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Texto: Edu Benítez | Fotos: Karin Idelson

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Gustavo Yáñez González: "Pareciera que llevamos siglos siendo parásitos de otros modos de vida"

Son diversas las metáforas que circulan para ayudarnos a designar lo indescifrable del nuevo capítulo pandémico que atraviesa el planeta. Algunas hacen remisión a una especie de entidad maligna que esparció la peste por el globo; ante eso tenemos que “salvarnos” cuidándonos entre todos. Otras, las de mayor abundancia, suponen matices bélicos y a este virus “lo combatimos” quedándonos en casa. Es una guerra contra un “enemigo invisible” pero son también invisibles las causas que llevaron al desmoronamiento de la vida social tal cual la conocíamos, a un confinamiento que pone a un mismo nivel el trabajo, el ocio, el nervio productivista, los quehaceres domésticos y el tedio, en un formato que se comprime en cuatro paredes. A esta altura los sueños (las pesadillas) de la racionalidad técnica parecen estar cumpliéndose en su versión exacerbada. Al contrario de lo que podríamos pensar, tal vez no estamos en un tiempo de esparcimiento dilatado a perpetuidad, sino en la retirada casi completa de eso que conocíamos como “tiempos muertos”.  

 

Por otro lado, parece no haber nada de sorpresivo en esta crisis sanitaria, aunque las causas socioambientales no estén en discusión. El origen zoonótico del Covid-19, el hacinamiento animal, el nivel frenético de producción que gestionó el desastre son cuestiones que, por el momento, no entran en la agenda de los medios masivos ni de los Estados Nacionales. Por eso es posible decir que las metáforas iluminan, incluso nos calman, pero a su vez obstaculizan la comprensión del problema. En cierto sentido, el actual escenario invita a repensar el modo en que podemos relacionarnos con el resto de los vivientes. No son pocos los que alertan que en caso de reproducirse el modo en que concebimos a los otros animales en la actualidad, los dislates del proyecto tecnocientífico mundial traerán nuevas y más frecuentes epidemias. 

 

Gustavo Yáñez González, filósofo nacido en Chile, viene reflexionando sobre estos temas hace tiempo. Recientemente publicó “Fragilidad y tiranía (humana) en tiempos de pandemia”, artículo que forma parte del libro compilatorio Sopa de Wuhan (ASPO) donde se encuentran textos de otros pensadores como Alain Badiou, Judith Butler, Giorgio Agamben y Byung-Chul Han. Su tesis La ontología es una policía. Devaluar y someter al animal- publicada en 2018- está anclada en la perspectiva de los Estudios Críticos Animales y plantea expandir los estudios biopolíticos teniendo en cuenta la vida animal. Miembro de la ONG Sinergia Animal y del Grupo de Investigación y Educación Antiespecista (GIEA), Yáñez González recorre en esta nota algunos temas que podrían componer un cambio de paradigma del mundo que vendrá. 

 

-En su texto dice que el Covid-19 nos debería recordar “cierta animalidad constituyente” del ser humano. ¿Qué nos permitiría desactivar ese señalamiento? 

-Ese fenómeno no ocurre a un nivel moral, sino biológico. No nos debería recordar, más bien, nos lo recuerda a secas. El ser humano es una especie que se distingue por la invención tecnológica y la médica en particular. Con tal de detener y mitigar el avance de enfermedades mortales ha tenido grandes adelantos en los últimos cincuenta años. Sin embargo, la aparición de los virus y del Covid-19 en especial, hace acaecer con brutalidad esa animalidad. Nos enfermamos y podemos morir rápidamente porque una microscópica molécula que ha mutado entre los demás animales, ha transgredido cualquier frontera para alojarse en nuestras células, para mutarlas y matarnos por dentro. Cuando nos infectamos a través de transmisión zoonótica, el virus no es más que la evidencia de que todos somos animales, dado que devela un continuum entre los demás animales y nosotros.


"Creo que es necesario voltear la mirada hacia los seres vivos que padecen el encierro y la separación radical, no transitoria, de sus seres queridos, de sus propias secreciones, hasta de sus propios miembros. Me refiero a los animales no humanos que comúnmente son considerados livestock"


-En una sociedad hiperproductivista, ¿cómo cree que impacta en las subjetividades el hecho de cumplir cuarentena enfrentando la posibilidad del vacío, la incertidumbre sobre el futuro?

