Texto: Facundo Baños / Fotos: Guille Llamos
Nacho Levy llega al bar del Cabildo y trae una idea rondándole en la cabeza. Pide prestada una birome y escribe que los docentes en la calle están construyendo su proeza. Camina sin pausa el trazo sobre la servilleta y lo que pasa alrededor no importa porque lo que importa es la causa.
Su prosa quema y el papel se consume pronto. Pero él no se apura porque no le cabe esa de que el tiempo vuela. El suyo va por tierra detrás de la media sonrisa de su nena que se quedó dormida en el cochecito y a la par de la caravana renga que se arma en su barriada.
400 mil personas leerán el día siguiente en Facebook lo que Nacho garabatea en la servilleta. La dobla con cuidado y la guarda en el bolsillo, y ahí nomás se larga a hablar de las movilizaciones que están poniendo en hora el reloj de la calle y le vuelven a sacar brillo.
– ¿Qué mirada tenés sobre todo esto que se está poniendo en juego estas semanas?
– La mejor manera de hacer foco en la realidad política es mirando lo que pasa en la calle. La realidad que muestran los medios de comunicación se puede tergiversar con dinero y la información se inventa u oculta según convenga. A la calle es más difícil hackearla y me parece que lo que está pasando este mes lo pone de manifiesto. En general, nos hemos acostumbrado a que nos envuelvan en discusiones chiquitas. Desde La Poderosa acompañamos, en su momento, movilizaciones de la CTA, y la discusión en los medios era si Boudou había puesto las patas en la fuente. Ahora resulta que salimos 200 mil trabajadores de la economía popular y del movimiento obrero organizado y el tema es si ahí no había dirigentes sindicales espurios: ¡ahí había 200 mil laburantes! Nosotros decimos que hubo un tiempo de perversa bonanza en la villa, porque con algunos parches lograron apagar los incendios que generan desde las instituciones. Al mismo tiempo que condonan deudas multimillonarias y juegan para las mineras, hipotecando el futuro del país, hacen una placita en el barrio y suben las raciones del comedor, como si eso fuera una buena noticia. Y creemos que ese tiempo de perversa bonanza se acabó, porque está a la vista que hay un conjunto de políticas económicas que expresa esa transferencia grotesca, violenta e insostenible de recursos que vuelve a castigar a los sectores históricamente castigados. Los trabajadores han dicho basta. Es muy claro el mensaje.
«Si entendiste esto de la alienación, ¡no te enojés con los alienados! Lo que tenés que hacer es construir una alternativa organizativa, estratégica, comunicacional, política y económica que pueda subvertir las condiciones en las que nos enterraron»
– ¿En la calle asoma finalmente todo aquello que los medios funcionales al poder pretenden que no ocurre?
– Sigue habiendo un esfuerzo desmedido, casi conmovedor, por relativizar las consecuencias directas que tienen algunas de las medidas que se vienen tomando. Creo que el termómetro no está en la televisión, no está en Twitter, no está en Facebook. El termómetro está en la calle, en los barrios y en la unidad del campo popular. El gobierno nos trajo un montón de malas noticias pero también una buena, que es este escenario donde nos estamos volviendo a encontrar los que nos tendríamos que haber encontrado hace mucho tiempo.
– La unidad se fortalece en los momentos duros y se disuelve apenas pasa la tormenta. ¿Es un aprendizaje utópico?
– Duele, y nos obliga a todos los que militamos, desde el espacio que sea, a poner las cartas sobre la mesa. Lo tenemos que hacer por nuestros compañeros jóvenes, por nuestros compañeros viejos y por los que perdimos. Si esos errores nos cuestan muertes, represión y la leche de los comedores, entonces ya no es una mística atractiva o una épica simpática. Es demasiado. Es un punto al que no habría que haber llegado y al que, organizados, no podemos permitir que nos vuelvan a llevar. Y en eso estamos. Estamos viendo que todos estos años de organización de la base hoy nos permiten ser un bloque fuerte de cara a una minoría que tendrá mucho dinero, pero que no tiene más poder que nosotros.
