Texto: Juliana Quintana / Fotos: Paula Villamil
Pocos conocen su nombre real y en el buscador de Internet no aparecen demasiados resultados con sus imágenes. Mantener su figura en el anonimato le había resultado fácil hasta que sus novelas gráficas la llevaron al escenario público. Por más que lo intente, Powerpaola no puede pasar desapercibida. Es que su voz tibia, su acento colombiano, el gris de su cabello, su argolla en la nariz, los pantalones turquesa y una sonrisa avasalladora hacen voltear algunas cabezas.
Ecuador, Colombia, Francia, Sidney, Argentina, El Salvador, Colombia y Argentina. La palabra “extranjera” estuvo muy presente en la vida de Powerpaola. Virus tropical (2014) fue su primer libro y data de sus recuerdos de infancia en Colombia y Ecuador. Más tarde publicó QP (Éramos nosotros), bajo el sello de Liniers, Editorial Común, que es un registro de los ocho años de vida en pareja con Q. Comenzó con una versión digital y luego se trasladó al papel. Con una mezcla de sencillez y vergüenza, la artista plástica dialogó con Almagro Revista en un café de Scalabrini Ortíz y Paraguay.
-¿Cómo encontraste tu voz en los cómics?
-Yo siempre me sentí muy insatisfecha con mi trabajo porque yo quería dibujar y pintar mucho mejor, como que lo que yo me imaginaba nunca era lo que yo veía pero hay como una pulsión de no parar. De darle, darle, darle y buscarlo hasta que me di cuenta. Así como lo que uno es. A mí me encantaría ser otra persona, mucho más buena gente, sin granos en la cara… pero no soy esa otra, como que llega un momento en el que decís bueno, yo dibujo así. Voy a tratar de hacer lo mejor que pueda pero así soy. Llega un punto de la vida en el que tengo que aceptar mis limitaciones, que esto de alguna manera termina siendo tu estilo. Pero yo no estaba buscando un estilo, yo estaba buscando algo mucho más realista. También me doy cuenta que lo que me atrae a mí tiene que ver con lo precario, tiene que ver con artistas que no son artistas sino que tienen una necesidad de expresarse, como la gente que está en los psiquiátricos y no para de dibujar. Gente indígena o campesinos que pintan para sobrevivir y que pintan de una manera tan genuina y no están pensando cómo ser parte de una galería y del mundo del arte.
-Claro, como un camino de auto-aceptación ¿De esa manera fue que se originó tu seudónimo Powerpaola?
-Fue cuando vivía en Francia. Yo tenía un novio francés a quien había conocido en Colombia. Recién había llegado a París y no conocía a nadie, no tenía amigos, ni siquiera hablaba francés. Un día me invitó a su fiesta de cumpleaños y fui. Me acuerdo que estaba lleno de gente, él era DJ esa noche y fue ahí que lo vi besarse con otra chica. Entonces me fui de allí, mi intención era volver a la residencia artística -donde estaba viviendo- pero me perdí, tomé el metro que no era, un desastre. Estaba sola, llorando, en el subte. Y se me sienta al lado un africano y me pregunta cómo me llamo. Yo con mi francés pedorro le dije: “Paola”. Y me dice: “¿Power?” Y yo: “No, je m’appelle Paola”. Y él insistía con Power. Cogí el tiquete del subte y le puse “Paola” y él escribió “Power”. Entonces pensé: esto es una señal. Al otro día escribí Powerpaola en la mochila que me regaló la señora que cuidaba, la pinté, desconecté el teléfono para no volver a contestarle a mi ex, me compré unos patines. Dije, voy a hacer mi vida, estoy en París, voy a tener mis amigos, voy a estudiar francés, voy a tener la vida que yo quiero tener. ¡Qué delicia no tener novio! Como, mucho mejor. Me cambié el drama en el que estaba y empecé a verlo como algo positivo. Creo que me inventé una Paola mucho más valiente. Tengo esta posibilidad con el dibujo de hacer lo que me dé la gana.
