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Texto: Dalia Ber | Ilustración: Lu Ponteville

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Santiago Llach, el chico tímido que se transformó en el Julio Grondona de la escritura

Ricardo Güiraldes fue un escritor cosmopolita y rural que en 1926 publicó su obra más conocida: Don Segundo Sombra, inspirada en la figura de un gaucho al que conoció en San Antonio de Areco, donde quedaba la estancia de su familia. El poeta y crítico literario francés Valery Larbaud dijo en referencia a esta novela que Güiraldes –un bon vivant cercano a Borges, Victoria Ocampo y Oliverio Girondo, entre otros, que frecuentaba París como si fuese Mar del Plata- había olvidado “el smoking encima del chiripá”. El autor no se quedó atrás y respondió: “Es mejor llevar dos trajes que ninguno”. 

 

El escritor, editor, poeta, traductor, coordinador de talleres literarios y ahora alma mater de los célebres Mundiales de Escritura en cuarentena, Santiago Llach, tiene en su haber una anécdota parecida: “Cursaba cuarto año de la secundaria, un día volvía en tren de la clase de gimnasia con un blazer sobre la ropa deportiva, tenía todos los pelos desarreglados y estaba transpirado por completo. Me vio un profesor del colegio que viajaba en el mismo vagón y me dijo: ‘vos sos dos, sos este muchacho serio, tímido, intelectual -porque yo hablaba con él de libros y etcétera- y este otro, medio futbolero, punk, desarreglado y rebelde’. Soy esos dos, siempre estuve medio escindido entre esos dos”.

 

Llach da cursos sobre Hamlet, La Ilíada o La odisea y a la vez es de los que creen que en algún momento los posteos en Facebook o Twitter podrán llegar a tomarse como literatura. Publicó sus poemas en pequeñas editoriales independientes y grabó una serie de podcasts sobre Borges que difundió Infobae; escribe sobre fútbol y dice que, de las materias que llegó a cursar en Puan, su favorita fue el griego; usa una y otra vez el adjetivo “tímido” para autodefinirse y adelanta entusiasmado algunas novedades para la tercera edición de los Mundiales de Escritura que inventó junto a otra gente, en los que se inscribieron dos mil setecientas y cinco mil personas en el primero y el segundo, respectivamente. Santiago Llach, diría Larbaud, usa el smoking encima del chiripá.

 

Una vez alguien me dijo `murió mi papá´ y a mí se me escapó responder `uy, qué bueno´. Las crisis siempre generan literatura. Cuando se escribe desde la tragedia es lo que más funciona. A veces las malas noticias son buenas”, dice Llach en referencia a las circunstancias adversas en general, aunque podría ser uno de los fundamentos del Mundial de Escritura que él anunció horas antes de que se decretara el aislamiento obligatorio en Argentina, el 20 de marzo. Ante el impacto por la noticia, ante la novedad del encierro, ante la angustia y la incertidumbre: escribir.


Una vez alguien me dijo `murió mi papá´ y a mí se me escapó responder `uy, qué bueno´. Las crisis siempre generan literatura. Cuando se escribe desde la tragedia es lo que más funciona. A veces las malas noticias son buenas


El mundial de Escritura, cuyas reglas pueden leerse acá se convirtió en un suceso. Reaccioné rápido, de un modo bastante maníaco. En cuarentena se duplicó mi trabajo; abrí muchos más talleres y estoy con esto del mundial. Además en el medio me mudé, fue algo sorpresivo porque tenía otro plan, pensaba mudarme a Recoleta o Palermo y mis hijos me convencieron de mudarme a un PH en Chacarita. Estoy hablando ahora desde la terraza”, cuenta Llach. “De todas formas últimamente me mudo entre barrios no tan distantes. Me crié en Vicente López, que tiene su peculiaridad, yo digo en chiste que es el Conurbano, pero por supuesto nadie considera que Vicente López sea el Conurbano, porque es como la zona más privilegiada, el suburbio. Después huí de ahí y me vine a distintos barrios de la Capital: primero Colegiales, después Palermo, luego el Centro, de nuevo Palermo y ahora Chacarita”. 

 

-Tengo a mano una cita tuya de cuando te habías mudado al “barrio de Buenos Aires donde la cultura es cosa seria, no como en Palermo donde se te cagan de risa de todo, te arman un evento medio pavo para presentar un libro, o te venden suéteres de Evo Morales al precio de un salario de trabajador boliviano en la Argentina”. Sos como un especialista en meter estas referencias culturales, instantáneas de una época o momento. ¿Sos consciente de ser el fundador de una experiencia que a miles de las personas que participan les va a marcar una etapa de la vida?  

