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Publicado por Javier

El poder, la belleza y el deporte, en la mirada detallista de Ezequiel Fernández Moores

Texto: Pablo Díaz Marenghi / Fotos: Natalia Marcantoni

 

Mientras la mayor parte de la masa proletaria encargada de narrar el deporte se encuentra enfocada en el escándalo, la rencilla o la polémica, él está en otra parte. Concentrado en algún detalle, una foto, una canción o un libro que le abra la puerta para contar una historia. De muy joven, Ezequiel Fernández Moores (1957) se dio cuenta de que a través del periodismo podía contar las vidas y obras de aquellos personajes que lo cautivaban. Y entendió que el deporte podía ser el prisma a través del cual observar a la sociedad.

En su último libro, Juego, luego existo (Sudamericana) se recopilan sus columnas publicadas en Página 12, La Nación y ANSA, entre otros medios, a lo largo de más de cuarenta años de trayectoria. Afirma Alejandro Wall, compilador, en la introducción: “El periodismo deportivo es otra forma de escribir sobre conflictos, contradicciones, injusticias, poder, crímenes de Estado y relaciones humanas, pero también es escribir sobre el juego”. Agrega Santiago Segurola en el prólogo: “Sus columnas no deleitan, exigen. Requieren que el lector abandone el confort y reflexione sobre un mundo que en muchos aspectos marcha decididamente mal”. En diálogo con Almagro Revista, en un bar porteño, analiza su profesión, elogia tanto a Muhammad Alí como a Leonard Cohen y lanza frases como: “El periodismo, a veces, tiene que ver con la búsqueda del petróleo. Es aleatorio. A veces hay, a veces no hay. Es buscar y buscar hasta que encuentres algo que te entusiasme”.

-¿Te sentís cómodo con la etiqueta de periodista deportivo? -No, periodista. Pero trabajo en deportes. A ver, no me siento incómodo para nada tampoco. Reivindico completamente la profesión de periodista deportivo y no tengo nada contra ella. La reivindico dentro del periodismo. No somos distintos. Primero somos periodistas. Especializados en deporte, si se quiere. Escribo cosas que tienen que ver con el deporte, pero también siento que escribo muchas cosas que siento que el deporte por momentos es… -no se si decir una excusa- es “un algo” que me permite, a su vez, hablar de otras cosas. El deporte tiene tantos escenarios en sí mismo: al héroe individual, la épica colectiva, el drama colectivo, el llanto, la alegría, la emoción; lo popular. Implica emociones populares. Cuando hay algo que implique emociones populares generalmente hay de todo. Mientras el escenario siga ofreciéndome todo eso y mientras lo pueda seguir utilizando para eso, seguiré. Necesito entusiasmarme con cada historia que voy a escribir. Casi te diría que no me doy cuenta que estoy trabajando. Estoy detrás de una historia.

«El deporte tiene tantos escenarios en sí mismo: al héroe individual, la épica colectiva, el drama colectivo, el llanto, la alegría, la emoción; lo popular. Implica emociones populares»

-¿Cómo es tu rutina de escritura? -La mecánica es buscar datos. Primero es encontrar una historia. A veces la historia puede sugerirla una foto, ni siquiera un texto. Lo que importa es que detrás de ello haya una historia. A veces es pura intuición. Ya tengo 42 años de periodista. El olfato se te entrena. Sino más o menos hubiese sido al pedo todo. Confío en mi instinto. Aprendí a confiar mucho. Eso me llevó un tiempo largo.

-En tus columnas hay referencias a la literatura, la música, el cine. ¿Siempre fuiste un ávido consumidor cultural? -El deporte no vive en un submarino. Tiene sus micro-mundos pero forman parte de este mundo. A veces encontraste que esa historia que vos buscabas de un personaje deportivo estaba en un músico o en una película. Cosas que no tienen que ver con la cancha exactamente, pero que de alguna manera sí tienen que ver. Tengo como una especie de antena dirigida a que, ¡upa!, que buena frase que acaba de decir este flaco en esta película. Me lo anoto. Otra gente va armada, yo llevo mis anotadores. Son mis armas. Salgo a todos lados con eso. Inclusive cuando salgo a correr, a veces se te ocurren las cosas más inesperadas corriendo.

