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Texto: Walter Lezcano | Fotos: Guille Llamos

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Beatriz Sarlo: literatura y política, mate y whisky

 

Lo primero que avisa Beatriz Sarlo ni bien abre las puertas del edificio donde tiene su oficina de trabajo es que no tiene gas. No es un día particularmente frío, pero la noticia arroja por tierra la posibilidad de tomar mate durante la charla. Entonces, una de las intelectuales más reconocida del país y con un amplio prestigio en el exterior tiene que surfear las mismas olas imprevisibles de vivir en un país que no puede cubrir las necesidades básicas de todos sus ciudadanos. Lo que nos da una idea del lugar que siempre ocupó Sarlo en el día a día: el del barro cotidiano. Solo que en su posición se ocupa de pensar los temas más trascendentes de la política actual y además intervenir en el canon literario nacional. Por ejemplo, su gusto, en estos momentos, trata de imponer que el santafecino Juan José Saer es el mejor escritor argentino después de Borges. Un posicionamiento nos ubica con claridad en la zona en la que disfruta exponer su trabajo Beatriz Sarlo: el de la confrontación de ideas, posturas, cosmovisiones.

 Su último libro es La intimidad pública (Seix Barral), donde estudia los comportamientos de la farándula argentina, distingue las categorías de famoso y de estrella, y establece los modos femeninos de exhibición del cuerpo y la maternidad en una época donde las redes sociales parecen construir y deconstruir las subjetividades. Sin embargo, el diálogo con la ensayista se amplía porque su campo de batalla es extenso, en recorridos y periodos y zonas de acción.

Sarlo expresa sus ideas con seguridad y firmeza, pero también puede construir unos puentes donde se hace presente la dulzura y el encanto. No es fácil encasillarla y pareciera guardar una serie de misterios que no termina de revelar. De ahí a la fascinación por su complejidad, hay un solo paso. Algo de todo eso se lee a continuación.

 

-¿Cómo delimitás tus objetos de estudio?

-Si te pudiese responder bien casi te estaría dando mi historia intelectual. Un punto importante fue cuando decidí, hacia 1984, 1985, dedicarme a estudiar novelitas sentimentales que circularon en 1910, 1920 en la Argentina. Recuerdo que me decían: “¿A eso te vas a dedicar?”. Ahí hay algo. Leí muchísimas. Después tuve una ayuda económica de Estados Unidos. Y con un compañero leímos cerca de 400 novelitas. Incluso descubrí que una de ellas había sido escrita por un tío mío, con mi apellido. Lo ignoraba y mi familia también. Quiero decir, no era nada prestigioso, sino que se escribían estas novelitas para ganar unos pesos. Mi hipótesis es que estas novelitas construyeron un público que luego consumió novelas más sociales que publicaron las editoriales de Boedo. Fueron un pasaje importante en un sector que tal vez tenía el primer alfabetizado de una familia inmigratoria y que después se hizo lector de diarios, etcétera. De todas maneras tenía un esquema muy básico pero no tanto como los escándalos actuales. Y mostraban un modelo respetable de felicidad que en general terminaba con el matrimonio. A partir de ahí publiqué El imperio de los sentimientos y quedé vinculada con los consumos culturales populares. Nunca abandoné del todo preguntarme sobre ese universo. En mi libro sobre Eva Perón me pregunté sobre el vestuario y la construcción de sentido a partir de ahí. Me gustan las zonas laterales de los grandes temas argentinos.

“La vida sin ficción pierde un espesor que no se logra de otra manera. Es una necesidad de salir de lo cotidiano para pasar a otra dimensión”

-Después viene Escenas de la vida posmoderna.

-Pasé días y días en los flippers, viendo eso que era nuevo en Buenos Aires. No es nuevo para mí el hecho de analizar lo popular. Aunque en el medio publiqué un libro sobre Borges, sobre Saer. Siempre estuve entre esos dos mundos. Y este nuevo libro me llega de casualidad. Soy bastante de stalkear las redes sociales. Y mirar las revistas de masas, que las únicas que quedan hoy en día son las relacionadas con los famosos. Un día se me apareció la palabra escándalo en mi cabeza. Lo comenté y otra vez me dijeron: “¿Ahora te vas a meter con eso?”. Y lo hice: me metí con eso. Cuando armé un corpus me di cuenta de dos cosas. Los estudiosos de las nuevas tecnologías tienen razón: las plataformas están completamente unificadas. Y después, el escándalo tenía un segundo capítulo: la maternidad como elemento mostrable.

