Texto: Franco Spinetta / Ilustraciones: Sofía Martina
A Eduardo Cerdá le gusta verse como un “enlazador de mundos”, un “vinculador de las cosas” que depositó toda su energía en persuadir a quien tenga adelante con una idea que podría cambiar el mundo en general y la Argentina en particular: la agroecología y las prácticas biodinámicas.
Es un tipo raro, no encaja para nada en el imaginario de lo que se supone debería ser un Ingeniero Agrónomo de las pampas argentinas. No sólo por la pinta o lo que muestra, sino principalmente porque lo que propone va a contramano de toda la formación académica que se dicta en las universidades del país. “En las facultades, tanto en medicina, agronomía o veterinaria, se hace siempre hincapié en la enfermedad, en cómo diagnosticarla y cómo curarla. Pero no se hace hincapié en la salud. ¿Cómo hacemos para estar bien?”, dice y se contesta: “Lo que no entienden es que un suelo enfermo genera una planta enferma y un animal enfermo. Y esos son nuestros alimentos. ¿Y eso qué genera? Un ser humano enfermo o débil, al que le faltan los elementos para estar bien”.
Su predicamento fue ganando potencia en los últimos cinco años, en los que fue notando un creciente interés por la agroecología. Eduardo pasa sus días viajando por distintas localidades del interior, en donde reparte su tiempo entre las conferencias y el asesoramiento técnico de unas 20 mil hectáreas. Es probable que el gran empujón haya sido el reconocimiento que obtuvo La Aurora, un establecimiento ubicado en Benito Juárez que fue elegido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) como uno de los 52 establecimientos modelo en producción agroecológica de cereales y carne bovina.
-¿Qué es la agroecología?
-Es tener en cuenta y poner en juego todos los procesos ecológicos para producir agropecuariamente. No es una mirada empresarial, es una mirada de sistema, de entender los procesos naturales que funcionan en un campo. Al tener en cuenta todos los procesos, es más fácil cuidarlos. El que dice que fertilizando genera fertilidad, que me perdone, pero está equivocado. Nos hicieron creer eso… decíselo a Buenos Aires, que está toda inundada. Si hubiera fertilidad, habría más absorción de agua, más retención de agua. Eso es una parte: entender cómo funciona algo tan complejo como es la naturaleza, y cada vez nos acercamos más.
-¿Y la biodinámica?
-Tiene que ver con procesos que están mucho más cerca, como la energía. Las plantas no sólo captan luz para hacer la fotosíntesis, sino que dependen de otros factores. Todos estamos muy influenciados por la gravedad, por la energía. Se ponen en juego más cosas. Avanzar hacia todo lo que nos va dando la física nueva, la cuántica.
«El que dice que fertilizando genera fertilidad, que me perdone, pero está equivocado. Nos hicieron creer eso… decíselo a Buenos Aires, que está toda inundada. Si hubiera fertilidad, habría más absorción de agua, más retención de agua»
-¿Es volver a hacer labores como se hacían antes?
-No, para nada. No es así. Antes no había siembra directa y nosotros hacemos siembra directa, pero sin agroquímicos. No es una siembra directa drogadicta, viciosa y llena de remedios. Estamos atrás del concepto de la salud.
-Eso está estrictamente relacionado con el negocio que genera la enfermedad. Y se puede hacer un paralelismo con lo que pasa en el cuerpo con la tierra.
-Es que un suelo enfermo, genera una planta enferma y un animal enfermo. Y esos son nuestros alimentos. ¿Y eso qué genera? Un ser humano enfermo o débil, al que le faltan los elementos, alimentos que lo llevan hacia la diabetes, la hipertensión. Todo tiene que ver con una mirada. Hace poco hablaba con un muchacho que empezó a principios de año a hacer agroecología en el campo de su madre. Al principio él estaba muy preocupado porque no veía que el campo reaccionara. El otro día me mandó una foto y estaba feliz: “No sabés qué lindo se está poniendo”. Es como cuando una persona ayuna, descansa; esto es como un proceso de enfermedad: hay que curarlo, descontaminarlo, dejar de echarle cosas. Si yo sigo comiendo y cargo mi organismo antes de que pueda reacomodarse, es imposible.
-En algún momento tenés que cortar con lo malo.
-Es entender que el organismo está vivo y hay que cuidarlo. Hay que cuidar a la pachamama. Es un concepto que hoy no está en el agricultor: cuidar para curar. Hay que hacer un proceso, en muchos lugares, de cura. Suena muy loco, pero si no curamos ese organismo vivo que es el suelo, es imposible que pueda generar plantas sanas (que son alimento para nosotros y los animales). Tiene que ser un círculo de salud y no de enfermedad. En Guaminí se sorprenden porque miramos el suelo y el resto de los productores preguntan todo el tiempo por las malezas. Claro: estamos pensando si nos acercamos al equilibrio, que es la salud.