-En tus columnas hay una mirada, pero no una bajada de línea burda, explícita. ¿Cómo trabajás eso? -Nunca me gustó ser ni juez, ni policía, ni cura. Estoy lejos de figuras que imparten, supuestamente, moral o adoctrinan. Me gusta pensar junto al lector. No es que yo no tenga opinión, la tengo e intento, por respeto, que esté fundamentada. ¿Por qué llego a esa opinión? No soy una piedra, soy un sujeto. Voy a ser arbitrario y es inevitable, no pretendo la objetividad. A veces son las tres de la mañana y estoy con mi ombligo. ¿Quién me interpela? Me interpela mi ombligo. Eso invita a que la arbitrariedad sea ya un abuso. Intento frenar ese abuso, es un intento de honestidad con el tipo que te va a leer.

-¿Cómo ves la relación entre el deporte y el poder? -Al poder que fuere, político o económico, le interesó el deporte porque puede modificar humores populares. Ahora, pretender que la revolución se haga a partir de una pelota de fútbol me parece un exceso. La dictadura pretendió que ganar el Mundial 78 la iba a eternizar en el poder y quedó claro que eso no era sí, pero sí hay quienes creen que eso sucede. Macri era Macri y Boca le permitió ser Mauricio, el fútbol le dio popularidad. A partir del fútbol, el tipo construyó algo. El fútbol no es inocente, genera una visibilidad. ¿Para qué necesitás la visibilidad? ¿Para un proyecto deportivo solamente o para hacer negocios de otra índole? ¿Para construir una carrera política, para lavar guita? Para todo eso existe también la pelotita. Nunca me gustó ser distraído, si veo que esos elefantes me están pasando ahí, uno al lado de otro, ¿qué hago? ¿Escribo de las hormigas o de los elefantes?

-En Argentina existen grandes paradigmas en torno al fútbol: bilardismo/menottismo, el buen juego, el triunfalismo. ¿Cómo te posicionas al respecto? -Tengo mi mirada, obvio. Pero acepto que el buen juego, donde prima el sentido competitivo, es un tema muy discutible. ¿El buen juego es sólo ganar? El fin de esa competencia es ganar, y para ganar cada uno tiene su librito. No hay un librito único. Dentro de esos libritos, a mí me gusta este. Y no estoy diciendo que sea el único, tampoco tengo el patrimonio de la belleza. ¿Cómo se juega de modo bello? De repente, al ser un deporte colectivo, donde también compite la cosa física, a veces un despeje en la línea (recordemos Mascherano en Brasil 2014 contra Holanda) puede tener mucha belleza también. Esa heroicidad del tipo que llega ahí y vos sentís que es Cabral para que San Martín cruce los Andes. Hay algo de eso. ¿Por qué la belleza sólo va a estar ligada a un criterio estético que lo dictaron algunos? Entiendo y acepto eso, pero la verdad, yo no vi nada más bello que el Barcelona de Guardiola con Messi, en términos de disciplina colectiva. Una persona me decía: “Sobre gustos hay mucho escrito, lo que pasa es que nadie lee nada”. Intento leer mucho y, de lo mucho que leo, es con lo cual me siento más afín.

-Mencionabas a Messi y tanto él como Maradona tienen sus apartados en tu libro. ¿Qué destacarías de cada uno? -A veces es un hecho en sí que me produce hablar del personaje. La época más intensa de Maradona me parece que es la del Nápoli. Ahora viene un documental sobre Maradona que lo hizo el inglés Asif Kapadia, el mismo director de Amy y Senna, ahora lo va a presentar en el Festival de Cannes. Y no es casual que haya elegido ese periodo porque engloba todo: la opulencia, la gloria, la miseria, la camorra, el conurbano. Los napolitanos son extrovertidos, la ciudad es extrovertida de por sí, están todos los platos puestos ahí en la mesa. ¿Qué hacés? Cuando todo es tan expuesto, a su vez, quiere decir que hay otro lenguaje que no te muestran. ¿Cómo entrás? Tengo mucho interés en verlo porque me parece que Kapadia entra en la cabeza del protagonista, y entrar en la cabeza de un protagonista tan complejo como Maradona debe ser… En el documental de Kusturika, él dice: “Hace dos años que estoy con Maradona y todavía no sé quién es”. Creo que es el mejor momento del documental, porque está revelando su fracaso. “No sé qué le voy a mostrar”, dice. Hay algo de eso. Maradona cambia todo el tiempo, tiene tantas caras que es un desafío. ¿Cómo no vas a escribir ese personaje? Es inevitable.

