A Willy Crook le costó, a lo largo de su carrera en la música, despegarse del estigma de haber tocado en una de las bandas más populares de la Argentina: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Sin embargo, recuerda esas épocas con mucho cariño y le da orgullo haber participado. Hasta se sorprende con sus solos en Gulp (1985), disco debut para la banda y despedida para él, que luego buscaría otros caminos. Antes, había vivido en Europa. Trabajó en Torremolinos, España, en 1979. Vivió en un “squat” de Montparnasse, en Amsterdam y en Chaouen (Marruecos) hasta que, en 1982, regresó al país con un cóctel de lisergia y rock and roll. Luego de los Redonditos, de donde se fue en la cresta de la ola, tocó el saxo en la última gira de los Abuelos de la Nada. También tocó con Riff y con Daniel Melingo en los Lions in Love. Conoció, además, a Luca Prodan y casi se incorpora a Sumo. Sin embargo, fue el funk el género musical que lo cautivó para siempre.
En Europa de nuevo, luego de sus intensos años ochenta, trabajó de pintor, mecánico, plomero, camarero, y de Disc Jockey. Allí descubrió las mieles de James Brown y de Sly Stone con otros ojos. Se dio cuenta de que el rhythm and blues y el jazz se podían fundir en una arquitectura rockera y ser bailables. Y que puede sonar muy bien. Que el rock puede sonar en un tugurio corroído por la humedad y tapizado de colillas de cigarrillo o vasos vacíos, pero también puede sonar, a través del prisma funk, en el estéreo de un auto para conquistar a esa chica que tanto te enloquece. Fue solo cuestión de tiempo: Crook armó su banda, Los Funky Torinos, y se convirtió en un referente del género en la Argentina. Discos como el homónimo de 1997, con un tema mejor que el otro, Eco (1998) o Fuego Amigo (2004) consolidaron un estilo propio. Un camino que se movió -y se mueve- por los mismos márgenes de la escena under que lo vio nacer. Porque Willy siempre hizo lo que quiso. Sólo le rindió pleitesía a la música. Y asumió las consecuencias. Por eso no le da vergüenza cuando le preguntan sobre su paso por Los Redondos. Sonríe y recuerda cada anécdota como una vida en sí misma. Como varias vidas que conforman, todas unidas, su certificado de existencia. Con un show en puerta, donde repasará los seis temas de X (2016) –su último disco– habló con Almagro en el Hard Rock Café de Recoleta acerca de su presente, su forma de entender la música, que es, en sus palabras “la única que quiero que me diga que gusta de mí”.
-Se viene el show del 3 de junio en el Teatro Monteviejo. ¿Cómo te estás preparando? ¿Qué representa dentro del camino recorrido por X, tu último trabajo discográfico?
– El show de Monteviejo viene muy bien preparado a raíz de que felizmente, contra todos los pronósticos, estoy trabajando mucho con una banda que me enorgullece. Son unos cretinos formidables y yo adoro los cretinos. Insolentes, como los Funky Torinos actuales. Irreverentes, irrespetuosos y, sobre todo, gladiadores contra el mal gusto. Estamos muy preparados a raíz de muchísimos shows con los cuales revisamos el material de X. X quiere decir diez, pero como soy muy pretencioso y fanfarrón le puse una X para que se note que leí un libro alguna vez y aprendí los números romanos. Fue un disco hecho no con las condiciones óptimas, pero los temas que contiene los avalo completamente. De hecho tenía más temas pero no los puse porque hubieran sido relleno, y si no pasan mi propio filtro…
Crook es muy simpático y expresivo. Sonríe todo el tiempo y habla sin pausa. Se lo ve muy bien, como si el tiempo no pasara para él, que ya tiene 51 años. Un artista que puede jactarse de haber construido un camino en la música sin ataduras. Sobre esto reflexiona y repiensa su última obra: “Soy un privilegiado que hace lo que quiere. Cuando uno hace lo que quiere paga el precio de no poder pagar precios muy grandes. Pero yo puedo sustentarme, vivo de esto y estoy muy agradecido de eso y de la gente que me va a escuchar. X todavía no está en físico, está virtual en Bandcamp y lo pueden escuchar gratuitamente. Y si se les ocurre llenarme el tanque de nafta pueden comprarlo. No por mí. Por el Torino. Artísticamente el disco tiene un nombre que no viene al caso, sin una línea conceptual. Fue un disco muy traído de diferentes momentos y era, sobre todo, para darle algo a la gente que me escucha. El que viene ahora, que ya tengo material que van a escuchar en el show de Monteviejo, tiene temas que tienen una línea conductora y sobre todo está todo amalgamado por el hecho de que esta banda que tengo son personas fantásticas y respetables. Me gustaría tocar un poco mejor así gano en la conversación.