– Siempre tuve la percepción de que la experiencia de La Poderosa toma muchos elementos del zapatismo.
– El zapatismo ha iluminado un montón de otras experiencias territoriales a lo largo y ancho de la región porque expresa, como máxima de la autonomía de los pueblos, una propuesta territorial concreta y una desembocadura ahora también en términos electorales, fruto de una coyuntura. Pero, sobre todo, es una enseñanza enorme y un símbolo, desde cada texto de Marcos, para encuadrar hasta la historia de cada uno de esos compañeros que se organizaron en un colectivo que construyó desde el anonimato una mística para enseñar y aprender, un modelo que nosotros tomamos y una experiencia que nos sigue enriqueciendo, aunque nos quede tan lejos en un montón de sentidos.
– ¿Qué es La Poderosa hoy?
– Es un movimiento de base, una articulación de asambleas que nació hace 14 años en Zavaleta pero que se expandió a distintas villas de Buenos Aires, y después de todo el país. Hoy, estamos articulando con asambleas de otros países de la región: Cuba, Bolivia, Paraguay, Uruguay y también México, en Colonia Guadalupe, que es un barrio popular de Guadalajara donde los chicos solamente comen jamón durante el día del niño. Cuando nosotros hablamos de la Patria Grande u opinamos de las experiencias populares de México, Cuba o Argentina no nos apoyamos en una propuesta filosófica ni en una alternativa conceptual, ¡es la realidad que vivimos todos los días! Zavaleta no es un barrio que apueste a la integración latinoamericana porque crea en el mandato de Bolívar y Martí, es un barrio conformado por vecinos de todos esos países y de todas esas culturas. En Zavaleta la integración latinoamericana es el desayuno: al lado de mi casa tienen a Evo Morales pintado en la puerta y desayunan unas empanadas así de grandes, con papa y carne cuando hay; al lado, sopa con arroz; en la otra, chipa; y más allá, tostadas con manteca. De ese vergel están hechos todos nuestros barrios, que se parecen más entre sí que a sus propias capitales. Zavaleta se parece mucho más a Colonia Guadalupe que al microcentro de Buenos Aires, que está a diez minutos de bondi pero tiene gas natural.
– Uno de esos elementos que los vincula con el zapatismo es la estrategia de no dar nombres propios y refugiarse en el colectivo, como un modo de resistencia
– Eso fue importante para nosotros porque nos permitió desandar el camino que hemos hecho. Establecimos como condición original que todos los referentes de la organización éramos anónimos frente a los medios de comunicación. Creíamos que, de esa manera, la participación de compañeros que venían del campo intelectual, académico, universidades, y que lo hacían con solidaridad y compromiso, no obturaría el crecimiento de los dirigentes del barrio. Pero, sobre todo, nos parecía que era una estrategia colectiva para que no pudieran individualizarnos los que después nos iban a demonizar de manera muy sencilla, con el fuego mediático que tienen. Pasó infinidad de veces que movimientos legítimos de nuestros barrios, una vez reducidos a una figura personal, quedaron sujetos a la valoración que hicieran de esa figura los que, seguramente, se iban a ver afectados por los intereses de ese movimiento colectivo. Por eso, como nuestra idea es afectar sus intereses, nos parecía una buena estrategia que no nos pudieran identificar de otra forma que no fuera a través del colectivo.
La Garganta Poderosa es la metástasis de todos los medios de comunicación que se venden al mejor postor y luego reflejan las ambiciones y los temores de tipos que tienen más guita de la que una familia trabajadora podría juntar durante toda su vida. “Zavaleta no es un barrio que apueste a la integración latinoamericana porque crea en el mandato de Bolívar y Martí. En Zavaleta la integración latinoamericana es el desayuno”, decía Levy. Sus palabras son el espejo de las ambiciones y los temores de los que viven a la vera del Estado y luchan sin paz contra la estigmatización gratuita de la tv y contra las balas baratas de las fuerzas de seguridad.
