Fotos: David Gacs
Hace algún tiempo las redes -revolución digital, web 2.0, como se llame- tal vez impregnaban de entusiasmo instalando el sueño de una refundación de los lazos sociales, de la “conectividad ilimitada”. Hoy pareciera que algo de todo eso fue tomado por el desengaño. Al menos ante la constatación de que sólo con las nuevas redes sociales no basta para gestar la promesa de un horizonte compartido, que su capacidad de articulación política tiene un límite: la sustracción del cuerpo de la escena de conflicto, la disolución del encuentro físico. En un presente que se torna cada día más asfixiante, resulta estimulante invocar algunas voces que piensen atajos, cruces, impulsos vitales ante cierta sensación de desconcierto. Es entonces que aparece en primer plano la necesaria mirada de Franco “Bifo” Berardi -una necesidad confirmada por las más de 700 almas que asistieron a la charla que dio por estos días en la Facultad de Sociales de la UBA- para describir, desandar y poner en cuestión las cifras de una contemporaneidad que produce modos de vida resquebrajados, acentuando cada vez más el desfase entre la corporeidad y la abstracción del mundo digital.
Hay un tema sobre el que Bifo viene insistiendo, más o menos tangencialmente, hace al menos veinte años: el pasaje de la forma industrial del trabajo a lo que él denomina la “actividad cognitiva-precaria del semiocapitalismo”. Si la sociedad contemporánea fue pasando de la producción de mercancías físicas a la producción de bienes semióticos, intangibles; de la necesidad del esfuerzo corporal a la digitalización y atomización del acto muscular; la pregunta que se impone es la siguiente: ¿cuál es el resultado psicopatológico de las últimas dos décadas en esta nueva composición del mundo del trabajo? Y aunque el panorama, intuitivamente, parezca desalentador, Bifo plantea algunas pistas. Si aquello que denomina “máquina global” tiene que ser “reprogramada”, esto no debería ocurrir sólo a partir de la simple organización de los millones de trabajadores cognitivos que pueblan el planeta, sino que debería ir acompañada de una verdadera refundación del placer de un espacio físico compartido. En otras palabras: devolver(nos) a la fuerza de trabajo que nutre la matrix las formas del placer de la corporeidad, de nuestro estar en el mundo.
Con un puñado de libros publicados en español –Generación Post Alfa, Félix, La sublevación, Fenomenología del fin– el filósofo italiano nos insta a forjar la crónica de las vicisitudes de un nuevo estadio epistemológico: el del trabajador cognitivo precarizado. Por lo demás, su presentación no debería pasar por alto su participación como promotor de medios comunitarios (Radio Alice, Revista A/Traverso, Tv Orfeo). Y al mosaico biográfico habría que sumar su activismo social y político que reclama señalar al año 77 -el estallido del movimiento estudiantil y proletario acontecido en Bolonia y Roma- como un punto de inflexión tanto a nivel global como del anecdotario personal.
-Te quería proponer si podías comenzar recapitulando los distintos factores de la importancia del año 1977…
-El año 77 significa muchas cosas. Fue la primera vez que alguien dijo “No hay futuro” en Inglaterra pero al mismo tiempo es el comienzo del neoliberalismo cuando Margaret Thatcher da la batalla al interior de su partido y gana las elecciones. Es también el año en que Steve Wozniak y Steve Jobs crean las interfaces friendly de Apple y empieza el proceso de creación de la red. Por otro lado es el año en el que se crea por primera vez un ser humano artificial, la primera persona biotécnica. En definitiva, en todo el mundo se empezó a percibir un cambio que no fue político sino antropológico. Para mí y para mi ciudad, Bolonia, fue un año muy conflictivo porque el Movimiento de Autonomía se enfrentó de manera dura al gobierno y con la policía. Pero al mismo tiempo ha sido el año en el cual empiezan las radios libres, una experiencia que anticipa la transformación reticular de internet. El 77 fue el año de las revueltas.
“¿Qué es la decisión? Es la expresión de la voluntad humana como voluntad libre. Si esa voluntad está limitada por los imperativos financieros y los automatismos técnicos y lingüísticos, la política no significa nada”
-También en lo personal fue un año duro para vos, ¿no?
-Para mí fue catastrófico porque fue el año en el que fui obligado a escaparme de Bolonia porque el Poder Judicial me consideró culpable de varias cosas violentas que estaban aconteciendo en Bolonia, en Roma y otras ciudades de Italia.