-Por supuesto no me identifico con eso que escribí, ni con el tono ni con el contenido. Supongo que es de cuando me mudé ahí al lado de la Avenida Corrientes y era como “El lugar de la Cultura”. En cuanto a lo del Mundial, no sé si lo recordarán así pero sí veo que hay reacciones entusiastas. Básicamente es una extensión de la experiencia de dar talleres, con algunas de las características que tiene un taller de escritura; por un lado, abrirse de la intimidad a través de la expresión escrita en compañía de otros, en una actividad que es percibida como solitaria ya me parece que suma bastante. Por otro, supongo que para mucha gente el mundial puede ser un estímulo para su propio desarrollo en la escritura. Me alegra haberlo abierto. Mi vida laboral terminó siendo la de alguien que coordina talleres, en gran medida por mis fallas: siempre me costó bastante este aspecto. Solo dos veces trabajé en relación de dependencia durante seis meses: una, como cadete en una agencia de turismo a principios de los 90 y otra como corrector en una punto com, en el 2000. Fuera de eso siempre fui free lance -ahora se puso de moda esa expresión- y también me costó siempre lo económico, sobre todo porque soy un poco sensible y un poco tímido. Me costaba socializar y tener jefes, tendía al refugio. En algún momento se empezó a armar esto de los talleres y sentía que era una zona muy de confort, porque en el taller soy el de la voz autorizada. Pero en general las ideas que tuve siempre fueron ideas de otros que fui tomando. El Mundial es un proyecto masivo que fue pensado por varias personas, viene de algo que también es colectivo.

 

-¿Y qué pensás de que en este momento todo pase por internet?

-Internet es como la salvación de los tímidos, es un mundo paralelo hecho por los tímidos. Por eso también pienso que cuando se produce toda esa violencia en las redes que se ve a veces si uno conociera a la persona que está detrás de la pantalla entendería muchas cosas. A mí en las redes me preguntaban seguido cuándo iba a hacer talleres virtuales, por ejemplo gente que vive en otros países. Yo me resistía bastante, últimamente a lo que más me dedico en términos generales en cuanto a la literatura es a los discursos de la intimidad junto con reflexiones sobre el mismo hecho literario, como ese borde que está entre la ficción y la no ficción. En general en los talleres se da esto de compartir la propia escritura, que tiene que ver con los fantasmas, los traumas y los secretos. En los grupos se crea una especie de intimidad bastante fuerte, a mí me parecía que era difícil trasladarlo a un espacio virtual. Cuando empezó la cuarentena primero pensé `bueno, me quedo sin trabajo´, y después decidí pasar a lo virtual. Evidentemente todos estamos siendo conscientes de este Second life, que era el juego digital en el que había como una vida paralela, todos estamos con esta segunda vida en la cual también están las emociones, las contradicciones humanas. Entonces es un sustituto, no es la vida real tal como la conocimos, pero evidentemente la vida digital genera sentido. 


"En un punto la historia de la literatura siempre fue la Second life, es como una vida en la mente, una vida fuera de la vida de algún modo. La escritura es eso, siempre me parece que hay un componente de alienación y de extrañamiento"


-Y en cuanto a la escritura ¿Cambia algo ahora que es todo a través de internet?

-En un punto la historia de la literatura siempre fue la Second life, es como una vida en la mente, una vida fuera de la vida de algún modo. La escritura es eso, siempre me parece que hay un componente de alienación y de extrañamiento. Después, creo que la experiencia esta del zoom o los dispositivos de llamadas hace que uno esté y no esté, no es explícito, pero a veces la gente apaga la pantalla. En el taller no es lo más común pero a veces ocurre. En los talleres tipo curso hay gente que está con la pantalla apagada y yo los imagino lavando los platos mientras hablo sobre Shakespeare, o yendo al baño. Está esto de la atención flotante, de hacer muchas tareas a la vez. Incluso presumo que mientras alguien está leyendo un texto de una intimidad impresionante uno de los que escucha también puede estar mirando el celular, hay algo casi admitido de distracción. A mí también me ponía muy nervioso en los talleres presenciales cuando alguien se ponía a mirar el celular y trataba de que no lo hicieran. En esta nueva vida me es más difícil todavía, me cuesta más ir al detalle del texto. Por otra parte, tiendo a tener un temperamento melancólico y a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero trato de dejar de lado ese pensamiento y creer que esta es una época interesante de la humanidad, más allá de la pandemia, claro. Pero me parece que es una época en la cual se da la transición cultural de lo analógico a lo digital -obviamente las circunstancias del mundo en este caso lo consolidan- y es un momento fascinante en el cual el lenguaje está cambiando, incluso está surgiendo otro aspecto del lenguaje que es el escrito. Es decir, están las marcas de lo oral en las redes sociales y por otra parte el lenguaje de los emojis, o memes o lo que sea. Cambia el lenguaje y por lo tanto las experiencias son fascinantes, si bien veo, como buen paranoico, que eso puede hacer peligrar la democracia o la cultura literaria, pero pienso que son nuevas modalidades de la humanidad de narrarse, de pensarse, y que son positivas. 