– ¿Cómo se ha construido esa relación entre La Poderosa y los medios de comunicación?
– Siempre dijimos que, mientras no fueran villeros los guionistas del circo mediático, a nosotros no nos interesaba ser actores de ese circo. Es cierto que el crecimiento de la organización nos fue llevando a otro nivel de exposición: nosotros venimos asumiendo una posición intransigente en relación a la represión estatal y a los abusos policiales en los barrios, con este gobierno, con el anterior y con los que vendrán, y eso nos sometió a instancias jodidas y a amenazas de toda clase. Hace poco torturaron a dos compañeros nuestros que tienen 15 y 18 años, a la orilla del Riachuelo y con prácticas que las pueden encontrar en el Nunca Más. Durante los primeros diez años de La Poderosa, nunca estuvimos en televisión y no aceptamos que nos presentaran en los medios con nombre propio, pero en un momento nos dimos cuenta de que no podíamos seguir esperando migajas de los mismos que nos estaban demonizando y entonces parimos la Cooperativa de Comunicación: necesitábamos empezar a constituir entidades del barrio, voces propias, y para eso nuestros comunicadores tenían que firmar y presentarse como periodistas. Se dio, también, que con el vendaval de situaciones de violencia institucional que estábamos sufriendo, decidimos que había determinados espacios que teníamos que tomar y que había determinadas discusiones que teníamos que dar, asumiendo ese riesgo de que pudieran reducir nuestro movimiento y pensando entre todos de qué forma seguir protegiéndonos.
«Creo que el termómetro no está en la televisión, no está en Twitter, no está en Facebook. El termómetro está en la calle, en los barrios y en la unidad del campo popular»
– Cuando aparece La Garganta, ¿hay una estrategia definida de meter la cuña en los sectores progres de la clase media, como garantía de visibilización, o es un proceso que se fue dando?
– La Poderosa no sería posible sin el aporte incondicional de un montón de esas compañeras y de esos compañeros que entienden el mismo horizonte. Yo mismo, digamos, tengo una procedencia que es de clase media. Lo que sí creo es que hay una instancia a la que hemos llegado: la clase media, en algún momento, tiene que expropiarse a sí misma los beneficios que le fueron concedidos, si queremos verdaderamente que la realidad cambie. El movimiento feminista lo pone muy de manifiesto: “renunciá a tus privilegios, amigo”.
Hablando de comunicación, poniéndome en boca de La Garganta, hay periodistas progresistas, sensibles, de izquierda, revolucionarios, que durante la década del ’90 asumieron el rol indispensable de darle visibilidad a barrios que, no es que no tenían un micrófono propio, ¡no tenían un micrófono ajeno! En un contexto así, arrimar uno fue un acto revolucionario. Pero ya no podemos seguir aspirando a que nuestros barrios tengan otros intérpretes que no seamos nosotros mismos. Nos sigue pasando que, a veces, damos una nota, decimos lo que pensamos, y al lado nos ponen una columna con la opinión de una socióloga que explica lo que nosotros estamos diciendo, ¡andá a cagar! Entonces, llega un momento donde queda correrse o generar los puentes para que eso suceda. La política también tiene que hacer lugar para los dirigentes de nuestros barrios. No es casualidad que los que suben al escenario son blancos y universitarios y los que sostienen los palos de las banderas son los negros de los barrios. Eso tiene que cambiar. Y en las universidades, incluso cuando se habla de educación popular, incluso cuando se impostan citas de Paulo Freire, la realidad es que las cátedras de educación popular no se dan desde experiencias de comunicación popular, y que se sigue llamando “extensión” a la relación que tienen con el barrio que forma parte de la composición original de esa universidad. Es como si tu familia te dijera que va a hacer una extensión de la mesa familiar