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Texto: Juliana Quintana |

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Darío Sztajnszrajber: "El conflicto es la única forma de respetar las diferencias"

Fotos: Florencia Karakachoff

 

De catorce letras, solo tres son vocales en el apellido de Darío Sztajnszrajber. Es de origen judío-polaco y en yiddish significa "el que escribe la piedra". Su padre es comerciante, su madre ama de casa, su hermano, periodista de policiales. Le dicen “filósofo bilardista” por ser hincha de Estudiantes de La Plata y “kirchnerista” por adherir al modelo político del gobierno anterior. Para él, esta visión parece, cuanto menos, reduccionista. Llega a la cita en bicicleta con una remera de Tarantino y el cabello gris amarrado en una colita. “Ah, ¿era con foto? Uh… bueno, esperame un ratito”. Después, en la charla, deconstruye las preguntas, las desmenuza de a poquito hasta descubrir que no hay esencia en la palabra ni en la identidad, que todo es una construcción social y cultural. Sentado en el interior del bar Conde, en Colegiales, pasan dos, tres personas que caminan por Lacroze y lo saludan desde el otro lado de la ventana. Él sonríe con cariño.

 

-¿Te acordás algún autor con el que hayas entrado en contacto desde muy joven y que te haya impactado?

-¿Qué es joven?

 

-Más joven, adolescente...

-Antes yo era como muy ávido lector de esos libros científicos para chicos, muy de niño nerd, que no lo era tampoco en mi aspecto o en mi identidad, pero me enganchaba mucho con esas lecturas. Y ya a los 8 años era como un enfermo de los diccionarios, los subrayaba, aprendía palabras.

 

-¿Te acordás cuál fue el libro que te cautivó por primera vez?

-Mi primer contacto fuerte con un texto fue con la Biblia. Después, de adolescente me enganché mucho. Yo viví la etapa de la transición democrática en la Argentina donde, sobre todo las materias sociales o la literatura, me tocó hacerlas en la época de la dictadura y la post-dictadura. Fue notable el cambio, de repente entré al cuarto año del secundario y descubrimos a Cortázar y a Borges, que no los habíamos leído nunca.

 

-¿Y filósofo? ¿Cuál fue el que más te atrapó?

-Y el primer filósofo que leí directo fue Nietzsche. Llegué a Nietzsche a los 16 años cuando estaba así como enganchado con Cortázar. Me acuerdo que iba a una biblioteca, pedía los cuentos de Cortázar para leer y la bibliotecaria -de la que estaba yo enamoradísimo- iba y sacaba un libro.

 

-¿Estabas enamorado de la bibliotecaria?

-Sí, tenía tres años más que yo, ¿viste? 19 ponele, 20. Ella me dijo: "A vos te gusta la filosofía", y me acuerdo que me dio el libro Humano, demasiado humano, de Nietzsche. Y lo olía, ¿viste? Una cosa así bien de adolescente. Y me acuerdo de ir en el subte volviendo a mi casa, abriendo el libro. La sensación de no entender absolutamente nada de lo que estaba leyendo pero estaba conmovido. Yo creo que la filosofía es eso. Cuando trato de explicar qué genera la filosofía recupero esa experiencia.

 

-Yo te veo como muy deconstruccionista, ¿te gusta mucho Derrida?

-Sí, Derridá es el autor que más me conmovió en sus lecturas. Espósito es un autor que me da como mucha argumentación. Me gusta cómo argumenta, me gusta cómo explica las ideas y me brinda categorías hermenéuticas para poder encarar temas. O sea, yo parto del marco teórico de Espósito para hablar de Victoria Vanucci, lo que sea, pero parto de ahí. Derrida, en cambio, se fue convirtiendo en los últimos años, así en una especie de mitología de sentido.

 

-Uno cuando se enfrenta a un texto de Derrida se encuentra con un texto muy encriptado. Es interesante que te guste tanto, considerando que lo que hacés en Mentira la verdad es básicamente traducir conceptos complejos a un lenguaje llano y simple.

-La divulgación es como un género aparte. A veces lo que se le cuestiona es que esa traducción pierde lo propio del autor. Pero yo trato, incluso, de recuperar esos juegos del lenguaje que encuentro muchas veces en esos autores y, además de lo pedagógico que hago, también me gusta jugar con las palabras. Me gusta cómo, incluso en los programas de televisión, es muy fuerte la presencia de la imagen para una actividad como la filosófica que se supone que es meramente racional, la imagen la lleva a otro lado. Para mí, la escritura de Derrida es más dionisíaca y la filosofía apolínea, que también me encanta, me ordena el mundo. Pero es la dionisíaca la que me genera el orgasmo.

 


"Yo parto del marco teórico de Espósito para hablar de Victoria Vanucci"


 

-¿A qué viene la pasión por deconstruir todos los conceptos?

-Creo que la cotidianidad es un sistema normativo que lo que hace es generar ese olvido originario de que, en el fondo, todo lo que se presenta macizo, sólido y definitivo, y por lo tanto, jerárquico y ordenado... Lo que me provoca rechazo es que hay algo natural y que la naturaleza tiene jerarquías, entonces siempre hay algunos que se regodean de estar más cerca de la naturaleza de las cosas. A mí me interesa siempre más el otro, y militar la otredad es deconstruir, porque lo que deconstruís es el poder de aquellos que hacen pasar lo propio como si fuese lo único.