El camino hacia lo que hoy es y representa Eduardo tuvo su inicio con un test vocacional que hizo a los 11 años, en el que le salió “agronomía, veterinaria, esas cosas”. Entonces vivía en La Plata, tenía conejos y pasaba las tardes haciendo experimentos raros. “Me gustaba mucho la química”, recuerda. Sus papás le preguntaron si quería probar en una escuela agraria y él les dijo que sí.
Así fue como terminó en una escuela de Miramar recién inaugurada. Tenía casi 12 años y ya vivía solo de lunes a viernes. “Una locura, pero estaba re feliz. Somos cuatro hermanos y yo soy el tercero, quizá el más andador. Creo que ahí me hice nómade prácticamente. Hice todo el secundario y me di cuenta de que lo mío era agronomía”, cuenta.
-¿Qué te aportó la escuela agraria?
-Muchas cosas. Aprendí a vivir solo, a adaptarme. Son lugares que a veces no tenés calefacción ni agua caliente en invierno. La adaptación, para mí, es una cualidad de la inteligencia. Cuando me vine a la facultad estaba decidido a ser ingeniero agrónomo.
«No hay cuidado del suelo. Lo único que se mira es el récord de toneladas de granos, ¡un disparate! ¿Para qué querés el récord de una porquería llena de agroquímicos? Que un ministro salga a decir que tenemos un récord de producción me parece aberrante. No entiende nada»
-En ese momento, ¿cómo estaba enfocada la carrera?
-Estaba enfocada en los insumos, en la dependencia. Pero sin querer eh, no es que alguien lo haga a propósito. A veces se confunden los tantos porque parece prestigioso trabajar para una empresa o conseguir un subsidio… más en los tiempos en los que se desfinancia la educación, entonces conseguir plata de las empresas para investigar, es todo un logro. Lo que me pasó a mí fue que tuve la suerte de hacerme muy amigo de Santiago Sarandón, que tiene un hermano ecólogo, Ramiro. Me recibí en 1986. En un momento hubo una reunión de decanos de agronomía en Chile para presentar a la agroecología como la agronomía que debía hacerse. Fue muy interesante y nos enganchamos. Asado va, asado viene, nos hicimos muy amigos. Una de las primeras cosas que hicimos fue presentar un manual sobre cómo enseñar agroecología en las escuelas. En el año 2000 escribimos sobre los desafíos de trabajar en una gestión municipal sustentable. Y recién ahora se está empezando a aplicar. No pensaba que se iba a aplicar todo esto, la verdad.
-¿Cuándo fue que viste a la agroecología como algo realmente posible?
-Hay algo que dicen muchos biólogos y que es la idea de lo que te resuena bien, la empatía. Siempre he tenido la percepción. Yo soy nieto de quinteros, mi abuelo tenía muy en cuenta las lunas para sembrar, tenía muy en cuenta cosas que eran de energía, curaba el empacho. Cuando me encuentro con la biodinámica, me resuena mucho; me encuentro con la agroecología, y me sienta muy bien. Entiendo que es una cuestión personal y que haya otra gente a la que no le resuene porque en su proceso evolutivo está metido en otra historia. Hoy todo es energía y la agroecología es un proceso de investigación participativa, que tiene en cuenta al productor, no le dice lo que tiene que hacer sino que avanzan juntos. La naturaleza es multivariable, es muy compleja, y a un productor le puede ir bien con una tecnología y a otro no. Es mucho más que la forma de aplicación.
-Lo que se ve como contrapartida es un intento de homogeneización para venderle a todos lo mismo.
-Exacto. Te dicen que no, pero a la larga es esa la receta: homogeneizar. Los ingenieros que no están formados en esto tienen esa certeza. Cuando salen de la facultad están preocupados por si les preguntan cómo matan tal o cual maleza, y tienen que saber cuál es el producto y cuál es la dosis. Pero no están preocupados en saber cómo hacen para restablecer los procesos biológicos, la salud. Y es entendible: como eso es mucho más incierto, les genera más inseguridad. Es formación.
-Ese es el miedo que genera el capital, al que se le suma el modelo de producción basado en el arrendamiento de los campos, que exige resultados sin margen de error. ¿Cuánto influye eso?
-Un montón. Hoy no está el dueño de la tierra diciendo: “Pará, no siembrés que está muy húmedo”. Es un proceso de enajenación. No hay leyes para proteger el suelo, ni siquiera hay contratos largos que obligarían a los arrendatarios a tener una mirada a más largo plazo. No hay cuidado del suelo. Lo único que se le mira es el récord de toneladas de granos, ¡un disparate! ¿Para qué querés el récord de una porquería llena de agroquímicos? Loco, hacé alimentos sin venenos. Que un ministro salga a decir que tenemos un récord de producción me parece aberrante. No entiende nada.
