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Publicado por Javier

El universo de Abril Sosa, de Catupecu Machu a Borges, Sábato y Spinoza

Texto: Pablo Díaz Marenghi

 

«En Argentina, el arte es un camino de resistencia y no de velocidad» cuenta Abril Sosa que le dijo Luis Felipe Noé y, al parecer, aplicó esa máxima a la perfección. A los trece años, casi de un modo natural, se sumó como cualquier adolescente a la banda de sus amigos como baterista. Quizás no se lo imaginó en ese momento, pero a los dieciséis estaría grabando su primer disco, Dale! (1997) y ya nunca se detendría. Esa banda era Catupecu Machu. Luego vendrían Cuentos Decapitados (2000), Cuadros Dentro de Cuadros (2002) y se alejaría para probar nuevos rumbos con su propia banda: Cuentos Borgeanos. Ya en el nombre, expondría otra de sus grandes pasiones: la literatura. Amante de Onetti, Bolaño y Cortázar, las referencias a libros y autores plagarían sus composiciones. Cuentos dejó cuatro discos registrados hasta que se separaron en 2010. Más tarde vendría un tiempo en Nueva York, su primer disco solista (El piloto ciego, 2011) y la actuación en una película (Abril en Nueva York, 2012). En 2014, Cuentos vuelve a los escenarios con otra formación y nuevo disco, Postales. Sin embargo, como Abril resiste y nunca se detiene volvió a explorar su universo interno para darle vida a nuevas composiciones solistas. Estas se lanzaron bajo el nombre de Canciones para que me crea e incorporan nuevas texturas desde lo sonoro, más cercanas a lo electrónico. En este marco, las presentará esta noche en La Tangente en un show que denominó CUBO, en donde intentará dar a conocer el misterioso mundo del artista durante la creación. Allí mezclará proyecciones audiovisuales con música en vivo y programaciones.

En el videoclip de una de sus canciones, “Despierta”, deja entrever algunos de sus rituales: escribir de noche, en pequeños cuadernos, acompañado de alguna bebida. Intercala referencias a sus lecturas recientes con anécdotas rockeras con la misma pasión, intentando siempre tener los pies sobre la tierra, aunque reconoce que se metió en el mundo del rock de muy chico y quizás eso lo condicionó. Su humildad y franqueza se mantienen a lo largo de todo el diálogo, como cuando devela un hecho trágico que le enseñó a nunca creérsela demasiado pronto: “Estando en Catupecu, firmamos el primer contrato discográfico con DBN. Ganamos mucha guita, nos pagaron 40 mil dólares en tiempos del uno a uno. Nos re equipamos. Eramos pendejos, vivíamos con nuestros viejos. Pusimos todo en la banda, compramos los mejores equipos, pero a los cuatro meses entraron a nuestra sala y nos robaron todo. No teníamos plata para volver a comprar nada. Teníamos un disco, llenábamos Cemento, pero estuvimos remándola hasta Cuentos Decapitados”. Abril habló con Almagro acerca del nuevo formato de su show, de su manera de entender la creación artística, de su amor por la lectura y del accidente de Gabriel Ruiz Díaz, bajista de Catupecu y uno de sus más grandes amigos, cuya tragedia lo marcó para siempre.

-¿En qué consiste el formato del show CUBO?
-Siempre tuve una gran obsesión por el lugar que ocupa el artista en el momento de la creación. Cuando uno escribe, cuando uno crea una obra, en general se encuentra en una zona oscura. CUBO pretende adentrarse en eso. Se nos ocurrió intervenir la obra, más allá de lo musical: tener en cuenta lo gestual, incluir a una DJ que hace mapping. Va a haber una voz en off leyendo algunos textos. Toda una experiencia que introduce las canciones de otra manera. Va a ser como ir al cine.

-Dirigiste los videoclips de tus últimas canciones, actuaste en una película. ¿Cómo se relaciona tu música con el cine?
-El cine es casi tan importante como la música en mi vida. Tengo un amor con el cine desde muy chico. Tengo el recuerdo de ir al videoclub a buscar películas, algo muy de otra época. El cine es otro brazo de la ficción. Ves una foto o un video y todo habla.

