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Texto: Edu Benítez | Ilustración: Lu Ponteville

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Laurent De Sutter: “La ideología de lo contemporáneo es el brutal retorno policial del sujeto”

 

El arte contemporáneo no plantea promesas. No hay futuros redentores en su andamiaje estético, ni utopías donde se imaginen realidades sociales distintas a la nuestra. Su universo iconográfico se deleita en la figuración de lo mundano, lo prosaico; en el señalamiento gozoso del aquí y ahora. Lo supo y lo ejerció a la perfección Jeff Koons, que en 1991 inauguraba la muestra Made in Heaven en el Soho neoyorkino, donde aparecía retratado junto a su esposa -la actriz porno Cicciolina- en un puñado de esculturas y fotografías en variadas posturas amatorias. Acompañada de objetos como floreros y falsos afiches publicitarios, la muestra se prestó al escándalo. No tanto por hacer uso de lo trivial, de lo seriado; después de todo casi un siglo antes Duchamp ya había hecho eclosión con sus ready mades para ensanchar las fronteras del arte. Lo que no se le perdonó a Koons fue su voluntad por celebrar lo ordinario en sí mismo. Los árbitros del buen gusto lo proclamaron persona no grata en el campo artístico. Sin embargo, en pleno Siglo XXI, el resultado es contrario al que la crítica de entonces hubiera querido aspirar. Hoy este artista-empresario (como lo describen en Wikipedia) es una celebridad insoslayable y sus obras son las más cotizadas del planeta.

 

Toda esta historia es lo suficientemente colorida y controversial como para que el joven filósofo nacido en Bruselas, Laurent De Sutter salga al relevo de su anecdotario y elabore un exhaustivo estudio. El punto de partida del libro Pornografía de lo contemporáneo (Isla Desierta) es Made in heaven (1991) y sobre esa muestra artística se ponen en práctica muchas de las propuestas filosóficas que aparecen -casi como un método- en ¿Qué es la pop-filosofía? (Cactus). Ambos textos, de reciente aparición, son complementarios y en ellos De Sutter -como buen heredero del pensamiento de Gilles Deleuze- concibe a la filosofía como el arte de crear conceptos. Recupera lo pop-filosófico a partir de dos menciones que hiciera el filósofo francés sobre el tema, y crea desde allí un programa de lectura anti academicista. En ese sentido es notorio el gesto desprejuiciado con el que elige sus objetos de análisis. En la narrativa del pensador belga, el supuesto mal gusto de un objeto kitsch puede funcionar como la puesta en crisis de la esencialidad de cierto arte que se pretende verdadero, la pornografía nos impulsa a pensar en la condición de banalidad que atraviesa nuestras existencias y los diálogos de Jack Sparrow en Piratas del Caribe pueden ser considerados como rotundos instrumentos de persuasión. Todo aquello que los defensores de la cultura refinada pueden considerar menor o vulgar puede generar consecuencias reflexivas según Laurent De Sutter. De ese modo nos invita a ser afectados sea cual sea el objeto; a ejercitar un pensamiento que no se asuma como acto erudito en su pretensión por revelar verdades, sino como un tejido de tramas insospechadas en el que cualquier cosa sea capaz de generar conexiones. Lo que importa es que aquello que parece no tener relevancia aparente (lo considerado pasatista, cursi, decorativo) suponga un lugar de pasaje más propenso a la experimentación que a la racionalidad fría, como lo describe en uno de sus libros. Por eso su obra es una declaración de insatisfacción en relación al canon filosófico, de allí que proponga convertir a la propia disciplina en una materia extraña. Laurent De Sutter es un pensador atento a aquello que desestabiliza las lógicas anquilosadas del arte y la filosofía. Un autor interesado en dialogar con eso que consideramos el lado banal de nuestra cultura.

 

-En su libro ¿Qué es la pop-filosofía? describe un “modelo de lectura” más propenso a experimentar el mundo que a interpretarlo o comprenderlo. ¿Podría explicar este aspecto de su propuesta?
-Como lo demuestra el relato de la purificación progresiva del arte en la modernidad, creo que nosotros somos herederos de una historia que quería hacernos héroes. Por nosotros me refiero, por supuesto, a los sujetos. Esta historia, en el mundo occidental, se despliega en la obra de Emmanuel Kant cuando decide desarrollar a la vez un programa del pensamiento tanto crítico como estético. En realidad, con la invención de la crítica, lo que Kant hizo fue una verdadera estetización de todo. De repente, porque el sujeto devino en un individuo capaz de juzgar el mundo, y no sólo de aplicar allí los dogmas heredados, su posición se transformó en la del espectador de teatro. La crítica es, entonces, la invención de la sociedad del espectáculo: la sociedad de sujetos que juzgan la política, la moral, el fútbol, ​​la moda, el arte o la ecología como si se tratara de obras de arte. Naturalmente creo que esto es una catástrofe, porque esta herencia nos ha situado en una posición de omnipotencia. Allí donde se ejerce la crítica, como una expresión de la facultad de juzgar, se ejerce la tiranía sin resistencia de aquel que juzga; una tiranía que ningún objeto puede resistir. Me parece que esta es precisamente la razón por la cual Deleuze creó la pop-filosofía a principios de la década de 1970.