«Al poder que fuere, político o económico, le interesó el deporte porque puede modificar humores populares. Ahora, pretender que la revolución se haga a partir de una pelota de fútbol me parece un exceso»

-¿Y sobre Lionel Messi? -A mí me gusta mucho Werner Herzog y él contaba que una vez estaba filmando en Australia y había un aborigen que no hablaba con nadie. Le decían el mudo. Y, en realidad, no hablaba con nadie porque nadie hablaba su lengua, no es que era mudo. Si él moría, la lengua se extinguía. Por momentos pienso que Messi, en términos futboleros, es una lengua en extinción. Es lo último que vamos a ver de algo así. Ser testigo de Messi es un privilegio para mí. Hay algo de agradecimiento. Puedo escuchar a Mozart, puedo ver a Picasso, pero ni fui testigo ni los veo ejecutando su arte mientras lo van creando. A Messi lo veo mientras va creando; con los pies, con una pelota. Para mí tiene algo completamente artístico lo que hace el tipo. Me gusta el personaje cuando intenta ser auténtico a lo que es y no a lo que el periodismo quiere que el personaje sea. Por eso me interesó siempre Muhammad Alí, porque a poco de ganar el título mundial cambia su nombre, dice que no va a llevar un nombre de esclavo y se hace musulmán. Eso era inquietante, era peligroso. Y el tipo lo dijo textual: no voy a ser lo que ustedes quieren que sea sino que voy a ser lo que yo quiera ser. No ir a Vietnam le costó que le quitaran el título, el pasaporte, que lo condenaran a la cárcel. Perdió sus mejores años de deportista por haber sido quien quiso ser. A mí eso me parece extraordinario. Es gente que, en general, inspira a muchos otros. Una poeta negra, Maya Angelou, dijo: “Nos dio dignidad a millones de negros”. Cuando vos ves que un personaje produce algo en decenas de miles, wow, hay que hablar de este personaje.

-¿Qué recuerdos tenés de los mundiales de fútbol? -Haber arrancado con el 78 me marcó. Si antes dije que no me gusta hacerme el distraído, el del 78 fue muy fuerte. Percibía que pasaba algo, pero no sabía bien qué. Trabajaba en la agencia (Noticias Argentinas), no venía de una familia de militancia política, los golpes de Estado en la Argentina eran moneda corriente. No teníamos la dimensión del nivel de la represión. A días del mundial me hice amigo de un periodista francés que me decía que había campos de concentración en la Argentina. Cuando me pasó eso, me quedé enojado conmigo. Trabajé mucho el tema del Mundial 78, trabajé con las víctimas de la represión, cómo se vivía el Mundial en los centros clandestinos. Me conmovió escuchar gente que con grillete y capucha gritaba los goles, me movió esquemas. A partir de ahí, a los mundiales fui con oídos y ojos muchos más abiertos que en cualquier otro lugar.

-¿Cómo te preparas para cubrir un Mundial? -Todo mundial tiene su particularidad y toda sociedad tiene su complejidad. Esa cosa de decir: “esto pasa sólo en Argentina” es una estupidez enorme. En cada sociedad pasan cosas extrañísimas, parecen ser únicas y no lo son. Estar atento a todos esos fenómenos ha sido súper interesante en términos de trabajo. Más que nada porque aprendo yo. Para crecer no hay nada más interesante que conocer. Conozco mucho. Me preparo mucho antes de ir a otro país a cubrir un mundial. Intento hacer mucha lectura paralela. No la más consumida o la más fácil. Siento que los caminos paralelos me van a provocar desde otro lugar. A Rusia iba con dos libros enormes que llevaba siempre conmigo: uno gigante de la historia rusa y otro de la historia del arte ruso. Intentaba ayudarme a comprender dónde estaba a partir de eso.