«Desde el reggaeton hasta los rockeros, todos hacen lo mismo. La música se unificó desde un lugar que me parece un poco suicida»

-En tus últimas canciones incluís texturas electrónicas, tocás todos los instrumentos. ¿Te interesa la experimentación de diferentes formatos a la hora de hacer música?
-Sí, totalmente. En esos casos, soy mi amigo y mi enemigo a la vez. Muchas veces, esta necesidad de intentar cambiar y probar cosas nuevas lo llevan a uno a escribir cosas muy duraderas. El disco tiene muchas programaciones también, muchas batas grabadas con cosas programadas. Ahora pienso que cambió tanto el mundo de la música, de diciembre de 2016 a hoy que me arrepiento un poco de ciertas discusiones en cuanto al audio. Porque ahora siento que todos están usando esta cosa del trap, y bombos muy graves y los hi hat que me está aburriendo escuchar. Desde el reggaeton hasta los rockeros, todos hacen lo mismo. La música se unificó desde un lugar que me parece un poco suicida. Me arrepiento. De hecho, ahora estoy a las puertas de grabar un nuevo simple que no pertenece a este disco, en donde sí estoy componiendo un concepto más rockero, menos editado, menos pensado.

-En tus shows, mantenés una relación muy cercana con el público: haces chistes, arengás, hablas con la gente. Se nota que disfrutas mucho el vivo. ¿Cómo será en CUBO, un show más planificado?
-Soy como un standapero, ¿no? Me gusta sentirme muy cercano. Me involucra más con lo que estoy cantando que subir ahí y hacer el papel de rockstar. Pero me pasó algo con este nuevo formato, CUBO, que al ser una cosa muy hermética no me da la posibilidad de interactuar tanto. Es casi como una obra de teatro. Todo está muy coordinado. Creo que eso a mucha gente no le gusta. Este disco lo vengo haciendo sólo, tocando en vivo, disparando pistas, mashups, voy mezclando y se da como un formato medio de DJ set: la mesita con la computadora, los controladores y eso. A algunos le puede resultar medio frío. La etapa de interactuar mucho con la gente sigue estando, porque a mi me gusta, pero ahora me interesa la experiencia de ir a tocar. Que pase algo más interesante. Que vayan a ver un concierto. Creo que tiene que ver con el formato adecuado para estas nuevas canciones. Probablemente hablemos con el disco que viene y todo sea diferente. Ese es un poco mi deseo y mi destino en la música; trabajar con cosas distintas. A veces me aburro. Cuando volvimos con Cuentos y tocábamos «Eternidad», lo hacíamos un poco a regañadientes. Es un tema hermoso, pero ya estoy podrido. No puedo creer como los Radiohead vienen y tocan «Creep», un tema del 92. Tenés que ser un poco actor.

«Digo que tuve suerte porque podría haber sido un loco, un drogadicto, un borracho entrando a tocar en una banda que giraba, con gente más grande, a los 14. Pero tuve la suerte de que eran gente bastante sana»

-Respecto a tu metodología de trabajo, grabaste varios discos con Pablo Romero (Árbol) como productor ¿Cómo es tu relación con él?
-Tenemos una gran amistad. Nos conocemos mucho, nos entendemos. Empecé desde muy chico, ya tengo 36, y me cargué el mote de pendejo caprichoso. Pablo sabe entender mis caprichos musicales, podemos investigar juntos. Es una persona muy abierta. Esas personas que viven la música las 24 horas al día. Tuve tres productores. Trabajé con Gaby Ruíz Díaz de Catupecu, pero Gaby tenía una actitud mucho más light, de no presionar. Lo que surge, surge, que es un poco la filosofía de Catupecu. Cuando yo toqué ahí también. No es que se iban a hacer 60 canciones y se elegían de ahí las 10 mejores. Se hacían 10 y chau. A una persona perezosa como yo, le combino un productor como Pablo, que viene de la escuela de Santaolalla, un tipo más del latigazo. Hagamos 50 canciones y trabajémolas bien. De hecho, el último disco de cuentos los produjo Adrián Sosa, que es el baterista de Bajofondo. Grabábamos 16 tomas de voz en un tema. Un delirio. Casi un castigo (risas). Pero a mí me sirve por esta cosa ociosa que tengo. Si pongo el switch on de trabajar, puedo ser un workaholic. Pero soy muy ocioso. Me gusta trabajar con Pablo por eso. Es como un Bilardo.