-Se te relaciona siempre con el saxo en tu carrera solista. En los Funky Torinos lo seguiste desarrollando pero diría también que el sonido de la música que hacés va más allá del saxo; también te manejás con la guitarra. ¿Cómo dirías que es tu relación con este instrumento hoy por hoy?
-Excelente pregunta Michael (risas). Es muy escasa para el punto de vista ajeno. He pasado de ser saxofonista a componer, entonces escucho la música integralmente. Estoy más ocupado de los sonidos, y eso no me pide que haya saxofón en todos los temas. Me parece un elemento suntuario que va eventualmente. Mi placer personal pasa con otros instrumentos. Soy completamente adicto, amante del bajo.
“He pasado de ser saxofonista a componer, entonces escucho la música integralmente. Estoy más ocupado de los sonidos, y eso no me pide que haya saxofón en todos los temas”.
Curiosamente invito saxofonistas que tocan muy bien. Me gusta escuchar un saxo bien tocado y no le he dedicado el tiempo suficiente pero, vamos. No me parece mal tocar en algunos temas. No en todos. Pero he decepcionado mucho a la gente que quería verme tocar el saxofón, porque no le presto mucha atención, a veces me lo olvido. Estoy más agarrado a la guitarra que es un instrumento que flota eventualmente. Ahora le estoy prestando más atención y en este disco que viene habrá.
Ahora que me lo decís, en X creo que hay un solo saxo que es una frase de “Outstanding”. También esto es fruto de que en Patricio Rey, que es una banda de la que estoy orgulloso de haber tocado, en su momento no me parecía que tenía que haber saxo en todos los temas. Como buen insensato me pasé al extremo contrario, que es que en mi propio disco no pongo un saxofón sabiendo que lo toco y lo tengo, lo cual ya es motivo suficiente, pero me gusta encontrarle el lugar.
-En una nota contabas que cuando entraste a Los Redondos casi que no sabías tocar el saxo…
-Tenía uno. Eso es todo.
-En los últimos años se recuerda mucho la escena under de los ochenta, la primavera democrática. Hace poco se estrenó un documental sobre Cemento y hay cierto revival de eso. ¿Cómo recordás esos años?
-Como todo en mi vida: lo veo como pequeñas vidas que uno ha tenido, obedientes a una mujer, a una relación, a una banda. Son como vidas por sí mismas. Esa vida que tuve era muy intensa, muy extraña. Muy pobre. Me acuerdo que iba caminando a Café Einstein o que a los shows iba en colectivo, con buena suerte. Curiosamente, cuando me voy de Los Redondos es cuando podíamos tomar un taxi, pero eso fue mi estilo. Los ochenta fueron muy intensos. Hubo un gran personaje sin el cual el rock no existiría: Omar Chabán, muy mal juzgado por los acontecimientos, más allá de que él tenía parte. El sólo buscaba que se tocara. Así mismo pagó miles de coimas a miles de personas pero sin él, el Einstein y todo eso no existiría el rock. En el Einstein podía tocar Virus, La Sobrecarga, Los Violadores, Sumo, Sumito, tal vez Patricio Rey que siempre prometía pero nunca tocaba. Era una oferta de muchas bandas que se parecían sólo a sí mismas. Bandas con identidad que ahora en la cantidad se ha perdido un poco esa calidad. De todas maneras esa cantidad que hay ahora fue lograda a raíz de todo eso que… Bueno, para cerrar el tema: íbamos presos casi siempre. De repente, estaban Los Twist tocando y dicen “prendan todas las luces” y dije: “otra broma de Cipolatti”.