 

-¿A qué se refiere cuando dice que la pop-filosofía propone un pasaje de lo erudito al error filosófico, de la creación de conceptos a la de afectos, de la “racionalidad fría” al pensamiento devenido “esquizo”?
-Creo que la pop-filosofía estaba destinada principalmente a despojar al sujeto crítico de su posición de superioridad sobre el objeto. Para lograr esto necesitaba pasar por otras categorías, además del juicio; y por lo tanto, por otra relación con el mundo, distinto al de la estética del espectador. Para Deleuze, las cosas estaban claras: era necesario inventar una forma de pensar capaz de garantizar que a lo que miramos, oímos, tocamos se le restituya su lugar de ser actor, de ser mirado, escuchado, tocado... Es decir, restablecer a este encuentro -entre el sujeto y cualquier objeto- su dimensión total y completa: ser transformado por lo que es probable que surja del encuentro en cuestión. Pop-filosofía fue para Deleuze la forma en que la filosofía, en lugar de continuar el trabajo de consolidación crítica, podría proponer otras formas que marquen una diferencia para que este encuentro no sea arbitrario. Por supuesto, esto implicaba que algo pasa, que el encuentro es intenso (por lo tanto emocional), en lugar de ideal y abstracto. Pop-filosofía debe ser el arte intensivo de las consecuencias.

 

-¿Cómo se vincularía la pop-filosofía con el derecho? Una relación que aparece señalada en su libro.
-Creo que este arte de las consecuencias, Deleuze lo aprendió no sólo de los nuevos medios de su tiempo, cuando reconoce que despiertan nuevas formas de intensidad: radio, televisión, conciertos pop, sino también del derecho. ¿Por qué? Bueno… simplemente porque el derecho, tal como lo consideraba, era una forma de tejer consecuencias, de fabricar continuidades, de inventar bifurcaciones (para hablar como Jorge Luis Borges). La jurisprudencia, en particular, en la medida en que nunca deja de inventar en los vacíos legales soluciones inauditas a situaciones que nadie podría haber previsto, personifica un arte de consecuencias como Deleuze soñó para la filosofía. Para decirlo de otra manera, existe una pragmática del derecho que se opone al carácter abstracto del juicio crítico: una forma de hacer, de fabricar, de inventar, de crear, en lugar de contentarse con resolver sobre la base de los conocimientos ya establecidos. El derecho, en otras palabras, fue para Deleuze un arte de sorpresa o acontecimiento, en el que se destacó de manera contundente entre todos los demás pensadores franceses de su generación.

 

-En el libro afirma que la pop-filosofía supone conexiones, pliegues, repliegues y ramificaciones constantes. ¿Nuestro presente capturado por formas de vida multitasking, sería el escenario más propicio para el ejercicio de la pop-filosofía?
-No, no lo creo. Al contrario, el discurso del desarrollo personal contemporáneo, que no es otro que la versión sonriente y culpabilizada de la gestión neoliberal, insiste sobre todo en la necesidad de centrarse en "ser uno mismo", en "encontrarse a sí mismo". El multitasking, desde este punto de vista, debe considerarse como una de las muchas pruebas por las cuales cada individuo, como un maestro hipotético de sí mismo, logra mantener intacto quién es en medio de la diversidad de acciones, contextos, trabajos. En realidad, estamos viviendo un momento saturado, en el que "el ser" no deja de aparecer en todas partes. La generación de pensadores a la que pertenecía Deleuze era una generación que había querido deshacerse del ser en beneficio de otra cosa; ya sea la difusión, los efectos del habla, el devenir. La ideología de lo contemporáneo es una ideología de fijación, de identificación, del brutal retorno policial del sujeto. Desafortunadamente, esta ideología está ganando terreno, incluso donde es más probable que cause daños: estoy pensando en particular en el feminismo o en el descolonialismo. Creo que lo que necesitamos, en lugar de nuevas identidades, son nuevas formas de desidentificación.


"Creo que aquello que define una época, si es que existe algo así, sería más un conjunto de tendencias contradictorias, paradójicas y contrarias que componen una trama, más que un mapa unívocamente legible"


 

-Cuando sostiene que la pop-filosofía “no quiere decir nada” y por ende “suprime toda significación”, nos recuerda menos al pop art que a una operación dadaísta. ¿Cree que existe alguna asociación allí?
-Digamos que en la pop-filosofía hay algo así como una ambición: la Patafísica. Cuando Alfred Jarry la inventó en Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, patafísico, la definió como "la ciencia de las soluciones imaginarias a la ausencia de problemas", y quiso sugerir la posibilidad de desarrollar una relación con el mundo basada en la paradoja permanente, o en alguna forma de locura. Pero había una condición para que tal relación fuera posible: aceptar que cualquier cosa pueda tener lugar. Y no sólo lo que la ley del mundo decida, incluso la de la naturaleza. Creo que es este todo es posible que Deleuze ha asumido al forjar el concepto de pop-filosofía, como un desafío por el cual oponerse a la tentación permanente de la filosofía por forjar explicaciones y, por lo tanto, también por decidir qué es pensable y qué es impensable. Deleuze creía que cualquier cosa podría ser una fuente de pensamiento, y que era probable que cualquier cosa tuviera alguna consecuencia, siempre que hubiera una. Deleuze pidió un avance sin reglas, para un anarquismo aún por venir.

