenta puntos de rating y puteaban a todos. Ahora ni siquiera Tinelli tiene cuarenta puntos de rating. La comunicación está tendiendo a una cosa más de nicho, y yo sé que tengo un techo bajo, pero no me lo marca el kirchnerismo sino la política. Yo le hablo al kirchnerismo: los que me van a ver al teatro son todos kirchneristas, y el 70 u 80 por ciento de los que me ven en la tele son kirchneristas. En algún momento quizá quiera dar ese salto y poder hablarle a una diversidad de gente mayor, pero siempre desde mi lugar porque creo que el humor político tiene sentido cuando uno se para desde un lugar determinado, y no esta cosa medio cínica de reírse de todo y de todos. No me interesa esa objetividad y tampoco me sale. Si mañana llego al canal y la producción me dice que El Cadete tiene que ser anti kirchnerista, qué sé yo, ¿hacer chistes sobre Lázaro Báez? No me va.
– ¿Escribís tus libretos? – Sí. Tengo dos amigos que me dan una mano: Nicolás y Soledad. Con ellos me siento a discutir la línea política para trabajar el contenido. Después, el chiste lo armo yo. No escribimos de a tres sino que me ayudan a esto, a que el humor no prevalezca por sobre la política. No tengo tan desarrollada mi comicidad porque pongo el foco en seguir formándome políticamente más que en el humor, si bien lo otro también lo trato de hacer, mirando a algunos referentes e incorporando cosas. Pero lo importante es el contenido. No me interesa consagrarme como humorista, me interesa poder expresar lo que pienso con estos elementos. Y que me escuche la mayor cantidad de gente posible: esa también es una búsqueda.
– ¿Pero sos comunicador, humorista, militante? – Mirá, el lugar del humorista me gusta. Me gusta hacer reír, no tengo dudas de eso. La risa tiene una potencia bárbara y más en un momento como este: eso también lo estoy descubriendo ahora, sobre la marcha. Militante sin duda. Primero que todo soy un militante, y lo que hago es en función de eso. No imposto nada porque no soy un actor. Yo soy uno de los que mira el programa de Navarro, solo que ahora también me paro un poco del otro lado. Es medio bufonesco lo que hago: el bufón tiene esa cosa de que formaba parte de los cortesanos del rey y trataba de hacer reír mientras contaba la realidad. El humorista me gusta, pero creo que todavía me queda grande, y el payaso está relacionado con una cosa más gestual que yo no tengo desarrollada porque tampoco me siento cómodo con la expresividad corporal. Lo mío es más la parla.
– ¿Y qué es lo que más te gusta de todo lo que estás haciendo? – El teatro. Quizá sea por lo novedoso, porque tengo menos de un año haciendo funciones, pero esa presencia del público es poderosa: escuchar las risas ahí, tener el remate en la punta de la lengua y saber que cuando lo tire van a soltar la carcajada, y elegir ese momento para tirarlo, y que la suelten. Es buenísimo. Por ahí cuando salgo en la tele me ve medio millón de personas, pero en el estudio somos cinco. Soy muy feliz arriba del escenario, me fui dando cuenta de eso. La primera vez fue en un junio, o julio, del año pasado, en una fiesta que se llama “Canta Perón”, que organizan unos amigos míos: esa noche hice El Cadete en vivo. Y la primera función de teatro fue en diciembre, en la sala Caras y Caretas, con Martín Rechimuzzi. Ahora ya lo estoy haciendo más periódicamente: estuvimos hace poco en el Teatro Roma, en el Liceo, y se siguen agotando las entradas, así que vamos a seguir. Y ahí sí te puedo decir que vengo de una familia de teatro, porque mi viejo es director y fui muchísimo al teatro cuando era chico, pero muchísimo. Mis viejos ya estaban separados y yo pasaba con él los fines de semana, y para que fuese un momento de goce me llevaba a mí y a todos mis amiguitos del colegio a ver alguna obra. Es un militante del teatro, y tengo muchísimo encima. Evidentemente hay algo ahí que quedó.
En esa carta que escribió cuando murió Néstor Kirchner, Pedro hablaba de su viejo que llevaba varios años viviendo en España, porque en un momento se había tenido que ir de acá, por mucho que lo había intentado. En esa carta, él contaba algo que estaba sintiendo, y era que su papá pronto podría regresar, a esta, que seguía siendo su casa. Pedro escribió que hay un pueblo que tiene fe y que está lleno de pibes que dan la vida por un sueño. “Aunque no me lo diga, él y yo sabemos que es posible, porque Argentina ahora camina y le está abriendo las puertas otra vez”. Un parrafito más abajo, casi sobre el final de ese relato que le salió del pecho y que se hizo viral en las redes, lo definía a Néstor de la mejor manera, dando por hecho algo que en realidad no había pasado aún: “Fue el que hizo posible que mi viejo vuelva”.