 

-¿Y qué va a pasar con los libros de papel?

-En otra época también pasó lo del cambio de formato, yo creo que vivimos algo parecido al surgimiento de la imprenta, cuando los libros eran vistos como diabólicos, que amenazaban determinados saberes o experiencias. Bueno, ahora está pasando lo mismo pero el libro está del otro lado. Veremos qué pasa con él. Creo que simplemente es un modo de almacenar la información e internet es otra. Hoy pensamos que un posteo en Facebook o en Twitter no es literatura, yo creo que en algún momento sí lo daremos por literatura. La diferencia es que ahora cualquiera puede publicar y no hay mediación a la publicación, entonces eso es un caos en el cual conviven lo bueno y lo malo, lo feo y lo bello, lo edificante y lo terrible. La mediación en realidad la hacen Google o Facebook, que de algún modo ordenan los saberes u organizan, como lo hacía la iglesia en el Medioevo, y después están las tribus, que necesitan guías y gurúes que señalan caminos, como en toda la historia de la humanidad. 

 

-Vos estás al tanto de lo que pasa en internet, tenés presencia en la web y a la vez das cursos sobre Shakespeare. Conviven las dos cosas en vos.

-Soy una persona que se siente bastante ignorante. En mí hay una formación literaria inconclusa, empezando porque no terminé la carrera de Letras. Entonces siempre me sentí menos, en lo académico y lo intelectual. Lo tapé un poco con esta fascinación por lo contemporáneo, busqué primero en los blogs de poesía de autores contemporáneos a mí, pares o un poco más grandes que yo, como Fabián Casas o Laura Wittner. Esa fue mi escuela, se podría decir. Esa poesía de fines de los 90 en Argentina, una época en la que además tuve una pequeña editorial. Era un poco irresponsable en mi juventud, punkie y presentista, tenía un interés especial en darle una entidad a lo contemporáneo. Como cualquier otra persona, con el paso del tiempo aprendí que `mientras miro las nuevas olas yo ya soy parte del mar´. Es decir que, bueno, eso que uno cree que viene a cambiar el mundo es en realidad una olita más. En los talleres de escritura -si bien no soy un convencido de que enseñen algo, creo que incentivan y orientan en general acerca de la discusión y el estado de la cuestión literaria, y creo que pueden ser habilitantes- lo que yo les digo a los alumnos que hagan, no lo hago. Les digo: “Anímense a mostrarse, cuenten sus cosas, el artista tiene que pagar un precio, anímense a revelar los secretos”. Pero bueno, hay un costado romántico del artista que tiene que ver con romper, desobedecer, y yo en tanto alguien que intenta enseñar estoy en un lugar más edificante, más prudente, y hasta diría más moralista.

 

-¿Cómo empezaste a escribir? ¿Quiénes fueron tus maestros?