para que vos te sientes en navidad. Nosotros no aceptamos ninguna extensión y no le queremos agradecer a ninguna universidad porque nos invite a ser parte de una discusión. La queremos interpelar para que entendamos, en conjunto, por qué tardamos tanto tiempo en llegar, y que después entendamos, en conjunto también, que la universidad como la política son de todos y de todas y que no es un punto de llegada sino un punto de partida. Cuando nos hablan de una universidad integradora nos están diciendo que, dentro de 20 años, por ahí, los hijos del dueño de la mansión van a estudiar en el mismo lugar que los hijos de su empleada doméstica. Perfecto. Pero, esa universidad que va a ser de los dos, ¿quién la va a pensar? Porque la están pensando ahora. Y los vecinos de nuestros barrios, que tienen 50, 60 o 70 años, no estuvieron, es cierto, cinco años en la secundaria, cinco en una carrera universitaria, ocho en un posgrado y 20 en un trabajo en blanco, pero tampoco estuvieron metidos en un ropero durante todo ese tiempo. Estuvieron con los pies en el barro, certificando de manera directa cuáles de todas esas cosas que se proponen en los auditorios funcionan, cuáles no funcionan, cuáles hacen falta y cuáles son los saberes que todavía no llegaron a la universidad. Entonces, cuando nos hablan de educación popular, decimos “¡pará, amigo! Hay una parte que no estás entendiendo: venite con el bolso por la mitad y traenos esas herramientas que da la universidad y que, por supuesto, las necesitamos, pero hacé lugar porque hay un montón de cosas que te podés llevar de acá”. Perdiendo todo lo que perdieron y con todas las negaciones que tuvieron de parte del Estado, históricamente, la gente de nuestros barrios no ha perdido la costumbre de compartir y sigue teniendo por dinámica natural la idea de generar una asamblea todas las semanas.
– Tomar como prioridad la defensa de los Derechos Humanos, aun cuando eso implica correrse de la lucha por el poder político, es otro punto que los conecta con el zapatismo.
– Hacer carrera política no está en la cabeza de ninguno de nosotros, pero no por pretender que sea espurio o innecesario, sino todo lo contrario: nosotros entendemos que, por suerte, hay un montón de compañeras y de compañeros que dan esa pelea con motivaciones e ideas mejores o iguales que las nuestras. Sinceramente, no sé si tenemos algún candidato o candidata mucho mejor que los que presentan otros movimientos que son afines a nosotros. Lo que sí nos parece que pasa es que, muchas veces, por esa necesidad de saldar la coyuntura eleccionaria, en el marco que propone o permite la democracia liberal, se relegan procesos de organización a mediano y largo plazo que también es preciso hacer. Lo que nosotros elegimos es construir el levantamiento de ese piso, independientemente de que después entremos al cuarto oscuro y pongamos en el sobre una concepción más peronista, más marxista o más trotskista. Siguiendo esa lógica, nos parece que no tenemos que caer en la trampa: nosotros no demonizamos a los compañeros que hacen política partidaria y nos entendemos como un movimiento absolutamente complementario de cualquier alternativa electoral que sea representativa de intereses populares. Nosotros pudimos quedarnos en el purismo absoluto de sentirnos intransigentes, con metodologías del mejor peronismo o de un marxismo-leninismo a ultranza, pero, ¿sabés qué pasa? Resulta que nuestros barrios no son ni puristas peronistas ni marxista-leninistas: nuestros barrios son pobres y tienen más contradicciones que el carajo, y ahí lo que tenemos que hacer es tratar de salvar las diferencias y de transformar las cosas para bien, mientras lidiamos con un montón de mierda que muchos ni siquiera se atreven a mirar. Ese es el problema.
– A la gente del barrio, incluso, le cuesta asumir una mirada crítica frente a esos discursos estigmatizadores que instala la televisión.