“Lo que me atrae tiene que ver con lo precario, con artistas que no son artistas sino que tienen una necesidad de expresarse”.
-¿Cómo comenzó tu relación con el cómic?
-Fue muy tarde, porque de niña solo leía Calvin y Hobbes, Snoopy, Condorito, los típicos. Pero cuando realmente empecé a leer cómics me atrajeron, sobre todo, las mujeres. Cuando leía una revista que se llamaba Twisted Sisters (de Aline Kominsky y Diane Noomin), todas estas mujeres contaban su vida en detalle y sin miedo, y para mí fue como una revelación.
Es como que mi trabajo siempre fue autobiográfico, desde que empecé a estudiar artes. A mí me encantaba Frida Kahlo porque contaba su vida, sus sufrimientos, todos los artistas que me han interesado han hecho que su vida sea su obra. Uno siempre ha leído a los hombres porque “las obras son de los hombres”, pero cuando empecé a ver que hay otra voz, otra forma de decir las cosas y de pensamiento y otra forma de narrar me sentí completamente atraída. Así fue como decidí que quería hacer esto. Fue alrededor del 2005 cuando fui a Francia.
-¿Cómo manejás tu vida pública y privada y hasta qué punto considerás que está bien compartir parte de tu vida íntima?
-Es un tema porque a veces se me va la lengua. En la historieta no tengo ningún problema porque para mí es otra cosa ya, es un dibujo, no es mi vida. Yo me edito y narro lo que quiero narrar, le subo el volumen a lo que le quiero subir, le bajo el volumen a lo que no quiero decir, hago una edición. Para mí es cien por ciento narración de mi vida pero porque es así como lo veo, al final es ficción. Hay una historieta en QP en la que él escribió sus textos, y ahí se escucha la voz de él. Q vivió seguramente otra relación. Yo lo describí como una persona más silenciosa, pero para su modo de ver, él dice un montón. Entonces, ahí está la realidad que uno se arma a sí mismo. Eso no me cuestiona para nada pero en las entrevistas o cuando hablo en público sí porque yo no tengo ganas de hablar de mi vida. Hay una parte que es inevitable porque es mi trabajo, está basado en mi vida, ¿cómo no voy a hablar de ella?, pero termino diciendo un montón de cosas que no tienen ninguna importancia. Lo importante, en realidad, es el trabajo que hay detrás de todo esto.
-Es que uno siente que ya te conoce cuando lee tus cómics.
-Claro, pero imagínate que hoy no estuviera buena onda, tengo mala cara, acabo de pelear con mi novio, cualquier cosa y vos te hacés otra idea de mí. Es demasiada presión mostrarse copada. Es un buen ejercicio separar a veces al arte del artista. Woody Allen es un pedófilo pero me encantan sus películas.
“Escribí Powerpaola en la mochila, desconecté el teléfono para no volver a contestarle el teléfono a mi ex y me compré unos patines”.
-¿Cómo hacés para que la gente no se entrometa en tu vida privada?
-Me parece que es un tema el que me estás planteando, porque hay cosas que me gustan que sean privadas, que no tengo ganas de compartirlas y al mismo tiempo me gusta compartir mucho con la gente, me encanta tener amigos, y también cuando va pasando el tiempo y tu trabajo se va volviendo más visible -y vos también- pues se te acerca mucha gente. Yo tengo a mis amigas que las conozco desde hace muchísimos años y con las que comparto mi vida íntima pero con la nueva gente capaz que no tengo ganas de compartir tanto porque es demasiada exposición, está bueno guardarse un poco. Estaba justo haciendo una tira sobre Maliki, que es una historietista chilena que tiene un podcast, y ella parece que cuenta todo sin pelos en la lengua. ¿Cómo hacés con tu privacidad? Me parece que es algo que hay que saber manejar porque te podés drenar demasiado y quedás un poco vacía. Y a lo mejor esta es una Paola que yo narré y que es también del pasado, a lo mejor yo ya no soy esa persona. Cuando uno narra el pasado uno lo vuelve como historia, con principio y final, la vida no es así. No tiene ni principio ni final.