-El primer taller al que fui, en la Biblioteca Pública de Martínez, se llamaba “El taller del encuentro”. Lo dictaba una poeta afín a la generación del 40, posterior pero afín, Nora Larrandart. Ella tenía una onda Olga Orozco, me abrió un montón la cabeza. Yo venía de un colegio católico bastante cerrado, y la gente que iba nada que ver, me acuerdo de un pibe que hablaba de Foucault, después fue guionista en la tele. Ahí entré en contacto con otros pensamientos, otras ideas. La docente era poeta y también subdirectora del Colegio Nacional de Martínez, creo que siempre en el pedagogo está esa tensión entre lo edificante y lo desobediente. Si todo lo que vas a decir son órdenes sobre lo que hay que hacer es muy aburrido. A nivel social mis maestros fueron Arturo Carrera y Daniel García Helder, que eran dos poetas que daban talleres. A mí Arturo me resultaba interesante porque era más neobarroco, ambiguo, menos politizado, diría. Venía de la escuela del neobarroco de los 70 y 80, con Néstor Perlongher y otros. Y García Helder era un rosarino que además de ser hincha de Central, como yo -hoy se diría machirulo pero no sé si sería efectivo- era más parco, más de una lírica estereotipadamente masculina, súper interesante, esa mezcla que también era una mezcla de mis dos yo, una masculinidad más tradicional y otra menos tradicional. Esa combinación para mí era muy didáctica. Y después a mi pesar y luchando en contra, tuve un poco más a la distancia a profesores de la Facultad de Letras: Daniel Link, con quien tuve una relación más personal, Beartiz Sarlo y David Viñas.


"Es un momento fascinante en el cual el lenguaje está cambiando, incluso está surgiendo otro aspecto del lenguaje que es el escrito. Es decir, están las marcas de lo oral en las redes sociales y por otra parte el lenguaje de los emojis, o memes o lo que sea. Cambia el lenguaje y por lo tanto las experiencias son fascinantes"


-¿Por qué a tu pesar?

-Bueno, ese era mi yo rebelde, mi yo tímido. Tenía pavor a los finales, no podía rendirlos, no hablaba con nadie, no lograba integrarme…y no terminé la carrera. Si antes había sido opresiva la Iglesia Católica, a Puan, pobre, lo convertí también en algo opresivo. Pero bueno, son fantasmas míos. Finalmente lo que aprendí muy de grande, a los cuarenta, es que tardo más en adaptarme. Tengo que tener una paciencia que a veces no se ajusta con los tiempos del mundo. Pero ese es mi karma, digamos. Es inevitable. No terminar es otro de mis karmas, hay que terminar los procesos. La materia más linda que hice, creo, fue griego. Me hubiera encantado ser un estudioso de las literaturas clásicas y tener un tiempo para eso. Digo lo del karma de no terminar también en cuanto a mi obra, si es que se puede hablar de ella, algo muy disperso que nunca pude terminar de concretar. Así la percibo. Pero creo que voy a concretarla en algún momento, tengo contrato para hacerlo. Igual hay algo con lo disperso…

 

-¿Cómo es lo del contrato para concretar tu obra? 

-En realidad ya incumplí el contrato, pero bueno, las editoras están siendo tolerantes conmigo. Voy a sacar un libro sobre Borges en Random House y otro que se llama “La vida como borrador”, que es precisamente sobre reflexiones y consejos de escritura, que por supuesto también me cuesta escribir. Firmé un contrato para escribir un libro de consejos de escritura y no puedo terminar de escribirlo. No creo ser un escritor de verdad ni soy objetivamente un escritor que es leído en tanto tal, he escrito en un momento varios libros de poesía. Yo digo un poco en forma de autocastigo que la poesía es para vagos. Amo la poesía y amo a los poetas pero bueno, siento que es algo medio inconcluso y menor lo que escribí. Después escribí un libro de crónicas sobre fútbol, lo reivindico, está bueno, pero me siento un escritor menor que no escribí ficción. Siempre fue un objetivo, quizás era equivocado. Tenía una novela pero no quise publicarla…tengo una relación tortuosa con la propia escritura. Para consolarme podría decir que también es la de Kafka y la de Borges, pero también la de tantos autores ignotos y olvidados…Ahora estoy un poco más maduro. La madurez supongo que tiene que ver con concretar, así que…


"Hoy pensamos que un posteo en Facebook o en Twitter no es literatura, yo creo que en algún momento sí lo daremos por literatura. La diferencia es que ahora cualquiera puede publicar y no hay mediación a la publicación, entonces eso es un caos en el cual conviven lo bueno y lo malo, lo feo y lo bello, lo edificante y lo terrible"


-Así que vas a concretar un libro sobre reflexiones y consejos de escritura. Y otro sobre Borges, del que dictás talleres y grabaste podcasts sobre su vida con invitados como Beatriz Sarlo o Pedro Mairal. ¿Cuándo fue la primera vez que leíste a Borges?