– Cuando lo fuimos a buscar a Galeano, él nos dijo algo bien clarito: “Ni ustedes, ni yo, ni nadie, es mucho mejor que la sociedad que lo produce”. Todos somos producto de esta mierda y contra eso hay que luchar todos los días, vengamos de donde vengamos. Por eso nos da risa cuando escuchamos que si robó una mandarina está bien, pero si robó un par de zapatillas está mal. No entienden que a ese pibe le hicieron creer que si calza esas zapatillas le va a dar pelota la chica de la que está profundamente enamorado. Por ahí tu hijo te las pidió a vos, y vos se las pudiste comprar, y él la tuvo que salir a chorear porque estaba igual de enamorado que tu hijo. Entonces, ¿eso justifica el robo? No, pero trata de trazar una matriz respecto de que el nivel de alienación nos afecta a todos. Cuando nosotros cuestionamos la dinámica del neoliberalismo como práctica que ubica en el centro de todas las escenas al capital o a lo material, entendemos que el problema es el efecto alienante que produce y que nos transforma, poco a poco, en consumidores adictos de cosas que no necesitamos. Ahora, después decís “esta clase media que lo votó a Macri y que blablablá”, pero, ¡pará! Si entendiste esto de la alienación, ¡no te enojés con los alienados! Lo que tenés que hacer es construir una alternativa organizativa, estratégica, comunicacional, política y económica que pueda subvertir las condiciones en las que nos enterraron. Este sistema evolucionó en sus ansias de construir poderosísimas minorías y, bueno, a las mayorías nos cabe construir alternativas posibles, viables, siendo sensatos con nosotros mismos y con nuestras estrategias políticas.
– Entonces, ¿inmediatez o largo plazo?
– El proceso es largo. Nadie sabe cuánto dura y eso nos obliga a tener los ojos muy abiertos: hay que hacerse cargo de un montón de compañeras y compañeros que, en la medida que la transformación avance, tendrán que abandonar ciertos privilegios, y eso duele, desgarra. Es dura la militancia. No es jugarte la vida en un momento determinado de tu convicción o de tu proceso biológico. Es sostener. El capitalismo se fortaleció y ya no necesita meterte en un centro clandestino y ponerte electricidad en los huevos, porque la tiene a tu vieja diciéndote que no vas a ser exitoso si te solidarizás con los compañeros que están rajando de tu laburo. Y la tiene a tu novia, o a tu novio, reclamando que cumplas con ciertos mandatos. Todo está muy inyectado en las venas de todos nosotros y poder revertirlo lleva tiempo, y creo que ahí hay que agarrarse muy fuerte de los Osvaldo Bayer, de las Norita Cortiñas, para entender que hay procesos que son históricos. Si nosotros dijéramos que existe una revista de cultura villera porque se nos ocurrió a nosotros, además de ser unos caraduras, seríamos unos mentirosos. Nosotros vimos que tenía sentido hacerlo porque en eso creyeron chabones que tuvieron que comer plomo para demostrarlo. Y tal vez a nosotros no nos toque entrar en carrito a Santiago de Cuba ni asaltar un Moncada. Quizá nos toca ser unos que estamos ahí, en el medio, para garantizar que ese ejemplo de lucha que dieron los 30 mil (¡que eran 30 mil!) compañeros desaparecidos no se evapore ni se tergiverse, y menos que caiga en manos de los mismos cómplices civiles que alentaron su secuestro, exterminio, desaparición y tortura. Su lucha debe ser elevada tanto como sea posible, para que mañana mi niña, o los niños de cualquier barrio, la puedan retomar y se puedan plantear un nuevo horizonte de lucha y transformación, y que puedan tener una calidad de vida mejor que la que tuvimos nosotros. Asumirse parte de esa línea histórica es un compromiso cotidiano: uno tiene que preguntarse si en realidad, esa que le está tirando un poquito de la soga, no es una ambición que tiene más que ver con los tiempos biológicos y con las transformaciones que uno a fin de cuentas quiere ver, porque te estás rompiendo el lomo todos los días, amigo, ¡y alguna vez la querés ver! Pero tal vez la mayor transformación sea haberse podido transformar en el eslabón de una cadena que lo único que necesita es tener quien la continúe para que la lucha y la utopía no se rompan.