-Esos años marcarían -según se lee en tus escritos- el inicio de la atomización del poder real, el avance de la abstracción del mundo de las finanzas y las redes impactando de lleno en la psiquis social…
-En realidad… si queremos encontrar una fecha de inicio de la financialización del capital yo diría que es el año 71, cuando Richard Nixon desvinculó el dólar del intercambio fijo del “patrón oro”. Ese patrón de referencia dejó de existir y su moneda quedó libre de la regulación del sistema mundial. Eso significa que el dinero se transformó en un arma económica pero también política. Ese proceso de la economía convirtió al capitalismo en un sistema de depredación pura y simple.
-En algún lugar dijiste que la democracia hoy en día es sólo un cadáver y que la política ha sido humillada para siempre…
-Sí, pero… ¿qué significa que la democracia ha sido aniquilada? Lo vimos en la experiencia griega, cuando el sesenta y dos por ciento de la población votó contra del memorándum sobre el “rescate económico” del FMI y la Unión Europea. Eso significaba que la democracia se estaba expresando pero al día siguiente esta decisión democrática fue cancelada a la fuerza por las trampas financieras. Al mismo tiempo la política como arte de la decisión ha sido humillada, porque en definitiva… ¿qué es la decisión? Es la expresión de la voluntad humana como voluntad libre. Si esa voluntad está limitada por los imperativos financieros y los automatismos técnicos y lingüísticos, la política no significa nada. Es lo que estamos verificando hoy.
-¿Este escenario que describís podría explicar el debilitamiento de las experiencias nacional populares o populistas de Latinoamérica?
-En realidad el efecto de esta humillación es la difusión de formas que yo no definiría como populistas. En la manera en que hoy la prensa usa la palabra populista se mezclan dos cosas totalmente diferentes. Por un lado existiría una voluntad popular y obrera -de la sociedad- de ganar más recursos: salvar al Estado, la educación, la salud. Es algo muy compartible, progresista. Pero por otro lado está la agresividad nacionalista. Desde el punto de vista latinoamericano, y particularmente argentino, la percepción del nacionalismo es muy diferente de la que tenemos en Europa. Claramente el nacionalismo en Europa significa fascismo, no hay otra manera de traducir ese concepto. Entonces cuando veo fuerzas como la Liga de Matteo Salvini en Italia yo no digo “populista”, digo “fascista”. Porque no los veo como representantes del deseo social que busca defender conquistas económicas. Los veo como la reemergencia del peligro racista y fascista. La situación latinoamericana tiene un carácter muy distinto porque ni Argentina, ni Brasil, ni Venezuela fueron jamás potencias imperialistas. En este caso el nacionalismo no se vincula con la agresividad imperialista. Al contrario; se expresa como deseo de liberación del imperialismo. En todo caso, llamémoslo como quieras: populismo, soberanismo, nacionalismo progresista. Me parece que ha habido una historia -tal vez buena o tal vez mala- pero hoy no existe. Ha fracasado tanto en Brasil como en Argentina. No ha fracasado en Bolivia gracias a Dios pero no me parece que eso signifique mucho a nivel continental. Y sobre todo, no me parece que podemos proponernos reactivar el nacionalismo progresista del pasado. No por razones políticas pero sí por razones sistémicas. El soberanismo nacional -en la modernidad- tuvo una potencia que hoy no tiene más, porque el poder verdadero no pertenece a los Estados nacionales; pertenece a corporaciones globales totalmente desterritorializadas.
-Ante la abstracción del capital financiero, la desterritorialización del poder, ante ese mundo regido por el imperativo “google”, ¿qué respuestas ves que encuentren los movimientos sociales, las izquierdas?
-Me parece que no hay respuestas. La izquierda desapareció y nunca volverá. Naturalmente la palabra “izquierda” tiene muchos sentidos. Si pensamos en la política democrático-liberal que ha estado en el poder en los años de Tony Blair, de François Hollande, de Matteo Renzi; esa izquierda está muerta y se lo merece porque ha abierto la puerta a la agresión financiera y al retorno del fascismo. Las últimas elecciones norteamericanas lo confirman. Esperábamos que los demócratas pudieran ganar. No han ganado nada porque aunque el congreso tenga mayoría democrática, el voto popular va a seguir confirmando el poder de Donald Trump. ¿Entonces qué hacemos? Lo primero es entender qué ha pasado y qué está pasando. Después nos queda reactivar la inteligencia colectiva y el cuerpo colectivo. A mí no me parece que vaya a existir una resistencia política contra el nacional-socialismo a nivel global. Puede haber una reactivación psíquica del cuerpo colectivo. Sería el comienzo de un proceso de autonomía después de la catástrofe. Pero lo que veo hoy es una catástrofe sin salida.