-El Borges de las Obras Completas en toda casa que se preciara en los 70 era un libro que había que tener. Estaba en la mía, quien más rápidamente me habla de Borges es mi madre, socióloga y lectora voraz de literatura. Después hay una figura también crucial que es una tía abuela, tía de mi madre. Mi vieja me mandó con ella, en realidad se me confunde con una profesora de primaria, se me mezclan un poco los tiempos. Fui diez años a estudiar con ella y me hacía memorizar “Platero y yo”, hasta los 18 años iba a tomar clases. Pero ya bastante de chico, creo que a los 12 o 13, me acuerdo de ir en el tren, en la línea Mitre, memorizando los sonetos “Ajedrez”, de Borges. También me hizo memorizar los primeros párrafos del cuento “Las Ruinas circulares”. Entonces desde esa época Borges siempre me acompañó, de alguna manera. Un poco después llegó Kafka, por supuesto los entendía de un modo solemne, como algunos hemos entendido de adolescentes la literatura, sobre todo a Borges. Pero sí lo sentí como un estímulo. Ese efecto que provoca y suele asustar, eso de pensar “pará de tirarme citas de autoridad”, yo siempre lo sentí como un impulso, como si fuese un maestro de literatura. En Puan a veces me tiraban autores y lo sentía al revés, como un anti estímulo, no sé por qué. Después cuando publiqué mi primer libro de poesía Tamara Kamenszain armó un ciclo de escritores que hablaban de su autor preferido y yo elegí a Borges. Como algo raro, porque lo que escribía no tenía mucho que ver con él. Pero bueno, siento un placer enorme al leer a Borges.

 

-En un rato corto hablaste del idioma griego como tu materia favorita, citaste una frase de rock y mencionaste tu libro sobre fútbol. Pienso si de haber vivido en otra época hubieses logrado una obra “prolija” en el sentido despectivo de la palabra prolijo.

-Mi psicología en cualquier época hubiera producido un efecto similar, no sé si tiene que ver con la época. Pero soy literalmente un hijo de los jóvenes de los años 60, esa generación en el mundo y su traducción en Argentina, o también en Argentina, que tuvo que ver con las guerrillas y militancias. Creo que la épica de los años 60 de nuestros padres era medio inigualable, ese loco deseo de cambiar el mundo, equivocado probablemente. Ahí al menos a mí me quedó una cierta resistencia a la militancia en general, siendo que al mismo tiempo por herencia y temperamento la política y lo político siempre estuvieron en mis intereses, pero me parece que hay algo de los que fuimos jóvenes en los 90, no en Argentina sino en general, sumado a mis peculiaridades, que a mí me empuja hacia una resistencia de la militancia. O si tiene que haber, que sea una militancia de lo íntimo. Es decir, esa posibilidad que da la literatura de conocer las contradicciones, las ambigüedades y el dolor de cada uno de subrayar eso, la historia privada de la ideología, lo que está atrás de la máscara pública. Creo que parte de mi interés en la literatura, y en particular en la literatura de la intimidad, tiene que ver con eso. Es como una resistencia mía y, por otro lado, yo en tanto ser tímido, siempre tendí a refugiarme en la masa. Ya sea en el fútbol o en recitales de Los Redondos, por ejemplo, pero creo que es eso finalmente. Las acciones en masa me provocan, como ser más maduro y más equilibrado que creo ser hoy, una cierta desconfianza. O, más que desconfianza, retraimiento. 


"Si tiene que haber, que sea una militancia de lo íntimo. Es decir, esa posibilidad que da la literatura de conocer las contradicciones, las ambigüedades y el dolor de cada uno de subrayar eso, la historia privada de la ideología, lo que está atrás de la máscara pública"


-¿Y qué nos dejaron los 90?

-Estar mucho más en el mundo, si uno piensa en la década del 80. Y, bueno, lo que ahora está amenazado, como los viajes, por ejemplo. Sea que uno haya viajado mucho por el mundo o no. Yo conocí Europa a los 35, bastante grande, no he sido muy viajero. Pero bueno, la posibilidad de conocer el mundo, la ilusión del viaje, la experiencia masiva. Eso fue me parece una de las experiencias clave de la construcción. Creo que en términos literarios se dejó de tener que esperar para completar la obra de algún escritor. Ahora el secreto se perdió, hay como todo un punto de erosión de la mitología del artista que creo que es positivo. Yo me identifico con bandas de mi generación, bandas americanas como Smashing Pumpkins, Pixies…lo veo también como una segunda o tercera generación del rock, que ya no tiene el impulso de estar creando algo, sino estar repitiendo algo. Quizás la melancolía es esa, la sensación de no estar haciendo algo grande en la historia. Pese a que considero que los años 90 fueron los mejores años, en un sentido global, años de una gran libertad y un montón de cosas que se estaban gestando, justamente internet, una globalización cultural, que nos dio la posibilidad de acceder a un montón de productos culturales, más allá de las consignas económicas. Hubo mucho quilombo igual en términos globales, pero para el mundo fue un período de crecimiento también. Finalmente vivimos una gran época pero quizás no nos dimos cuenta. 