En el ’77 a la mamá de Powerpaola le comenzó a crecer la panza. “Esto debe ser un virus tropical”, le dijo su médico. No podía estar embarazada porque hacía un año que se había ligado las trompas para no tener más hijos. “Es mal de altura”, “está asustada por estar en un país extraño”, “está poseída por haberse casado con un ex sacerdote”, “vaya donde un brujo que eso es mal de ojo”, fueron algunas de las hipótesis y recomendaciones de los médicos a los que consultó durante la gestación de Paola. Fue con todo ese acopio que ella elaboró su primer libro, que para fin de año ya tendrá su versión animada.
“A mí me encantaba Frida Kahlo porque contaba su vida, sus sufrimientos, todos los artistas que me han interesado han hecho que su vida sea su obra”.
-En Virus Tropical contás un poco los extraños diagnósticos de los médicos tras el embarazo de tu madre. ¿Crees que Ecuador conserva algo de la cultura mística de la época precolonial?
-Yo creo que toda Latinoamérica, porque creo que es algo ancestral. Cuando llegaron los españoles no lo tenían tan claro pero los indígenas conocen mucho las plantas. Tienen una sabiduría que para nosotros es fantástica y que ya creemos como si fuera real.
A mí me gusta creer en todo, me parece más interesante porque si no la vida me parece súper aburrida. Si no hay una cosa subterránea y medio mística que nos una, me parece súper vacía. Todavía hay muchas culturas indígenas vivas que desde hace años conocen cómo curar un montón de cosas. De hecho, vienen los ingleses, gringos y alemanes a estudiarlas. Hay médicos que todavía no han encontrado esas maneras de curar y los indígenas ya lo saben hacer mezclando plantas. Es muy triste que en lugar de haber aprendido de ellos destruyeran todo ese conocimiento.
-Por lo que relatás en tus biografías ilustradas, vos y tu familia se caracterizan por vivir de manera independiente. ¿A qué creés que se debe esto?
-Vengo de un patrón de familias de generaciones y generaciones nómade. Por mucho tiempo me pareció extraño porque me comparaba con las demás familias que estaban alrededor mío, que se quedaban, que se veían todos los domingos y pensaba que eso era lo normal. Con los años me he dado cuenta que no hay una cosa normal, hay muchas maneras y abrí toda esa posibilidad a distintas formas de estar unidos como familia y como clan. Por ejemplo, hablando de los indígenas o tribus indígenas hay un montón que se han pasado del nomadismo. A lo mejor vengo de ahí. Como una cosa mucho más independiente y móvil en donde uno sabe que cuenta con el otro pero el otro tiene su vida y su independencia.
-Esto de viajar de un lado al otro y de habitar un poquito en todas partes, ¿te hizo sentir más habitante o más extranjera?
-Toda mi vida tuve este estigma de extranjera porque nací en Quito. En Colombia hablaba como ecuatoriana, entonces ya era extranjera y los primeros años de mi vida sufría. Como que yo quería ser ecuatoriana igual que todas mis amigas y cuando llegué a Colombia no entendía sus dibujitos animados, su humor, su forma de pensar, no lo entendía. Colombia siempre ha visto Ecuador con malos ojos, entonces mi acento ecuatoriano siempre generó burla. “Ay, ¿en Ecuador nunca has visto televisión?”, “¿En Ecuador no hay odontólogos?”. Creo que ese shock fue el más duro, pero ahora lo disfruto. Me encanta no ser de ningún lugar, que nadie me ponga ninguna etiqueta de nada, sentir que no soy de ningún lugar. Yo cuando me preguntan digo que soy colombo-ecuatoriana porque la gente necesita saber de dónde es uno pero yo no siento esos límites. Sí me siento latinoamericana y eso no me lo quita nadie, pero odio que me identifiquen, “la punk, la celosa, la loca…”, la nada. Soy todo y nada a la vez.