 

-En ese sentido, ¿crees que a través del pensamiento uno puede emanciparse de los discursos hegemónicos?

-Yo creo que sí, pero no creo en las emancipaciones absolutas. Creo que emanciparse no es salir de los discursos hegemónicos hacia un discurso verdadero, creo que emanciparse es todo el tiempo salir. Tal vez la libertad sea eso, salir no para llegar a algún lado, salir para seguir saliendo.

 

-¿Se puede volver a reconstruir?

-Hmm, ¿por qué hay que volver a reconstruir? ¿Por qué hay que volver a reconstruir?

 

-Porque sin conceptos no podríamos estar seguros de nada. 

-Eso que decís es hacer pasar tu subjetividad como objetividad. Yo no me siento inseguro. Vos te sentís insegura, y entonces decís "hay que volver a construir". Yo creo que, al revés, hay que deconstruir más de lo que estamos deconstruyendo. Si hay construcción hay un orden, si hay un orden hay una jerarquía, entonces toda construcción es interesada. Mi ideal post-mesiánico es la deconstrucción permanente.

 

-¿Podríamos ponernos de acuerdo en algún punto si deconstruimos permanentemente?

-¿Qué es un acuerdo?

 

-Llegar a puntos en común.

-¿Vos creés que es posible el acuerdo?

 

-Acuerdos parciales, sí.

-Yo creo que siempre que hay un acuerdo hay alguien que saca más tajada que otro, y creo que está bueno empezar a abandonar esas categorías tradicionales más conservadoras. Los acuerdos suelen imponer una lectura o un interés por sobre otros. Yo creo que el conflicto es la única forma de respetar las diferencias. Para mí no hay violencia cuando hay conflicto. Hay curiosidad, hay perplejidad. Fijate lo que nos pasa en el diálogo, nos vamos comprendiendo y comprender duele también porque uno tiene una idea y el otro se la provoca.

 


"A mí me interesa siempre más el otro, y militar la otredad es deconstruir, porque lo que deconstruís es el poder de aquellos que hacen pasar lo propio como si fuese lo único".


 

-Tras el gran impacto de la movilización de Ni una menos y las cuestiones de género que estamos comenzando a problematizar, el concepto de identidad adquiere cierta relevancia. Para vos, ¿la identidad nace o se hace?

-Para mí la identidad no nace, claramente. Nada es natural, para mí, y menos eso que llamamos identidad, que tiene que ver con tu propia realización de búsqueda. De hecho, hasta te podría decir que la búsqueda de identidad es una forma desesperada de huir de esa naturaleza.

 

-Somos algo en cuanto a la mirada del otro.

-Claro, y a lo que se construye con el otro. Entonces, lo que no hay es un “sí mismo”. Uno nace carne, con ciertas características biológicas que fueron asociadas culturalmente con género. En eso me cierra más la idea de Judith Butler del sexo como llevado a lo natural, a diferencia del género llevado a lo cultural. Sin embargo, esa idea de sexo como algo natural también está culturizada porque ya es una asociación previa que nosotros hacemos de lo genital desde el nombre que le ponemos.

 

-Según los datos de la Casa del Encuentro, en la Argentina hay un femicidio cada 30 horas, ¿a qué le atribuís esta tendencia?

-Creo que, filosóficamente, uno puede entender ahí una relación falocéntrica del varón con su pareja en términos de propiedad. Uno reacciona con esa violencia radical que llega hasta la muerte si cree que el otro le pertenece. Y creo que la historia de la mujer es la historia de su apropiación en términos mercantiles por parte del varón. Eso no significa que todo el mundo lo viva así porque es teoría, pero me parece que, en el fondo, hay una vida del varón similar a la que le sucede cuando pierde algún objeto, y lamentablemente el varón cree históricamente que la mujer es su complemento, su costilla, que le pertenece de algún modo. Y, en algún sentido, entonces, se produce esta reacción violenta como si le robaran el auto.

 


"Nada es natural, para mí, y menos eso que llamamos identidad, que tiene que ver con tu propia realización de búsqueda"


 

-Hace poco diste una charla llamada “El amor, una deconstrucción”, ¿por qué el amor es una deconstrucción?

-El amor como una deconstrucción puede leerse de tres maneras distintas. Una manera es deconstruir el modo cotidiano en que nosotros concebimos lo que es el amor y nos empezamos a pelear con la idea de monogamia, de matrimonio, de sexualidad. La otra manera sería pensar que después de deconstruirlo todo queda el amor. Es lo contrario. Como todo es texto, todo es deconstruible en el fondo abismal, lo que hay es amor que es prioridad del otro. Y la tercera manera es pensar que la deconstrucción es el amor.

 

-El amor es deconstrucción en sí misma. -Claro, entonces, tu pregunta de antes, ¿por qué deconstruís? Porque amo, porque amar es salirse de uno mismo, entonces deconstruir todo aquello que uno considera definitivo.

 

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19/05/2024