-¿Cómo ves al periodismo actual en tiempos de reconversiones y crisis? -Hay algo que es cierto: la reconversión es evidente. Lo que también es evidente es que no tienen la más mínima idea de qué hacer. Que están experimentando. Nosotros somos conejillos de indias de ese experimento, nos tocó ser generacionales a esto que está sucediendo. Francia 98 fue mi primer mundial con computadora y celular. Me acuerdo que iba en un tren de gran velocidad, por la campiña francesa, conectaba el celular a la computadora y estaba escribiendo mientras me conectaba y transmitía. Yo dije: “¡Wow, esto es impresionante!”. Antes era todo por teletipo, o dictaba con el teléfono o por fax. Pero, a su vez ¿qué lograron? Que trabajáramos veinticuatro horas sobre veinticuatro. Nunca me voy a olvidar, porque alrededor era una campiña francesa hermosísima, íbamos de Lyon a París. Verde abrumador, y yo no podía disfrutar de nada, no podía dormir siquiera, tenía que trabajar. Entonces dije, wow, han logrado esclavizarnos estos hijos de puta. Para eso es la tecnología. ¿No era que era para simplificar mi trabajo? Sí, lo simplifica, pero me esclaviza. Tengo mi pelea con eso.

-¿Viniendo de la gráfica, cómo analizas los cambios en los hábitos de lectura? -Entiendo que la gente lee menos. ¿Qué hacemos con ese leer menos de la gente? ¿Cómo atraemos la lectura? No sé si lee menos o lee distinto, también. Porque cuando agarro el celular y estoy con un tuit, sigo leyendo, el acto de leer es el mismo. ¿Cómo comprendo ese escenario distinto con lo que creo que es el acto de lectura, invitar a leer o compartir la lectura? ¿Cómo sigo siendo “yo” cuando cambió el tiempo? A Joaquín Sabina le leí una vez una frase que me encantó: “Soy un anarquista que respeta los semáforos”. Hay algo de eso que me gustó. Ok, los semáforos están, convivo en esto que se llama sociedad y es una jungla, formo parte de todo eso. No ignoro. Pero tengo también mis propias reglas. Eso es lo que intento cuando escribo.

«Por momentos pienso que Messi, en términos futboleros, es una lengua en extinción. Es  lo último que vamos a ver de algo así. Ser testigo de Messi es un privilegio para mí»

-¿Cuál sería, según tu opinión, el rol de un periodista hoy en día? -Nosotros no somos los dueños de los medios. Hace muchos años hacía una beca en España y una persona decía: “Nosotros somos choferes, los dueños de los autos son otros”. Que nosotros manejemos el volante no quiere decir que seamos los dueños de los autos. Leonard Cohen te habla de la grieta y él lo que dice en realidad es que vivimos a oscuras permanentemente y bienvenida la grieta porque nos permite saber que hay algo de luz. Pero creo eso, que en un sentido vivimos a oscuras, que no somos los dueños de nada. Los dueños son otros. La vida es azarosa, incierta. Esas seguridades que pretendemos son tan relativas. Lo estoy diciendo un poco de modo figurativo también: esa verdad de la que estoy escribiendo, ¿qué verdad estoy escribiendo? ¿cuál es la verdad? ¿Cómo manejo esa relatividad de la verdad en el lenguaje y en lo que después informo para los demás? ¿Cómo manejo eso de la oscuridad? La oscuridad está ahí, permanente. Entonces, bienvenida la grieta, que nos permite ver que algo de luz hay. Vayamos por donde va esa luz. Es más complejo a veces porque las cosas no son ni blancas ni negras. Una vez le preguntaron al fotógrafo brasileño Sebastião Salgado por qué trabajaba sólo blanco y negro y él dijo “mi gris tiene muchos matices”. Cuando ví eso dije: ahí está. El gris tiene muchos matices. A mí me gusta trabajar esos matices.