  

-Hace un tiempo ya indagaste sobre redes sociales. ¿Considerás que los consumidores de estas plataformas mejoraron sus capacidades lectoras para decodificar los discursos que circulan ahí?

-Yo dejaría de lado a Twitter. Tienen una fuerte dimensión política y exige un alto grado de precisión por la limitación de los caracteres. Twitter no es la plataforma típica. En cambio, Facebook e Instagram tienen los mismos códigos que los de la televisión de la mañana y la mediatarde. En Facebook es extraño encontrar cambios en períodos muy breves. Lo cambios culturales se dan en períodos extensos. Lo que sí se puede registrar es la expansión cuantitativa, que es enorme. Y es la base de una mayor seguridad en la expresión de sus sentimientos, ideas y posiciones de los que participan. Facebook, al dar la posibilidad de compartir y hacer circular formatos que son migrables, enriquece mucho. Eso antes, cinco años atrás, requería una complejidad que ya no tienen. En mi libro yo hablo de lo que está pasando ahora. No sé si en el futuro habrá algo que lo reemplace. Y si lo hay, arriesgaría a decir que tiene que ser, como cualidad importante, breve en su argumento. La brevedad es un mundo alternativo y con diferentes públicos al de Netflix, donde el argumento tiende a ser complicado.

-También hay un fenómeno que ya puede ser considerado como una suerte de subgénero en Youtube: videos de debates políticos donde la bajada siempre es que alguien de un partido “destruyó” a otro. Y ese mismo video lo suben del otro partido con la misma bajada pero en sentido contrario. Lo que se vuelve una batalla de subjetividades extraña donde no se llega a vislumbrar quién sale ganando. -Excepto por los comentarios y los likes. Describís un encuentro de batalla cultural cuando se cuelga uno de esos videos. Pero el tema es que nadie es mudo en la redes. En los comentarios se ven las evaluaciones de los consumidores. Si se compara las intervenciones en los comentaristas en distintos países, la Argentina es un país extremadamente belicoso. Ya sea por la naturaleza de los comentaristas o porque no hay moderación en las distintas plataformas. Cuando uno lee el sitio de Le Monde te preguntás: ¿pero todos escriben como si hubieran ido a una gran escuela? Mi hipótesis es que hay intervención sobre los comentarios y al saberse esto hay una moderación en el tono de los comentarios. En Argentina hay otro clima.

-Fabián Casas dice que sin ficción la vida es insoportable. En ese sentido, te escuchaba y pensaba que muchas veces los escándalos televisivos de los famosos son montados sobre una base de ficción que luego es develada, y sin embargo, el público sigue consumiendo esos productos ficticios de la realidad. ¿Cómo se entiende esa relación donde los bordes de lo real y la ficción están completamente desdibujados? -Estoy de acuerdo con Fabián. La vida sin ficción pierde un espesor que no se logra de otra manera. Es una necesidad de salir de lo cotidiano para pasar a otra dimensión. Ahora, si uno ve los programas de mediatarde y piensa qué sucedía hace 30 años, y más también, esos programas tenían ficciones: radioteatros y teleteatros. Con argumentos relativamente complejos. Tenían que durar y mantener a la audiencia con suspenso. Mientras que el escándalo no tiene que tener suspenso porque empieza y termina. Algo sucedió en el consumo de esas ficciones que miniaturizó la ficción y las convirtió en algo repetitivo. Una de las cuestiones es que es mucho menos costoso para el mercado producir el escándalo que producir una buena ficción. Y los famosos buscan el escándalo para seguir siendo famosos. Se bajaron los costos para, quizás, mantener una audiencia equivalente.