-¿Por qué ganó esa mirada en el campo?
-Hace unos 25 años, vino gente de afuera a decirles a los grandes productores, a las asociaciones, que tenían que dejarse de joder con el amor a la tierra y convertirse en empresarios. ¿Qué es ser empresario? Es entender al suelo como una empresa. Hablan de explotaciones agropecuarias… ¿Cómo que una “explotación”? Las palabras, muchachos… explotación es lo mismo que minería, ¿entonces decimos que agricultura es lo mismo que la minería? No pueden ni deben ser lo mismo. El productor es un agricultor, tiene que ver con una cultura del agro. Ahora resulta que es Agroindustria, una industria del agro. Tratan de hacer del campo algo parecido a la industria, ¿van a terminar techando los campos? Eso no lo van a poder hacer nunca, no se pueden obviar los procesos del clima. Mirá lo que pasa con las inundaciones.
«Vino gente de afuera a decirles a los grandes productores, a las asociaciones, que tenían que dejarse de joder con el amor a la tierra y convertirse en empresarios»
-¿Qué pasa con eso?
-Nos están diciendo que algo no está bien. Y ahora están pensando en gastar mucha plata para hacer obras hídricas.
-Es decir que la plusvalía que genera el supuesto récord de producción se termina gastando en obras para sacar el agua de los campos.
-¡Pero claro! Y después vamos a tener sequías. Lo dijo Ameghino hace unos cuantos años, jaja: “No saquemos el agua porque después viene una sequía”.
-¿Es una trampa sin salida?
-Es la trampa del hámster. Toda la sociedad está metida en la ruedita, somos ratitas corriendo atrás de la nada. A ver, cuando venían a vender el paquete tecnológico, en los 90, nos decían que haciendo siembra directa en cinco años el campo iba a estar tan bien que ya no se iban a necesitar agroquímicos. Eso no pasó: se usan más y más. Nos engañaron. También nos mintieron con que los productos no hacían nada, que eran inocuos. Entonces los tocábamos, algunos querían tomarlo. Ahora, la Organización Mundial de la Salud te dice que es cancerígeno y la respuesta de la industria es que, bueno, también lo son el mate, el café… que no jodan. Enseñamos en las escuelas agropecuarias a regular los pulverizadores y cuando se huele el producto lo que se percibe son las moléculas que se están gasificando. El problema es el gas, las moléculas, las nano moléculas. Lo saben bien, es así. Nos están intoxicando y matando de a poco. Entonces uno se siente ampliamente engañado.
-¿Pensás que hay una negación, incapacidad o genuino interés por parte de quienes todavía defienden esos productos?
-A la gente le cuesta muchísimo relacionar una cosa con la otra. Tengo productores que ya tienen el hígado graso, tienen síntomas de la toxicidad que lleva su cuerpo, y que me dicen: “Yo a distancia huelo un agroquímico y me hace mal”. Ya no toman mate, no cenan. Y sin embargo, cuando tienen que tomar una decisión, te dicen: “Hagamos un barbecho químico”. ¿Pero cómo? ¡Si vos estás más enfermo que nosotros! No es que tiene mala intención, no lo pueden relacionar. Hay gente a la que se le mueren los familiares de cáncer, y me hablan del buen vivir del campo. Hoy, para mí el campo no es un buen vivir, estás oliendo constantemente productos agroquímicos. Yo ya no quiero vivir más ahí, no me interesa. Mucha gente se está yendo porque es casi imposible no estar oliendo agroquímicos. ¿Sabés cuál es la última de la industria? Están sacando agroquímicos sin olor. Qué paradoja: no buscan la solución para dejar de usarlo, sino que buscan la manera de que se usen más. ¿Por qué el gas tiene olor? ¿Para que caliente más el agua? No, flaco, es para prevenirte de que no te mate. Esa es la función. Ahora resulta que con la nanotecnología le sacan el olor, hasta lo promocionan en la radio.
-Pasa algo paradójico también en relación a la demanda de pruebas que indiquen fehacientemente que se trata de productos riesgosos para la salud, y las pruebas nunca son suficientes.
-Pero la gente quiere grandes estudios científicos que digan… ¡ya están los estudios! ¿Por qué no muestran un estudio que diga que no se puede producir bien sin agroquímicos? ¿Dónde está ese trabajo? ¡Se puede producir muy bien! Y nadie lo puede desmentir.
-Hasta la FAO lo dice.