-En lo que se refiere al arte, ¿te gusta la compañía o preferís una vida más solitaria?
-Me gusta el balance. Disfruto muchísimo de estar sola, lo necesito, me hace muy bien pero al mismo tiempo necesito estar en comunidad, compartir con otras personas. Me gusta mucho hacer colectivos y trabajar en conjunto con mujeres porque me parece que ahí pasan las cosas. No me creo mucho el cuento del artista individual porque me parece que se pueden hacer cosas más grandes cuando uno trabaja en equipo. Es muy interesante estar solo en la cueva para poder experimentar, pero necesito el grupo. Uno no puede estar solo en el mundo.
-¿Qué crees que te aportó la carrera de artes plásticas?
-Antes de estudiar artes plásticas yo hice una carrera que se llamaba Expresión Artística en la que nosotros éramos conejillos de indias, éramos los primeros. Y fue súper interesante porque el primer semestre era sobre teatro pero veíamos la música, las artes plásticas, la literatura en el teatro. Después era plástico: el cine, las plásticas, la música en las plásticas.
“Me parece que la privacidad es algo que hay que saber manejar porque te podés drenar demasiado y quedás un poco vacía”.
Y eso como que yo siento que me mostró cómo todo está interrelacionado en el mundo. Luego estudié artes plásticas en una escuela que era mucho más de oficio donde aprendías las técnicas y yo creo que eso me da la libertad de usar ciertos materiales, de cómo los materiales hablan con la historia. Me parece que para poder ser historietista, y sobre todo si querés narrar de tu vida, a todos nos pasa lo mismo. No somos tan diferentes, las situaciones de pronto cambian un poquito pero todos atravesamos las mismas cosas y esto nos permite darle cierta particularidad. Usar determinados materiales, conceptos, ayudan a que la historia algo le pase de distinto. Yo creo que las artes plásticas me ayudaron en eso.
-Además de estudiar Artes Plásticas, muchos años fuiste pintora e incluso tuviste un taller en Medellín donde pintabas en gran formato. ¿Cómo pasaste de la pintura al dibujo?
-Cuando me gano esta residencia en Francia seguí pintando pero llegó un momento donde me sentí muy cómoda, como que era una repetición y no lo estaba disfrutando tanto y cada vez dibujaba más pero en mis libretas. Me iba a lugares en París y dibujaba todo lo que veía, todo lo que escuchaba. Ahí fue cuando hice mi primera exposición individual y la galerista me dijo: “Las pinturas no me interesan tanto, me interesan tus libretas”, y fue como el camino. Con los años me di cuenta que vivir como artista no era tan fácil, siempre tenía que tener un trabajo al lado como ser mesera, ser niñera, cuidar a alguna anciana. Yo quería seguir experimentando más con el dibujo y la pintura con el formato de la libreta, hacer más libros de artista, pero ser artista me costaba mucho porque tenía que trabajar en otras cosas para sobrevivir. Y poco a poco me fueron pidiendo algún dibujo para una revista y empecé a darme cuenta que era una forma de sobrevivir con el oficio. Con los años he ido aprendiendo que me hace descubrir mundos diferentes, también me he vuelto más lectora porque por ejemplo, si ilustras y te hablan de una infección tienes que leer sobre eso, cosas que jamás se te hubiera ocurrido pintar. Eso me ha abierto mucho la posibilidad de dibujar y pintar diferente pero mi interés fue siempre tener una obra más personal y no trabajar para otros, esa siempre ha sido como mi idea.