-Sos un gran lector. ¿De ahí viene tu caldo de cultivo a veces?
-Sí, totalmente. Casi ciento por ciento. En los momentos en que estoy haciendo letras me gusta volver a leer cosas que me entusiasmen. Puede ser un lugar común para algunos, pero yo siempre vuelvo a Borges. Es impresionante, un gran cuentista, de los mejores del siglo XX. Borges te enseñaba a hablar y a escribir. Es impresionante cómo cuando lees a Borges un par de días mejorás tu lenguaje. Hablás mejor. Es un maestro. Me gusta mucho la poesía de Shakespeare, me ha inspirado mucho. Parece cliché, porque Shakespeare está puesto en un lugar más novelesco, o si le preguntas a alguien que no leyó nunca te puede nombrar a Shakespeare o Neruda. Siempre tuve referencias literarias. Bueno, de hecho el nombre del primer disco de Cuentos Borgeanos es un libro de Ray Bradbury (Fantasmas de lo nuevo, 2002).

-¿Qué estuviste leyendo últimamente?
-De los escritores nuevos me gusta mucho Michel Houellebecq. Me leí todo de él, Sumisión me pareció increíble. Después me gusta Paul Auster también, pero me cansó un poco. La novela que sacó ahora tiene mil páginas y no se si ahora porque soy más viejo o qué pero no puedo leer novelas largas. Cuando era pendejo me leía Dostoyevski, leía una novela de 400 páginas, ahora me das una y no puedo ni ver la tapa. Será por toda esta mierda de las redes sociales, pero leo mucho menos que hace diez años atrás. También pasa que de chico… yo no manejo, no me gusta manejar y después del accidente de Gaby (Ruíz Díaz), menos. A mí me pasó que en tiempos de colectivo, como vivía en Villa Luro, los usaba para leer. Son muy buenos para la lectura. Leí muchos libros en el colectivo. Capaz ahora estás en tu casa y tenes tele, Netflix, computadora, Internet, mil cosas para hacer aparte de leer. Debo leer la mitad de lo que leía cuando era chico. Gaby se tomaba un colectivo sin conocer el recorrido, hasta la terminal y después volvía en el mismo sólo para leer. Era un gran lector. Bueno, es. No se murió. Está en un estado que no puede leer.

«Spinoza decía algo así como que «cada cosa quiere perseverar en su ser», una idea de que la vida quiere continuar viviendo, quiere ser vida. No hay nada que rechace eso»

-¿Cómo fueron tus comienzos, de muy chico, en Catupecu?
-Cuando grabamos el primer disco tenía 16 pero entré a Catupecu a los 13. Tuve suerte en ese sentido. Fue un poco el desarrollo de una amistad. Conocí a Fernando (Ruíz Díaz) y a Gaby cuando tenía 12. Me hice muy amigo de Fernando y el grupo todavía no existía. Imaginate que ellos eran más grandes. Fer me lleva 12 y Gabriel 9 años. Era una amistad muy loca, muy rara. Ellos empezaron Catupecu con otro batero. Los iba a ver y todo, pero había algo de naturaleza cercana. Vivía a la vuelta de la casa de los chicos y la sala estaba a una cuadra. Cuando empecé no sabía tocar la bata, medio que aprendí ahí. Digo que tuve suerte porque podría haber sido un loco, un drogadicto, un borracho entrando a tocar en una banda que giraba, con gente más grande, a los 14. Pero tuve la suerte de que eran gente bastante sana. Si bien los chicos escabiaban, me acuerdo que no me dejaban tomar alcohol. Eran gente familiera y piola, fue muy lindo. Agradezco mucho todos esos años. Lo que más me entusiasmó de Catupecu (que también me pasaba con Cuentos y ahora un poco se perdió) era el grupo humano, la amistad. Una vez estábamos ensayando -todavía no habíamos grabado el primer disco- y tocamos una versión de «Come together», que está en el primer disco. Terminamos de tocar y los tres estábamos llorando de la emoción de la versión que habíamos hecho, tocando como si estuviésemos haciéndolo para diez mil personas. Tenía esas cosas muy puras, muy crudas que fueron grandiosas para mi formación.