-Con ese reconocimiento que hemos tenido con la FAO, podemos decir que estamos produciendo muy bien y sin agroquímicos.
-Esa instalación del modelo imperante, ¿está relacionado también con cómo mutó el negocio?
-Sí, al productor le hicieron estudiar mercados, cómo vender a futuro… así son las capacitaciones de los últimos 20 años. El manejo satelital… entonces los productores se fueron al café y no hay gente en el campo.
-El modelo que proponés vos implica otro trabajo, más presencia, otra disposición incluso intelectual.
-Para eso hay que estar bien. Con salud. Bien emocionalmente, tranquilo. El capital embrutece porque lo que tiene la sociedad es un miedo muy grande a quedarse sin plata, miedo a que no sea rentable. Todo eso no te deja pensar que por ahí una plaga puede comerte algo, pero quizás es parte del sistema que tenés que manejar, donde conviven todos los elementos. Ahora, si matás la plaga, seguramente tenés que matar otra, tenés que echar más productos porque ya no alcanza. El bichito que te protegía, que mantenía el equilibrio, lo mataste. No es sencillo, y no es para todos porque todos tenemos limitaciones, desequilibrios. El buen vivir viene por ese lado.
«¿Sabés cuál es la última de la industria? Están sacando agroquímicos sin olor. Qué paradoja: no buscan la solución para dejar de usarlo, sino que buscan la manera de que se usen más»
-¿Por qué es tan difícil aceptar esta otra mirada?
-Porque hay muchos intereses. A nosotros no nos viene a preguntar nada el Gobierno y tampoco sé si me interesa que vengan. No vamos a cambiar el mundo. Me parece que está bueno que podamos hacer esto y yo quiero vincularme con gente que esté buscando la armonía y la salud. Acompaño esos procesos.
-Es probable que no vayan a cambiar el mundo, pero pueden cambiar la mirada de mucha gente de lo que pasa en el mundo agropecuario. Es una función didáctica, más allá de que no cambie el modelo.
-Yo no sé qué pasó realmente. Pensaba que estos años iba a ir todo para atrás, con la llegada de las empresas más fuertes. Al contrario, no damos abasto. Un montón de profesionales que nos llaman para dar cursos, nos piden bibliografía. Hacemos una charla y van 200, 300 personas. No me alcanza el tiempo y paro para preservarme y cuidarme. Eso es espectacular. El año pasado dimos unas 200 charlas… es un número gigante. Estamos trabajando en más de 20 mil hectáreas. Nunca pensé que iba a pasar esto y el contagio es grande, grande. Uno hace las cosas por muchos motivos. Las puede hacer por plata, bárbaro, allá cada uno, pero creo que se puede hacer algo de plata enamorándose de las cosas. Cuando uno se enamora, viajás a cualquier lado, la plata no importa y ese es el proceso que estamos haciendo, entendiendo que podemos construir una mirada de lo que podría ser y no de lo que es, que es muy duro. Puede ser de otra manera y queremos que se sumen los que quieran. No queremos imponer nada a nadie.
«El capital embrutece porque lo que tiene la sociedad es un miedo muy grande a quedarse sin plata»
-¿Pensás que la agroecología terminará siendo la forma de producción dominante?
-No creo. Va a haber cosmética, maquillaje. Ya está pasando que las grandes empresas empezaron a comprar a empresas orgánicas. Las mejores empresas orgánicas de Estados Unidos están en manos de multinacionales. Es decir, lo mismo de siempre. Empezaron a vender fertilizantes biológicos, siempre con el eje de la dependencia. La cuestión es cambiar la cabeza, el chip. También me empezaron a llamar de empresas, de asociaciones para que dé cursos.
-¿Pasaron de desacreditarte a tratar de cooptarte?
-Sí, sí. En el año 2000 era director de Producción del municipio de Tres Arroyos y tuve un ofrecimiento de una asociación de productores de las más importantes, para aplicar lo que propongo. Pasaron 17 años y nunca hicieron nada. Y ahora están empezando a decir que el sistema está enfermo. Cuando me llaman para dar los cursos, todavía percibo que no entienden por dónde pasa la cosa. Entonces, cuando finalmente lo apliquen, va a ser cosmético. No tengo mucho interés por eso. Ojalá que lo entiendan. Pero los veo cuando vienen a ver nuestros campos con una ansiedad para que le digamos cuál es la receta. Y no pasa por ahí, no entienden que se puede producir de otra manera, que el dinero se puede ganar igual, que hay que sacarse el miedo, la ansiedad.
-No se puede encarar eso sin cambiar la forma de vida.
-Por eso, no es un cursito que hacés en uno o dos días y listo. Pasa por una formación, empezar a madurar este tipo de ideas.