-Omitiendo el hecho de que lamentablemente hay grupos sociales que no pueden hacer cuarentena -dada la mezquindad de los estados subsidiarios, nulos garantes de derechos laborales- tal impacto no lo vamos a lograr cuantificar hasta que la pandemia ralentice su virulencia y aquellos efectos comiencen a aparecer. Pero lo que puedo decir, de manera provisoria, es que es distinto hacer cuarentena en una casa con patio, jardín y espacios de recreación, que hacerlo en un apartamento de 50 mts cuadrados, donde no tienes posibilidad de mirar hacia arriba sin chocar con un muro de concreto. Y en el peor, y muy común de los casos, debido a la explosión inmobiliaria, tienes grandes columnas de apartamentos que te impiden acceder a luz solar durante la mayor parte del tiempo. Esto acompañado con la modulación del teletrabajo, el cual intensifica los niveles de angustia, puesto que no tienes la oportunidad de dividir la temporalidad laboral de la no laboral. Combinados los factores, asistimos a un colapso psicosocial sin precedentes, ya que todos conocemos aquellos síndromes de estrés laboral, como el burning out, que la mayoría de las veces emergen en contextos laborales con esa distinción temporal dada: ahora con su difuminación el hogar es el lugar de trabajo y al mismo tiempo donde descansamos. Ensayamos una escuela provisoria para los escolares, dormimos, tenemos sexo, comemos, leemos, vemos películas, discutimos, etc. No hay un afuera, es decir, el miedo de Marx y de la escuela de Frankfort se hace realidad: la vida queda radicalmente subsumida en el trabajo capitalista.

 

Nota: Las fotografías que acompañan este artículo son parte de un ensayo/diario de la cuarentena.

 

-Si el virus pone al desnudo nuestra fragilidad y nuestra obsesión -estéril- por controlarlo todo… ¿considera que en esta crisis pandémica puede haber una potencialidad para ensayar nuevos modos de vida, una nueva configuración del tiempo productivo?

-Un tema que se ha instalado con fuerza en los medios de comunicación es el que dice que estamos a punto de naufragar en una crisis económica mundial sin precedentes. Eso explica algo que no es una novedad, sobre todo para los estudios económicos-políticos marxianos de mediados del siglo XIX: el capital lo producen los trabajadores. Bueno, en ese momento el trabajo asalariado de las mujeres era escaso y el trabajo doméstico no era considerado en los análisis como trabajo no remunerado, como reproducción social. El punto es que en este caso la crisis económica se debe a que los cuerpos se sustraen de la producción. Esto nos indica un hecho de suma relevancia, las economías mundiales dependen del trabajo físico y mental de los trabajadores, no de los dueños del capital. Esto genera una ruptura en la comprensión de los procesos económicos globales que no queda restringida a un sector intelectual ni sindical, que más bien abre la posibilidad de una sublevación global. No obstante, desde cierta perspectiva se podría intuir que el virus ha podido modular una nueva forma de producción que hubiese sido imposible de montar sin la excepcionalidad de una cuarentena virológica, el teletrabajo, lo cual a su vez tiene como correlato una desarticulación importante de la organización y solidaridad entre trabajadores, en la medida que ya no hay cuerpos que se friccionan, contagien, en el lugar físico de trabajo. En Chile durante los últimos días se aprobó una ley que regula el trabajo a distancia. Entonces, tenemos dos posibilidades. La primera es una sublevación global dada la incapacidad de las economías de recuperarse sin que la masa global de trabajadores activen nuevamente sus músculos, nervios y psiquis, lo cual a su vez abre una chance señalada por Bifo en sus últimas crónicas: en el momento que revelamos que la riqueza es producida por el trabajo asalariado y no por el capital de los capitalistas, esto nos abre a la interrogante, ¿realmente es esa la riqueza que deseamos producir? o ¿necesitamos de la imaginación de otra noción de riqueza como la del tiempo? El tiempo es la verdadera riqueza -y tal vez éste siempre ha sido el meollo del comunismo, la lucha por el tiempo- no el placer conseguido por el consumo. Entonces vamos a hacer lo posible para recuperar nuestro tiempo. Y la otra posibilidad es que el teletrabajo desactive dicha propagación. Es un escenario muy complicado de predecir. En lo que estoy de acuerdo es que luego de que esta estela de mortandad e inseguridad se vaya disipando, en Chile ensayemos una sublevación intensificada de lo que ya iniciamos el 18 de octubre de 2019 donde volvamos fósil el neoliberalismo en el mismo lugar donde se engendró. 