-¿Seguiste teniendo vínculo con Gaby después del accidente?
-Sí. Hace tiempo que no voy a verlo porque realmente me entristece mucho. Es una situación de cierta impotencia en la que no hay mucho que hacer profesionalmente. Yo tampoco puedo hacer mucho. Me lastima verlo en una circunstancia en donde no pueda desarrollarse, más allá de que uno no sabe qué pasa en el espíritu y el alma de una persona que está en un estado así, pero me lastima mucho. «Felicidades» es un tema que le escribí a él. Tiene una frase de (Baruch) Spinoza que dice «cada cosa quiere ser en su ser». Spinoza decía algo así como que «cada cosa quiere perseverar en su ser», una idea de que la vida quiere continuar viviendo, quiere ser vida. No hay nada que rechace eso. En Psicomágico (2009) hay una canción que se llama «Hable con él» que me costó grabarla. Me hizo llorar. Como no conecto con eso, me lastima, entonces no lo fui a ver más. Hace años que no voy, te lo reconozco. Y me siento un poco culpable. No es de mal amigo. Es muy duro, pero muy duro, no puedo tomar esa iniciativa, no lo puedo hacer.

-¿Cómo dimensionás a Cuentos Borgeanos dentro de la escena rock de los 2000?
-Me pasó con unos amigos que vinieron al Vorterix cuando nos juntamos en 2012 y un pibe, veinteañero, que no conocía la banda, me dijo cuando terminó el show: «Boludo, conocía la mitad de los temas». Con Cuentos pasó eso. Tiene un grupo de canciones que se hicieron muy conocidas, que están en el inconsciente colectivo y que también forma parte de la ley de la música de acá. Pero no fue una banda super popular. Es una banda que influenció a muchísimas bandas. De hecho me acuerdo del manager de Tan Biónica que en un momento me dijo «te tengo que agradecer que Cuentos se separó, porque creo que Tan Biónica ocupó ese lugar y la banda explotó», más allá de que después arrancó para otro lado. Pero captó a todo ese público. Muchas veces uno se castiga y piensa cosas. Yo no es que salgo a la calle y soy famoso tipo Brad Pitt, pero te encontrás con eso, con que es una banda respetada por los músicos y que tiene muchas canciones conocidas. Para mí eso es muy loco, me encanta. Cuando volvimos hicimos una nota con Pergolini y dice, hablando de Misantropía (2004): «Escuché este disco y pensé, estos pibes están locos, y después me di cuenta de que estaban haciendo algo diez años adelantado a la época».

-Analizando un poco el universo de la banda, esta trabaja sobre el amor con matices literarios y, al mismo tiempo, reflexionan sobre el dolor pero no desde un lugar depresivo sino optimista. Pienso en la frase «para ser feliz solo debes entender que eres parte del dolor».
-Sí, es cierto. A mí siempre me interesó mucho la filosofía. De hecho, hay un tema de Cuentos que se llama «Filosofía» que nunca salió. Antes hablábamos de la frase de Spinoza. Está «El ocaso de mis ídolos», frase nietzcheana. Cosas que pasaron desapercibidas en su momento. No me interesaba tampoco. Surgía de las lecturas que me interesaban. Pero es verdad que siempre tuvo una cosa de ser una banda entre lo emo, depresivo, pero para arriba. En Misantropía estábamos con BMG y me acuerdo que el director en ese momento nos dice «mirá, la verdad que nos encanta la banda pero es re depresiva». Me pareció muy estúpida su apreciación. ¿Qué me importa, no? A ellos les importaba ver la veta comercial. Por eso después le pusimos al disco Felicidades (2007), que de alguna manera era un poco en broma, porque el disco también está lleno de partes oscuras. Pero es verdad que tiene una cosa mucho más borgeana, positiva, con «Eternidad», «Te verde». Psicomágico (2009) también. Es verdad.