A la hora de revelar sus influencias en el dibujo Powerpaola es generosa con los nombres: Julie Doucet, Aline Kominsky, Debbie Drechsler, Ulli Lust, Johanna Hellgren. Fue imitando a ellas que forjó un camino en la historieta. Después se hizo fuerte uniéndose con sus pares. Junto a la holandesa Anna Bas Backer creó el colectivo Chicks on comics, al que se fueron sumando mujeres historietistas de Europa y Latinoamérica como Sole Otero, Clara Lagos, Delius y Caro Chinaski.
-Las mujeres que pasaron por tu vida también, según lo que contás en tus cómics, fueron personas empoderadas desde jóvenes.
-Sí, estudié en un colegio de mujeres toda mi infancia. Además, mi familia está llena de mujeres, tengo muchas amigas mujeres y siempre me han atraído las mujeres que tienen conversaciones profundas y no giran en torno a los hombres. Tenemos otros intereses y tal vez siempre me rodeé de mujeres así. Las mujeres siempre me han parecido interesantes y siempre lo que yo veo en la televisión, en los libros es un tipo de mujer. Pero, ¡si existen miles de millones de mujeres y de maneras de ser!, no es de una manera. No todas pensamos igual ni nos gusta lo mismo. ¡Qué delicia que todas seamos distintas!
-¿Cómo ves este empoderamiento en la Argentina?
-Yo creo que he aprendido mucho de las mujeres argentinas, en general, porque acá las mujeres son muy frontales, tienen mucho carácter. Nosotros en Colombia no podemos decir que no. Allá hay una idea de mujer tierna, linda, sumisa, copada todo el tiempo. Acá si quieren ser mala onda lo son y sin ningún miedo, eso me parece genial. Allá lo disfrazamos de un montón de cosas para poder decir sí o no. Tiene que ser todo adornado para poder decir lo que uno piensa y eso lo he aprendido acá. Es súper valioso que uno pueda tener argumentos. Y yo siento que he aprendido a hablar y a decir las cosas.
“He aprendido mucho de las mujeres argentinas, en general, porque acá las mujeres son muy frontales, tienen mucho carácter. Si quieren ser mala onda lo son y sin ningún miedo, eso me parece genial”.
-¿Viviste al machismo en la industria del cómic, de manera personal?
-No, por suerte nunca lo he vivido de manera personal, siempre ha sido un machismo muy sofisticado que no estaba muy claro si era o no violento. Lo que sí, siempre hay esta cosa de la condescendencia. Si sos mujer no saben si llenarte de flores o invisibilizarte, no saben cómo tratarte y nunca te van a tratar como un igual. Y yo no lo había sentido tan así. Argentina tiene altos números de femicidios pero lo que pasa en México y en Colombia es como una locura.
Donde hay armas, drogas, trata, todas estas cosas que mantienen la economía del mundo, sobre todo estos países donde está como el centro de esa mezcolanza pasan cosas horribles.
-Puesto que viviste en distintos países de Latinoamérica, ¿notaste un machismo diferente en los países?
-Me parece que en todas está muy presente, de diferentes maneras. Yo creo que me hice la boluda durante mucho tiempo, también naturalicé que las cosas eran un poco así, pero siempre he sentido que puedo hacer lo que me dé la gana. Con los años me fui dando golpes y entendí que esto no es tan obvio. Porque siempre hay comentarios: vos que estás sola y salís sola o tu trabajo, cómo te muestras a ti y a tu cuerpo. Yo nunca he tenido ningún problema con dibujarme desnuda, ni me importa no tener las curvas de cierta manera. Nunca me lo cuestioné, pero como la vida me lo fue devolviendo, había una mirada que yo nunca había hecho parte. Empecé a recapitular justo haciendo una historieta para lo de la residencia artística en Recoleta. Hice una historieta de todos esos momentos en los que era tan obvio el machismo y yo como viviendo en otro planeta. Todavía hay una mirada muy masculina.