-Planteás, además, que los famosos son muy similares al público que los consume. Con la diferencia de la visibilidad. -Los sentimientos que se juegan en los escándalos son comunes en general. El plus de los famosos es la exposición que tienen: videos, notas, viralización, etcétera. Y hay una producción para el escándalo: los famosos se visten para ese evento. Esa chance no lo tiene alguien anónimo. Lo que tienen los famosos para sus escándalos es una escenografía y unos vestuarios extraordinarios. Y además, como esos famosos se preparan para ser famosos a través de operaciones, tienen cuerpos difíciles de conseguir. A menos que inviertas un dinero que no tengas. Ese plus posee el escándalo del famoso que no posee es escándalo de la vida cotidiana, que sucede a veces estando mal vestido.

-¿Cómo te llevás vos como intelectual con la relevancia o, si querés, fama que poseés? -En la televisión se me ve poco porque voy solo a programas de gente que considero amigos desde un punto de vista intelectual, al margen de que podrían serlo en el sentido personal. Voy solo a esos. No es que se me vea tanto. Lo que pasa es que las plataformas cuelgan y repiten mucho. Me pasó en el subte de alguien que me dijo: “Yo a usted la leo”. Yo hablo cuando me conversan. Le pregunté dónde me leía y me mostró el celular. Me llevo bien con ese público, más bien lo agradezco, lo respeto. A veces parecerían que se cruzan fronteras con estos encuentros y tiende a una democracia más abierta que la de las redes.

 

-La maternidad como moda, un tema presente en el libro, entra en tensión con las luchas femeninas que hay en la actualidad sobre las elecciones personales sobre el uso de los cuerpos y la interrupción voluntaria del embarazo. -Así son las sociedades diferenciadas. A las famosas les importa poco cómo son otras maternidades en la sociedad. Se sacan sus fotos amamantando en escenarios perfectos, semidesnudas y les importa poco qué le pasa a una mamá que tiene que viajar tres horas para ir a trabajar para alimentar a su hijo. Son sociedades que no se tocan. Y a la inversa, diría que empezó el 8 de marzo y se empalmó con la lucha por la interrupción voluntaria del embarazo es que esas chicas son de capas medias y están pidiendo no exclusivamente para sí mismas, sino para otras mujeres. Las que vos ves con el pañuelo verde son chicas de clase media. La mamás las llevó al ginecólogo a los 15 años, si tienen un problema lo van a resolver. Estas chicas están pidiendo para otras, es decir que es un momento de solidaridad social. Es el inverso de las famosas. Es la primera vez en años que yo veo que se moviliza una nueva generación. Como cuando entré en la política a fines de los 50 y no salí más de la esfera pública. Entré a una dimensión distinta que no era la de mis propios intereses, era algo más grande.

-Frente a un aluvión de discursos circulantes que surfean la verdad, la posverdad y la ficción, ¿el público en general tiene las posibilidades de decodificar lo que está sucediendo? -Quienes trabajan en medios y demás, están especializados en poder mirar todo el espectro. Y alguien especializado es alguien que conoce mucho más que su campo de acción inmediata. Sin duda los campos culturales están fragmentados pero hay que hacer ese recorrido de saltar el decorado y los cercos. Cuando mirás y dialogás con un mundo que no son los tuyos te dás cuenta que está especializado en poder mirar hacia los costados. Ahora, ¿cuánto hay que saber para ser público de determinada cosa? Cierto cine, cierta literatura y cierta música requieren de ciertas competencias. Vale la pena hacerse esa pregunta.

-Con la literatura empieza todo en tu vida. -Es donde yo aprendí a leer de una forma intensa. Es mi territorio de origen, en el que me siento más identificada. Después viene el ensayo pero primero estuvo la literatura.