“Los ochenta fueron muy intensos. Hubo un gran personaje sin el cual el rock no existiría: Omar Chabán, muy mal juzgado por los acontecimientos…”
Después a la tercera vez que me pasó ahí mismo dije “no, no era una broma”. Y terminábamos en la comisaría de toxicomanía de Ingeniero Huergo. No era fácil. Amén que la dictadura había influido mucho en la ideología de la gente y en sus valores. Un músico era prácticamente un drogadicto homosexual, lo cual parecía un crimen, y comunista, en el extremo de los casos. Eras una aberración, como un poco realmente es.
Peores maridos del mundo: músico, músico, astronauta, músico. No, no voy a decir político (risas). En resumen: los ochenta: un peligro. Encantador.
Hace una pausa y vuelve al tema de la represión. El rock para él nunca estuvo obligado a hablar de lo que ocurría a su alrededor. “Nunca quise meter en mis letras las cosas que me pasan. Me parece que el arte no es nacional de ninguna manera, el rock. Es una puerta para ir a jugar con la imaginación, que es lo que está adentro”, dice, y piensa: “Obedecía un poco a esa presión que uno tenía. Creo que el “Blues de la amenaza nocturna” de Manal o “Los dinosaurios” de Charly (García) … si la dictadura hubiera sido eficiente, a Charly lo tenían que matar primero, porque le abrió la cabeza a varias generaciones. Tenía otro calibre”, remarca.
Willy, pese a ser crítico, destaca algunas bandas actuales y hace una advertencia: “Aimé Cantilo (sobrina de Miguel), Reverents, Sur Oculto que son bandas muy extrañas. Sur Oculto es trash, sofisticado e instrumental. Es impensable. Pero como lo mío, fue impensable que tuviera repercusión y lo tiene. Te encontrás embrujado con una música totalmente fuera de tus planes. La música te hace hacer cosas fantásticas más allá de tus posibilidades. Lo que sí, tal vez, esos exponentes no se fabrican más. Ni Spinettas, ni Migueles Abuelos ni Lucas. Nos quedan pocos así que vayan a verlos. Y tengan cuidado (risas)”.
Los intensos años ochenta, con su refulgor post dictatorial, su multiplicidad de vanguardias y sus circuitos subterráneos (Cemento, el Café Einstein, el Parakultural) ocupan gran parte de la charla. Hace un asterisco respecto al tema Sumo y Redondos: “La gente habla “ah, entrar a los Redondos”. No era entrar a nada (enfatiza cada sílaba). Era ensayar tres días por semana para tocar. Entrar a Sumo: en Sumo querías salir. Ese pelado sacaba una espada y le cortaba la cabeza a la gente. Era legitimamente una banda haciéndose y pariendo todos los problemas del rock and roll, con los correspondientes enemigos que tenía el rock como ahora tiene a la policía y a los que le cobran a las bandas nuevas. Fueron importantes los ochenta definitivamente”.
-En tu carrera solista te volviste un emblema del funk en la Argentina y de sus variedades. ¿Cómo nació en vos esa predilección por el género?