 

-La revista “El Gráfico” también ocupó un lugar en tu formación. 

-Sí, El Gráfico siempre estuvo. Parafraseando a Calamaro, “soy de la quinta que vio el Mundial 86”. Tenía 14 años en el 86, cuando Maradona era un gran ídolo. El otro día un texto de un alumno decía “quiero que mi viejo se reconcilie con Maradona”. Y yo me identifiqué, me cuesta pensar en Maradona como un ídolo, la verdad. Quizás es porque me identifico con ese discurso autodestructivo y me da bronca. Quizás me enoja no poder ya casi quererlo. Lo quiero, pero con gran esfuerzo. Pero sí, el fútbol es muy importante. Ahora mi hija juega al fútbol y mi hijo no tanto, pero en una época era formador de una cierta masculinidad. En mi caso, en el colegio jugaban al rugby y había algo despectivo contra los que jugaban al fútbol. Después jugué con cosechadores de uva en Nonogasta, La Rioja, y hasta en los clubes de tenis más exclusivos de la Argentina. Jugué con gente de todas las ideologías y clases sociales. En una época era de varones, hoy también es de mujeres. A mí me encanta eso. 


"Firmé un contrato para escribir un libro de consejos de escritura y no puedo terminar de escribirlo"


-Hablando de mujeres, las finalistas en el primer Mundial de Escritura fueron todas mujeres.

-No tengo la estadística exacta pero algo así como el 70 por ciento de las que compran libros son mujeres. Los cánones literarios en general siempre han sido mayoría de hombres: las estrellas eran los hombres y las consumidoras, mayoritariamente mujeres. Supongo que sí, que se está dando vuelta. Se revierte con todas las complejidades de un proceso histórico. En este momento, por ejemplo, están de moda las escritoras argentinas en el mundo. Yo les digo a mis alumnas que aprovechen. Porque a través de todas las escritoras que ganan premios hay algo que está pasando en relación a eso. No soy yo el indicado para pensarlo pero habría que ver por qué. Hay una oleada, una serie de escritoras argentinas que están pudiendo dar cuenta de la experiencia de un modo que interesa en el mundo. Supongo que tiene que ver con todo eso. Ellas llegaron a ser finalistas, es un proceso en el que yo no intervengo: hay como cuatro instancias de jurados y antes está el propio equipo que selecciona el mejor texto. Es un síntoma de la época.

 

-La idea es seguir organizando nuevos Mundiales…

-Espero que sea un evento que se repita. En octubre va a haber otro, confío en que surjan buenas ideas para que cada vez tenga un nuevo atractivo. Por ejemplo, se me ocurrió que tal vez para hacerlo menos pesado podría destinarse una semana a la escritura en prosa y otra a la poesía. O que la propuesta sea traducir un soneto de Shakespeare, y que después queden 5 mil traducciones. Ahora surgió esto de proponer consignas en formato de video, muy en la línea de lo que se hace en la época. Acorde también al estilo de los talleres, creo que es una opción válida de educación con la literatura. Se me va dibujando como un objetivo: hay mucha gente que conoce el mundo literario y otra que no. La idea va siendo vincular un montón de gente que es ajena a todo esto para darle a conocer autores, conectar con otros dialectos latinoamericanos, personas de otros lugares. Inclusive mi idea es que en algún momento un próximo mundial, quizás el próximo que haga, sea una especie de plataforma de talleres y cursos, no míos sino de otra gente. Imagino que durante siete días puede haber diez cursos o diez talleres de cualquier parte del mundo, y que también se los pueda hacer gratis. Otra idea loca. Por supuesto que lo más difícil de todo es financiarlo, tendría que haber bastante presupuesto. La intención es llegar a algún tipo de sponsoreo. Hasta ahora con las donaciones la gente se portó súper. Fue surgiendo todo esto, con jurados como Javier Cercas, Mariana Enriquez y Jonathan Lethem, con consignas de Nick Hornby, entre otros, y creo que va bastante bien. Mejor dicho: Va muy bien.  



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06/05/2024