"Nos enfermamos y podemos morir rápidamente porque una microscópica molécula que ha mutado entre los demás animales, ha transgredido cualquier frontera para alojarse en nuestras células, para mutarlas y matarnos por dentro (...) El virus no es más que la evidencia de que todos somos animales"


-En lo relacionado con el entramado afectivo de nuestras sociedades, ¿qué efectos cree que está dejando el distanciamiento social? Usted hace mención a la forma en que se trastocan, incluso, ciertos ritos como el del duelo… 

-Por estos días asistí al velorio del padre de una amiga, con poca gente, sin abrazos prolongados, su padre no había muerto por el Covid-19. Quiénes mueren del virus lo hacen debido a una neumonía aguda, conectados a un respirador mecánico, lejos de sus seres queridos. Entonces tenemos dos situaciones respecto a las muertes desencadenadas en el contexto de la cuarentena. Quienes son infectados y mueren por el Covid-19 no tienen la oportunidad de despedirse de los suyos, aunque lo quisieran, es un mandato de los mismos centros de salud. Por otro lado, los rituales de despedida durante esta temporada, sea cual sea la razón de muerte, no permiten la aglomeración de gente y hacen operar un distanciamiento corporal ya sea por medidas autoinstruidas o indicadas por quienes administran los recintos (juntas de vecinos, cementerios, etc.). Lo que deja en evidencia esto es la desarticulación de la construcción ontológica heideggeriana del Dasein (ser-ahí). El Dasein es “ser para la muerte”, no el animal, y ser para la muerte quiere decir una profunda comprensión de la temporalidad que me constituye en tanto que ser humano. Soy pasado, presente y futuro, y por tanto, sé que puedo morir, y en tanto que sé esto, puedo elegir cómo morir. Bajo este prisma, el animal, en cambio, nunca muere, ni siquiera existe, sólo habita, pues no tiene comprensión de esta triple temporalidad. Entonces, dadas las circunstancias, esa dimensión ontológica queda suspendida, no es como tal. Por otro lado, algunos intelectuales han llamado la atención en torno a una posible mutación de la naturaleza relacional de los seres humanos. Bifo considera que la cuarentena intensifica un fenómeno ya iniciado con la explosión de las redes sociales; la conectividad, donde toda relación lingüística y afectiva se modula por una interacción a distancia, distante del encuentro y de la infinidad de posibilidades de interpretación de los signos, lo cual amenaza con tornarse hacia lo que Braidotti ha denominado lo poshumano. Agamben prefiere hablar directamente de una degeneración de las relaciones humanas, debido al fenómeno de la distancia social normada por la imposibilidad del encuentro. El problema que veo en esos análisis no es tanto el supuesto de una naturaleza humana siendo alterada, sino que continúan centrados en una analítica sin desplazamientos. Una especie de impasse que no logra superar el ser humano como centro dispensador de sentido, que le es imposible desterritorializarse de lo humano: único receptor de los efectos negativos de los avatares globales. Creo que es necesario voltear la mirada hacia los seres vivos que padecen el encierro y la separación radical, no transitoria, de sus seres queridos, de sus propias secreciones, hasta de sus propios miembros. Me refiero a los animales no humanos que comúnmente son considerados livestock. Tal vez una deslocalización poshumana de la mirada que nos sensibilice frente al fenómeno del confinamiento no humano, nos permita al mismo tiempo mermar los padecimientos que sin lugar a duda ya empiezan a afectar a nuestra mente. 

  

-¿En qué medida la aparición del virus podría suponer un llamado de atención sobre la “relación tiránica” que mantiene el ser humano con los otros animales? 