“No me parece que podemos proponernos reactivar el nacionalismo progresista del pasado. El soberanismo nacional tuvo una potencia que hoy no tiene más, porque el poder verdadero no pertenece a los Estados nacionales, pertenece a corporaciones globales totalmente desterritorializadas”
-En tus textos hacés hincapié en que hoy el deseo, como potencia creativa, está en una suerte de retirada. ¿Es posible revertir eso?
-En la última década he visto sólo dos movimientos importantes en el mundo, que esencialmente han sido Occupy en Estados Unidos y el movimiento feminista Ni una menos que se desarrolla en Latinoamérica. Su sentido profundo es que no son movimientos políticos en los términos tradicionales. Occupy ha sido un fracaso; no ha ganado nada pero ha comenzado un proceso de esa reactivación del cuerpo colectivo. Si hay una fuerza social que tiene el poder para cambiar algo en la forma global del capitalismo, en mi modo de ver, es el trabajo cognitivo, el trabajo de la red, aquellos que producen, programan y articulan la máquina global. Pero esta fuerza es cerebral, sin cuerpo; son millones de trabajadores cognitivos, precarios y totalmente aislados a nivel lingüístico, social, físico, territorial. ¿Qué significa eso en términos políticos? ¿Cómo recomponer la corporeidad del cuerpo colectivo? No lo sé… Solo creo que tendremos un período muy sombrío en los próximos años. Lo que podemos hacer es trabajar en la reactivación erótica del cuerpo; refundar la dimensión del placer psíquico, físico y poético de encontrarse con otros.
-Si el escenario planteado es el de millones de soledades conectadas… ¿Cómo hacer para reerotizar el presente?
-¿Por qué caminar? ¿Por qué marchar juntos en la calle? En la calle parece no haber nada. En otro tiempo se decía que el poder estaba en la calle. ¡Era la frase del Mayo Francés, “le pouvoir est dans la rue”, y era verdadera! Porque la ciudad física, las fábricas, las oficinas, los comercios, el transporte eran lugares reales del poder. Ocupar la calle en 1968 o en 1917 significaba bloquear los núcleos verdaderos del poder. Hoy no es así. ¿Entonces por qué marchamos juntos? No porque se trate de conquistar poder en las calles, se trata de devolvernos la capacidad de un “vivir juntos”. El trabajo cognitivo ha perdido la función política de la reactivación del cuerpo presente.
“Lo que podemos hacer es trabajar en la reactivación erótica del cuerpo; refundar la dimensión del placer psíquico, físico y poético de encontrarse con otros”
-En Buenos Aires hace pocos meses vivimos una experiencia que recuerda a esto que describís como “reactivación del cuerpo colectivo”, cuando se trató en el Senado la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Incluso sabiendo -casi de antemano- que se votaría en contra, hubo millones congregados bajo la lluvia en una especie de celebración, de erótica del encuentro…
-Claro, ¡no era un combate exclusivamente político! Era la condición para encontrar personas en lugares físicos, urbanos. Es el mismo sentido de Occupy. Tenés un ejemplo aquí cerca; la experiencia del mercado que está aquí enfrente (N. de la R.: hace alusión al Mercado de Economía Solidaria de la calle Bonpland, en Palermo) que tuvo una continuidad en el tiempo permitiendo a la gente establecer cotidianamente relaciones. Fue ocupado en el 2001 y sigue hasta hoy. Eso es crear espacios que permiten dar continuidad no sólo al encuentro, sino también a la transformación conjunta del trabajo cognitivo. El punto es que ese trabajo cognitivo hoy significa que estás en tu habitación, haciendo constantemente la misma actividad en una condición que se ha vuelto muy solitaria. A finales del siglo XIX los sindicatos eran lugares que permitían a los trabajadores -que vivían en la misma fábrica- transformar su presencia en una presencia política y social. Necesitamos lugares similares pero a la altura del trabajo cognitivo. Buscar la participación de los trabajadores cognitivos precarizados. Esa debería ser nuestra tarea.