-Mi raíz es el rock. Claramente. Aunque, cuando tocaba en Patricio Rey, que entré a los 18 años, grabé Gulp y no estuvo mal. Llegué a tocar con Riff el saxo, lo cual me admiro. Cuando me odio me acuerdo de eso y más o menos me perdono. También, paralelamente, toqué con Los Encargados, que era la primera banda de electrónica de acá. Y todo el mundo le decía una palabra de cuatro letras que empezaba con P. A mí me encantó tocar con ellos. También toqué con (Horacio) Fontova que era casi candombe. En esa época estaba abierto a todo y en Madrid, cuando voy la segunda vez, que estaba ya tocando con Lions in Love (banda de Daniel Melingo) me conseguí un laburo de disc jockey. En ese momento era pre Jamiroquai y la música que se escuchaba en los boliches era soul to soul, incógnito. Era música muy buena que podías hablar con una dama y convencerla de algo. Después, con el house no entendí cómo lo hacen. El volumen es insoportable. Ahí conocí a Sly Stone, James Brown. También descubrí que John Bonham fue el mejor baterista funky que tuvo el rock. Y que “Miss you” , de los Rolling Stones, es un tema disco. El funk es un primo cretino del rock que no va a los entierros ni a las enfermedades: va cuando hay joda nada más. Su pariente principal es el blues, que van algunos sobre todo a tocar, a escuchar no. Preguntale a los guitarristas. Van a tocar, a escuchar no van.
“El funk es un primo cretino del rock que no va a los entierros ni a las enfermedades: va cuando hay joda nada más”
Y esa música yo la ponía como DJ y vi que incluso pasó esa moda. Y apareció el house. Eso se escuchaba en clubs. El rock seguía su camino pero la gente no escuchaba esa música. Le parecía de relamidos y de exóticos, no entendía. En sí el concepto era música rithm and blues, con una base sencilla y comprensible, o no tanto, pero los solos eran de jazz.
Y yo dije claro, le ponés un disco de (John) Coltrane a la gente y te odia a vos, al jazz y al calefón, porque parece un saxofón. Francamente insoportable. Eso me pareció una cosa fenomenal, muy canchera.
Crook se endandiló con estos sonidos e intentó darles su toque personal, siempre rodeado de músicos con los cuales construía una gran empatía. “Los músicos que se han visto en mis filas que han sido fundamentales como Patán y Valentino oportunamente o como Esteban Freytes (bajo), Juan Cava (batería) y Leonel Duck (teclado) en este momento. Mis composiciones les gustan a los músicos, lo cual me parece indispensable que haya mutua admiración en lo que se hace. O sea, no entiendo nivelar para abajo, nunca me pasó. Nivelo para arriba al punto de que tengo que estudiar un poco para tener razón en algo porque son unos cretinos eruditos ilustrados (risas). Son muy jodidos esos tipos. Abrieron más de un libro. Y ese era el concepto”
Cuando volvió a la Argentina tocó con Alejandro Medina y con el eximio violinista de jazz Jorge Pinchevsky. Fue invitado a tocar por Patricio Rey en Obras (tres noches), Patinódromo de Mar del Plata, y estadio de Huracán, por Charly García en Ferro, y grabó el álbum En vivo con Los Fabulosos Cadillacs. Luego armó su banda, los Funky Torinos. “Se fue armando el asunto, les gustaba mi música y yo estaba enloquecido de amor con estos cretinos. Hacer música con estos criminales. En la batería también estuvo (Fernando) Samalea. Unos muchachos competentes. No había desperdicio. Sabía que me enfrentaba a que hicieran una feta de Patricio Rey. Y me valió esa palabra de cuatro letras (risas). Pensé que iba a morir con una P clavada en la frente. Recuerdo mi frase, muy poco diplomática. Era “te equivocaste de recital”. Pero no había ni hay una posibilidad de que haga algo con eso. Hay gente que caería en la mentira y ganaría más plata pero no tiene nada que ver. Eso ya lo hice y estoy muy orgulloso. De hacer algo así lo haría con Skay. Aparte que esta es la música que quiero oír. Y pensaba que era una música que necesitaba que se la refresque. No medí el riesgo de ser ignorado. Lo que yo veía era que la gente con la que tocaba era admirable, mal. Y pensaba: si a estos tipos les gusta, vamos para adelante. Después entendí que el jazz, y los Citroens y otras flatulencias le gustan sólo al dueño (risas). Pero siempre estuve muy contento con lo que hice. Siempre hice lo que yo escucharía. Nunca hice otra cosa. No es muy difícil hacer un hit. Sobre todo habidas cuentas de que muchos hits se parecen uno al otro. El tema es quién querés ser. No escucho mucho mis discos pero eventualmente si tengo que ensayar mis temas o acordarme las letras, los escucho y no me avergüenzan. Lo mismo que Patricio Rey. Escucho los solos y digo: joder, no se si ahora toco así de bien. La música es la única que quiero que me diga que gusta de mí. Para resumir fue casual, como el descubrimiento del sacacorchos, el ex marido y la rueda de auxilio. Cosas indispensables para la vida”.