– ¿Cómo empezaste en radio? – Fue más o menos la misma época de Pibe Trosko. Como hobbie, con amigos y por Internet. La radio se llamaba Cíclope. Con Iván Schargrodsky ya éramos amigos desde antes y algunas veces él escuchaba el programa, y un día le mostró un par de cosas a Mengolini. En 2014 empecé a laburar en Radio Nacional. Hacía algunos personajes y le metía humor al programa, y algunos de esos personajes todavía los sigo teniendo. Siempre haciendo prevalecer el contenido sobre la comicidad, por eso que te decía, que yo no tengo una base actoral y la realidad es que tampoco soy un tipo tan jocoso. El Cadete sí me sale natural, porque ahí no estoy impostando un personaje: El Cadete soy yo con dos tonos más arriba, pero soy yo. Cuando tenga que desarrollar un personaje que sea totalmente ajeno a mí, no sé cómo me las voy a rebuscar. Por ahora es esto.
– El fin de la metáfora, el programa que conduce Iván Schargrodsky, cultiva una escucha respetuosa y el trato igualitario con todos sus entrevistados. ¿Cómo lo ves a él, como amigo y compañero de equipo? – Hay una cosa que valoro mucho y que me parece que es una virtud de nuestra generación: gran parte de los periodistas o analistas políticos que nosotros mirábamos cuando éramos chicos desprecian la política, y cuando uno desprecia la política, o cuando se parte de la base de que el periodista es más vivo que el político que está entrevistando, difícilmente se pueda hacer un análisis político lúcido. Iván ama a los políticos: le fascina la política y entiende que mientras ellos deciden los destinos de la patria, los periodistas preguntan.
– Esa templanza que tiene, como entrevistador, es una buena receta a la hora de desarmar un poco el discurso de Cambiemos, que a veces parece infranqueable – Es la misma templanza que después le recriminan muchos compañeros: “¡Cómo no lo saltaste a matar!”. Iván tiene en claro eso, que él no saca a nadie al aire para matarlo sino para escuchar lo que tiene para decir. Yo lo admiro, es el mejor analista político de mi generación. Si hay un quilombo en el Banco Central va a hacer todo lo posible para hablar con Sturzenegger y saber qué está pasando. Tiene hambre de información. A veces cae en el tirapostismo, porque forma parte de una camada de periodistas jóvenes que tiene un lenguaje no tan solemne, pero la diferencia es que él lo respalda con data de primera mano y no toca de oído.
“Si mañana llego al canal y la producción me dice que El Cadete tiene que ser anti kirchnerista, qué sé yo, ¿hacer chistes sobre Lázaro Báez? No me va”
– En el programa que conducís en Futurock sos vos hablando de lo que tenés ganas de hablar y diciendo las cosas a tu manera – Y no hablo con políticos. Hago chistes sobre una interna entre Marcos Peña y Monzó y no me interesa confirmar si es cierto. Eso es lo que tiene de bueno el humor, que si te mandás alguna la fe de erratas es permanente: “Era un chiiiste”. Y en esto de querer manejar los dos perfiles, Futurock me da una libertad que en un medio tradicional no tenés: yo no puedo decir en Radio 10 “que se vayan todos a la puta que los parió”, porque sí. Ojo, le busco la vuelta y a veces lo termino diciendo con mis personajes, pero Futurock me da la libertad de decir “acá estoy yo”. No es El Cadete.
– ¿Cómo se puede defender el pueblo laburante, si recibe tantos palos? – Me parece que muchas veces se buscan anticuerpos en los propios medios de comunicación, y ahí hay un problema que todavía no supimos resolver. Es decir, cuando alguien se identifica con un periodista, se está desnudando una falencia de la política, porque eso es algo que no tendría por qué pasar. Y veo que pasa con Navarro, pasa con Víctor Hugo: mucha gente que te dice que se siente representada por Cristina, ¡y por Navarro! Es un problema, porque el periodismo no te va a salvar, no les corresponde a los periodistas sacarnos de esta. Entonces, me parece que la mejor manera de combatir estos discursos es con más organización: política, sindical o de la que fuera. El tema de los medios es muy difícil, y la lucha que dio el kirchnerismo agotó a la gente. Me acuerdo que me pasé todo el 2012 volanteando el 7D, debo haber repartido no menos de dos mil volantes, y llegó el 7D y no pasó nada. Entonces el discurso pierde fuerza, se desacredita. Pero la realidad es que los medios juegan muy fuerte, son determinantes, y hoy son el bastón que tiene este gobierno: eso no hay que perderlo de vista nunca. Así como digo eso, también digo que los anticuerpos tienen que estar en otro lado, más allá de una estrategia comunicacional. Lo estoy leyendo a Durán Barba, que piensa lo contrario, y el tipo nos ganó; entonces también hay una búsqueda de cierto balance entre la organización política tradicional y estas nuevas herramientas que son determinantes a la hora de llegar a ciertos sectores de la sociedad.
