Texto: Facundo Baños / Fotos: Guille Llamos
¡Varón!, dijo la partera y los padres le pusieron Diego, pero su nombre fue quedando en desuso como el teléfono público. Es como si a la Chiqui le dijeran Rosa Martínez. ¡No, señor! El hombre que se pidió una tónica en el bar de Cabildo y Lacroze se llama Zambayonny, y a esta altura debe parecerle que hace tres vidas que se llama así. En un rato dirá que este año está cumpliendo diez desde que empezó a vivir de la música que toca y de las canciones que escribe. Ganó sus primeras batallas con un puñado de temas zarpados y ultra efectivos. Pero, vamos, que eso fue hace tiempo. Nació en Buenos Aires, pero su historia está teñida de Bahía Blanca: pasar camiones por la 3 ya forma parte de la idiosincrasia de este cuarentón que lleva la cuenta como un mozo de las decenas de mudanzas que carga en el lomo.
-¿Cómo funciona esa vida disgregada entre dos ciudades?
-Yo nací en Buenos Aires pero de chico me fui a vivir a Bahía Blanca. Mi familia se reparte entre las dos ciudades y estuve mucho tiempo viviendo prácticamente en dos lugares a la vez. La adolescencia la pasé en Bahía pero siempre que podía me hacía una escapada para acá, a ver shows y a visitar gente. Ahora ya hace varios años que estoy instalado, me gusta mucho Buenos Aires. Siempre cerca del subte, en el medio del despelote. Pero sigo alternando entre la calma de Bahía y el barullo porteño. Mucha gente no sabe que Bahía Blanca tiene una movida contracultural muy interesante. Siempre la tuvo. Cuando yo era pibe había una cantidad de músicos, poetas y escritores que a mí me sorprendía. Poetas que escribían poesía, no poetas de canciones. Algunos de ellos llegaron a ser reconocidos a nivel internacional.
-¿De chico leías poesía?
-Sí, claro, leía e intentaba escribir algunas. Nunca dejó de ser un intento porque la poesía es un género muy difícil, sinceramente. Tiene reglas propias y un modo de leer que se debe respetar. No hablo sólo de la métrica que hay que usar a la hora de escribir sino que la respiración es otra, los versos se dividen de otra manera. Por eso digo que mi acercamiento es únicamente como aprendiz.
“Pruebo métodos diferentes. Ahora estoy escribiendo en Excel más que en Word, así que imaginate la locura galopante que tengo”.
-Entonces, ¿tus canciones no son poesías?
-No, son letras de canciones, que es un asunto distinto. La letra de una canción no tiene que funcionar sola, como texto, sino que está apoyada en la música así como la música se apoya también en ella. En una canción, por ahí, hay palabras que son más inocentes o más claras para la escucha, y que son necesarias porque juegan con el conjunto: tienen un rol. No puedo, por ejemplo, empezar un tema con una palabra muy rebuscada, porque el tipo que está escuchando va a pensar “¿qué dijo este?” y ya se perdió las dos estrofas siguientes. Son cosas que en un poema no existen, y que uno va aprendiendo todo el tiempo.
-¿Todavía no terminaste de aprender?
-No, por supuesto que no. Más que nunca sigo aprendiendo. Pruebo métodos diferentes. Ahora estoy escribiendo en Excel más que en Word, así que imaginate la locura galopante que tengo. Siempre estoy atento a las rimas y a las ideas, a la repetición de palabras, leyendo y escuchando mucho. Eso sí, una vez que elijo una estética le meto a fondo. Cuando era más joven hice discos que estaban llenos de puteadas y que tenían un lenguaje que era más propio de la calle que de las canciones. Después cambié. Uno también va probando qué pasa con su voz. Y vas aprendiendo, por supuesto, o es la idea por lo menos.
Cuando Zamba dice que cambió se refiere al quiebre de cintura que metió entre 2009, cuando grabó Salvando las distancias, y 2011, el año de Búfalo de agua. En el medio, algo pasó y eso se coló en su obra sin pedir permiso, si bien él mismo se encarga de aclarar que siempre había escrito ese tipo de canciones, las que encajan mejor con su versión de 2011 para acá. De a poco le fue sacando punta a la banda que lo acompaña hasta hoy, y la estética de la que habla ya dista bastante de los primeros discos. En sus canciones vive gente que nunca tuvo un hogar y descansan un rato los que no caben en los estereotipos de la sociedad. Se cruzan en una rima el que anda a las apuradas y el que no tiene adonde ir. La joya de la abuela es un tema ambientado en el 2001, ese hospital psiquiátrico donde cayó internado el país por sobredosis de un montón de cosas. “El amor era un vagón abandonado, acostumbrado a descarriar en cada paso a nivel”, decía entonces el cantante en su canción.
-¿Qué recuerdos tenés de esa época?
-Yo estaba en Bahía y sin trabajo. El 2001 fue una catástrofe para muchísima gente, y son heridas familiares difíciles de borrar. Mucha gente que perdió el laburo, que se quedó sin guita y no le podía dar de comer a los hijos, que perdió la casa porque no pudo pagar la hipoteca. Todas esas cosas quedan en la memoria de cada familia por mucho tiempo. También debería ser un espejo, el 2001, porque volvió a estar fresquito el tema del trueque y todo lo que pasó. Esa canción habla de esa época, claro, de los sobrevivientes y de los que se tuvieron que rajar.