-Desde que se logró aislar el material genético del virus, y con ello descartar su fabricación intencionada en un laboratorio, la explicación a su origen apunta por todos lados a una transmisión zoonótica, ya sea a través de los murciélagos directamente o por un animal intermediario como los pangolines. Estudios más recientes sugieren que probablemente ese eslabón entre los murciélagos y los seres humanos podrían ser animales confinados con altos niveles de hacinamiento, animales de la ganadería industrial, como los cerdos. Todas las hipótesis indican que se trata de un virus zoonótico; es decir, que ha sido transmitido de animales no humanos a seres humanos y que las condiciones que lo han posibilitado se enmarcan en una relación tiránica donde el tirano no es el animal. Tal vez sea necesario reinscribir la naturaleza relacional entre seres humanos y animales, y ponerla en los términos de una relación parasitaria, en cuanto a que nos proveemos de alimento y energía al interactuar con otros seres vivos a través de la destrucción de sus cuerpos, de sus vidas. Y eso te pone en un lugar difícil, ¿no? Nadie quiere ser parásito de nadie, para algunos un parásito es una aberración de la evolución, pero pareciera que llevamos siglos siendo parásitos de otros modos de vida.


 "Asistimos a un colapso psicosocial sin precedentes (...) el miedo de Marx y de la escuela de Frankfort se hace realidad: la vida queda radicalmente subsumida en el trabajo capitalista"


-En un fragmento de su texto, usted propone ampliar la investigación biopolítica. ¿Qué nos posibilitaría pensar en torno a nuestro vínculo con lo vivo?

-Esto ya lo había desarrollado en mi tesis de pregrado “La ontología es una policía. Devaluar y someter al Animal” (2018) que por fortuna fue publicada a través de la editorial del Instituto Latinoamericano de Estudios Críticos Animales (ILECA), gracias al trabajo realizado por Silvina Pezzetta, Alexandra Navarro, Gabriela Anahí González, María Andreatta, entre otros colegas que, con un ímpetu admirable se dedican a la propagación autogestionada de los Estudios Críticos Animales (ECA). Los trabajos de Giorgio Agamben, Roberto Espósito, Achille Mbembe, entre otros, han resultado muy útiles para comprender el despliegue de los Estados contemporáneos que, en base a una comprensión biopolítica del cuerpo social, es decir, las sociedades son cuerpos vivientes, organismos vivos, ejercitan un poder de control y gestión de la muerte brutal, donde el estado de excepción que convierte a los seres humanos en vidas desprovistas de su capacidad política de deliberar y autogobernarse, se intensifica hasta tornase el nomos del ejercicio estatal del poder. Me parece que estos análisis nos brindan la posibilidad de prolongar su óptica para mirar el funcionamiento de la relación que mantenemos con los demás animales, ya que a partir de una taxonomía moral, el especismo, establecemos fronteras ontológicas entre los seres humanos y los demás animales e inclusive entre los mismos animales. Operamos estados de excepción permanentes sobre las corporalidades no humanas, al punto de que la industria ganadera/alimentaria ha establecido los campos de concentración más siniestros en la historia de la técnica. Charles Patterson nos sugiere la analogía entre los campos de exterminio nazi y los mataderos de animales, pero si tomas un automóvil y te aventuras a recorrer los límites de las urbes y activas tu google maps, verificas que no tan lejos de nuestras ciudades se asientan inmensos galpones con miles, hasta millones de animales -cerdos, pollos, gallinas- en criaderos o granjas de animales que gestionan vida y muerte los 365 días del año. La industria ganadera monta regímenes de visibilidad en cuanto a que no nos permite ver, tampoco oler, lo que ocurre en esas instalaciones y, por otro lado, promociona grandes publicidades sustrayendo toda la violencia inscrita en los productos que comercializa. En este sentido, creo que es importante amplificar el prisma de la biopolítica a la cuestión animal. Tal vez para ello tengamos que redenominarla con el adjetivo de “absoluta”. Es decir, una biopolítica absoluta, puesto que todo fenómeno relacionado a la vida y el cuerpo se encuentra completamente controlado: reproducción, alimentación, peso, genética, muerte, producción después de la muerte. En rigor, una biopolítica absoluta sería aquel ejercicio del poder sobre lo vivo donde la vida es engendrada para su desaparición. 