 

-En su libro Pornografía de lo contemporáneo, cita a un crítico del New York Times que identificaba a la obra de Jeff Koons con la decadencia de los 80. ¿Qué señala la obra de ese artista pop acerca de la sensibilidad de nuestra propia época?
-No estoy seguro de que sea posible caracterizar una época en forma general. Deleuze, hace largo tiempo, nos advirtió acerca de esas grandilocuencias que reducen la singularidad de los eventos bajo etiquetas tan grandes que no explican nada de aquello que pretenden explicar. Creo que aquello que define una época, si es que existe algo así, sería más un conjunto de tendencias contradictorias, paradójicas y contrarias que componen una trama, más que un mapa unívocamente legible. Estar en el siglo XXI es inventar una nueva forma de contar aquello que nos ha pasado, para que podamos tener consecuencias más interesantes para nuestras acciones. Al menos más interesantes que contentarnos con repetir los viejos relatos: tanto del heroísmo modernista como los de su crítica, que pueden verse en la política y en el arte contemporáneo.

 


"La ideología de lo contemporáneo es una ideología de fijación, de identificación, del brutal retorno policial del sujeto. Desafortunadamente, esta ideología está ganando terreno, incluso donde es más probable que cause daños: estoy pensando en particular en el feminismo o en el descolonialismo"


 

-Usted sostiene que a través de la pornografía -a partir de la obra de Koons y la Cicciolina- sería posible recorrer la historia del arte de un “modo más expansivo”. ¿Podría explicar cómo sería esto?
-Hemos heredado un relato de la historia del arte, en particular del arte moderno, que no ha dejado de disociar lo que el arte ha intentado siempre complejizar: los vínculos que han existido entre cuerpo, visibilidad, deseo y valor. En la narrativa moderna, el arte es lo que, al asumirse a sí mismo, excede el campo de la representación visible de los cuerpos con el afán de dar nacimiento a un valor que trascienda toda contabilidad y todo deseo posible. El arte moderno es un arte cuya pureza no puede acomodarse a la más mínima transacción con la vulgaridad del mundo. Paradójicamente, sigue siendo este relato el que ha sido difundido por todos aquellos que, hasta el día de hoy, continúan pidiendo una reconciliación del arte y la vida, ya que la vida, en su vocabulario, no es más que el nombre de una autenticidad que finalmente estaría desligada de toda preocupación por el valor y, por lo tanto, también de lo innoble del deseo. Creo que lo que Koons pone en escena con Made in Heaven -de una manera abrumadora y explorando la iconografía del porno más comercial en el contexto mismo del arte contemporáneo- es la ridiculez de esta ilusión de Edén. Es decir, el hecho de que el paraíso de la pureza del arte descansa sobre la agitación, desde el siglo XIX, de la cultura material que ha hecho de todo cuerpo el lugar de una mercantilización, cuyas imágenes constituyen el producto final.

 

-Para desactivar cierta sacralización del arte y la sexualidad, en Pornografía de lo contemporáneo se alude a la noción de “banalidad”. ¿Qué supondría un acceso a lo real a través de lo banal?
-Es necesario recordar dos cosas. La primera es que la vinculación del arte con la mercancía (por lo tanto, el arte y la prostitución de los cuerpos) es un fenómeno que Charles Baudelaire -considerado el teórico del "pintor de la vida moderna"- entendió tempranamente. En su famosa pregunta y respuesta "¿qué es el arte? La prostitución”, enfatizó en qué medida -en el momento del surgimiento de las galerías, los grandes centros comerciales y la producción en masa de bienes- la preocupación por el arte del futuro ya no podía afectar a un simple deleite de un sujeto o a la transformación de su vida. El arte del futuro, el arte moderno "genuinamente" si se quiere, solo podría ser un arte del objeto, un arte de "fetichización", como lo expresó Walter Benjamin. Ahora, y este es el segundo punto, un objeto, en la cultura de mercado nacida con la industrialización de la producción de bienes durante el siglo XIX, se presenta ante todo como algo "banal" (Koons utiliza esta palabra para designar la serie que precede a Made in Heaven). La banalidad es la condición de existencia en un mundo donde todo está prostituido, porque todo es un objeto, y en tanto objeto transforma la comprensión que teníamos del cuerpo y su deseo. En la modernidad ya no es el sujeto el que desea, sino el objeto mismo.

 


 

Traducción: Gastón Boco

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30/04/2024