“Uno apunta a un público que es semejante. Hay ciertos códigos, tácitos, que tenemos entre muchos”.
-En algunos temas decís cosas que funcionan como una colección de anécdotas y que les cabe a muchos, como una suerte de piel sensible. Como si no hiciera falta explicar mucho más.
-Lo que pasa es que uno apunta a un público que es semejante. Hay ciertos códigos, tácitos, que tenemos entre muchos, sobre todo con los que vienen a los shows.
En ciertos momentos todos saben de qué hablamos sin decirlo: es una virtud que tiene la canción que me encanta.
-Estás cumpliendo diez años de laburo como músico, ¿qué tal se siente?
-Se siente natural. Quizá, si lo hubiera pensado como un negocio, hubiera podido vivir de la música mucho tiempo antes. Pero pasó cuando tenía que pasar. Estoy en el terreno donde jugué siempre pero me levanto con más ganas, porque ahora me pagan por eso. Pero antes de pensar en mí pienso en toda la gente que no tiene la suerte de poder hacerlo. Encima con todo lo que viene pasando, otra vez falta mucho el laburo. Está brava la cosa.
-¿Tuviste suerte?
-Tuve la suerte de vivir con mi abuelo y no tener que pagar un alquiler, cuando era más pendejo y empezaba a tocar acá. Tuve la suerte de conocer gente y hacer amigos en la ciudad, entonces alguno siempre te prestaba la guitarra y hasta por ahí ensayabas en el garaje de la casa de los viejos. Pero es muy difícil si venís de afuera y tenés que aguantarte solo, y tenés que salir a buscar un puto amigo que te ayude a patear la calle. Acá está lleno de artistas extraordinarios, que hacen trabajos buenísimos, pero no es nada fácil.
-¿Te inspira el macrismo?
-Yo escribí sobre el macrismo mucho antes que sean gobierno. Pero no me dan ganas de sentarme a componer una canción, realmente. Todo lo que pasa me genera bronca y ganas de discutir, o de salir a la calle a protestar, pero intento no mezclar las cosas sobre todo porque quiero que mis canciones resistan. Una noticia del diario no resiste más de una leída, nadie las vuelve a repasar. Una crónica bien escrita a lo mejor la leés dos veces, por poética o porque te enganchó el mensaje. Pero si hacés una canción con el criterio del diario estás al horno porque se vence a los dos días. Por eso trato de escapar. Aparte, nunca escribo sobre lo que me pasa a mí. Lo que sí te puedo decir es que el estado de ánimo que uno tiene a la hora de escribir se filtra: si yo les pego una escuchada a mis discos me doy cuenta perfectamente cómo estaba en ese momento.
-Al ras del suelo es una crónica policial.
-Es una historia común, que pasa todo el tiempo. Tengo una o dos de esas por disco: son ficciones que están basadas en cosas que se repiten casi todos los días, y el chiste es contarlo en unas pocas estrofas. Es como un cuento y cuando la cantamos en vivo queda muy bien, se grita mucho el “una de cal y 400 mil de arena”.
-En Los años locos tenés temas como Viernes y Madrugando al mediodía, que se meten de lleno en las crudezas de la ciudad.
-Siempre me gustó la idea del tipo que no pertenece a la fauna de la mañana en el microcentro, ese lugar donde en realidad nadie quiere estar. Tienen mucho de esa aspereza y me costó muy poco hacerlas.
“Si lo hubiera pensado como un negocio, hubiera podido vivir de la música mucho tiempo antes. Pero pasó cuando tenía que pasar”.
Son cosas que están al alcance de todos y que me resultan atractivas: los manteros de las peatonales, los descuidistas como los muestran en Nueve Reinas, que es genial. Los camiones de caudales que estacionan en lugares donde está prohibido estacionar. Y todo eso licuado con la fantasía de irse a la mierda, que aparece en el estribillo.
-¿Existió Don Fermín o fue un producto de tu imaginación?
-No, no existió, para nada. Creo que esa canción fue el desprendimiento de otra idea que tenía en ese momento. Era un cuento sobre dos viejos que ya estaban acabados, y yo me los imaginaba sentados en la vereda, uno enfrente del otro, con tanta mala onda que ni siquiera se saludaban entre ellos. Me llamaba la atención esa idea de pensarlos enfrentados y peleados con el mundo, tanto que no se alcanzaban a reconocer. De ahí salió la canción, que quedó muy bien y que hasta el día de hoy siempre la hacemos en vivo. Es un momentazo del show.
Hablábamos de Música preciosa, otra de sus letras más comentadas, que él mismo confiesa no acabar de comprender: “Evidentemente -dice- que está más cerca del corazón que del razonamiento, es una serie de lugares comunes y de sensaciones que cualquier puede tener”. El año pasado presentó su último trabajo, Hotel de canciones. El disco cierra con un tema que se llama Una vida puede salir mal y que interpela a los mismos de siempre: esos que tal vez no tienen tanta suerte. Y ahí, como al pasar, se cuela un pequeño guiño a Mario Benedetti: “Una vida puede salir mal, hundirse en la soledad más concurrida”, canta. Y mientras recuerda al poeta también recuerda a los hundidos de las ciudades, a los aplastados de los trenes, a los que perdieron la casa en el 2001 y a todos los artistas que no pueden ser. Él sí puede, pero eso no lo arregla.