 

-¿De qué manera esta situación adversa podría impulsarnos hacia una nueva imaginación, un cambio de mentalidad y modificar nuestra mirada acerca de los otros animales para lograr el debilitamiento del sistema capitalista que menciona en su texto? 

-Paul B. Preciado señala que tal como el virus muta, debemos mutar con él para no sucumbir. Creo que necesitamos mutar hacia una imaginación poshumana como recombinación de los posibles, pero primero es importante que desaceleremos un dispositivo muy común por estos días, aquel que vuelve a actualizar a la dicotomía moderna Naturaleza/Cultura. No tanto porque es insuficiente para explicar las interfaces entre la multiplicidad de vivientes, sino porque es miope. Hemos visto las imágenes de animales silvestres transgrediendo las fronteras etológicas en su relación con las comunidades humanas, también hemos presenciado la disipación de la contaminación de los cielos debido al descenso de automóviles en las calles, lo cual ha incitado a decir a muchos que la naturaleza está recobrando su parte. Sin embargo, esa dicotomía excluye a millones de animales no humanos confinados y hacinados en los campos de concentración que antes mencionaba. Entonces, la pregunta que cabría hacer es ¿qué lugar ocupan esos animales en el imaginario y sensibilidad de la pandemia? No son humanos, claro está, ¿son animales?, parece que no ¿Son máquinas? Tampoco, porque contaminan al mundo con su mierda, ¿son máquinas vivientes? parece que sí. Es necesario, por tanto, desarticular el ecologismo antropocéntrico que celebra con postales el reingreso de ciertos animales a territorios de los cuales habían sido desplazados, pero que omite interesadamente la triste realidad de billones de animales, acuáticos y terrestres, en jaulas y criaderos industriales. También creo que hoy más que antes el discurso activista de algunas ONG’s como Sinergia Animal, Igualdad Animal, Animal Save cobra cada vez más fuerza y urgencia. Y es lamentable, pero real, que una situación como esta nos permita ver lo que antes silenciábamos: que nuestra relación tiránica con los demás animales, sea de manera industrial o no, está poniendo en vilo el porvenir de la existencia humana en la tierra y de muchos otros modos de vida. Por otro lado, hoy es imposible pensar el capitalismo global sin la industria ganadera, imposible pensar la acumulación de capital, apropiación de territorios, desplazamiento de comunidades indígenas y campesinas, destrucción de los territorios, contaminación del agua y del aire, o sea, normalización de la violencia y de la muerte, sin el funcionamiento de la industria ganadera. Frente a esto, una posible respuesta es el veganismo, pero el veganismo como forma de vida tiene algunos velos. En muchos lugares, Chile es uno de ellos, el veganismo ha sido elitizado con la concentración de restaurantes en barrios más enriquecidos económicamente, con la venta de suplementos alimenticios a precios elevados, lo cual con justa razón genera reticencias por parte de algunos grupos sociales. Sin embargo, es posible desandar estas reacciones con un activismo bien triangulado no sólo en la dimensión alimenticia -porque tú puedes ser vegano con 12 dólares a la semana yendo al mercado de frutas y verduras- sino que respecto a los cruces interseccionales con otras luchas sociales, descentralizando la discusión del veganismo y los derechos animales de los mismos barrios de siempre, articulando asambleas populares. Dicho de otra manera, propiciando las condiciones sociales y cognitivas para su aparición en la esfera social, barrial y territorial. Generar las condiciones para una imaginación poshumana que descentre a lo humano y lo sitúe en un campo de interfaces, interrelaciones con grados de dependencia, de afecciones, tal como lo ha hecho el trabajo más revolucionario y robusto en cuanto a pensar la invención de comunidades posthumanas o interespecies: Zoopolis (2011) de Donaldson y Kimlycka. Una imaginación poshumana posible es la figura de la “diferencia” derriedeana, que comprende al otro en cuanto diferencia radical que no está mediada por la condición antropológica. Este prisma hace posible la experimentación de una hospitalidad sin condiciones que permite establecer relaciones de solidaridad interespecie, interracial, intersexual, internacionales, etc. Para entonces podremos desactivar la máquina biopolítica absoluta y reconocer en los demás animales una diferencia irreductible, imposible de mensurar en los términos de cómo lo hemos hecho hasta ahora

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03/05/2024