Willy está orgulloso de su camino, a pesar de que esto tampoco le garantice una existencia material perpetua. Algo que tampoco le preocupó demasiado. “Jamás me importó de qué vivía. No sé cómo lo hacía. Antes no tenía el fin de mes que tengo ahora. Termino esta nota y te diría : che, ¿en tu casa se puede dormir un par de noches? (risas). Y lo primero que haría sería mirar tu heladera. Me he echado en sitios que una cabra rechazaría”. Los recuerdos se amontonan, surgen como de un manantial irrefrenable. Se acuerda, también, de cómo nace su amor a los Torinos y el nombre de su banda: “Mi viejo me regala un Torino, porque tenía un balneario y el invierno era espantoso, te quedabas crocante de seco. Y viene una vez a Buenos Aires y me dice: “mirá, me pagaron una obra de albañilería con un Torino. Yo no le voy a poder cargar nafta y a vos tu novia te va a dar una patada en el culo”. Una premonición completamente correcta. Antes de que eso pase, viví en mi auto un buen tiempo y ahí quedó. Todo lo que no entrara en el Torino lo podía hacer en la banda. Y me acordé una frase de Petinatto, que por unas gafas tipo Elvis Presley con patillas de metal perforadas me dijo “qué gafas funky torino”. Y por esa estupidez quedó el nombre de la banda. Y lo de funky no era tan así porque era música negra, rhythm and blues con faltas de respeto a la bossa nova, al blues, al rock, a todo lo que se interpusiera. Si vas a agarrar algo, agarralo. No te hagas el homenajero. Eso lo aprendí con Lions in Love. Todo vale. No se muere nadie. No sos un presidente. Vos sí te podés equivocar”.
La charla va llegando a su fin. Es miércoles por la tarde, ya casi de noche. Willy debe irse: lo están esperando abajo. Tiene un segundo para pensar respecto a su futuro próximo. La respuesta lo pinta de cuerpo y alma.
-¿Cuál sería tu meta de ahora en más luego del show, con los Funky Torinos? ¿Qué tenés pensado también para el próximo disco que adelantaste?
-Si supiera me moriría. No haría nada. (risas). Mi plan es estar muy atento a qué va a pasar. Soy muy joven. Hace 50 años soy joven. ¡Esto es ser joven carajo, no 18! Y soy un tipo muy ganso que cree que todo está por empezar, lo cual es así porque así es. Seguir tratando de hacer cosas que me sorprendan a mí y a la gente que escucha mi música. No ser más de lo mismo. Tengo unos jugadores soberbios que me invitan mucho a nivelar para arriba y veo que mi música va a ser completamente actual, que hace juego con todos los tapizados.
WILLY CROOK & FUNKY TORINOS SÁBADO 3 DE JUNIO, 21 HS. TEATRO MONTEVIEJO Lavalle 3177, Abasto – CABA