-¿La lectura de ficción está inmersa en tu vida cotidiana más allá de lo laboral? -Es tan natural en mi vida como el mate a la mañana o el whisky después de las ocho de la noche. La lectura es parte de mi vida cotidiana y no podría pensarme sin eso. Nunca fui una alumna destacada, para nada, pero sí fui una lectora intensa. Cuando entré a Filosofía y Letras, al poco tiempo conseguí un trabajito en el Instituto Di Tella, ahí en Florida, antes de que lo cerrara Onganía, por lo que tenía acceso libre a ese lugar maravilloso y nadie me controlaba. Tenía acceso libre e invisibilidad que son dos cosas extraordinarias. Vi ensayos de obra increíbles. Y ese es un privilegio dado por la suerte. Lo que también me lleva a pensar a mi ingreso en el Centro Editor de América Latina donde conocí centenares de escritores e intelectuales. Para empezar me ganaba la vida con eso, no había una diferenciación entre vida y trabajo. No la hay tampoco hoy en día.

-¿Pensás tus publicaciones en términos de obra o sos más de manejarte por capricho? -Los libros me aparecen. Por ejemplo, el de viajes. Yo hartaba a todos mis amigos con mis historias de viajes. Basta, me decían. Eso quería decir que había algo en mí que volvía. Supe que tenía algo que hacer con esos relatos que me habitaban. Y se me apareció el libro. Cuando tomo esa decisión, me llega desde Santiago de Chile una valija con diapositivas que guardaban esos recuerdos. Esos viajes no fueron una originalidad y tampoco eran turismo: se trataba de buscar Latinoamérica, si se quiere era también buscar una revolución. También debo decir que el viaje a Malvinas me consolidó la idea. Una semana antes del referéndum en Malvinas pedí en el diario La Nación de viajar. Fue impactante para mí.

“Lo que tienen los famosos para sus escándalos es una escenografía y unos vestuarios extraordinarios. Y además, como esos famosos se preparan para ser famosos a través de operaciones, tienen cuerpos difíciles de conseguir. A menos que inviertas un dinero que no tengas. Ese plus posee el escándalo del famoso que no posee es escándalo de la vida cotidiana, que sucede a veces estando mal vestido”-En los últimos años apareciste en varios libros donde te recuerdan. Por ejemplo, el reciente de Daniel Link, donde hace su recorrido como lector: La lectura, una vida" 

-En el caso de Daniel, de quien soy muy amiga, yo ya sabía lo que pensaba de mí. Lo que pasa es que ahora está escrito. Lo recuerdo perfectamente llegando por primera vez al grupo de estudio que teníamos y nuestra relación sigue hasta hoy. No se interrumpió. Lo que hacíamos con los grupos clandestinos de estudio en los setenta era una forma de sobrevivir, y no sólo económicamente. La revista Punto de vista fue eso, una manera de pararse frente a la dictadura. Pero también relacionarte con gente como Hinde Pomeraniec, el mismo Daniel, entre otros, que luego fueron a trabajar a la cátedra de literatura argentina de la facultad de Filosofía y Letras. Yo no tengo lugar para la nostalgia. La dictadura fue un momento atroz por todo lo que sabemos, pero el hecho de sobrevivir y reunirse era extraordinario. Yo recuerdo que para las reuniones de estudio tenía esta misma mesa pero no tenía sillas. Hasta que un día entra Sergio Chejfec y otros con sillas compradas. Es decir, eran momentos de mucha intensidad: que alguien aceptara sentarse con vos a estudiar en total incomodidad o que te aceptaran en la casa para hablar de política.

-¿Te interesan el riesgo y el desafío como motores de búsqueda intelectual? -Sin dudas. No el riesgo en un sentido de peligro porque me estaría sobredimensionando. Eso espero que lo digan los demás. Lo que sí puedo decir es que nunca estoy mejor que cuando escribo. Y por otra parte, mis libros salen en el orden en el que se van a leer. Y me gusta escribir de ese modo. Los riesgos siempre los ven los otros.

-¿Cómo te llevás con el paso del tiempo y lo que lograste? -Nadie se lleva bien con el paso del tiempo. Yo jugué tenis hasta el año pasado y después me dije que no estoy teniendo el mismo repentismo que tenía, así que lo abandoné. No me gusta el tenis de viejos. Nadie se lleva bien con eso. Todo eso de la sabiduría es una mentira. Tenés los mismos deseos, a veces de formas más extremas, pero no contás con las posibilidades y fuerzas de realizarlos.

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06/05/2024