– ¿Verías con buenos ojos que haya un Durán Barba en el kirchnerismo? – Sí. Lo que no vería con buenos ojos es que se convierta en una de las personas más influyentes del movimiento. Los tenemos, pero son malísimos: no la ven ni cuadrada. Mirá, el libro arranca diciendo: “Los políticos modernos no saben cómo enfrentar la realidad y los líderes posmodernos no saben qué hacer con la política”. Ojo, ni siquiera estoy citando a Durán Barba, es el prólogo que escribió Fontevecchia. Creo que obviamente hay que adaptarse a estos nuevos modos. Ellos son mucho mejores que nosotros hablándole a esos entornos no políticos, pero mucho mejores, ¿por qué? Bueno, en principio porque los programas que te definen una elección, no son el de Navarro ni el de Leuco, sino el de Mariana Fabbiani, el de Fantino y el de Del Moro, y responden todos al sentido común de ellos. Lo nuestro es difícil de contar y se nos hace cuesta arriba, porque tenemos el desafío de hablar de un proyecto de país y por lo general eso no cabe en el tiempo de la televisión, entonces terminamos siempre con que Macri es chorro, y los Panamá Papers, y eso lo único que hace es desprestigiar la política. Nosotros no somos anti macristas por los mecanismos financieros que usan para mover su plata: sinceramente no me interesa si la tiene en Panamá o en Suiza. No pasa por ahí.
“Los programas que te definen una elección, no son el de Navarro ni el de Leuco, sino el de Mariana Fabbiani, el de Fantino y el de Del Moro, y responden todos al sentido común de ellos”
– ¿Y por dónde creés que pasa? – Por la política. Tenemos que insistir para que las discusiones se den en un marco político y no personal, ni ético ni estético. Ahí también ellos la tienen más fácil porque no representan la política, sino que vienen medio por afuera y a romper con la lógica de ese discurso. Entonces, cómo hacemos para que la gente entienda que el gran problema que tenemos no son los políticos sino estos hijos de puta que son dueños de los recursos y que no necesitaron valerse del Estado para vaciar el país. Bueno, ahora están adentro, es como el kiosco atendido por sus propios dueños, algo novedoso.
El problema que tienen es que no manejan la dimensión política como sí lo hacía Menem, que tenía un proyecto económico similar pero que hablaba de otra manera y que tenía un gabinete de políticos. Cambiemos tiene a Monzó, Pinedo, Rodríguez Larreta, pero el círculo íntimo del presidente, Marcos Peña, Quintana, Lopetegui, son CEOs, es otro palo, y toman decisiones desde una lógica empresarial. No alcanzan a ver el nivel de deterioro que generan sus medidas y eso quedó claro con la Expo Joven: cualquier gobierno con dimensión política puede leer que en un contexto de recesión económica y de pérdida de empleo no hay que organizar ese evento, porque estás regalando la foto de 200 mil chicos que no tienen trabajo. Ellos la hacen igual y van ahí, y se ríen, se sacan fotos, Macri les dice a los pibes que se los llevaría a todos en el bolsillo. Un disparate. No lo quiero desestimar a Macri porque gobernó durante ocho años la ciudad más rica del país y tiene una perseverancia que hay que reconocerla. El tipo no sabía ni hablar y se mandó, y ahí está, nadie daba dos mangos por él y nos tapó la boca a todos. El kirchnerismo le pudo haber pifiado en su estrategia comunicacional, pero el principal problema que tuvimos tiene que ver con temas políticos: qué intereses quisimos tocar y cuánta fuerza teníamos para dar esas batallas. Algunas las dimos bien y nos fortalecieron. Otras no: la Ley de Medios salió al revés porque finalmente Clarín tiene más poder del que tenía antes. La batalla que dimos en la Justicia la perdimos de entrada, y lo mismo pasó con los servicios. En los últimos dos años me parece que tiramos piñas para todos lados y nos costó. Lo de Cambiemos es fácil porque ellos vinieron a bajar los costos laborales de Argentina. Va a costar volver a flote, porque recuperar el poder adquisitivo es mucho más difícil que perderlo.
– ¿Cómo te ves más adelante? – De acá hasta 2019 voy a seguir haciendo esto: tratar de expresar desde la risa lo que pienso políticamente, sabiendo que hay mucha gente que piensa igual que yo. El objetivo principal del laburo que hago es político. Después, si Cristina gana, cambiará, porque hacer humor desde el oficialismo es distinto. Me gustaría seguir haciendo carrera en el humor, me gustaría seguir haciendo teatro, disfruto de la radio. Hay mucha gente que la está pasando mal, porque no les alcanza la guita o porque se enojan con este gobierno, y por ahí encuentran en El Cadete un momento de distensión. No es menor, algo pasa con eso. Hago un teatro y 500 personas ponen plata de su bolsillo porque tienen ganas de ir a ver la obra. Por eso te digo, si me putean en las redes sociales está todo bien, porque yo sé que después me agarra una viejita y me dice “gracias, tengo 90 y vos me hacés reír”, y ya está. Es la otra cara de la indignación, que es la materia prima con la que trabajan ellos: algo te indigna o no te indigna. En mi caso, como trabajo con el humor, es eso, o te hago reír o no te hago reír, y nada más.