-Es interesante el abordaje de sus letras porque la vida es un poco eso, alegría y sufrimiento en partes iguales.
-Totalmente. Hablando de eso, a mi siempre me interesó la filosofía zen (a pesar de que no practico ninguna religión) y leía a un maestro que decía que hay que dejar de mirar las cosas de manera binaria: sufrimiento o regocijo, bien o mal. Creo que «Felicidades» intenta decir eso. Pero, me pasaban cosas emocionantes. Siento que, últimamente, mis letras se pusieron un poco más dark. Tendría que retomar ese espíritu. Creo que la vida se pone cada vez más oscura.

-Además, el hecho de ser padre, ¿no te llevó a pensar en otros dilemas?
-Sí, es terrible. No por las quejas habituales de falta de tiempo. Por suerte, tengo mucho tiempo para ser padre, por mi profesión, y tiempo para mí. No es que estoy ocho horas diarias en un banco trabajando. Pero me pasa de pensar cómo uno condiciona a los hijos, desde elegir el entorno o el colegio a donde va. Siempre tengo el miedo de que lo vaya condicionando. También el tema de la vida y la muerte. Mi padre murió cuando era muy chico. Yo lo conocí a (Ernesto) Sábato y pasé los últimos días de su vida con él. Iba a la casa mucho y Sábato, así todo con su inteligencia emocional, intelectual, tenía noventipico de años y seguía maravillado con la muerte. Tenía una tristeza terrible. En una nota, Bioy Casares decía «no me quiero morir». Me gustaría no morirme nunca.

-Otro sello característico en tu música es tu voz y tu manera de cantar. Lográs un tono característico y lo potencias disco a disco. ¿Cómo lo trabajas? ¿Te formaste en eso?
-Un poco fueron horas de vuelo. Siempre fui muy vago, muy ocioso. Fui a tres clases de batería, por ejemplo. Estudié un poco de guitarra cuando era chico, piano cinco meses. Me hice muy amigo del profesor y terminó tocando en Cuentos. Con el canto lo mismo. Habré ido a veinte clases como mucho porque me aburro. No me gusta. A los dieciséis años largué el secundario. Soy más autodidacta. Me escucho cantar en temas nuevos y digo, la puta madre, he mejorado. Noto que he mejorado y que tengo otras comodidades pero no hubo ningún método más que cantar y cantar. Me acuerdo que una vez invitamos a cantar a Mollo con Cuentos. Hicimos un tema de Cuentos y después “Par Mil” de Divididos. Y le decía a Mollo ¿Cuáles son tus métodos para cuidarte la voz? Porque siempre se habla de andar con bufanda, no tomar nada frío. Me dice «hago todo, pero igual, siempre antes de salir a tocar pienso uy, estoy mal de la voz, no voy a poder”. Un maestro, uno va aprendiendo de eso. Me siento un poco incapaz. Quizás algún día estudie. Con El piloto ciego (2012), mi primer disco solista, tenía una banda hermosa, íbamos a ensayar para un show de 15 temas, tocábamos 3 y después era charlar y escabiar.

«Soy más autodidacta. Me escucho cantar en temas nuevos y digo, la puta madre, he mejorado. Noto que he mejorado y que tengo otras comodidades pero no hubo ningún método más que cantar y cantar»

-También escribís poesía. ¿Qué lugar ocupa la escritura de poesía en tu vida?
-Mi poesía me destruye, me mata. Escribirla, leerla. Es algo que hago, he tenido cantidad de blocs, algunas las publico en redes sociales, después las borro. Para este disco hice algunos textos de poesía y narrativa que se relacionaban con las canciones. Lo compilé en un librito que regalamos a la prensa. No se vendió ni se editó con el disco. Esa parte mía siempre me pareció muy destructiva. Puede haber algunos versos que traten de embellecer el mundo pero también funcionan como catarsis que me dejan incómodo. Por eso estoy dejando de escribir cosas públicas, estoy dejando de tuitear (hace un mes di de baja mi Twitter). Toda esta cosa de comunicar y decir cosas fuertes a veces me desgasta. Prefiero callar.

-A veces, esa es la función de la escritura. Exorcizar los demonios internos.
-Creo que sí. Pero me pasa que después esos demonios se quedan, y no me gusta. A mi me gusta mucho escribir a la noche, tomándome unos buenos vinos. Después leo lo que escribí y me pongo a llorar.